Argentina ha sido el ejemplo de la globalización al estilo latino. Eliminó sus aranceles comerciales más rápidamente que la mayoría de los países de América Latina y liberalizó más radicalmente su cuenta de capitales. Y el gobierno argentino, en la más impresionante demostración de fe neoliberal, renunció voluntariamente a controlar eficazmente cómo repercutía en el país la voluble economía global, al adoptar un sistema monetario que fijaba el peso en referencia al dólar. Algunos tecnócratas predijeron que la dolarización estaba a la vuelta de la esquina, y que, con ella desaparecería el último regulador entre la economía local y el mercado mundial, con lo cual el país entraría en el nirvana de la prosperidad permanente.
Todas esta medidas se tomaron a instancias, o con la aprobación, del Ministeriode Hacienda de EEUU y de su subordinado, el Fondo Monetario Internacional (FMI). De hecho, al empezar la crisis financiera asiática cuando los observadores la atribuían cada vez más a la liberalización de la cuenta de capitales, Larry Summers, a la sazón Seccretario de Estado, hablaba de la venta del sector bancario de Argentina como un modelo para el mundo en desarrollo: “En Argentina, el 50% del sector bancario, el 70% de la banca privada, están en manos extranjeras, porcentaje que en 1994 era del 30%. Gracias a eso, el mercado es mucho más eficiente y los inversores extranjeros tienen más interés en permanecer en el país.
Cuando un lustro antes de finalizar el siglo, subió el valor del dólar, también aumentó el del peso, con lo cual los productos argentinos dejaron de ser competitivos, tanto a escala mundial como local. Se descartó aumentar los aranceles a las importaciones, y el país se endeudó gravemente para financiar el déficit comercial, que aumentaba peligrosamente. Cuanto más se endeudaba, más crecían los tipos de interés y mas se alarmaban los acreedores ante las consecuencias de la libertad descontrolada del mercado del que antes se habían beneficiado.
Contrariamente a la doctrina de Summers, el control extranjero del sistema bancario no sólo no fue una panacea, sino que, de hecho, facilitó la salida del necesario capital, de unos bancos cada vez más remisos a conceder prestamos, tanto al gobierno como a las empresas pequeñas y medianas -no a un puñado de empresas grandes- cerraron y dejaron en la calle a miles de trabajadores.
En diciembre de 2001, la crisis se aceleró peligrosamente. Argentina pidió humildemente a su mentor, el FMI, un préstamo multimillonario para satisfacer el pago de los 140 mil millones de dólares de deuda externa. Regido por la vieja ortodoxia, el Fondo impuso, para la concesión del péstamo, la condición de que se recortasen drásticamente los gastos públicos y se impusiese una rígida política monetaria. La condición se mantiene, mientras el país sigue sumido en el caos.
Para saber más: 'Desglobalización Ideas para una nueva economía mundial' Walden Bello. Icaria Editorial, 2004
Para saber más: La crisis de legitimidad del sistema internacional de gobernanza económica
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