Julià Álvaro - eldiariocv.es
Las desigualdades
sociales y la pobreza que hoy están condenando a miles y miles de
personas en todo el mundo, también en nuestro entorno más inmediato, no
son fruto de regímenes autoritarios, ni de violentas dictaduras, no. Las
desigualdades que hoy vemos, palpamos y sufrimos se dan después de años
de democracia, de décadas de votos y urnas, pero con trampa. La lógica
capitalista se ha adueñado progresivamente del espacio político y,
durante años, ya sea con la dura careta liberal o con el rostro más
amable socialdemócrata, el poder económico ha utilizado a los gobiernos
en beneficio propio, como empleados a su servicio. Esa utilización es la
que la que hoy está en crisis, y lo que se ha mantenido con elecciones,
con elecciones está desmoronándose.
En su huida
hacia adelante, los "dueños del mundo" fuerzan a los gobiernos a
garantizarles sus beneficios cortoplacistas y, para ello, los derechos
sociales son simples lastres, se legisla contra los vulnerables.
Recordemos: ocho personas poseen la misma riqueza que la mitad más pobre
de la población del planeta y las tres personas más ricas de España
tienen lo mismo que los 15 millones de españoles más pobres.
Que la cosa pública no funcionaba era una sospecha
generalizada pero, hasta ahora, había triunfado el discurso de que no
había alternativa, de que el cambio real no era posible, de que no había
nada que hacer. Eso es lo que está hoy en caída libre.
Sí hay alternativa. Hay mucho que hacer. Todo pasaba por perder el
miedo, y en eso estamos. La ciudadanía está dispuesta a abandonar el
camino marcado. Con ella, muchos políticos que están llegando a las
instituciones, también han dicho hasta hemos llegado. Está sucediendo.
Salirse del rebaño resulta un éxito electoral. Quién lo iba a decir. Es
verdad que en este proceso emergen profetas del odio, del racismo, del
egoísmo y también de la más vergonzosa ignorancia , pero también nuevas
fuerzas transformadoras que, por la izquierda, quieren ir mucho más
allá del papel de complemento de la socialdemocracia; fuerzas valientes
que no vienen a gestionar mejor lo que hay sino a cambiarlo. Y somos más
que los neofascistas.
Claro que hay alternativa al
modelo capitalista productivista que, como responsable de la crisis que
sufrimos, no nos va a sacar de ella. La alternativa es la apuesta por un
nuevo modelo productivo, y político, y social... un nuevo modelo de
vida y de sociedad.
La alternativa tiene nombre, se
llama ecología política y es el único discurso completo, coherente y sin
contradicciones frente al capitalismo depredador que sufrimos. Es una
propuesta que integra un nuevo eje de conflicto, el medioambiental. Se
trata de un discurso que va mucho más allá de la ecología clásica de
oposición a unas determinadas iniciativas esquilmadoras, contaminantes o
peligrosas del gobierno de turno, es la encarnación del nuevo modelo al
que me refería antes: justicia y libertad para las personas y un futuro
para el planeta en su conjunto.
La ecología política
es equidad y sostenibilidad. No puede haber sociedad de espaldas a las
personas, sus derechos no son lastres sino obligaciones. La lucha contra
el cambio climático, eso que ya nadie discute (descontando a Trump),
pasa por un modelo económico respetuoso con el planeta, léase, no
especulativo, descarbonizado, menos intensivo en uso de energía y más en
mano de obra. Con profundas reformas en las políticas laborales,
comenzando por las reducciones de horarios y por un más igualitario
reparto del llamado trabajo reproductivo y del cuidado personal entre
hombres y mujeres. Por tanto, mayor redistribución de rentas, más
igualdad de oportunidades, más derechos, más integración, más
pluralidad.
Ese es el mensaje que está calando: la
esperanza y la ilusión son contagiosas. Lo podemos conseguir si así lo
queremos, conectando con lo mejor de la gente, con su voluntad de ser
fraternos, con su generosidad. Claro que queremos acoger a los que huyen
de hambres, de guerras y de persecuciones. Nosotros somos ellos.
