Cornelius Castoriadis - Noticias de abajo
Texto escrito en colaboración con Daniel Mothe
y publicado en Aujourd’hui, n°8, julio – agosto 1974,
reimpreso en « Le contenu du socialisme », UGE 10/18, 1979
Vivimos
en una sociedad organizada jerárquicamente, ya sea en el trabajo, la
producción, la empresa o la administración, o en educación e
investigación científica. La jerarquía no es un invento de la sociedad
moderna. Sus orígenes han recorrido un largo camino, aunque no siempre
ha existido, y es que ha habido sociedades no jerárquicas que
funcionaban muy bien. Pero en el sistema jerárquico (o, lo que es
aproximadamente equivalente al sistema moderno burocrático) se ha vuelto
casi universal. Tan pronto como haya una actividad colectiva, se
organiza según el principio jerárquico, y la jerarquía de mando y poder
coinciden cada vez más con la jerarquía de salarios e ingresos. De modo
que la gente difícilmente puede imaginar que podría ser de otra manera,y
que ellos mismos podrían ser algo no definido por su lugar en la
pirámide jerárquica.
Los
defensores del sistema actual están tratando de justificarlo como el
único “lógico”,”racional”,”económico”. Ya hemos intentado demostrar que
estos “argumentos” son inútiles y no justifican nada, que son falsos,
considerados por separado y contradictorios cuando se consideran juntos.
Tendremos la oportunidad de volver sobre este tema más adelante. Pero
también se nos presenta el sistema actual como el único posible,
supuestamente impuesto por las necesidades de la producción moderna, por
la complejidad de la vida social, la complejidad de la producción
social, la envergadura alcanzada por todas las actividades, etc.
Intentaremos demostrar que no es así y que la existencia de una
jerarquía es radicalmente incompatible con la autogestión.
Autogestión y jerarquía de mando
Decisión colectiva y problema de representación
¿Qué
significa socialmente el sistema jerárquico? Que un grupo de personas
dirige la empresa y otros simplemente ejecutan sus decisiones; también,
este es el grupo que recibe los ingresos más altos, se beneficia de la
producción y el trabajo de la empresa mucho más que otros. En resumen,
esa sociedad está dividida en una capa que tiene el poder de tomar
decisiones y dispone de
privilegios, y el resto está desposeído de ellos. La jerarquía o la
burocratización de todas las actividades sociales es hoy en día la forma
cada vez más extendida de la división de la sociedad. Como tal, es
tanto un resultado como una causa del conflicto que desgarra a la sociedad.
Si
este es el caso, es ridículo preguntarse: ¿La autogestión, el
funcionamiento y la existencia de un sistema social autodirigido es
compatible con el mantenimiento de la jerarquía? Es como preguntarse si
la abolición del actual sistema penitenciario es compatible con el
mantenimiento de guardias de prisiones, supervisores y superintendentes
de prisión. Pero como sabemos, lo que huelga decir es mejor decirlo.
Especialmente desde que, durante milenios, hemos estado metiendo en la
cabeza de las personas desde su más tierna infancia la idea de que es
“natural” que algunos de ellos manden y otros obedezcan, unos son
superfluos y de los otros no hay suficientes.
Queremos
una sociedad autogestionada. ¿Qué quiere decir eso? Una sociedad que se
gestiona, es decir, se dirige a sí misma. Pero hay que ser más preciso.
Una sociedad autogestionada es una sociedad donde todas las decisiones
son tomadas por la comunidad a la que concierne el objeto de esas
decisiones. Es decir, un sistema en el que aquellos que desempeñan una
actividad deciden colectivamente qué necesitan hacer y cómo quieren
hacerlo, con los únicos límites que establecen la coexistencia con otras
colectividades. Por ejemplo, las decisiones que afectan a los
trabajadores en un taller deben ser tomadas por los trabajadores de ese
taller; aquellas que conciernen a varios talleres al mismo tiempo, por
el conjunto de todos los trabajadores a los que les concierne, o por los
delegados elegidos y revocables; y si concierne a toda la empresa, por
por todo el personal de la empresa; los relativos a un barrio, por los
habitantes del barrio; y los que conciernen a toda la sociedad, por
todas las mujeres y hombres que viven allí.
Pero, ¿qué significa decidir?
