Carlos Fresneda visita la Fundación Findhorn, un proyecto que empezó en los sesenta como un simple huerto ecológicoy que ha evolucionado con el tiempo hasta convertirse en un modelo de comunidad sostenible único en el planeta.
Escocia es diferente. Edimburgo despunta en el horizonte y algo empieza a agitarse. El terreno se vuelve más agreste, el viento sopla fuerte, el clima se hace aún más cambiante. Todo se intensifica en los sentidos y en la mente. Y la extraña vibración se hace aún más fuerte subiendo hacia las Tierras Altas, rumbo al lejano norte, donde se produce esa mágica fusión de paisaje y paisanaje.
Aquí, en la bahía de Findhorn, a tiro de piedra de la remota Inverness, echaron raíces en 1962 Peter y Eileen Caddy y su amiga Dorothy Maclean. Se conocieron cuando trabajaban en el hotel Cluny Hill de Forrest y sintieron algo así como “la llamada espiritual de la naturaleza”. Acabaron viviendo en una modesta caravana, y cultivando todo lo que podían en un terreno -hasta entonces baldío- que no tardó en convertirse en uno de los mayores reclamos del norte del Escocia, por los repollos de 20 kilos y demás prodigios vegetales.
Medio siglo después, el legendario huerto de Peter, Eileen y Dorothy (que aún vive por aquí cerca a sus 92 años) sigue dando sus frutos en el mismo lugar, junto a la mítica caravana verde, en un mágico jardín comestible protegido ahora por los duendes y por un cartel en la puerta donde puede leerse: “Amor en acción”. Así le llaman aquí al “trabajo”.
La Fundación Findhorn tiene algo del otro mundo posible. Lo que empezó como un simple huerto orgánico y como un santuario donde se venera a la naturaleza, ha cuajado con el tiempo en un modelo de comunidad sostenible único en el planeta, alimentado por el espíritu de sus más de 300 habitantes y por una población flotante de 3.000 visitantes al año, venidos de todas las partes del mundo para participar en cursos de permacultura, desarrollo sostenible, meditación activa, cambio de conciencia, activismo sutil, transición y “resiliencia”…
El principio de co-creación con la naturaleza, que tanto impregnó a sus tres fundadores, sigue vivo al cabo de las décadas. Pero todo lo demás ha evolucionado con los tiempos y ha sabido trascender el estigma de lo “alternativo”. Aquí se demuestra de una manera palpitante y práctica eso que llaman “el espíritu del futuro”.
En Findhorn se inauguró en 1989 la primera turbina eólica que aportaba el 20% de la energía, reemplazada ahora por tres aerogeneradores con una potencia total de 750 kilovatios (la mitad de la energía se vende a la red). Los habitantes de la ecoaldea fueron también pioneros en la instalación de placas fotovoltaicas, muy útiles en las largas horas de sol del verano septentrional.
En 1995 se construyó en un invernadero la primera “Máquina Viva”, ideada por el biólogo canadiense John Todd, para depurar de un modo natural hasta 65 metros cúbicos de agua al día (el equivalente a las aguas residuales de 330 personas). En el 2002 entró en funcionamiento el Eko, la moneda social usada en las más de 30 empresas y organizaciones vinculadas a la fundación. Y en el 2010 se inauguró la caldera de biomasa, para calentar todos los edificios comunes durante los largos inviernos.
“El secreto de Findhorn está quizás en su capacidad para cambiar constantemente, que es precisamente la primera ley de la naturaleza”, sostiene Mari Hollander, que lleva vinculada a la fundación desde los años setenta. “Los tres fundadores supieron soltar las riendas y pasar el testigo a las siguientes generaciones. No hemos tenido 'gurús'. No practicamos un credo en particular, aunque nos guíamos por unos valores, lo que aquí llamamos el 'terreno común', que van desde una práctica espiritual (la que sea) a la no violencia, pasando por el espíritu de servicio, el crecimiento personal, la cooperación y la no violencia”.
“Todo ha evolucionado en estas décadas de un modo muy orgánico”, recuerda Mari Hollander. “Aunque hemos pasado nuestros momentos difíciles, y crisis como la que nos ha afectado a todos en estos últimos años. Pero la resiliencia es otra de las lecciones de la naturaleza, y siempre hemos encontrado la forma de salir adelante”.
Sorprende en Findhorn la mezcla proverbial de lo privado y lo compartido, y éste es quizás otro de los secretos. La pequeña comunidad de casas construidas con barracas recicladas de whisky se da la mano con la casa portátil ultraeficiente, la casa solar o la casa de balas de paja. La oficina del Trees for Life (volcada en la reforestación del bosque de Caledonia) deja paso al taller de cerámica, al laboratorio de Esencias Florales de Findhorn, al Universal Hall o al Moray Art Centre, convertidos en referencias culturales obligadas del norte de Escocia.
“Muchos trabajamos para la comunidad, otros trabajan fuera”, explica Mari Hollander. “Los límites son muy fluctuantes. Unos viven en la ecoaldea, otros en las cercanías. Vamos y venimos. Y todos los años pasan por aquí cientos de personas de más de 40 países que van dejando su impronta, y eso también se nota”.
El mallorquín Juan del Río, fundador de Transición Sostenible, llevaba años sintiendo la “llamada” de Fidnhorn y en octubre del 2012 hizo la mochila, rumbo al lejano norte: “Me atraía mucho conocer la comunidad de las Highlands escocesas y pasar un tiempo en una de las ecoaldeas con más historia del viejo continente. Se presentó al oportunidad coincidiendo con el 50 aniversario, y la excusa fue un curso de un mes sobre diseño sostenible organizado por Gaia Education, en el que se explorarían las cuatro dimensiones de la sostenibilidad: social, ambiental, económica y visión del mundo”.
“La experiencia fue increíble y pude compartirla con compañeros de todo el mundo, desde Brasil, hasta Canadá, Finlandia o Grecia”, recuerda Juan. “Aprendimos desde dentro lo que es un ejemplo vivo de comunidad, conocimos a muchos de sus miembros y nos adentramos en sus pequeños secretos, como la “boutique": una pequeña casita abierta a cualquier hora todo el año donde uno puede dejar y coger lo que desee, ropa, herramientas. También recuerdo mis visitas frecuentes al templo de la naturaleza, una construcción de piedra con tejado verde que transmite una tremenda paz y sirve para reconectarte con el mundo natural”.
“Es uno de esos lugares a los que siempre querrás volver en el futuro”, asegura Juan del Río. “Son tierras frías, pero el calor humano, el compañerismo y la colaboración hacen de Findhorn un pequeño punto de esperanza en los tiempos que corren."
Fidnhorn está lleno de espacios para la meditación, la reflexión o la celebración. Dejamos atrás el Jardín Tranquilo y llegamos a la cámara natural de canto, semiexcavada en el bosque. El santuario de la naturaleza es como una casa de los hobbits, con tejado verde y un increíble lucernario.
La mano humana y los brazos del bosque trabajan con denuedo y nos van marcando el camino hacia la última parada: la celebración de la cosecha en Cullerne Garden, la granja biodinámica que abastece a toda la comunidad y en la que tal día como hoy están de fiesta.
Niños y no tan niños revolotean a pie y en bicicleta alrededor de las banastas con tomates, coles y calabazas. Suenan los tambores, se va formando un círculo. La maestra de ceremonias incita a los futuros comensales a acercarse a los frutos del campo, y a romper la separación material que existe tan sólo en nuestras cabezas: “Todos somos Tierra”.
Volveremos a Escocia. Volveremos a Findhorn…
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