John Michael Greer - Foro Crash Oil
Puede ser difícil recordar en estos días que no mucho más de medio siglo
atrás, la filosofía era algo sobre lo que se podía leer en revistas de
temática generalista y en los mejores periódicos. El filósofo
existencialista Jean-Paul Sartre era una celebridad internacional; la
publicación póstuma de la obra de Pierre Teilhard de Chardin "Le
phenomenon humaine" (la traducción inglesa, previsiblemente, fue
titulada "The Phenomenon of Man" -NdT. en español "El fenómeno humano")
tuvo significativa atención en la cobertura mediática; La colección
Vintage Books de la editorial Random House proporcionaba ediciones
baratas para el público general the los principales escritos filosóficos
desde Platón hasta Nietzsche y más allá, y ganaban dinero con ello.
Aunque la filosofía nunca fue en realidad parte de la corriente
principal de la cultura, tuvo el mismo tipo de seguimiento que el jazz
de vanguardia o la ciencia ficción. En una fiesta de cóctel lo
suficientemente grande tenías bastantes oportunidades de encontrarte a
alguien que anduviera sobre ello, y si sabías dónde mirar en una gran
ciudad -o en cualquier ciudad universitaria con pretensiones de cultura
intelectual, para el caso- podías encontrar al menos un bar o una
librería, o un café-tertulia nocturno donde geeks de la filosofía
charlaban y hablaban seriamente durante horas de Kant o Kierkegaard. Aún
más, tal nivel de interés en la materia fue algo bastante estándar en
el mundo occidental durante mucho tiempo.
Hemos recorrido una larga senda desde entonces, y en una
dirección no particularmente útil. Hoy día, si oyes a alguien hablar
sobre filosofía en los medios, probablemente sea un científico
materialista como Neil deGrasse Tyson (NdT: Astrofísico, más conocido en
el gran público por haber presentado la nueva entrega de la serie
documental Cosmos, cuya serie original presentó Carl Sagan)
despotricando sobre por qué toda la filosofía es un sinsentido. El
trabajo ocasional de exégesis de la filosofía todavía ocupa una o dos
páginas en el New York Review of Books de vez en cuando, pero el interés
popular en la materia se ha desvanecido, y más que desvanecido: el tipo
de ignorancia truculenta sobre la filosofía mostrado por Tyson y muchos
de sus colegas se ha convertido entre los aficionados a las tertulias
en algo tan común como el interés que el tema tuvo en el pasado.
Como en la mayoría de los eventos humanos, la decadencia de la
filosofía en los tiempos modernos estaba predeterminada; como la víctima
de la novela policíaca a la que se disparó, estranguló, apuñaló,
envenenó, golpeó en la cabeza con una tubería de plomo y después se
lanzó desde lo alto de un puente para que se ahogara, hubo más causas
para la muerte de las que en realidad se necesitaban. Parte del
problema, ciertamente, fue la explosiva expansión de la industria
académica en los EE.UU. y en cualquier otra parte en la segunda parte
del siglo XX. En un tiempo en el que cada escuela de magisterio aspiraba
a convertirse en universidad y cada universidad estatal soñaba con
rivalizar con las universidades de la Ivy League, un departamento de
filosofía era un símbolo esencial de estatus (NdT. La Ivy League es la
liga deportiva que agrupa a las universidades de más prestigio de la
costa este de EE.UU., a saber: Universidad de Brown, Universidad de
Columbia, Universidad Cornell, Darmouth College, Universidad de Harvard,
Universidad de Pensilvania, Universidad de Yale y Universidad de
Princeton). La expansión resultante del campo de la filosofía no fue
necesariamente seguida del incremento equivalente en genuinos filósofos,
pero ciertamente fue seguido de la transformación de los profesores de
filosofía contratados en una casta profesional que, como suele ocurrir
con tales castas, defienden su estatus adoptando una jerga impenetrable e
ignorando o rechazando cualquier intento de participación desde el
exterior de su hermético círculo.