Decidir,
es decidir por uno mismo. No es dejar la decisión a “personas
competentes”, sujetas a un vago “control”. Tampoco se trata de elegir a
aquellos que van a decidir. No se trata de lo que hacen los franceses
una vez cada cinco años, a esos que después aprobarán las leyes. No se
trata de elegir a aquellos que decidirán la política del país durante
los próximos siete años. No se trata de que después el poder quede
enajenado en manos de los “representantes”, que por este motivo no
pueden ser sus representantes. Efectivamente, la designación de
representantes y delegados, por las diferentes colectividades, como la
existencia de comités o consejos formados por tales delegados, será, en
muchos de los casos, indispensable. Pero no será compatible con la
autogestión si estos delegados no representan verdaderamente a la
comunidad de donde emanan, y esto implica que permanecen sujetos a su
poder. Esto significa, a su vez, que no solamente los elige, sino que
también puede revocarlos cuando lo considere necesario.
Así
que se puede decir que hay una jerarquía de mando formada por “personas
competentes” y, en principio, inamovibles por un período de tiempo
determinado (y que como la experiencia lo demuestra, se vuelven
prácticamente inamovible para siempre), esto significa que no hay ni
autogestión ni siquiera “gestión democrática”. Esto equivale a decir que
la comunidad está dirigida por personas cuya gestión de los asuntos
comunes se ha convertido ahora en un asunto de interés y que, de hecho o
de derecho, están más allá del poder de la comunidad.
Toma colectiva de decisiones, formación e información
Por
otra parte, decidir es tomar una decisión con conocimiento de causa. Ya
no es la comunidad la que decide, aunque se vote formalmente, si
solamente alguno o algunos son los que disponen de la información y
definen los criterios bajo los cuales se toma una decisión.
Esto
significa que aquellos que deciden deben disponer de toda la
información pertinente y estar a su disposición. Pero, también, que
puedan definir ellos mismos sus criterios a partir de los cuales pueden
decidir. Y para hacer esto, deben tener cada vez una formación más
amplia. Sin embargo, una jerarquía de mando implica que aquellos que
deciden tienen -o más bien pretenden tener- un monopolio de la
información y formación, y en todo caso, tienen acceso privilegiado a
ella. La jerarquía se basa en este hecho, y tiende constantemente a
reproducirlo. Porque en una organización jerárquica, toda la información
surge de la parte superior y no descienden de ella, ni circula (en
realidad, circula, pero contra las reglas de la organización
jerárquica). También todas las decisiones se toman de arriba hacia
abajo, por aquellos que no tienen que ejecutarlas. Es más o menos lo
mismo que decir que hay una jerarquía de mando, y decir que estas dos
circulaciones van cada una en una sola dirección: en lo más alto se
recoge y absorbe toda la información que se presenta, y sólo se
redistribuye a los miembros en el mínimo estrictamente necesario para la
ejecución de las órdenes que solamente emanan de él. En tal situación,
es absurdo pensar que podría haber autogestión, o incluso “gestión
democrática”.
¿Cómo
podemos decidir si no tenemos la información necesaria para tomar las
decisiones correctas? ¿Y cómo podemos aprender a decidir si siempre no
han reducido a ejecutar lo que otros han decidido? Tan pronto como
se establece una jerarquía de mando, la comunidad se vuelve opaca para
ella misma, y se produce un enorme despilfarro. Se vuelve opaca, porque
la información está retenida en la parte superior. Un despilfarro porque
los trabajadores desinformados o mal informados no tienen acceso a la
información y no saben lo que deberían saber para llevar a cabo su
labor, y sobre todo porque las capacidades colectivas para dirigirse,
como también la inventiva e iniciativa, formalmente reservadas a la
cadena de mando, están obstaculizadas e inhibidas a todos los niveles.
Por
lo tanto, querer autogestión – o incluso “gestión democrática”, si la
palabra democracia no se utiliza con fines puramente decorativos, y
querer mantener una jerarquía de mando es una contradicción en sus
términos. Sería mucho más coherente formalmente, decir, como hacen los
partidarios del sistema actual: la jerarquía de mando es indispensable,
así que no puede haber ninguna sociedad autogestionada.
Pero
eso no es cierto. Al examinar las funciones de la jerarquía, es decir,
para qué se utiliza, podemos ver que, en su mayor parte, sólo tienen
sentido y existen de acuerdo con el sistema social actual, y que otras,
aquellas que conservarían el sentido y la utilidad en un sistema social
autogestionado, podrían fácilmente ser colectivizadas. No podemos
discutir, dentro de los límites de este texto, el alcance íntegro de la
cuestión. Intentaremos esclarecer algunos aspectos importantes de esto,
refiriéndonos principalmente a la organización de la empresa y a la
producción.
