Marta Tafalla - Blog SOSostenible
Ya no cabe duda de que la crisis ecológica (destrucción de ecosistemas, extinción de especies, agotamiento de recursos naturales, contaminación y cambio climático) es el problema más grave que ha tenido que afrontar nunca la especie humana.
Precisamente por ello, es desconcertante la poca atención que le
prestamos. La inmensa mayoría de la sociedad actúa como si la crisis
ecológica no existiera, y esa indiferencia resulta especialmente inquietante en el ámbito de la academia, y en general en el mundo de la cultura.
Me refiero a científicos, ingenieros, humanistas, juristas,
economistas, escritores, artistas, editores, periodistas… a todas esas
personas que han tenido la fortuna de recibir una buena formación, y
cuyo trabajo está relacionado de una forma u otra con el conocimiento.
Ésas son las personas que están en mejor situación para comprender la
gravedad del problema, y que podrían contribuir de manera significativa a
estudiar la crisis ecológica, divulgarla al conjunto de la sociedad y buscar soluciones.
Es cierto que una minoría lo hace, y su aportación es enormemente
valiosa. Pero la inmensa mayoría actúa como si el problema, simplemente,
no existiera. Las razones de la indiferencia son muchas y complejas, y
no pretendo agotarlas aquí. Pero sí quiero mencionar dos de ellas.
1. Nuestra falta de visión global
La primera razón es la división entre ciencias y letras, sumada a la especialización radical
que se ha impuesto como norma en la universidad. El resultado es que
cada profesional conoce tan solo una diminuta parcela de la realidad, y
la distancia respecto de las otras parcelas es tan enorme que resulta
cada vez más difícil reunirlas todas para componer el puzzle. Cada vez
estamos más lejos de tener una visión global de la realidad.
A eso hay que añadir que, en la universidad, investigación y docencia están cada vez más sometidas a controles cuantitativos de productividad que priman la velocidad sobre la calidad.
Se presiona a los investigadores para que publiquen cada vez más
artículos, para que logren cada vez más citas, para que dirijan cada vez
más tesis doctorales, que deben realizarse cada vez en menos tiempo, y
en esa carrera enloquecida hacia delante, ¿quién tiene tiempo o energías
para leer nada que no pueda ser usado directamente en la propia
investigación? El resultado es que cada vez tenemos más artículos
publicados, y sin embargo, la visión de la realidad se descompone en
fragmentos diminutos que ya nadie puede hilar.
Los especialistas en ética
conocen a fondo las grandes teorías sobre la justicia, pero si quieren
aplicarlas a la crisis ecológica necesitan colaborar con los
científicos. Los biólogos estudian la extinción masiva de especies, pero
necesitan a los economistas para entender la dinámica del capitalismo
enloquecido que las destruye. Los economistas pueden comparar sistemas
económicos distintos, pero necesitan acercarse a la ética y las ciencias
políticas para buscar los más justos. Y así sucesivamente. Solo si hay trabajo en equipo desde todas las disciplinas será posible entender la crisis ecológica y tratar de remediarla.
2. Nuestro fracaso como especie racional
Hay, sin embargo, una segunda razón, que creo aún más fundamental, de
por qué en el mundo de la universidad y la cultura no se toma
suficientemente en serio la crisis ecológica. Es una razón similar a por
qué tampoco se toman suficientemente en serio otros problemas muy
graves como el racismo, el colonialismo, el clasismo, el machismo o el especismo.
El mundo de la cultura está construido sobre una idea básica: que el
ser humano es la cumbre de la creación, el único animal dotado de razón y
espíritu, una criatura maravillosa desbordante de creatividad,
inteligencia, sensibilidad y amor. Pero enfrentarnos a la crisis
ecológica significa, en primer lugar, asumir nuestro fracaso como especie racional. La crisis ecológica no es el resultado de un meteorito o de un virus, sino un producto nuestro. En vez de haber entregado nuestra inteligencia a cuidar del planeta, lo que estamos haciendo es destruirlo.
Será, pues, que no somos tan inteligentes, ni tan sensibles, ni estamos
tan llenos de amor y espiritualidad. Y enfrentarse a eso sería tanto
como desmontar todo el sistema que hemos levantado sobre la suposición
de nuestra superioridad.
Ya nos resulta difícil asumir el daño que nos causamos entre
nosotros. Guerras, dictaduras, sistemas esclavistas, genocidios,
colonialismo… son temas sorprendentemente poco estudiados. Más difícil
nos resulta aún asumir que no solo dañamos a nuestros congéneres, sino
que estamos destruyendo el planeta entero. Para que el mundo de la
cultura se pusiera a estudiar la crisis ecológica y a buscar soluciones,
primero tendría que tragarse la supuesta superioridad humana y repensar nuestra especie en otros términos.
Tendría que entender que dedicamos nuestra inteligencia a destruir
otras especies inteligentes y a arrasar un planeta bellísimo, rebosante
de tesoros y maravillas, por el que deberíamos dar gracias, y sin el
cual no podemos vivir. Asumir ese fracaso de nuestra especie, ese
autoengaño monumental, obligaría a transformar completamente todos los programas de estudios desde primaria hasta el doctorado.
Pero como asumir ese fracaso es tan difícil… la solución por la que
se opta es, simplemente, dejar las cosas tal como están, y mirar hacia
otro lado. Por supuesto, eso solo empeora la situación. Mientras no
hacemos nada para frenarla, la crisis ecológica se agrava, y por tanto
el fracaso de nuestra especie es, cada día que pasa, todavía más
terrible. Si seguimos empecinados en creernos superiores, nuestra
civilización acabará derrumbándose. Si, en cambio, nos reconocemos humildemente como un animal más en este planeta y aprendemos a convivir con el resto de especies, si asumimos nuestros errores, rectificamos, cambiamos nuestra forma de vida y tratamos de reparar el daño causado, si nos reconciliamos con la naturaleza,
tendremos la posibilidad de disfrutar de la vida en un planeta
bellísimo, de vivir en paz con la naturaleza y con nosotros mismos. Si
fuéramos un poco más humildes, si aceptáramos nuestra finitud, todo sería infinitamente más fácil.
Marta Tafalla, @TafallaMarta,
Profesora de Filosofía en la Universidad Autónoma de Barcelona
♦ Información relacionada:- Libro “Ética Práctica” de Peter Singer (Resumen).
- Sufrimiento Animal (sobre toros y especismo).
- La paradoja estética: Algunos ven los animales como máquinas para producir alimento o tejidos, para experimentar, para transporte… por Marta Tafalla.
- Libro “La elefanta que no sabía que era una elefanta” de Laurel Braitman (pronto habrá un resumen en resumelibros.tk): Psicología animal que dice mucho del ser humano.
- El negocio de los sexenios de investigación: Dos multinacionales extranjeras sacan del erario público más de 25 millones de euros anuales controlando el acceso y promoción del profesorado universitario. Tal vez el mayor escándalo es que resultados de investigaciones pagadas con dinero público se publiquen en revistas de acceso privado.
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