
La
mañana se despereza.
La
mar embravecida abate las olas contra el acantilado, del aire gélido
emanan efluvios envueltos en sal, el viento alborota los cabellos de
la Anciana, que sostiene su espalda recta sobre una roca
haciéndose una con ella.
Cierra
los ojos, una leve sonrisa ilumina su rostro.
Va
amainando el temporal, remite la fuerza del viento, se debilita
el golpeo del oleaje contra los arrecifes, el ritmo de los embates se
acompasa...