Otro factor fue el auge del tipo de materialismo científico
beligerante ejemplificado, como se dijo antes, por Neil deGrasse Tyson.
La investigación científica en sí misma es filosóficamente neutra -es
posible hacer ciencia desde cualquier punto de vista filosófico- pero el
reclamo central del materialismo científico, la insistencia dogmática
en que aquellas cosas que pueden ser investigadas utilizando el método
científico y explicadas por las actuales teorías científicas son las
únicas cosas que pueden existir, depende de postulados metafísicos
arbitrarios que fueron comprensiblemente desaprobados por los filósofos
de hace más de dos siglos (bueno, hablaremos de esos postulados y sus
problemas más tarde). Así pues el ascendente del materialismo científico
en la cultura poco menos que obligó a despreciar la filosofía.
Hubo también muchos otros factores, la mayor parte sin relación
con la propia filosofía como los ya citados. Sin embargo, la filosofía
misma también carga con su parte de responsabilidad en su decadencia.
Desde el siglo XVII y alcanzando su punto crítico en el XIX, la
filosofía occidental abandonó su senda -algo que las tradiciones
filosóficas de otras culturas hicieron mucho tiempo antes con similares
consecuencias- y los filósofos y sus audiencias eligieron el camino que
se dirigía a su presente eclipse. No es una elección irreparable, y hay
mucho que ganar revirtiéndola, pero hará falta bastante trabajo duro
intelectual y una voluntad de abandonar algunos shibboleths muy
populares para volver sobre el error y deshacerlo (NdT. Shibboleth hace
referencia a aquellas expresiones que permiten distinguir a los miembros
de un grupo. Hace referencia a una anécdota bíblica en la que se
utilizó la forma de pronunciar la palabra hebrea shibboleth para
distinguir el origen geográfico del hablante. En el contexto del
artículo se refiere a las expresiones que utilizan los distintos
círculos académicos que los distinguen de otros. En inglés shibboleth se
utiliza también como sinónimo de santo y seña).
Para ayudar a entender lo que sigue, una metáfora concreta podría
ser útil. Si estás en un lugar en el que hay ventanas cerca,
especialmente si no están demasiado limpias, ve y echa una mirada a
través de ella. Luego, cuando lo hayas hecho durante un minuto o así,
cambia tu punto de vista y mira a la ventana en lugar de a través de
ella, de modo que puedas ver el color del cristal y del polvo o suciedad
adherido a él. Repite el proceso unas cuantas veces hasta que seas
capaz de entender el cambio al que me refiero: mirando a través de la
ventana ves el mundo, mirando a la ventana ves el medio a través del que
ves el mundo - y podrías descubrir que algo de lo que tú creías que era
el mundo a primera vista, en realidad estuvo en el cristal todo el
tiempo.
Eso fue, en efecto, el gran cambio que sacudió la filosofía
occidental hasta sus cimientos a principios del siglo XVII. Hasta ese
momento la mayoría de los filósofos del mundo occidental partían de un
conjunto de presupuestos no demostrados sobre lo que era la verdad, y
usando las herramientas de la evidencia y el razonamiento trataban de
llegar de esos presupuestos a un conocimiento más o menos completo del
mundo. Se interesaban en lo que los filósofos llaman metafísica: una
investigación razonada en los principios básicos de la existencia. Ese
es el enfoque de cualquier tradición filosófica en sus primeros tiempos,
antes de que los resultados confusos de la búsqueda metafísica
reorienten la atención de "¿Qué existe?" hacia "¿Cómo podemos saber qué
existe?". La metafísica deja paso entonces a la epistemología: la
búsqueda razonada de lo que los seres humanos son capaces de saber.
