Aunque
goza de gran auditorio entre el pequeño círculo de la izquierda
libertaria, como ya se ha señalado, el decrecimiento no es más
(por ahora) que una corriente minoritaria de un pensamiento utópico
rejuvenecido. Así dicho, suena demasiado agresiva la crítica, pero
si atendemos al estudio de sus principios, que uno de los máximos
defensores en España, Carlos Taibo, sostiene que son 10 básicos,
podemos ver en qué peca este pensamiento de utópico irrealizable.
Casi
como señalaron Marx y Engels en El Manifiesto Comunista hace
ya más de 150 años, este pensamiento socialista entra dentro del
círculo de los utópicos, por un lado como una reminiscencia
pequeño burguesa de un anhelo de un pasado mejor, por otro como un
recuerdo de aquellos burgueses filantrópicos que deseaban una vida
mejor para la clase obrera. Todo ello mezclado con fuertes dosis de
los restos de un anarquismo bakuninista que no alcanza a ver el
grado de desarrollo de la sociedad capitalista y las alternativas a
ella, y vuelve así a los vicios de un anarquismo que muchos otros
ya han superado.
El
decrecimiento como idea no es negativo. En un mundo donde los
recursos son finitos, su utilización para la producción sin ningún
tipo de orden y control provoca situaciones verdaderamente
preocupantes para la situación de nuestros ecosistemas, y
situaciones horrorosas para la mayoría de la población, que ve
como la brecha entre ricos y pobres es cada vez más amplia.
Realmente sí que se ve como necesario abandonar esos viejos mitos
de la superabundancia y la sociedad en la que no habrá más que
riqueza. Tenemos que repensar, cosa extremadamente compleja, qué
es, a qué nos referimos cuando hablamos de riqueza. También
tenemos que señalar, acordarnos de que si bien los recursos de
nuestro planeta son finitos, las formas de utilizarlos,
amplificarlos o maximizarlos dependen de la inventiva y del
desarrollo de la técnica humana, por lo que los límites al
crecimiento, si realmente es verdad que existen, por otro lado
quedan superados en el aspecto del desarrollo. La máxima se
reduciría a, tenemos que producir un desarrollo más sostenible y
duradero de los productos que cubren nuestras necesidades. Esto
quiere decir que no por producir más, no porque nuestro PIB crezca
sin parar porque aumente nuestra masa producida, nuestra sociedad va
a ir mejor. Hay que disociar los términos crecimiento y desarrollo.
Es una confusión muy común en la economía darlos como iguales.
Para que nos hagamos una idea, el desarrollo consiste en apreciar
las necesidades (no sólo las básicas, también las de ocio,
entretenimiento, cultura, etc.) que hay que satisfacer, y planificar
la producción en torno a ellas. El fallo actual es que el sistema
capitalista sólo entiende el desarrollo como el “crecimiento”
económico, y hace de este la “necesidad”. Esta necesidad puede
ir completamente a la contra de las necesidades sociales, porque
como hemos visto en otras ocasiones, el fin último del capitalismo
es el lucro privado del capitalista.
Pero
en fin, vamos a analizar algunos de los puntos que Taibo llama
básicos del decrecimiento para desarrollarlo como teoría general,
y así ver los puntos inconsistentes que plantea y por qué se puede
incluir (tal como lo plantean muchos de los autores de tradición
libertaria) dentro del socialismo utópico como ya hemos dicho.
Invito a la gente a leer el libro “Decrecimientos, sobre lo que
hay que cambiar en la vida cotidiana” para entender las críticas
que aquí se van a plantear. También señalar antes de nada que
muchas de las ideas reflejadas en el libro fallan en su conclusión,
pero aciertan en el desarrollo, y el autor del blog comparte parte
de la visión de los autores (el libro es colectivo, aunque el
coordinador es Taibo), sobre todo la idea de que hay que mandar al
museo de la historia este sistema decrépito que nos condena a la
gran mayoría de la humanidad al desastre, y a nuestro planeta a la
destrucción.
En
los dos primeros puntos que describe Taibo hay poco que discutir.
Quizás en el primero el autor peca en exceso de simplificar el
proceso. Si bien es cierto que el crecimiento económico bajo el
régimen económico capitalista es extremadamente destructivo,
alienante, y además, envuelve al trabajador de un modo de pensar
que hace pensar que trabajar más, consumir más y gastar más es lo
único que podemos hacer; si bien es cierto, no podemos negar que el
crecimiento económico era necesario para un momento concreto del
desarrollo del género humano, y la explotación sistemática de
nuestra biosfera, si bien ahora ha dado producto a cosas que debemos
solucionar y a algunos problemas irreversibles, era necesaria, para
llegar a un estado de desarrollo de la técnica superior. Esto
último no quiere decir que fuera bueno. Lo necesario es necesario,
se tiene que dar, y si no se da no hay “progreso”, o en términos
marxistas, no hay proceso “creador-destructor” de las fuerzas
productivas. Un viejo ejemplo dice que si te caes en un barril de
ácido necesariamente te mueres, entendemos que morirse no es bueno.
