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La verdadera transición que viene, y nosotros tan lejos

Emilio Santiago Muiño - eldiario.es

El 5 de junio se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente. Para conmemorarlo, alrededor de esta fecha, ya es costumbre que los ayuntamientos organicen diversas actividades de carácter divulgativo. Suelen estar dirigidas a un público infantil, o bien al adulto entendido como un consumidor individual, y tratar temas como los residuos, la limpieza viaria o la preservación de la belleza natural.

En Móstoles este año hemos querido hacer algo distinto: convocar a la ciudadanía a discutir colectivamente sobre pico del petróleo, nucleares, límites de la transición a las renovables. Y hacerlo de la mano de algunos de los expertos más lúcidos del panorama científico nacional. Pero no se escriben estas líneas para promocionar un evento local. Que en las semanas del medio ambiente de todo el país primen los talleres de reciclaje a los debates serios sobre el modelo productivo o la geopolítica de la energía es significativo. Demuestra el pauperismo de un debate social que es, sin embargo, extremadamente urgente.

La distancia entre la gravedad del problema ecológico y su percepción ciudadana es uno de los abismos más desgarradores del siglo XXI. Un abismo que no es casual, sino que ha sido ideológica y culturalmente incentivado durante más de un cuarto de siglo. La Cumbre de la Tierra de 1992 inauguró una articulación sociedad-medio ambiente bajo el paraguas de un nuevo concepto, el desarrollo sostenible. Un concepto que nació explícitamente para sustituir una idea mucho más fundamentada científicamente, pero políticamente más peligrosa, que tuvo un cierto recorrido en los años setenta: los límites del crecimiento.

El desarrollo sostenible postula que se pueden armonizar la sostenibilidad ambiental y la económica, definida esta última como una actividad financieramente rentable. Desde el momento en que la preocupación por evitar la degradación de la biosfera y la acumulación capitalista se volvieron asuntos compatibles, el marketing verde se tornó una obligación. De esta forma surge, en el primer lustro de la década de los noventa, una explosión de realidades institucionales (Ministerios de Medio Ambiente), bajo unos parámetros más o menos homologados a nivel internacional y que tienen en la idea de desarrollo sostenible su espina dorsal.

Pero el desarrollo sostenible ha fracasado. En 2017 el naufragio del proyecto se ha hecho patente en el hecho de que ni un solo indicador socioecológico importante ha conocido mejora alguna tras 25 años de acción institucional impulsada bajo este marco. Al contrario: en términos globales, todos han empeorado. Que los eventos de educación ambiental que promueven nuestras instituciones sean tan insignificantes es consecuencia directa de una construcción conceptual que nació muerta. Y lo hizo al aceptar, como premisa de partida, aquella famosa línea roja de Bush padre marcó al aterrizar en Río en 1992: "El modo de vida americano no es negociable". Cuando la cuestión del sistema socioeconómico se convierte en un tabú, lo ambiental, como nos advertía Naredo, tiende que rebajarse a un lugar ceremonial y un mantra cosmético que no tiene apenas efectos sociales constatables.

Por todo ello, y como analiza Antonio Turiel, estamos profundamente incapacitados para entender que el reto ambiental por excelencia que va a enfrentar España en el próximo lustro se llama Argelia. El 50% de nuestro gas proviene del país norteafricano, y por tanto nuestra matriz energética es radicalmente dependiente del suministro constante de gas argelino. Desde el año 2014 la producción de gas del país está en declive. Y lo está por limitaciones geológicas y termodinámicas que un incremento de la inversión podrá burlar por un tiempo corto, pero no superar. Más pronto que tarde el incremento de su propio consumo interno negará a Argelia su condición de nación exportadora. Entonces, países como España y Francia deberán elegir: o transición energética nacional (con reducción de consumos) o invasión militar. Este es el calibre de los verdaderos problemas ambientales del siglo XXI.

Conectemos con el tablero de juego de la política nacional. En los últimos años se ha hecho popular la idea de que estamos en el umbral de una segunda transición española. El sistema de turnos bipartidista, afectado por el impacto de una crisis donde economía y ecología se mezclan en un círculo vicioso, ya no es capaz de gestionar con normalidad la diversidad nacional del Estado. Tampoco el descontento ciudadano provocado por los recortes, la precarización de la vida cotidiana, las expectativas de futuro frustradas o la creciente exclusión social.