Una
de las funciones más importantes de la jerarquía estriba en organizar
la coacción. Así las cosas, y por ejemplo, en el trabajo, sea en
talleres o en oficinas, una parte fundamental de la “actividad” del
aparato jerárquico, desde los jefes de equipo hasta la propia dirección,
consiste en vigilar, en controlar, en sancionar, en imponer de forma
directa o indirecta la “disciplina” y la ejecución con arreglo a las
órdenes recibidas. ¿Y por qué hace falta organizar la coacción? ¿Por qué
es preciso que exista esta última? La razón parece sencilla: los
trabajadores no suelen mostrar un gran entusiasmo a la hora de hacer lo
que la dirección quiere que hagan. Y es que ni el trabajo ni lo que
producen les pertenecen, porque se sienten alienados y explotados, y
porque en modo alguno han decidido lo que deben hacer, cómo hacerlo y el
destino que habrá que darse a lo producido. Existe, en suma, un
conflicto permanente entre quienes trabajan y entre quienes dirigen el
trabajo ajeno y le sacan provecho. Así las cosas, debe haber jerarquía
para organizar la coacción, de la misma forma que debe existir coacción
por cuanto hay división y conflicto, esto es, porque hay jerarquía (*).
De
manera más general, es común que la jerarquía se nos presente como un
instrumento que permite regular los conflictos. De esta forma se oculta
que la jerarquía es en sí misma el origen de un conflicto permanente.
Porque mientras exista un sistema jerárquico se revelará siempre un
conflicto radical entre el estrato dirigente y privilegiado, por un
lado, y el resto de categorías, condenadas a meras tareas de ejecución
(*).
Dicen
que si no hay coacción, no habrá disciplina, todo el mundo haría lo que
le diese la gana, y sería un caos. Pero aquí se presenta otra vez un
sofismo. La pregunta no es si es necesaria o no la disciplina, sino qué
disciplina, decidida por quién, controlada por quién, en qué forma y con
qué propósito. Los propósitos a los que sirve la disciplina son ajenos a
las necesidades y deseos de aquellos que deben alcanzarlos, pero las
decisiones que les concierne en relación a esos fines y las forma de la
disciplina son externas, y más apremiante es su cumplimiento.
Una
colectividad autogestionada no es en modo alguno una colectividad sin
disciplina: es, antes bien, una colectividad que decide por sí misma su
disciplina y que, llegado el caso, determina las sanciones contra
quienes la vulneran. En lo que atañe al trabajo, la cuestión
correspondiente no puede discutirse en serio si se concibe la empresa
autogestionada como algo completamente igual a las empresas hoy
existentes, con la sola modificación que nace de la desaparición de la
estructura jerárquica. En las empresas de hoy se impone a las personas
un trabajo que les resulta ajeno y en relación con el cual nada tienen
que decir. Lo que sorprende en este terreno no es que muestren su
oposición, sino, antes bien, que no la hagan valer con mayor frecuencia
(*). Uno sólo puede creer por un momento que su actitud hacia la
relación laboral no seguiría siendo la misma cuando su relación con su
trabajo se transforme y se conviertan en los dueños. Por otra parte,
incluso en los negocios contemporáneos, no hay una sola disciplina, sino
dos. Hay disciplina que se ejerce a través de la coerción y las
sanciones económicas u otras formas que el aparato jerárquico trate de
imponer. Y hay una disciplina, mucho menos evidente pero no menos
fuerte, que emerge dentro de los grupos de trabajo de un equipo o
taller, y que, por ejemplo, que aquellos que se extralimitan y aquellos
que no hacen lo suficiente, no son tolerados. Los grupos humanos nunca
han sido y nunca serán unos conglomerados caóticos de individuos
impulsados únicamente por el egoísmo y la lucha de unos contra otros,
como los ideólogos del Capitalismo querrían y la burocracia, que
representa nada más que a sus propios intereses. En los grupos, y en
particular aquellos que están comprometidos en una tarea común
permanente, se plantean siempre estándares de comportamiento y presión
colectiva para mantenerlos.
