La situación actual
El
crecimiento económico se ha querido vincular a una mayor justicia
social y distribución de la riqueza, sin embargo, es claro que dicho
crecimiento no ha tenido estas consecuencias positivas de forma
generalizada; la industrialización de la actividad agraria ha sido
impulsada por medio de la denominada Revolución Verde, caracterizada por
un paquete tecnológico igual para todo el planeta, compuesto por
pesticidas y fertilizantes químicos, semillas híbridas (y frecuentemente
transgénicas), regadíos masivos, una fuerte mecanización y uso de
combustibles fósiles. Desde mediados del siglo XX, la Revolución Verde
prometió acabar con el hambre en el mundo, combinando la tecnología de
la producción agraria, con su mercantilización y la globalización de los
canales de comercialización agroalimentarios.
El
resultado ha sido que la inseguridad alimentaria afecta a media
humanidad: más de mil millones de personas con subnutrición crónica y
casi dos mil millones enfermas de obesidad, diabetes, estreñimiento,
cardiopatías, etc. Millones de muertos anuales por desnutrición y
carencia de agua potable, pero también por una alimentación que provoca
enfermedades (exceso de grasas, proteínas de origen animal, productos químicos, sal y azúcar refinada).
El
hambre, la falta de seguridad alimentaria, es algo crónico, continuo,
un hecho cotidiano en la vida de millones de personas; la principal
razón de este hecho es que las personas no pueden cultivar o comprar
suficientes alimentos. En un pueblo, puede haber personas que pasen
hambre aunque el mercado rebose de alimentos.
La
inseguridad alimentaria se ve agravada por la pobreza de los suelos,
puesto que las tierras más fértiles son utilizadas para productos de
exportación, y la erosión degrada las tierras cultivables debido a la
tala indiscriminada de árboles, la escasa rotación de cultivos, la
escasez de abono y el avance de la desertización. Los negocios
expansionistas, incluidas las multinacionales, que explotan grandes
fincas de monocultivo empujan a los campesinos fuera de sus tierras y
hacia las ciudades.
Con
la llegada de la crisis energética, el precio de los combustibles
subirá de precio y será más rentable la utilización de los combustibles
solares (soja, maíz, palma, remolacha, colza, girasol…). Su uso
generalizado provocará una competencia con la producción de alimentos y
otros productos necesarios, (madera, etc.). En la lógica de mercado se
llevaría el producto quien más pagara por él.
La
gente que posee coches tiene más dinero que la gente que se está
muriendo de hambre. En una competición entre su demanda de combustible y
la demanda de alimentos de los pobres, los conductores ganarían
siempre. Algo parecido ya está sucediendo, el aumento global de la
producción vegetal se utiliza para alimentación animal: la cabaña
ganadera mundial se ha quintuplicado desde 1950. La razón es que los que
toman carne y productos lácteos tienen más poder adquisitivo que los
que compran solamente alimentos para la subsistencia.
La soberanía alimentaria
Ante
la actual crisis alimentaria y ecológica, los países ricos y los
organismos internacionales vuelven a proponer como solución el aumento
de la producción y el fomento del paquete tecnológico que incorpora las
semillas transgénicas y garantiza a las mismas multinacionales un
incremento del consumo de agroquímicos.
Frente a esta propuesta,
construida alrededor del concepto de seguridad alimentaria. la soberanía
alimentaria se ha convertido en estandarte de diversas organizaciones y
movimientos sociales como estrategia frente a la noción dominante de
desarrollo.
Las
alternativas que reivindican la soberanía alimentaria, reclaman la
capacidad de decidir, sobre lo que se cultiva y lo que se come. Una
alternativa que debe ser necesariamente feminista y apostar por la
igualdad de derechos, reivindicando el acceso a los medios de producción
de los alimentos (tierra, agua y semillas) en igualdad de condiciones,
tanto para hombres como para mujeres.
La
agricultura es una forma de vida que obedece a una profunda necesidad
humana, que genera trabajos y estimula la economía, contribuyendo a la
conservación del medio ambiente. La comida es el bien que nos mantiene
vivos. La falta de comida acarrea dolor, sufrimiento, enfermedad y
muerte.
