Sólo
una actividad autónoma de la colectividad puede instaurar una sociedad
autónoma. Y tal actividad presupone que los hombres adopten fuertemente
otra cosa que la posibilidad de comprar una nueva televisión a colores.
Más profundamente, presupone que la pasión por los asuntos comunes, por
la democracia y la libertad, ocupe el lugar de la distracción, del
cinismo, del conformismo, de la carrera al
consumo. En una palabra, presupone, entre otras cosas, que lo
‘económico’ deje de ser el valor dominante o exclusivo. Este es el
‘precio a pagar’ por una transformación de la sociedad. Digámoslo más
claramente aún: el precio a pagar por la libertad es la destrucción de
lo económico como valor central, y de hecho, único.
¿Es un precio muy alto? Para mí, ciertamente no: prefiero infinitamente ganar un nuevo amigo que un nuevo coche. Preferencia subjetiva, sin duda. Pero ¿’objetivamente’? Cedo con mucho gusto a los filósofos políticos la tarea de ‘fundar’ el (pseudo)consumo como valor supremo. Pero hay algo más importante. Si las cosas siguen su carrera presente, de cualquier modo tendrá que pagarse ese precio. ¿Quién cree que, con el ritmo actual, la destrucción de la Tierra pueda durar un siglo? ¿Quién no ve que se aceleraría aún más si los países pobres se industrializan? ¿Y qué hará el régimen cuando ya no pueda sujetar a las poblaciones suministrándoles constantemente nuevas chácharas?
Si el resto de la humanidad debiera salir de su insostenible miseria y si la humanidad entera quiere sobrevivir sobre este planeta en un “steady and sustainable state”, tendrá que administrar los recursos del planeta como buen padre de familia, dominar radicalmente a la tecnología y a la producción, aceptar una vida frugal. No he vuelto a hacer los cálculos, que de cualquier modo estarían plagados de inmensos márgenes de incertidumbre. Pero, para darnos una idea, podríamos decir que ya sería bastante si pudiéramos asegurar ‘indefinidamente’ a todos los habitantes de la Tierra el ‘nivel de vida’ de los países ricos en 1929. Lo cual puede ser impuesto por un régimen neofascista; pero también lo puede hacer libremente la colectividad humana, organizada democráticamente, invistiendo otras significaciones, aboliendo el monstruoso papel de la economía como fin y dándole su justo lugar, el de un simple medio de la vida humana. Independientemente de una multitud de otras consideraciones, bajo esta perspectiva y como un momento de esta inversión de valores, la igualdad de salarios y rentas me parece esencial.
Es cierto -lo vi y lo dije antes que muchos otros- que nada de esto, al parecer, corresponde con las aspiraciones de los hombres contemporáneos. Más aún, los pueblos son cómplices activos de la evolución en curso. ¿Lo serán indefinidamente? ¿Quién podría decirlo? Pero una cosa es cierta: no será corriendo tras ‘lo que se ve bien’ o ‘lo que se dice’, emasculando lo que pensamos y queremos, como aumentaremos las oportunidades de la libertad. Lo que es no nos necesita, sino lo que podría y debería ser.
Cornelius Castoriadis. ’Hecho y por hacer’. 1989
¿Es un precio muy alto? Para mí, ciertamente no: prefiero infinitamente ganar un nuevo amigo que un nuevo coche. Preferencia subjetiva, sin duda. Pero ¿’objetivamente’? Cedo con mucho gusto a los filósofos políticos la tarea de ‘fundar’ el (pseudo)consumo como valor supremo. Pero hay algo más importante. Si las cosas siguen su carrera presente, de cualquier modo tendrá que pagarse ese precio. ¿Quién cree que, con el ritmo actual, la destrucción de la Tierra pueda durar un siglo? ¿Quién no ve que se aceleraría aún más si los países pobres se industrializan? ¿Y qué hará el régimen cuando ya no pueda sujetar a las poblaciones suministrándoles constantemente nuevas chácharas?
Si el resto de la humanidad debiera salir de su insostenible miseria y si la humanidad entera quiere sobrevivir sobre este planeta en un “steady and sustainable state”, tendrá que administrar los recursos del planeta como buen padre de familia, dominar radicalmente a la tecnología y a la producción, aceptar una vida frugal. No he vuelto a hacer los cálculos, que de cualquier modo estarían plagados de inmensos márgenes de incertidumbre. Pero, para darnos una idea, podríamos decir que ya sería bastante si pudiéramos asegurar ‘indefinidamente’ a todos los habitantes de la Tierra el ‘nivel de vida’ de los países ricos en 1929. Lo cual puede ser impuesto por un régimen neofascista; pero también lo puede hacer libremente la colectividad humana, organizada democráticamente, invistiendo otras significaciones, aboliendo el monstruoso papel de la economía como fin y dándole su justo lugar, el de un simple medio de la vida humana. Independientemente de una multitud de otras consideraciones, bajo esta perspectiva y como un momento de esta inversión de valores, la igualdad de salarios y rentas me parece esencial.
Es cierto -lo vi y lo dije antes que muchos otros- que nada de esto, al parecer, corresponde con las aspiraciones de los hombres contemporáneos. Más aún, los pueblos son cómplices activos de la evolución en curso. ¿Lo serán indefinidamente? ¿Quién podría decirlo? Pero una cosa es cierta: no será corriendo tras ‘lo que se ve bien’ o ‘lo que se dice’, emasculando lo que pensamos y queremos, como aumentaremos las oportunidades de la libertad. Lo que es no nos necesita, sino lo que podría y debería ser.
Cornelius Castoriadis. ’Hecho y por hacer’. 1989
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