Autogestión, competencia y toma de decisiones
Volvamos
ahora a la otra función esencial de la jerarquía, que es independiente
de la estructura social contemporánea: las funciones de decisión y de
gestión. La pregunta es la siguiente ¿Por qué las colectividades
afectadas no pueden llevar a cabo esta tarea ellos mismos, gestionarse y
decidir por sí mismos para ellos mismos? ¿Por qué tiene que haber un
grupo especial de personas, organizadas en un aparato separado, que son
las que deciden y dirigen? A este respecto, los defensores del
sistema actual ofrecen dos tipos de respuestas. Una se basa en la
invocación del “conocimiento” y de la “competencia”: significa que
aquellos que saben o son competentes, deciden. Afirman, en palabras más o
menos encubiertas, que es necesario de
todos modos que algunas personas decidan, porque de lo contrario sería
el caos, en otras palabras, porque la colectividad sería incapaz de
dirigirse a sí misma.
Nadie
discute la importancia del conocimiento y la competencia y, sobre todo,
el hecho de que hoy en día algunos conocimientos y competencias están
reservados a una minoría. Pero de nuevo se recurre a estas apreciaciones
sólo para ocultar falacias. No son los que tienen más conocimientos y
aptitudes en general los que lideran el sistema actual. Los que dirigen
son los que se han mostrado capaces de ascender en el aparato
jerárquico, o los que, en función de su entorno familiar y social, han
seguido la senda correcta desde el principio, después de haber obtenido
algunos diplomas. En ambos casos, la “competencia” requerida para
mantenerse o elevarse en el aparato jerárquico se refiere mucho más a la
capacidad de defenderse y superar en la competencia frente a otros,
camarillas y clanes dentro del aparato jerárquico-burocrático, como la
capacidad de dirigir el trabajo colectivo. En segundo lugar, no es
porque alguien o unos pocos posean conocimientos o aptitudes técnicas o
científicas sea la mejor manera confiarles la gestión de un conjunto de
actividades. Usted puede ser un ingeniero excelente en su especialidad,
pero no puede “administrar” todo el departamento de una fábrica. Basta
con observar lo que está ocurriendo a este respecto. Los técnicos y
especialistas están generalmente confinados a su campo particular. Los
“líderes” se rodean de unos pocos asesores técnicos, recogen sus
opiniones sobre las decisiones a tomar (opiniones que a menudo difieren
entre ellos) y finalmente “deciden”. Esto demuestra claramente lo
absurdo del argumento. Si el “oficial” decidiese en base a su “saber” y
“competencia”, debería ser conocedor y competente en todo, ya sea
directamente o para decidir cuál de las opiniones divergentes de los
especialistas es mejor. Esto es obviamente imposible, y los líderes
deciden arbitrariamente sobre la base de su “juicio”. Sin embargo, este
“juicio” de una sola persona no tiene ninguna razón para ser más que
eso. Más valdría que el juicio se formase en una comunidad
autogestionada, basándose en una experiencia real infinitamente mayor
que la de un solo individuo.
Autogestión, especialización y racionalidad
El
conocimiento y la competencia son, por definición, especializados, y
cada día más. Fuera de su campo especial, el técnico o especialista no
es más capaz de tomar una buena decisión que cualquier otra persona.
Incluso dentro de su dominio particular, su punto de vista es
inevitablemente limitado. Por un lado, ignora otras áreas, que
necesariamente interactúan con las suyas y, naturalmente, tiende a
descuidarlas. Así pues, tanto en las empresas como en las
administraciones actuales, la cuestión de la coordinación “horizontal”
de los servicios de gestión es una pesadilla perpetua. Se cuenta con una
larga trayectoria en el establecimiento de especialistas en
coordinación para coordinar las actividades de los especialistas en
gestión – que no pueden dirigirse por sí mismos. Por otra parte, y sobre
todo, los especialistas colocados en el aparato de gestión están así
separados del propio proceso productivo, de lo que está ocurriendo, de
las condiciones en las que los trabajadores tienen que realizar su
trabajo. La mayor parte del tiempo, las decisiones tomadas por las
oficinas tras unos cálculos minuciosos, perfectos sobre el papel,
resultan inaplicables tal como son, porque no han tenido suficientemente
en cuenta las condiciones reales en las que deberán aplicarse. Sin
embargo, estas condiciones reales, por definición, sólo las conoce la
colectividad obrera. Todo el mundo sabe que este hecho es, en las
empresas contemporáneas, fuente de conflictos perpetuos e inmensos
despilfarros.