El desarrollo económico capitalista entendido como la necesidad de
crecer como “necesidad”, era una etapa indispensable del
desarrollo de nuestra historia, que ha servido para el desarrollo de
la técnica, la industria etc., pero que no por ello es bueno para
la sociedad.
En
el segundo de los puntos Taibo nos habla de que, aunque nuestros
niveles de comodidad, sanidad, educación y consumo han ido a más
en las últimas décadas, los niveles de insatisfacción han
aumentado. La gente no es feliz bajo el sistema capitalista. El
ejemplo que pone el politólogo nos lleva a ver cómo en la sociedad
americana aunque la renta per cápita ha aumentado, los americanos
son a día de hoy más infelices que hace 30 años. Esto esconde
varias ideas detrás, ideas que deberían hacernos desconfiar un
poco. Por un lado, decir que la renta per cápita de una nación
aumenta quiere decir que la media de los ingresos y bienes de una
sociedad han aumentado. ¿Cómo? He ahí lo divertido, usando la
sabiduría popular sabemos que si para Pepe y para Juan había
dos pollos pero Juan se come los dos, al hacer la media nos sale que
tanto Juan como Pepe han comido un pollo, aunque éste último no lo
haya ni olido. Con ello quiero explicar que lo mismo pasa con las
rentas, que si A, trabajador, cobra 1000, y B, empresario o
banquero, cobra 100.000, al hacer la renta media nos sale que tanto
A como B cobran 50.500. Pero es una falacia. Porque además de todo
esto, tenemos que los sectores que más infelices se declaran son
sectores de las clases medias que están sufriendo un proceso de
proletarización, sobre todo desde la crisis del petróleo en los
70, que provocó un receso en el nivel y calidad de vida de las
décadas posteriores, que se vio claramente con el aumento de la
brecha entre ricos y pobres durante los 90 y el nuevo siglo, lo que
supone una redistribución de capitales de las clases trabajadoras a
la clase burguesa muy elevada, sobre todo con el estallido de la
burbuja de los “punto com”. El otro escondrijo que hay detrás
de la idea que vierte Taibo está en que si bien los norteamericanos
se muestran infelices, esto no quiere decir que lo que añoren sean
tiempos pasados. Sí, añoran tiempos pasados en los que sus
ingresos no se veían mermados por un nivel de vida que subía
mientras los salarios se quedan estancados; añoran un tiempo mejor
en el que su productividad subía y con ello su jornal, y no un
tiempo donde se matan literalmente a hacer horas extras y apenas se
cobran. Es decir, no añoran los tiempos pasados de los que hace
gala este decrecimiento utópico, si no tiempos pasados donde sí
podían consumir más fácilmente, y no en base al endeudamiento.
El
tercer punto descrito por Taibo es bastante correcto, cito un
extracto de él que puedo suscribir sin problemas. “Al contaminar
facilitamos un doble crecimiento del PIB: el derivvado de las
actividades que generan la contaminación y el que se abrirá
camino, más tarde, para poner freno a ésta.” Con ello Taibo
señala la idea de que el PIB como tantos otros indicadores
económicos no sirve o tergiversa realmente la problemática del
crecimiento y el problema ecológico.
El
cuarto punto también es interesante. Por un lado Taibo señala sin
error los problemas de los falsos mitos del paraíso de la
superabundancia y el crecimiento sin límites. A ese respecto
Sacristán ya señaló el mito escatológico del mileniarismo. No,
la realidad es que la tierra es un planeta de recursos finitos, pero
ello no quiere decir como en el mismo punto señala Taibo un poco
más adelante, que tenemos que controlar mucho los recursos que
consumimos. Por el contrario, más que controlar los recursos que
consumimos, lo que tenemos que conseguir es un control más
exhaustivo, racional y planificado de su utilización, y un
desarrollo superior de la técnica para que con los mismos recursos,
se pueda producir menos para cubrir más necesidad de la sociedad de
forma más eficiente. El ser humano siempre ha sido capaz de
desarrollar la técnica para emplear menos esfuerzos a la hora de
producir, o colocar la producción en sitios estratégicos para que
sea menos costoso. Sólo hay que fijarse en los procesos que hacían
los egipcios hace miles de años en los márgenes del Nilo, o el
desarrollo de las técnicas de cultivo del campo. Negar esto es
negar la realidad del desarrollo del potencial humano, desarrollo
que el capitalismo como sistema ha sabido llevar a más, pero de una
forma completamente caótica y destructiva para la gran mayoría de
la sociedad.