Esa reorientación sucedió en la filosofía griega alrededor del
siglo IV a.C., en la filosofía india sobre el X a.C., y en la filosofía
china un poco antes que en Grecia. En cada caso, los filósofos que
habían estado ocupados construyendo elegantes explicaciones al mundo
sobre la base de un conjunto de asunciones culturales no demostradas, se
encontraron de repente cara a cara con cuestiones difíciles sobre la
validez de dichas asunciones. En términos de la metáfora sugerida antes,
estaban haciendo todo tipo de suposiciones sobre lo que veían a través
del cristal y de repente se dieron cuenta de que los colores que le
habían atribuido al mundo tenían en realidad una contribución del
cristal y el polvo adherido a él, la gran silueta negra que parecía
moverse con un propósito a través del cielo era en realidad un
escarabajo que se movía en el exterior de la ventana, y así todo.
La misma reorientación se inició en el mundo moderno con René
Descartes, quien hizo el famoso intento de empezar sus exploraciones
filosóficas dudando de todo. Es algo más fácil de decir que de hacer, y
para el ojo moderno los discursos de Descartes están surcados por
asunciones no demostradas, pero el primer intento ya estaba hecho, y se
harían otros. Un trío de epistemólogos de las Islas Británicas -John
Locke, George Berkeley y David Hume- se lanzaron a lo que a Descartes le
dio miedo pisar, demostrando que lo que se veía desde la ventana tenía
mucho más que ver con el cristal de la ventana que con el mundo
exterior. El paso final lo dio el filósofo alemán Immanuel Kant, quien
sometió la percepción humana y el conocimiento racional a un cuidadoso
escrutinio y explicó que la mayor parte de aquello en lo que pensamos
como "ahí fuera", incluyendo las realidades tan duras como el tiempo y
el espacio, son en realidad artefactos de los procesos con los que
percibimos las cosas.
Mira a un objeto cercano, digamos una taza de café. Tú
experimentas la taza de café como algo sólido y real, externo a ti:
viéndola sabes que puedes ir y tomarla; y el modo en que percibes los
procesos que te permiten percibirla es algo pasivo, una ventana
transparente a una realidad externa. Es lo normal, y hay buenas razones
para que experimentemos el mundo de esa manera, pero no es lo que ocurre
en realidad.
Lo que ocurre en realidad es que un pequeño flujo de información
visual está fluyendo hacia tu mente en forma de pulsos fragmentarios de
color y forma. Tu mente los une en una imagen mental de una taza de
café, usando recuerdos de ella y de otras tazas de café, y de un cierto
número de otras cosas también, como un patrón sobre el que los pulsos
recibidos deben ordenarse. Arthur Schopenhauer, sobre el que hablaremos
mucho a medida que avancemos, le di al proceso el que hablamos el nombre
de "representación". Cuando miras la taza de café no estás mirando
pasivamente la taza tal y como existe, estás representando activamente
-literalmente re-presentando- una imagen de la taza en tu mente.
Hay ciertas situaciones especiales en las que puedes observar el
trabajo de la representación mientras ocurre. Si te has despertado
alguna vez en una habitación con la que no estás familiarizado durante
la noche, y han pasado algunos segundos antes de que las oscuras
siluetas desconocidas a tu alrededor se conviertan en muebles comunes,
has tenido una de esas experiencias. Otra viene proporcionada por el
tipo de ilusión óptica que puede ser vista como dos cosas distintas. Con
un poco de práctica puedes alternar entre un modo de ver la ilusión y
el otro, y ver el proceso de representación mientras sucede.
Lo sorprendente de una conclusión como la expuesta es que es
bastante sencillo probar que la taza tal y como la representamos tiene
poco en común con la taza tal y como existe "ahí fuera". Puedes probarlo
por medio de la ciencia: la taza "ahí fuera", de acuerdo con la
evidencia laboriosamente recogida por los físicos, consiste en una
intrincada matriz de campos de probabilidad cuántica y ondulaciones en
el espacio-tiempo, que nuestros sentidos sistemáticamente perciben de
modo erróneo como un objeto sólido con cierto color, textura etc.
