Aunque las funciones que ejercemos mujeres y hombres en el mundo (caminar, pensar, etc.) sean idénticas, la experiencia de vivir en un cuerpo sexuado femenino es distinta de la experiencia de vivir en un cuerpo sexuado masculino.
“De ahí que ella represente un misterio en una cultura que pretende enumerarlo todo, cifrarlo todo en unidades, inventariarlo en individualidades. Ella no es ni una ni dos. No se puede en rigor, determinarla como una persona, pero tampoco como dos. Ella se resiste a toda definición adecuada. Por otra parte, no tiene nombre ‘propio’. Y su sexo, que no es un sexo, es contabilizado como no sexo. Negativo, revés, reverso del único sexo visible y morfológicamente designable (aun cuando esto plantee algunos problemas de pasaje de la erección a la detumescencia): el pene”
El sexo que no es uno. Luce Irigaray.
“La mujer no se halla en una relación dialéctica con el mundo masculino. Las exigencias que viene clarificando no implican una antítesis, sino un moverse en otro plano.”
Escupamos sobre Hegel. Carla Lonzi.
“La característica principal de los productos culturales de las mujeres es precisamente el no ser nunca mera producción intelectual –de escritos, imágenes, sonidos-, sino también siempre presencia física, sexual y material, de personas de cuerpos, de gestos, de espacios.”
Memoria. Paola di Cori.
La diferencia tiene, pues, que ver con la decibilidad de la propia experiencia de sí y del mundo, que produce sentido de sí y del mundo. El significado que se da al propio ser mujer. Y es, por tanto, del orden simbólico
Es el mundo entero al que se pretende dar a luz (ese ‘traer al mundo el mundo’). Y darle a luz a medida humana femenina.
Para saber más: Nombrar al mundo en femenino. María Milagros Rivera Garretas.
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