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Una teoría alternativa al desarrollo sostenible: decrecimiento

Eguzki Urteaga

Ciertas investigaciones insisten en los problemas sociales planteados por el desarrollo sostenible. Rompiendo con la visión económica dominante, que convierte el desarrollo en la lógica histórica de las sociedades modernas, estos análisis se preguntan sobre la especificidad del no-desarrollo que conocen ciertas regiones del planeta y sobre las posibilidades de un desarrollo alternativo al elegido por los países occidentales. Si algunos desean mantener el objetivo del desarrollo, intentando declinarlo de otra forma, otros hacen un llamamiento a rechazarlo y a crear otras perspectivas de progreso social. Nos invitan a reflexionar sobre los principales valores económicos de las sociedades de abundancia.

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IV. ¿HACIA EL DESCRECIMIENTO? 

Radicalizando todavía más el debate en torno a la noción de desarrollo sostenible, algunos economistas proponen mantener la posición contraria con respecto al objetivo de crecimiento e instaurar en su lugar un descrecimiento. Estas propuestas han despertado un gran interés y han generado una viva controversia, incluso entre los partidarios del descrecimiento. Algunos de ellos han hecho un llamamiento a rechazar la idea misma de desarrollo, acusado de ser la máscara detrás de la cual avanza la occidentalización del mundo y la mercantilización de las relaciones sociales. Es la posición mantenido por Latouche (1994) cuyo obra rechaza el desarrollo y reconstruye esta noción que tiene un contenido normativo. El desarrollo sostenible le aparece como un «concepto pretexto» que permite hacer durar el desarrollo. Latouche y los defensores del posdesarrollo proponen sustituir este objetivo por el de «descrecimiento duradero».

Por el contrario, otros autores como Harribey critican el desarrollo llevado a cabo por las políticas liberales y utilizan la noción de desarrollo sostenible para defender un modelo alternativo de desarrollo. Antes de instaurar una desaceleración del crecimiento, las relaciones de producción capitalista deben ser cambiadas y las desigualdades de riqueza deben ser combatidas, teniendo en cuenta que un periodo de recuperación debe ser acondicionado para que las poblaciones que lo necesitan puedan ver aumentar su nivel de vida. En ambos casos, más allá de las oposiciones que afectan en particular al análisis del capitalismo, se trata de reinventar un imaginario en materia de cambio social.

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1. El descrecimiento

El término de descrecimiento está asociado a la obra de Georgescu-Roegen (1993), considerado como un economista del desarrollo. Su principal mérito ha sido reflexionar sobre la termodinámica del desarrollo occidental. Pone el énfasis en las innovaciones técnicas fundamentales que han permitido a la humanidad utilizar nuevas fuentes de energía. Desde ese punto de vista, la historia humana solo ha conocido algunos momentos decisivos: la domesticación del fuego, la utilización de las energías fósiles y la sucesión del carbón y del petróleo. El problema de estas técnicas estriba en que acaban agotando el combustible que las hacen vivir, lo que conduce a una concepción trágica de la historia de la humanidad que está marcada por las luchas que enfrentan los individuos a los Estados para poseer los recursos energéticos y materiales. Esta perspectiva conduce a reconsiderar la revolución industrial como elemento esencial del imaginario desarrollista. Estudiando las primeras máquinas a vapor, en el inicio del siglo XIX, la revolución de la capacidad productiva que inducen modifica la relación del ser humano a la naturaleza.