También lo puedes probar, mientras ocurre, mediante una profunda
introspección sostenida -así es como lo hicieron los filósofos indios en
la época de los upanishads- y lo puedes probar de igual manera mediante
un análisis lógico lo suficientemente riguroso de las bases del
conocimiento humano, que es lo que hizo Kant.
La dificultad aquí, por supuesto, es que una vez que has
descubierto esto lo que has hecho es básicamente dinamitar cualquier
oportunidad de seguir la pista del tipo de metafísica que es tradicional
en el periodo formativo de tu tradición filosófica. Kant se dio cuenta
de esto, y es por lo que tituló al más despiadado de sus análisis
"Prolegómenos a cualquier futura metafísica"; lo que quería decir con
ello era que cualquiera que quisiera intentar hablar acerca de lo que
realmente existe haría bien en estar preparado para responder algunas
preguntas extremadamente difíciles primero. Cuando las tradiciones
filosóficas afrontan su crisis epistemológica, algunos filósofos aceptan
consecuentemente los límites del conocimiento humano, entierran la
metafísica y buscan alguna otra cosa más útil que hacer - una búsqueda
que por lo general conduce a la ética, el misticismo o ambos. Otros
filósofos redoblan sus esfuerzos en la metafísica y o tratan de
encontrar un rodeo a la barrera epistemológica, o simplemente la
ignoran, y es esta última opción la que la mayor parte de los filósofos
occidentales posteriores a Kant eligió. A dónde lleva esto- bueno, lo
veremos más tarde.
Por el momento quiero enfocarme con un poco más de atención en
la crisis epistemológica en sí misma, porque hay ciertas formas muy
comunes de entenderla mal. Una de ellas la recuerdo con cierta
incomodidad porque la cometí yo mismo en mi primer libro publicado,
Paths of Wisdom. Es el tipo de argumento que ve los órganos sensoriales y
el sistema nervioso como la razón para el salto entre la realidad
exterior -la "cosa en si" (Ding an Sich), como la llamaba Kant- y la
representación tal y como la experimentamos. Es superficialmente muy
convincente: el ojo recibe luz en ciertos patrones y convierte esos
patrones en una cascada de impulsos electroquímicos corriendo a través
del nervio óptico, y los centros visuales del cerebro doblan, tallan y
mutilan los resultados para convertirlos en la imagen que vemos.
¿La dificultad? Cuando miramos una luz, un ojo, un nervio
óptico, un cerebro, no estamos viendo las cosas en sí mismas, estamos
viendo otro juego de representaciones, construidas de un modo tan
arbitrario en nuestra mente como cualquier otra representación.
Nietzsche se divirtió con esto: "¿Cómo? ¿y otros llegan aún más lejos
diciendo que el mundo externo es el trabajo de nuestros órganos? ¡Pero
entonces nuestro cuerpo, como parte de ese mundo externo, será también
parte del trabajo de esos órganos!" Eso es decir que nuestro cuerpo es
también una representación - o, más exactamente, el cuerpo tal y como lo
percibimos es una representación. Esto tiene otras implicaciones, pero
ya llegaremos a ello en un futuro artículo.
Otro malentendido común sobre la crisis epistemológica es pensar
que significa que tu mente consciente construye el mundo, y puede
hacerlo en cualquier forma que lo desee. No es así. Mira la taza otra
vez. ¿Puedes hacer, mediante un acto consciente, que a la taza le salgan
alas y revolotee gorjeando alrededor del escritorio? Por supuesto que
no (aquellos que no estén de acuerdo deberían estar prestos a mostrar su
trabajo). El punto crucial aquí es que la representación no es ni una
actividad consciente ni una actividad arbitraria. En buena medida parece
estar cableada en nuestra mente, y la mayor parte del resto se aprende
muy pronto al inicio de la vida -cada uno de nosotros pasa sus primeros
años aprendiendo cómo hacerlo, y los científicos como Jean Piaget han
descrito en detalle los procesos mediante los cuales los niños aprenden
gradualmente a construir el mundo en la forma significativa en que su
cultura espera que lo hagan.
