Víctor Benedico - eldiario.es
Parece que está
volviendo a salir al debate público la discusión sobre la clase social.
¿Qué es la clase?, ¿cómo influye su organización y posicionamiento
político?, y sobre todo, ¿hemos hecho bien el análisis de clase? Esta
última parece la más importante, y en la que el poso marxista en la
izquierda siempre sale a flote.
Hace ya 6 años que Owen Jones público Chavs, libro
con el cual se abrió una pequeña brecha en el pensamiento quincemayista
de “somos el 99 %”, un lema criticado solamente por una pequeña parte
de la izquierda, casi más por el sentimiento identitario frente a lo
nuevo, que por un análisis certero de por qué era erróneo el discurso.
Desde el cabreo más absoluto, cuando ya no te toca vivir en la posición
social privilegiada que ocupaban tus padres, cuando tu padre es un
tarjeta black o tu familia posee una de las empresas más grandes de
Galicia, es fácil enmarcarse en el 99 %. La obra de Owen llegó a España
en un periodo de álgidas movilizaciones, abiertas por el 15M –aunque
cabría preguntarse si fue por el 15M debido a que es donde estaban los
intelectuales de nuestra izquierda, o si más bien fue por la Huelga
general de septiembre de 2010–, un momento en el que no se estaba para
abrir grandes debates estratégico-organizativos.
En la misma línea está La clase obrera no va al paraiso del “Nega”, uno de los cantantes de Los Chikos del Maiz,
y Arantxa Tirado, esta vez sí con una intención clara de desvelar el
abandono, marginación y criminalización de la clase obrera no solo por
el sistema, sino por la izquierda política de nuestro país. Son bastante
curiosas las críticas que han recibido, destacando la de José Babiano,
cómo no, profesor de Universidad. Parece ser que no es lo mismo que se
acuse de clasismo a la élite intelectual y a la élite de los movimientos
sociales de Inglaterra a que esa crítica aterrice en tu país y te acuse
a ti directamente. Parece ser que tampoco es cómodo que un soldador
reconvertido en rapero tenga más influencia entre la juventud
trabajadora que un profesor universitario, cuya función social es
precisamente la de generar ideología y no montar la estructura de la
mesa en la que se sienta todos los días. El libro escuece, escuece
también entre muchos de los cuadros de los movimientos sociales y la
izquierda política, Podemos por supuesto e IU indudablemente.
Con una gran repercusión destacó hace un tiempo el artículo en La Marea de Daniel Bernabé La crítica de la diversidad. Una crítica del activismo. Aquí
la crítica no se enfoca en la parte analítica o la parte ideológica
sino que se dirige a cómo afecta “la clase” en el hacer político, en la
propuesta estratégica, en el subconsciente colectivo que está detrás y
condiciona la importancia y acciones que realiza la izquierda y los
movimientos sociales. A cómo, en resumen, lamentablemente la gran
mayoría de los movimientos sociales no tiene la cuestión de clase encima
de la mesa, honrosas excepciones aparte como la PAH o los nuevos
movimientos obreros como Las Kellys con un potencial transformador
gigante.
Que ciertos personajes de relevancia se
comiencen a preocupar y a buscar dónde queda la clase en todo esto de la
política “postpodemos” y “postquinceeme” hace que nos preguntemos qué
ha ocurrido. El último 1º de Mayo, los sindicatos sacaron a la luz unos
datos aterradores: en el Estado Español hay 3 millones de trabajadores
que cobran menos de 300 €, 7 millones que cobran el Salario Mínimo
Interprofesional o menos, y 8 millones que no superan los 1.000 €;
siendo que el total de trabajadores en el Estado Español no llega a 19
millones.
Lo que ha pasado es claro: hay una realidad
social que no se puede silenciar. Las condiciones de vida de
precariedad extrema a las que ha sido sometida la clase trabajadora en
el capitalismo ya no se pueden ocultar. Las “clases medias” –un concepto
ideológico y no material que habría que sustituir por “estratos
medios”– es decir, las capas de los sectores populares (asalariados con
derechos, funcionarios, profesionales liberales, parte de la pequeña
empresa, la media empresa, técnicos y gestores del estado y las
empresas...) han vivido un proceso durísimo de proletarización, mientras
que el proletariado previamente existente aún ha empeorado todavía más
sus condiciones vitales. No olvidemos que esos estratos medios nunca han
llegado al total de la población, que el “Estado del bienestar” español
es uno de los más débiles de Europa por el paro crónico y la posición
secundaria dentro de Europa, que desde la desindustrialización de los 80
condenó a la clase trabajadora. Sin embargo, es relativamente fácil
mantener una política alejada de la clase si los sectores sociales que
controlan los mecanismos políticos de oposición (movimientos sociales,
partidos políticos de izquierda, e incluso sindicatos) han vivido de
verdad el Estado del Bienestar. Pero, como decimos, parte de esos
sectores sociales que dominan el espacio público se han proletarizado,
periodistas sobre todo, y ya no es tan fácil decir que la clase
trabajadora no existe, cuando se tiene unas condiciones laborales
similares a las del peón o la reponedora.