Se trata de oponer un pensamiento de los límites a esta desmesura. Georgescu-Roegen es uno de los únicos economistas en haber reconocido la pertinencia del primer informe del Club de Roma y sus críticas se han limitado a aspectos menores. Sin embargo no está convencido ni por el estado estacional ni por la noción de desarrollo sostenible. Preconiza el descrecimiento, aún siendo consciente de la necesidad primordial de mejorar las condiciones materiales de las poblaciones pobres. No ha cesado de recordar que, cada vez que se produce un automóvil, se utilizan cantidades de baja entropía que podrían ser usadas para fabricar carros y palas útiles para los campesinos del tercer mundo. A la espera de hipotéticas técnicas susceptibles de tomar el relevo de las que utilizan las energías fósiles, pone de manifiesto las medidas destinadas a reducir el derroche y a minimizar los arrepentimientos futuros, permitiendo que las dotaciones energéticas y materiales duren lo más tiempo posible. Para ello, hace un llamamiento a recurrir a innovaciones técnicas así como a un encuadramiento de los recursos por instrumentos cuantitativos que permitan poner en marcha una estrategia de con-servación general planificado a nivel mundial. Sin embargo, Georgescu-Roegen insiste en la necesidad de actuar sobre la demanda de los productos en lugar en incidir sobre la oferta.

2. La sociabilidad

Por ciertos aspectos, estas propuestas se asemejan a la crítica del crecimiento elaborado por Illich (1973) que pone el énfasis en los límites organizativos a los que se enfrenta la creación de los nuevos bienes. La tesis central de Illich es que la «religión del crecimiento» legitima un proyecto tecnicista que aspira a que la fabricación industrial de la existencia sustituya el invento de la vida por los individuos. Existen dos modos de producción de los valores de uso: un modo autónomo, por el cual los individuos responden por ellos mismos a sus necesidades y un modo heterónomo que produce mercancías puestas a la disposición de las personas por el intermediario de un mercado o de una institución no-mercante. Pero, debido a su eficacia, el modo heterónomo tiene cierta tendencia a imponerse al modo autónomo hasta convertirse en un «monopolio racial», es decir en una situación donde la producción industrial destruye cualquier posibilidad de recurrir a otros medios para satisfacer sus necesidades. A partir de este umbral, se observa una contra-productividad, en el sentido de que las instituciones acaban produciendo lo contrario de lo que deberían producir. Sin embargo, privado de su autonomía, cortado de los demás y del mundo, el individuo no tiene otras posibilidades que de dirigirse a la industria, lo que reduce más aún su autonomía y refuerza la obligación de consumir servicios producidos industrialmente. La búsqueda del bienestar conduce a una pérdida de control cada vez más grande de su existencia por parte de los individuos.

Ante esta evolución, Illich hace un llamamiento a los individuos para que retomen el control de sus vidas y construyan una sociedad sociable, donde las personas controlen los instrumentos que les rodean0. No es cuestión de hacer desaparecer la técnica moderna sino de preguntarse sobre sus excesos. La sinergía entre los modos de regulación autónomo y heterónomo solo es posible dentro de algunos límites, lo que nos conduce a plantear el problema de la definición de los umbrales de desarrollo a partir de los cuales la articulación entre estos dos modos de regulación es imposible. La determinación del límite no es fácil. El debate sobre el control de los instrumentos debe ser objeto de una deliberación popular y no quedar entre las manos de los expertos y especialistas. Según Illich, solo una reducción del consumo energético permitirá acceder a unas sociedades democráticas, lo que supone una autolimitación de las necesidades y la elaboración de una norma de lo que es suficiente. No es cuestión de renunciar a los placeres, sino de eliminar aquellos que perjudican la relación al prójimo. Si esta problemática es válida para los países industrializados, interesa también a los países del tercer mundo por la posibilidad que ofrece de no pasar por la era industrial, sino de acceder directamente a un «equilibrio posindustrial».

3. Una norma de lo que es suficiente

Esta búsqueda de autonomía de los individuos conduce igualmente a considerar de manera crítica los lazos históricos y psicosociológicos que unen el productivismo, el consumismo y la organización del trabajo. Gorz (1988) recuerda como los primeros industriales han tenido dificultades para lograr por parte de los obreros un trabajo continuo, regular y a jornada completa, a pesar de prometerles sueldos más elevados. Semejante resistencia se encuentra hoy en día en los países en vía de desarrollo. Hasta entonces, estos obreros trabajaban el tiempo que les era necesario para atender a sus necesidades. Esta limitación de las necesidades permitía una autolimitación del esfuerzo de cada uno y el trabajo de todos. Basándose en las posibilidades ofrecidas por la técnica, ha desposeído los trabajadores de los instrumentos de producción, del producto de su trabajo y del trabajo mismo para que la producción pueda emanciparse de la suficiencia.