En ningún sitio está escrito que las cosas hayan de ser como siempre.
El bipartidismo que hemos visto en España cuarenta años, y en Europa,
muchos más, no es eterno, ni mucho menos y la alternativa no es el
neofascismo descarnado, ni la socialdemocracia (más bien
socioliberalismo) vieja y cómplice de todos los austericidios cometidos.
Lo acabamos de ver en Holanda. Han sido los Verdes, la ecología
política, los que han parado los pies a la derecha xenófoba e inhumana;
no lo han hecho los partidos tradicionales. Sin el crecimiento de la
izquierda verde y alternativa, Wilders, un ultra, seguramente estaría
gobernando. Igual que lo estaría haciendo Hofer en Austria, otro ultra,
si no lo hubiera derrotado en las Presidenciales Van der Bellen, otro
verde.
Lo que se propone no es, ni de lejos, ponerle
un barniz verde a las políticas de siempre, eso es muy poco. No hay
justicia social sin justicia medioambiental. Se trata de cambiar desde
la base todo el modelo de producción y consumo, tocar los cimientos el
sistema. Eso requiere plantar cara a los intereses de las grandes
empresas en defensa del interés general. Hay que integrar todos los
intereses particulares en el interés general pero no supeditar éste a
aquellos.
El mensaje verde tiene un inmenso caudal de
votos. Lo estamos viendo en toda Europa, lo vemos en los estudios de
motivación en todo el Estado. Los apóstoles del crecimiento ya no
convencen. Principalmente el electorado joven y mujer ha pasado página.
El dogma del crecer y crecer va aparejado a una realidad destructiva: se
destruye empleo, territorio, derechos, garantías, medio ambiente.
Crecimiento como sinónimo de vivir mejor es un espejismo. Como discurso
políticamente correcto estaba muy bien pero era falso. Ni se puede
crecer eternamente, ni crecimiento lleva a mejora general. Los
afortunados son siempre unos cuantos, y cada vez menos. El mensaje
alternativo es la búsqueda del "buen vivir" de la mayoría. No apuntar a
crecimientos imposibles y depredadores sino a equilibrios planificados y
justos que repartan adecuadamente aquello de lo que se dispone y
garantizar, así, una vida digna para todos.
Los
responsables políticos evitamos siempre mentar la palabra decrecimiento
pero tenemos que empezar a poner el término sobre la mesa de debate, sin
complejos. Se le puede buscar otro nombre pero, si coincidimos en que
en un planeta finito es irreal hablar de crecimiento infinito, estamos
apuntando al decrecimiento. Por cálculos electoralistas no podemos
menospreciar la inteligencia de los votantes y decir sin decir. Digamos
la verdad: el planeta no da para más, no puede mantener nuestro ritmo.
Vamos a decrecer de manera obligatoria, ya lo estamos haciendo, ¿qué son
los recortes y la devaluación salarial si no? Los recortes son
decrecimiento a costa de los más vulnerables. Así que, o regulamos y
ordenamos el proceso para hacer una transición justa o acabaremos
pagándolo traumática y dolorosamente los de siempre, los y las de abajo,
antes incluso las que los.
Tenemos una inmensa
oportunidad para hacer de la necesidad virtud, cambiar la competencia y
la voracidad por la solidaridad y la calma. Será una vida más lenta, más
humana, más próxima, más femenina. No tendremos una pantalla de plasma
en cada habitación, ni aviones particulares, ni coches de mil válvulas
pero sí aires puros, ríos limpios y paisajes acogedores por los que
pasear, y tiempo para hacerlo.
Julià Àlvaro
es secretario autonómico de Medio Ambiente y Cambio Climático de la
Generalitat Valenciana, coportavoz de Verds-Equo País Valencià y miembro
de Compromís.
0 comentarios:
Publicar un comentario