Para cuando llegas a ser adulto lo haces instantáneamente, sin
un mayor esfuerzo consciente el que requieres en este momento para
extraer significado de esos pequeños garabatos de la pantalla de tu
ordenador a los que llamamos "letras". Buena parte del proceso de
aprendizaje, a su vez, implica encontrar correlaciones significativas
entre los bits de información sensorial y transformarlas en
representaciones -así has aprendido que cuando consigues los bits de
información visual que normalmente ensamblas como la taza de café,
puedes alcanzarla y obtener los bits de información táctil que
normalmente ensamblas como la sensación de tomar la taza, seguida de
ciertas sensaciones de movimiento, seguidas de ciertas sensaciones de
sabor, temperatura, etc. correspondientes con beber el café.
Y eso es por lo que Kant incluye "la cosa en sí" en su cálculo:
parece haber en realidad algo que da origen a los datos que ensamblamos
en nuestras representaciones. Es como si la ventana a través de la que
hemos estado mirando se comportase también como un espejo de una
atracción de feria: impone tanto de si misma a los datos que pasan a
través de ella que es casi imposible extraer conclusiones firmes acerca
de la forma que hay "ahí fuera" a partir de nuestras representaciones.
Lo más que podemos hacer, la mayor parte del tiempo, es ver qué
representaciones nos permiten predecir mejor lo que la siguiente serie
de información sensorial fragmentada incluirá. Eso es lo que hace la
ciencia, cuando sus practicantes son honestos consigo mismos acerca de
sus limitaciones -y es perfectamente posible hacer buena ciencia sobre
esa base, por cierto.
Es posible hacer mucho trabajo intelectual sobre esa base, de
hecho. Desde la edad dorada de la antigua Grecia, directamente hasta el
final del Renacimiento, un campo que la erudición ha olvidado casi
completamente -los topos (lugares comunes)- fue una parte importante de
la educación general, el tipo de cosa que se estudiaba como materia una
vez que se terminaba la escuela gramática. Los Topos son el estudio de
aquellas cosas que no pueden ser probadas lógicamente, pero que son
ampliamente aceptadas como más o menos ciertas, y por eso pueden ser
usadas como "lugares" (en griego, tópoi) sobre los cuales puedes basar
una línea argumental. Lo más importante de ello son los lugares comunes
que utilizamos todo el tiempo como base para nuestro pensamiento y
discurso; en términos modernos, podríamos imaginarlos como "cosas sobre
las que existe un consenso general". No son verdades, son aproximaciones
útiles a la realidad, cosas elaboradas para funcionar durante la mayor
parte del tiempo, cosas que apartar a un lado sólo si tienes una buena
razón para ello.
(NdT: en español se habla de "Topos" o "lugares comunes". Son
tópicos argumentales recurrentes que permiten denotar un contexto
perfectamente conocido tanto por el que discursa como por su público,
constituyendo así un punto de encuentro entre ambas partes que no
necesita ser explicado, y que puede constituir la base sobre la que se
construya un discurso sin necesidad de clarificar las premisas.
