Manuel Casal Lodeiro - eldiario.es
“Hablando de Decrecimiento no se ganan elecciones”, afirmaba Juan Carlos Monedero
hace un par de años. Ese temor a asustar al electorado sigue
representando la postura de la izquierda en el Estado Español ante la
disyuntiva decrecimiento vs. productivismo, una de las cuestiones más
urgentes de nuestro tiempo, como puso de relieve el manifiesto Última Llamada.
Pese a haber sido firmado dicho texto por diversos representantes
políticos de la izquierda —entre ellos el propio Monedero y Pablo
Iglesias— la resistencia a incorporar sus planteamientos a los programas
políticos de las posteriores citas electorales, se reflejó en que
apenas se lograron incorporar en una versión light algunos conceptos
como el de transición energética, y en la continuidad del fetiche del
crecimiento del PIB como principal objetivo político. ¿Cuál es la razón
para esta incongruencia? La respuesta habitual que nos dan es que la
ciudadanía aún no es consciente de estos problemas, que no está
preparada para recibir un discurso radicalmente nuevo y que, por tanto,
unas propuestas políticas basadas en parámetros poscrecimiento no serían
comprendidas y supondrían un gran fracaso electoral. Bien, pues la suma
de los apoyos a las principales fuerzas de izquierda en España
representa ( según la última encuesta del CIS)
un 39%, prácticamente el mismo porcentaje de población que, según nos
acaba de revelar una investigación, estaría dispuesto a renunciar al
crecimiento para salvaguardar la sostenibilidad, una opción hasta ahora
sorprendentemente ausente de las investigaciones socioeconómicas.
El estudio, dado a conocer el pasado día 7,
lleva por título “Public views on economic growth, the environment and
prosperity: Results of a questionnaire survey” y ha sido publicado en la
revista Global Environmental Change. Sus autores, Stefan Drews y Jeroen
van den Bergh, investigadores del Instituto de Ciencia y Tecnología
Ambientales de la Universitat Autònoma de Barcelona, evaluaron en 2015
la opinión pública sobre el crecimiento económico, el medio ambiente y
la prosperidad mediante una encuesta a un millar de españoles. Los
resultados ahora publicados contradicen esa justificación argüida por
los líderes de izquierda, pues apuntan a que, lejos de ser una propuesta
extraña a la opinión pública, el decrecimiento sería asumible para el
37% de las personas en este país: el 21% se ha mostrado a favor de
ignorar el crecimiento como objetivo político, mientras que el 16%
apostaba por detenerlo por completo. Sólo el 4% expresó una clara e
incondicional apuesta a favor del crecimiento a cualquier coste. Un
considerable 44% cree que el crecimiento económico podría detenerse en
los próximos 25 años, lo cual confirma lo que ya había mostrado
la encuesta de 2013 Perspectivas de futuro de la sociedad: que el 92%
creía probable que, en los próximos veinte o treinta años, hubiese que
reducir drásticamente el uso de combustibles fósiles. No obstante,
aquella encuesta también demostraba que aún quedaba camino por recorrer:
sólo el 20% creía que habría escasez de energía y crisis económica como
consecuencia de ello.
¿Qué reacción cabe adoptar en las organizaciones de
izquierda ante estos datos que revelan un aparente error de cálculo
estratégico, una incorrecta percepción de lo aceptable socialmente? Ya
no pueden aferrarse a la disculpa de que la gente no lo comprendería o
de que, en caso de comprenderlo, no estaría dispuesta a aceptarlo. Al
respecto del primer temor, advierte Yayo Herrero
de que “la gente no es idiota (...) cuando se nos explican las cosas
las entendemos”. Y al respecto del segundo, el estudio de Drews &
Van den Bergh ha echado por tierra la presunción de que renunciar al
crecimiento es inaceptable para la población, revelando que la sociedad
está —en un porcentaje aún no mayoritario pero sí muy importante— más
avanzada en el cambio de imaginario económico que sus supuestos
representantes. En realidad no debería extrañarnos porque el sentido
común es un factor de la psique humana sumamente resistente: es vox
populi que la tierra es finita y que sólo las plagas y el cáncer crecen sin fin,
o que todo metabolismo biológico o social debe crecer sólo hasta un
determinado punto para después estabilizarse y simplemente mantenerse.
Con todo, aún queda mucha pedagogía que hacer para desmontar los mitos
suicidas de nuestra cultura tecnoindustrial y consumista: el mismo
estudio citado nos muestra que la posibilidad de un “crecimiento verde”
es asumida por la mayoría y que casi el 30% cree que el crecimiento
podría ser “infinito” gracias a “la tecnología” y “el ingenio humano”.
En mi libro La izquierda ante el colapso de la civilización industrial:
Apuntes para un debate urgente (La Oveja Roja, 2016), además de
analizar estos y otros obstáculos para el surgimiento de una izquierda
poscrecimiento, planteo las posibles estrategias que esta podría adoptar
y las clasifico en estrategias francas, hipócritas, progresivas,
liquidadoras, etc. con diversas subclasificaciones. Es decir, creo que
los partidos de izquierda disponen de diversas maneras y ritmos para
abordar el encaje de las necesidades inmediatas de la sociedad (el pan,
trabajo, techo... para hoy) con la construcción de resiliencia a
medio-largo plazo ante la inevitable reducción de complejidad
civilizatoria que algunos denominamos colapso (el pan, ¿trabajo? y
techo... para mañana).
Cabría
incluso apreciar la ventaja que supone para la izquierda del Estado
español realizar esa adaptación desde la oposición, aprovechando que
quien sufrirá el desgaste de gobernar desde parámetros imposiblemente
productivistas y crecentistas, y será golpeada por el creciente malestar
y frustración social ante las promesas rotas, será la derecha. Si la
izquierda no lo sabe aprovechar, debemos prepararnos para convulsiones
políticas como el Brexit, la victoria de Trump en los EE.UU. o el auge
de la extrema derecha en Europa. El estudio de Drews & Van den Bergh
muestra que son las personas con valores más conservadores, más
religiosos y de centro-derecha las que mantienen puntos de vista
especialmente fuertes a favor del crecimiento. Esa “tarea de concienciar
socialmente, hasta que el sentido común sea mayoritariamente
decrecentista” que decía Alberto Montero,
de Podemos, bien podría comenzar, por ejemplo, con la creación de una
comisión para analizar los límites del crecimiento, análoga a la del
Parlamento británico y que ya estamos intentando que se impulse a nivel gallego.
Estamos ante una ventaja estratégica decisiva para la izquierda: el
devenir de los años de declive energético y material que tenemos por
delante, no puede sino desengañar a quienes creen que es posible
compatibilizar crecimiento y sostenibilidad, sólo pueden favorecer que
ese tercio de la población se convierta en una mayoría que reclame cada
vez con más fuerza algo radicalmente diferente. Ahora, además, tienen la
constatación de que sus votantes comprenden y aceptan que es posible
vivir bien sin crecimiento económico.
Manuel, te felicito por tu artículo es necesario que se conozca que el decrecimiento feliz es posible. Me parece un acierto que al PIB lo llames fetiche. Estoy completamente de acuerdo con lo que dices de Yayo: “la gente no es idiota (...) cuando se nos explican las cosas las entendemos”. No sé si los políticos se autocensuran en cuanto al decrecimiento porque no se enteran o es que no se quieren enterar, por estar obcecados por el electoralismo.
ResponderEliminarPor último, estoy de acuerdo, creo que una buena forma de iniciar la transición hacia el decrecimiento feliz sería a partir de plantear un debate público sobre los limites del decrecimiento.
salud y decrecimiento feliz.