El invento de la fábrica ha permitido la modificación de la relación a la naturaleza y el empoderamiento del capitalista sobre el proceso productivo. Ha disminuido el sueldo de los obreros para que trabajen más de lo necesario y, poco a poco, se ha instaurado una disyunción entre el tiempo laboral y el tiempo privado. La pérdida de sentido se ha instalado, dado que el trabajo es vivido por la mayoría de estos individuos como la manera de ganar un salario. Paralelamente, se ha asistido a la creación de un número creciente de necesidades a satisfacer, puesto que los individuos compran ciertos productos por falta de tiempo para poder realizar estas tareas ellos mismos. El consumo mercante ha aumentado igualmente con el juego de un fenómeno de compensación existencial.

La salida de esta dinámica obliga a aceptar ciertas renuncias. El reto actual según Gorz es instaurar políticamente una norma de lo que es suficiente relativamente a las condiciones de vida contemporáneas. Esta reducción del consumo mercante, este descrecimiento de la economía pasa por un reparto diferente de las mejoras de productividad y una reducción del tiempo de trabajo, concebida como una política a largo plazo, siempre y cuando se garantice una renta suficiente independientemente de la duración del trabajo y que se produzca una redistribución del trabajo de manera que todo el mundo pueda trabajar menos y mejor. Este tiempo liberado debe permitir una autonomía de los individuos, la autoproducción, la constitución de redes, de solidaridades, de cooperaciones y de inversiones en el ámbito político. En otros términos, se trata de definir de nuevo las fronteras de la racionalidad económica y de las relaciones mercantes, las que deben ser puestas al servicio de otras cosas que no sean ellos mismos y de favorecer la creación de un sistema poscapitalismo.

V. CONCLUSIÓN

El desarrollo sostenible conduce a replantear la cuestión del desarrollo, sabiendo que se trata de una perspectiva teórica que ha tenido cierta tendencia a desaparecer desde los años 1980, especialmente como consecuencia del auge de las propuestas neoclásicas en materia de crecimiento y de comercio internacional. Las cuestiones de la modificación de las relaciones sociales y de las representaciones asociadas así como de las posibilidades ofrecidas por otros tipos de desarrollo siguen vigentes. Ello nos conduce a preguntarnos sobre las evoluciones contemporáneas del capitalismo así como a comprender el sentido de las protestas y luchas sociales que se producen hoy en día tanto en el Norte como en el Sur. Si las aspiraciones a cambiar el mundo para convertirlo en más solidario están presentes, las vías a seguir no están trazadas. La complejidad proviene en parte de la ampliación del abanico de temas a abordar que mantienen una relación con el desarrollo sostenible. Así, la cuestión del lugar de trabajo en las sociedades contemporáneas conduce a preguntarse sobre las modalidades de funcionamiento de los sistemas de protección social, lo que lleva a abordar los problemas de financiación de la economía.

Es preciso reconocer que las cuestiones políticas planteadas no tienen contestación. ¿Cómo se puede saber, si conviene recurrir a ciertas formas de planificación en materia de gestión de los recursos naturales, si es necesario trabajar a favor del advenimiento de una democracia técnica, si es útil repartir el empleo de otra forma o si es indispensable definir difieren. En lo que respecta al último objetivo, Illich evoca algo que se parece a la conversión religiosa, mientras que otros consideran que es el papel de la negociación colectiva llevada a cabo por los sindicatos, la patronal o el gobierno, cuando los últimos apuestan por confiar en los colectivos menos institucionalizados y en formas de militancia menos convencionales.

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