El
quinto punto es, a mi juicio, el más discutible, discutido, y
utópico reaccionario. Ya no es sólo ir contra el progreso
capitalista, es ir contra todo tipo de proceso progresivo en la
técnica y en la industria, una vuelta a los viejos oficios
convencionales, es decir, a un pasado donde la industria no
existiera y si existieran los pequeños talleres de artesanos, los
viejos gremios. Es el sueño anarquista proudhoniano de la vuelta al
pequeño taller que quedase colapsado por la gran industria
capitalista. Esta idea tiene cuatro críticas. La primera, es que la
vuelta a un mundo precapitalista (sin considerar que es
profundamente reaccionario) donde reine el pequeño taller, un mundo
descentralizado de las grandes urbes, y centrado en los pueblos,
necesita de un proceso revolucionario altamente destructor. Las
fábricas no se cierran solas, y los trabajadores no se reubican
solos, y mucho menos en campos tan poco productivos (económicamente
hablando) como el de “cubrir necesidades sociales insatisfechas”
(léase escuelas infantiles, dependencia etc.) que sí son vitales y
de necesaria ocupación, pero que no son viables de ningún modo sin
una industria productiva y readaptada para el cumplimiento de todas
las exigencias que la problemática ecológica y social necesitaría.
El problema es que Taibo y demás seguidores de decrecimiento no
sólo plantean eliminar prácticas como la explotación de minas a
cielo abierto, o la industria nuclear, también la industria del
automóvil, aviación etc., cualquier industria contaminante debe
ser cerrada. Los trabajadores reubicados, esa es su última palabra.
La
segunda crítica a este quinto punto ya la he expuesto antes. Es una
vuelta al utopismo proudhoniano del pequeño taller, donde se
produce lo justo y necesario… porque no se puede producir más. El
desarrollo de esta ideología, este anarquismo recalcitrante que no
tiene nada que ver con versiones más posteriores del pensamiento
libertario, mucho más apegadas a una realidad compleja, se da en un
momento en el que el capitalismo acaba de arrancar. Correctamente
muchos de los teóricos de este pensamiento como Proudhon, ven el
maquinismo como algo negativo y elemento desarrollador de la
alienación que sufre el trabajador en su puesto de trabajo,
transformado, como dirían Marx y Engels en El Manifiesto
Comunista en un apéndice más de la máquina, inmersos
únicamente en una actividad monótona y repetitiva que no da
posibilidad de desarrollo personal de ningún tipo. Si estos
primeros pensadores del socialismo utópico apreciaron esto, también
lo es que erraron a la hora de proponer soluciones, también fruto
del poco desarrollo del propio capitalismo. La vuelta a la sociedad
gremial es su sueño, todo ello sin las contradicciones inherentes a
ella, como si fuera fácil.
Una
tercera crítica, más simple de lo que parece a primera vista, es
lo que se podría denominar, el tercero en discordia o el
capitalista dónde queda. La única mención que hace Taibo en este
quinto punto sobre el capitalista viene a ser que “quienes más
ganan verán reducidos sus ingresos”. Lo que el capitalismo nos ha
enseñado en 200 años de existencia, es que cuando empiezan los
procesos prerevolucionarios, o cuando estallan las propias
revoluciones, la clase burguesa no se queda tranquilamente sentada a
ver romper sus cristales, ni se echa hacia un lado para dejar pasar
los nuevos vientos. Este es el sueño de los pacifistas más
utópicos, este es el sueño de un pequeño sector (y cada vez más
minoritario) del movimiento 15M. Las formas que tiene la clase
burguesa dominante de combatir y frenar los procesos revolucionarios
que superan las primeras barreras de cortafuegos de las burocracias
y partidos, ya las hemos visto en otro post. En la entrada
“tecnócratas”, hago un recorrido por los diferentes modelos que
adopta el capitalismo para frenar las tentativas revolucionarias.
La
cuarta crítica y última a este quinto punto es menos técnica.
Decir que hay que cerrar las industrias y reubicar a sus
trabajadores no se sabe muy bien dónde o cómo, hablar de vuelta al
modelo gremial y a una actividad económica tradicional sólo puede
salir de los despachos de profesores universitarios. No se entienda
esto mal. La figura de los intelectuales es importante, pero cuando
esta se separa del proceso diario real, se vuelve
contrarrevolucionaria. Imaginar el mejor de los mundos, hacer
ejercicios de ingeniería social creando construcciones al más puro
estilo de Aldous Uxley o George Orwell, sólo puede ser fruto de
cerebros de académicos. Para ellos es fácil decir, “vivid con
menos” “ganad menos”, porque sentado delante de un escritorio
absorto en desarrollar trabajos que poco tienen que ver con lo que a
su alrededor sucede, no se sufre la alienación, ni el ataque
sistemático ideologizante de la clase dominante.