La
situación material ha sacado a la luz la clase. Pero debe tenerse en
cuenta que un proceso material en la infraestructura, en las condiciones
materiales, no conlleva un cambio mecánico en la superestructura. Es
decir, que haya habido un proceso de proletarización de los sectores que
dominan la política no quiere decir que los movimientos sociales y los
partidos hayan aceptado, asumido o debatido la cuestión de clase.
Sobre ello, debe resaltarse que a día de hoy, las organizaciones de
izquierda están dominadas por los estratos medios: funcionarios y
profesionales liberales sobretodo. Y, pese a la proletarización, estos
sectores no tienen materialmente las mismas condiciones de vida que la
clase obrera, pues, por ejemplo, no afecta de igual manera la lista de
espera de la sanidad pública a un trabajador con sueldo de 1000 €, que a
un funcionario con seguro privado.
En segundo lugar,
cabe resaltar el abandono relativo de las organizaciones de izquierda
de la clase obrera. Se constata claramente si analizamos dónde están
situadas las principales sedes de los partidos políticos de izquierda en
nuestra ciudad, Zaragoza, o si nos fijamos en qué importancia tiene el
debate sindical, tan necesario, en los partidos políticos de izquierda.
Bajando a ámbitos más concretos podemos hacernos otras preguntas, como
por qué el movimiento estudiantil tuvo una capacidad enorme de
movilización con reformas de la Universidad y la LOMCE y no hay una
respuesta clara y contundente a la esclavitud que suponen las practicas
de FP. No me toca a mí analizar cuestiones relativas al feminismo, pero
cabría también reflexionar sobre cuántas trabajadoras del hogar (500.000
en el Estado) componen nuestras organizaciones políticas, y
preguntarnos si hay más trabajadoras del hogar en nuestras
organizaciones o militantes que tengan servicio doméstico.
Además, debemos decir que el clasismo viene derivado del origen social.
El clasismo casi ya no se expresa en un ataque directo a la condición
social, por lo menos en la izquierda, pero sólo hace falta mirar los
comentarios del Heraldo de Aragón para entender lo que molesta que un
lavandero como Alberto Cubero esté tocando las narices a la oligarquía
local. El clasismo se expresa en el desprecio por el nivel de estudio o
el acceso a diferentes opciones culturales.
Qué tonta
es la gente que ve el fútbol, qué tonta es la gente que se va al
Primark en vez de ir al cine, qué tonta es la gente que se mete en una
discoteca 10h a drogarse, qué tonta es la gente que se compra un coche
nuevo en vez de ahorrar para que sus hijos puedan estudiar; se dice
desde los estratos que han tenido extraescolares, Erasmus, han dado un
segundo idioma desde niños, un instrumento, libros en sus casas y un
capital social y cultural nutritivo.
El problema es
que, aunque sea barata o gratuita, la cultura no es igualmente accesible
a todas las personas porque no recae en la voluntad individual el
elegir el ocio. No, no se tienen las mismas ganas y necesidades después
de estar 9 horas respirando amoníaco en un hotel, o cocinando en un
restaurante a 40º C, que si se viene del despacho o la oficina y no se
tienen ni que fichar, y cuando se llega a casa no hay que hacer nada
porque se tiene contratada a alguien para que haya realizado las labores
reproductivas. El libre acceso a la cultura es un mito neoliberal.
Igualmente aplicable a la formación, habrá becas, pero también habrá
unos condicionantes sociales en casa, pues no es lo mismo tener tu
estudio-cuarto propio, que estudiar en la misma habitación que tus
familiares, o hacerlo con calefacción que sin calefacción.
Del mismo modo, grandes debates, como la cuestión nacional,
plurinacional en nuestro país, o la soberanía, no se están trazando
desde la óptica de clase. ¿Cómo se ha percibido Le Pen?, ¿y Trump?, ¿y
el Brexit? Se ha hecho más hincapié en analizar las consecuencias para
las minorías que en por qué hay una clase obrera vacía de referentes
(algo que en nuestro país es ligeramente diferente gracias a una
movilización social continuada desde hace 7 años). Se observa a la clase
obrera como “el bárbaro” no civilizado que quiere asaltar el civilizado
y culto Imperio Romano, obviando que es el Imperio Romano el
esclavista, el dominante en el circuito económico, el que somete a esas
poblaciones a situaciones desesperadas.
La izquierda y
nuestro país serían otros si se analizara desde la perspectiva de clase
la Unión Europea, si no sólo nos opusiéramos a ella por ser “La
Civilización” que tiene que acoger de forma caritativa a los bárbaros
que huyen de las guerras que ha generado la oligarquía continental, y
nos opusiéramos a ella porque es la cadena que está atando la soberanía
popular de nuestro país.
Cuánto cambiaría nuestra
política sobre la UE si la elaborara el obrero que le cerraron la acería
en los 80, su nieto o nieta condenado a trabajar 12h a la semana por
300 € o su madre, abuela o hermana limpiando las habitaciones a los
guiris por 2 €. Cuáles serían nuestras prioridades políticas si las y
los dirigentes de nuestras organizaciones se hubieran forjado ganando
una huelga, ocupando tierras, parando desahucios y no en batallas
internas por llegar a concejalías.
Cuánto hay que aprender del feminismo, nadie se puede empoderar si no hay un otro que se desempodera. Abran paso.
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