Literariamente el "locus amoenus" o "la edad de oro" podrían ser tópicos
que permitían construir poemas o discursos literarios sin necesidad de
más descripción, por ejemplo. Desde el punto de vista de la filosofía,
en Aristóteles los topos se identifican con las definiciones aceptadas
de los objetos, constituyendo la base de la atribución -asignación de
cualidades- y siendo un hecho contextualizado en base a ciertas
coordenadas sociales. Para el aristotelismo, además, el tópoi reemplaza
al concepto platónico de la idea, con lo que el conocimiento pasa de ser
completamente objetivo y ajeno al humano, e infundido en la mente
mediante la anamnesis platónica, a convertirse en un conocimiento
intersubjetivo, en el que el ser humano es parte activa, y que se
construye en común con la sociedad en la que se desenvuelve el
individuo. Es a esto a lo que se refiere Greer)
La ciencia podría haber sido vista como una forma de expandir el
rango de topos útiles. Eso es, después de todo, lo que hace un
experimento científico: contesta la pregunta "Si hago esto ¿qué
sucede?". Como resultado de la suma de experimentos terminas por obtener
un consenso -usualmente un consenso aproximado, porque no es usual que
los experimentos repetidos obtengan siempre exactamente el mismo
resultado, pero nada menos que un consenso- que es aceptado por la
comunidad científica como una aproximación de la realidad que puede ser
dejada de lado sólo si tienes una buena razón para ello. Hasta un cierto
punto muy significativo esa es la forma en que la ciencia es practicada
en realidad -bueno, cuando no ha sido irremediablemente corrompida por
intereses económicos o políticos- pero no es el rol social que la
ciencia ha venido a ocupar en la sociedad industrial moderna.
He escrito aquí varias veces acerca de la trampa en la que las
instituciones científicas se han metido solas en las últimas décadas,
con la ayuda entusiasta de los beligerantes científicos materialistas
antes mencionados. Figuras públicas de la comunidad científica insisten
rutinariamente en que el consenso científico sobre cualquier materia es
algo que debe ser aceptado por el público sin cuestionarlo, aun cuando
la opinión científica ha girado como una veleta en el transcurso de una
vida, y aun cuando es relativamente fácil hallar evidencias detalladas
de vergonzosas manipulaciones, especialmente, aunque no sólo, en los
campos de la medicina y farmacia. Tal insistencia no queda bien; ni
tampoco ayuda cuando los científicos materialistas insisten -como muy a
menudo hacen- en que algo no puede existir o no puede ocurrir
simplemente porque las actuales teorías no parecen ofrecer un mecanismo
para ello.
Una excesiva fijación con ese tipo de reclamo de autoridad, y el
bagaje político y financiero que conlleva, podría muy posiblemente
terminar resultando en un amplio rechazo a la ciencia en el mundo
industrial en las décadas por venir. Todavía no es algo grabado en
piedra, y es todavía posible que científicos no tan profundamente
enredados en el presente orden de cosas puedan ofrecer una voz
equilibrada, y ayudar a ver que una comprensión de la ciencia menos
doctrinaria le da voz y mayor presencia pública.
Pero hacer eso podría requerir una actitud que podríamos llamar
"modestia epistémica": el reconocimiento de que la capacidad humana de
conocer tiene unos límites insuperables, y que la verdad absoluta acerca
de la mayoría de cosas está fuera de nuestro alcance. Sócrates fue
conocido como el hombre más sabio entre los griegos porque aceptó la
necesidad de la modestia epistémica, y reconoció que en realidad no
tenía demasiadas seguridades sobre nada. Ese reconocimiento no le
impidió ser capaz de levantarse por la mañana e ir a su trabajo diario
de cantero, y no tendría por qué impedirnos al resto de nosotros hacer
lo que tengamos que hacer mientras la civilización industrial se
tambalea en su trayectoria hacia un futuro difícil.
Tomándola seriamente, sin embargo, la modestia epistémica
requiere de ciertos pensamientos serios acerca de algunos prejuicios
profundamente integrados en las culturas occidentales. Algunos de esos
pensamientos son bastante fáciles de alcanzar, pero uno de los que
suponen un mayor reto empieza con una pregunta aparentemente simple:
¿Hay algo de lo que experimentamos que no sea una representación? En las
próximas semanas caminaremos sobre el camino que abre esta cuestión
hacia su inquietante destino.
El mundo como representación
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