El
sexto punto de esas 10 ideas enumeradas por Taibo nos devuelve a la
vieja pugna de “¿reforma o revolución?”. Emplazar todas
las exigencias (aun sin considerar su profundidad reaccionaria) al
mundo real nos deja la idea de cómo conseguimos alcanzar eso. Está
claro que como antes he explicado, obviar al capitalista, no hace
que el capitalista desaparezca, sólo lo escondes para tu
“realidad”, pero él va a seguir luchando. Eso nos devuelve a la
problemática anterior de las formas que tiene la burguesía de
parar la revolución social o cualquier acto de reforma social, caso
ejemplo que sonará por siempre, el Chile de Allende. La cuestión
de reforma o revolución es importante, y todas las ideas del
decrecimiento tal como están expuestas, se ven más en aras de un
anarquismo proeducativo kropotkiniano (a saber, la idea de que
primero hay que educar a los hombres y cuando estén educados la
gente entenderá las necesidades de deshacerse del capital y no
habrá luchas ni violencia, ni revolución). Ahora bien, el ideal
kropotkiniano de crear escuelas alrededor del mundo, libres de la
dominación capitalista y donde poder enseñar los ideales de la paz
y el apoyo mutuo entre todos los trabajadores, chocará más tarde o
más temprano con los problemas que dé al sistema. Esto quiere
decir que mientras estas escuelas no cuestionen de manera abierta al
sistema capitalista (es decir, mientras no cuestionen el PODER),
podrán crecer, financiarse con los fondos de sus miembros etc. El
ejemplo más claro de esto es que el mayor número de anarquistas y
marxistas (entrecomillados hasta límites insospechados) actualmente
está en las universidades norteamericanas, donde se dedican a hacer
profundos análisis de la situación, pero donde no cuestionan en
ningún momento la realidad del sistema, ni ofrecen una alternativa
a éste.
Los
puntos 7, 8, 9 y 10, son una repetición en el caso del 7, algo más
minuciosa del tema de la añoranza del sistema gremial y la sociedad
feudal idealizada, es decir, sin sus contradicciones como el
patriarcado o el florecimiento del libre mercado. En el caso del 8
es un acercamiento a los problemas de los países del Sur, donde se
exalta por un lado que no se les puede pedir que no consuman cuando
el norte ha estado haciéndolo salvajemente (y casi siempre
explotando la mano de obra de estos países y sus recursos
naturales), y por el otro, que si bien no se les puede pedir que no
consuman, hay que ayudarles a mantener sus formas tradicionales, es
decir, en la falsa idea de que el progreso tecnológico ha traído
la desgracia al campo, tenemos que evitárselo y que sigan
utilizando fórmulas productivamente muy atrasadas. El punto 9 no es
de cierto interés, salvo para los que se interesan por la
etimología de los conceptos. En él lo único destacable es que se
presenta el decrecimiento como la alternativa a los neoliberales, a
los keynesianos y a los marxistas productivistas. Como hemos ido
viendo a la hora de desgranar los anteriores postulados, el
decrecimiento es una alternativa, que tal como se plantea es ya de
por sí caduca. Unida a ciertas teorías de los marxistas
productivistas, y abandonando éstos el mito mileniarista, el
decrecimiento cogería una óptica mucho más realista,
dejaría de ser una construcción utópica.
El
punto 10 vincula el decrecimiento a las otras prácticas
anticapitalistas de siempre, como si el decrecimiento fuera un
agregado de importancia. En este punto estoy de acuerdo con Taibo,
si no en la forma de decrecimiento, si en el papel que le otorga. El
decrecimiento sólo es viable dentro de una alternativa mucho más
elevada de transformación de la sociedad, no es una teoría suelta
de por sí.
Sólo
como ya he dicho, unido a las teorías del marxismo revolucionario
el decrecimiento podría tener un papel en el desarrollo económico
futuro, y de hecho lo tendrá. Atrás deben quedar las teorías del
decrecimiento utópico. Debemos atender a la realidad existente, y
no añorar realidades pasadas. Debemos pensar en las potencialidades
actuales, que bajo el capitalismo son incapaces de desarrollarse. El
ser humano es capaz de todo, incluso en un planeta finito. Lo que
debemos es tener cuidado de cómo adelantamos la rueda de la
historia, y abandonar en el museo de la historia al capitalismo de
una vez por todas, y sobre todo atendiendo a que, como decía
Sacristán, no hay libertad ni igualdad alguna que realizar sobre
una Tierra convertida en un inmenso estercolero químico,
farmacéutico y radiactivo.