De
este modo, se lanza el debate más allá de lo agropecuario, incorporando
los aspectos culturales y, sobre todo, el cuestionamiento de la base
misma del sistema capitalista. La soberanía alimentaria, en resumen,
cuestiona el actual modelo agroalimentario y la pérdida de control de la
población sobre el mismo, al tiempo que propone los canales cortos de
comercialización y las producciones ecológicas como alternativas de
sustentabilidad social y ecológica.
Mujer
Al
recuperar el interés por lo que comemos, de dónde viene, cómo ha sido
producido… damos valor, de nuevo, a algo tan esencial como la
agricultura y la alimentación. La compra de la comida y la cocina en
casa sigue siendo, en buena medida, territorio de mujeres.
Un trabajo, a
menudo, ni reconocido ni valorado, pero imprescindible, que sostiene el
trabajo productivo, que sí valora el capital. Señalar su importancia,
hacer que cuente, y dejar claro que es responsabilidad de todas y todos
es el primer paso para empezar a cambiar las cosas y hacer que nuestras
vidas sean más justas, sanas y, en definitiva, vivibles.
El
desprecio hacia la mujer campesina que proporciona los comestibles del
mundo de los países pobres, y son responsables también del procesamiento
y comercialización de la cosecha, el limitado acceso de las campesinas a
los recursos productivos y su restringido papel en la toma de
decisiones económicas y políticas favorece la pobreza.
El
trabajo de cuidados realizado por las mujeres es la primera víctima de
la inseguridad alimentaria. Somos las primeras en sufrir los daños de la
desnutrición, las enfermedades alimentarias y el deterioro del medio
ambiente sobre los niños y niñas enfermos. La desigual condición de
hombres y mujeres se agudiza en los países empobrecidos, las clases
trabajadoras y los colectivos marginados.
No
hay soberanía alimentaria sin la autodeterminación de los pueblos y las
mujeres para conseguir este derecho. El capitalismo no ha inventado la
separación de la esfera pública (mercado) y la privada (hogar), pero se
beneficia de ella y la lleva hasta sus últimas consecuencias. Esta
separación implica una dualidad de tareas y funciones hombre/mujer y la
subordinación de las mujeres a los hombres, independientemente de su
posición social.
La desigualdad de las mujeres respecto a los hombres, anterior al capitalismo, le es funcional. Los
cuidados en el espacio doméstico contribuyen a la producción de
mercancías con un coste económico oculto. La economía externaliza ese
coste que es asumido por las mujeres. Ninguna mujer puede reclamar a la
sociedad el trabajo realizado en el ámbito doméstico. Tampoco puede
abandonar esas tareas sin que caiga sobre ella la culpa, aunque la
mayoría de los hombres lo hacen y no pasa nada.
La
amenaza para la vida en el planeta nos interpela a las mujeres. La
lucha por la supervivencia requiere enfrentarse a las multinacionales y
sus políticos a sueldo. Pero también, impulsar acontecimientos
económicos, asociativos y culturales en defensa de la vida, la
naturaleza y la soberanía alimentaria.
Debemos poner en primer plano las necesidades fundamentales:
alimento, cuidados, afecto, salud, educación, vivienda, trabajo digno,
cooperación, cultura y participación. Aprender de las mujeres campesinas
una concepción de la supervivencia más austera en el consumo y más rica
en las necesidades básicas económicas, sociales y afectivas. Atravesar
la lucha feminista con la lucha por la seguridad y la soberanía
alimentaria, la defensa de un consumo responsable agroecológico y el fin
de la subordinación de las mujeres respecto a los hombres. Denunciar
los abusos de las multinacionales y educarnos en una cultura alimentaria
que nos defienda de la publicidad engañosa tomando la seguridad
alimentaria en nuestras propias manos.
«La
conclusión es obvia, la agricultura desempeñada por las mujeres ha sido
siempre en primer lugar para producir alimentos, no para generar
beneficios» -como explica Isabel Lisa. Viejas realidades para reforzar
el lema acuñado desde la Soberanía Alimentaria, ‘los alimentos no son
una mercancía’.
