Las modernas sociedades industriales se han organizado de espaldas a los principios básicos de la Naturaleza; los seres vivos que se desplaan en sentido horizontal - los animales - representan una fracción muy pequeña de la biomasa terrestre, y economizan de modo bastante estricto su gasto energético en trabajo muscular, evitando los movimientos inútiles o gratuitos. La Naturaleza viviente es en esencia fija.
La generalización del transporte motorizado exige la utilización de enormes cantidades de materiales y energía, cuya extracción, transormación y consumo produce grandes masas de residuos.
El ecosistema global ve pronto desbordada su capacidad de autorregulaión cuando el transporte introduce en su seno cantidades masivas de residuos en pequeños lapsos de tiempo; a partir de un determinado umbral se acerca rápidamente a una situación de ruptura.
El crecimiento ilimitado del transporte no es compatible con el equilibrio ecológico. La introducción de tecnología y el perfeccionamiento de la organización del transporte podrán elevar, hasta cierto punto, la capacidad de carga (cantidad total de transporte que un ecosistema pudrá asimilar sin superar un cierto umbral de deterioro), pero las mejoras tecnológicas y organizativas están afectadas por la ley de los rendimientos decrecientes, lograrán a los sumo, frenar o moderar este proceso, pero no detenerlo y mucho menos invertirlo.
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