Por
otra parte, los conocimientos y las habilidades pueden ser utilizados
racionalmente si quienes los poseen los reintegran a la colectividad de
productores, si se convierten en parte de las decisiones que esta
colectividad tiene que tomar. La autogestión requiere de la cooperación
entre aquellos con conocimientos o habilidades especiales y aquellos que
realizan un trabajo productivo en sentido estricto. Es totalmente
incompatible con una separación de estas dos categorías. Sólo si se
lleva a cabo esta cooperación será posible aprovechar plenamente estos
conocimientos y competencias, mientras que hoy en día sólo se utilizan
para un pequeño número de proyectos. Esto se debe a que los que las
poseen están confinados en tareas limitadas, limitadas por la división
del trabajo dentro del aparato de gestión. Por encima de todo, sólo esta
cooperación puede garantizar que el conocimiento y la competencia se
pongan al servicio de la comunidad, y no para fines particulares.
¿Podría tener lugar tal cooperación sin conflictos entre los “especialistas” y el resto de trabajadores?
Si un especialista afirma, sobre la base de sus conocimientos
especializados, que un metal determinado, por poseer tales propiedades,
es el más adecuado para una determinada herramienta o pieza, no veo por
qué se iban a plantear objeciones gratuitas por parte de los
trabajadores. Incluso en este caso, sin embargo, una decisión racional
también requiere que los trabajadores no sean ajenos a ella – por
ejemplo, porque las propiedades del material elegido juegan un papel
importante durante el mecanizado de piezas o herramientas. Pero las
decisiones realmente importantes sobre la producción siempre tienen una
dimensión esencial sobre el papel y lugar de los hombres en la
producción. En esto, por definición, no hay conocimiento y ninguna
habilidad que pueda tener prioridad sobre el punto de vista de aquellos
que realmente tendrán que hacer el trabajo. Ninguna organización de una
cadena de producción o montaje puede ser racional o aceptable si se ha
decidido sin tener en cuenta las opiniones de quienes trabajarán en
ella. Debido a que no tienen esto en cuenta, actualmente estas
decisiones son casi siempre defectuosas, y si la producción todavía
funciona, es porque los trabajadores se organizan para hacer que
funcione, rompiendo las reglas e instrucciones “oficiales” sobre la
organización del trabajo. Pero incluso si se supone que son “racionales”
desde el punto de vista estrecho de la eficiencia productiva, estas
decisiones son inaceptables precisamente porque se basan, y sólo pueden
basarse en el principio de “eficiencia productiva “. Esto significa que
tienden a subordinar completamente a los trabajadores al proceso de
fabricación y a tratarlos como partes del mecanismo productivo. Esto no
se debe a la maldad de la gestión, su estupidez, o incluso simplemente a
la búsqueda de ganancias. (Prueba de que la “Organización del trabajo”
es rigurosamente la misma en los países del Este y los países
Occidentales). Esta es la consecuencia directa e inevitable de un
sistema donde las decisiones son tomadas por otros que no sean los que
debieran tomarlas; tal sistema no puede tener otra “lógica”.
Pero
una sociedad autogestionada no puede seguir esta “lógica”. Su lógica es
muy diferente, es la lógica de la liberación del hombre y de su
desarrollo. Es posible que la comunidad de trabajadores decida -y en
nuestra opinión sería correcto hacerlo- , unas jornadas de trabajo menos
extenuantes, menos absurdas, más libres y más felices son infinitamente
mejor que unos trozos extra de chatarra. Y para tales elecciones,
absolutamente fundamentales, no existe un criterio “científico” u
“objetivo” que valga la pena: el único criterio es la opinión de la
colectividad misma sobre lo que prefiere, basada en su experiencia,
necesidades y deseos.
Esto
es cierto para toda la sociedad en su conjunto. No existe ningún
criterio “científico” que permita a nadie decidir que es mejor para la
sociedad disponer de más tiempo libre el año que viene en lugar de más
consumidores o a la inversa, un crecimiento más rápido o más lento, etc.
Quien dice que tales criterios existen es un ignorante o un impostor.
El único criterio que tiene sentido en estos ámbitos es el que quieren
los hombres y mujeres que conforman la sociedad, y eso solo puede
decidirlo y nadie más puede hacerlo por ellos.
(*) La traducción de este párrafo ha sido extraída del libro Libertari@s de Carlos Taibo
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