Decrecimiento
Los
mercados locales nos acercan hacia la relocalización de las economías y
de los flujos de los medios de producción y los bienes de consumo,
frente a la pérdida de control por parte de las comunidades locales que
ha provocado la globalización agroalimentaria. Los beneficios
ambientales asociados a la reducción de las distancias de transporte son
directos: disminuir el consumo de petróleo, frenar la construcción de
infraestructuras de transporte de alta capacidad, etc. También se hacen
innecesarios los embalajes excesivos, que sólo encuentran su sentido al
convertir en duradero y atractivo a un producto anónimo que se consume
por igual en cualquier parte del planeta. Y de forma inversa, al reducir
la escala del consumo, se hace posible el reaprovechamiento de los
residuos y cerrar en mayor medida los ciclos ecológicos.
La
eliminación de intermediarios en los circuitos económicos reduce
ineficiencias en la distribución e incrementos innecesarios en los
precios. La relación directa entre producción y consumo, dentro de una
misma comunidad percibida mutuamente, nos protege de un sistema global
de precios que oculta externalidades sociales y ecológicas de la
circulación de las mercancías, y permite además el establecimiento de
procesos sociales de valorización de los bienes y servicios, que
recuperan así su valor de uso para una comunidad concreta.
La
defensa de la agroecología que se define como el “manejo ecológico de
los recursos naturales a través de formas de acción social colectiva que
presentan alternativas al actual modelo de manejo industrial de los
recursos naturales mediante propuestas, surgidas de su potencial
endógeno, que pretenden un desarrollo alternativo desde los ámbitos de
la producción y la circulación alternativa de sus productos, intentando
establecer formas de producción y consumo que contribuyan a encarar la
crisis ecológica y social, y con ello a enfrentarse al neoliberalismo y a
la globalización económica”
El
Decrecimiento apuesta por una vuelta a lo pequeño y a lo simple, a
aquellas herramientas y técnicas adaptadas a las necesidades de uso,
fáciles de entender, intercambiables y modificables. Una vez más, se
trata de romper las cadenas que nos atan a un mundo auto-destructivo e
incapaz de satisfacer las verdaderas necesidades de todxs re-adaptando
nuestras herramientas de manera que podamos utilizarlas y dejar de
usarlas a voluntad, frente a la obligación constante de servirnos de los
productos del desarrollo: aviones, televisión, electricidad,
carreteras, alimentos importados, móviles, sistema educativo,
medicamentos…
Habría
que tener muy clara la percepción de que el tiempo no es simplemente un
contenedor anónimo y abstracto, sino también tiempo vivido, y como tal
emanación de la persona, vinculado a su salud y etapas vitales. La
actividad de los individuos se inscribe en este marco, por lo que habría
que repensar las formas sociales de cesión del tiempo propio para
garantizar las tareas colectivas y el sostenimiento personal y familiar.
Una renta básica universal permite reconocer un valor intrínseco al
hecho de ser persona y desvincular una parte de la capacidad adquisitiva
de la actividad “asalariada”. El tiempo necesario para la reproducción y
el mantenimiento de la vida, o la participación en los asuntos
colectivos recibiría de esta manera una ayuda concreta para reservarlo.
También se evitan los mecanismos perversos del mercado laboral, donde la
abundancia de mano de obra modifica a la baja tanto la remuneración del
trabajo como sus garantías.
La
tierra puede ser vista como una superficie generatriz que nos da
hospitalidad, con la cual dialogamos al interno de un proceso de
reciprocidad e interdependencia, que se funde como proceso natural en la
agricultura y tiene como escenario global la biosfera.
La
defensa de la propiedad comunitaria a la propiedad individual,
comunidades campesinas que compran y venden poco, que no tienen cuentas
en el banco, ni tarjetas de crédito, son números inútiles para las
cuentas del gran capital.
En
cualquier caso, a partir de un análisis de la economía desde la óptica
del decrecimiento, la actividad agropecuaria aparece como una de las
pocas actividades económicas imprescindibles para las sociedades
humanas. Esta idea nos debe llevar a un análisis crítico de la
estructura macroeconómica de nuestras sociedades.
Antonio García Salinero, publicado en Ssociólogos
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