Pero las turbulencias políticas de los últimos años, y las que están por venir, son solo el oleaje de superficie de la auténtica tormenta que se está gestando: el estallido de la burbuja inmobiliaria ha sido el "síntoma hispánico" del agotamiento general de un modelo económico y social que, durante siglos, se basó en la depredación de un mundo vacío. Este esquema no volverá jamás porque ahora habitamos un planeta lleno. Ante lo que se enfrenta España, Europa y la humanidad en su conjunto es a la quiebra de un modo de generar riqueza y cohesión social que ya no va a ser viable. Desde el agua hasta el clima, pasando por la energía, la pérdida de los suelos o el holocausto de biodiversidad, cualquier análisis materialista fundamentado de la realidad, que no sea ecológicamente analfabeto, concluirá algo parecido a esto: otro mundo es inevitable.

Responder a estos retos solo puede venir de la mano de una Gran Transformación. Tan grande que será parecida a la vivida por nuestras sociedades con la revolución industrial. Simplificando mucho, tres campos de tareas van a marcar nuestro futuro: necesitamos otra relación con la naturaleza, un nuevo sistema de intercambio de energía y materiales que sea sostenible y basado en recursos renovables; pero esto tendrá un recorrido corto si no viene acompañado de un modelo socioeconómico diferente para dejar de vivir en sociedades tan desiguales y que necesiten crecer para funcionar.

Por último, esto será políticamente imposible si no tiene lugar un cambio cultural, para aspirar a una vida buena más sencilla. Modelo productivo sostenible, modelo socioeconómico desenganchado del crecimiento y vivir bien con menos: este es el triple desafío de la verdadera segunda transición española. Un triple desafío que va transformar radicalmente desde nuestras costumbres hasta la forma de nuestras ciudades. Desde los sectores productivos que actuarán como locomotoras económicas hasta la idea de felicidad predominante.

Sin embargo, nada garantiza el éxito de este proceso. Al contrario. Karl Polanyi pensó que si había existido un fenómeno político con condiciones objetivas para su surgimiento, ese fue el fascismo. Su apunte cobra una actualidad insólita en un siglo XXI donde el retorno de la escasez puede incentivar el lado más monstruoso de nuestras sociedades. Y no se trata de hipótesis o política ficción. Le Pen y Trump son ya las prefiguraciones políticas de una idea terrible, pero que sintoniza bien con el nuevo escenario, y que si no lo impedimos tendrá por desgracia mucho futuro: no hay para todos.

Cuando un partido como Podemos establece como medida primera de su proyecto de país la transición energética, apunta en la dirección correcta. Pero su puntería falla al no poder asumir todavía, porque seguramente no lo puede hacer su electorado potencial, la enorme envergadura de un reto que no es solo revolucionario en lo técnico, sino también en lo social y lo cultural. Y lo es porque debe ir unido a algo tan radical que ni siquiera el socialismo real se lo quiso plantear: una reducción planificada del tamaño de nuestra actividad económica. Lo que en un sistema organizado estructuralmente como una estafa piramidal, que necesita expandirse para no derrumbarse, no se puede desligar de un enorme esfuerzo y un cierto grado de sufrimiento social que habrá que gestionar.

Bajo la amenaza de la guerra, Churchill ganó unas elecciones prometiendo sangre, sudor y lágrimas. Todavía estamos muy lejos de que nadie pueda ganar unas elecciones constituyentes prometiendo liderar la segunda transición española del único modo que puede merecer la pena: empobreciéndonos energética y materialmente para ganar en justicia social y buen vivir. Lo que pasa por repartir mucho. Pero también y más importante, por desear de otra manera. Que la gente se anticipe a los hechos consumados de las guerras que vienen como motor de la transición.

Esta es una carrera a contrarreloj en la que las ciudades del cambio juegan un papel esencial que todavía, en el ecuador de la aventura municipalista, no han sabido asumir. Son los laboratorios donde podemos ensayar una propuesta seductora de convivencia, basada en la reinvención de lo común en clave de sostenibilidad ecológica. Recuerden: un huerto urbano no cultiva solo hortalizas sino que es sobre todo un símbolo. Como decimos en Móstoles, un lugar que siembra economías, riega vínculos y cosecha otra ciudad para una vida más plena.

Extractivismo, debates sobre decrecimiento y otras formas de pensar el mundo

Mariana Walter y Marta Conde - Voces en el Fenix

Tanto en las economías extractivas del Sur como en las economías de consumo del Norte, el debate apunta a la inviabilidad ambiental y social del actual paradigma de crecimiento ilimitado. Ante el fracaso de las propuestas de desarrollo y consumo “sostenibles”, desde distintas corrientes de pensamiento se consolida un nuevo imaginario que, entre otras cosas, aboga por la reducción equitativa de los metabolismos productivos de nuestras sociedades.

 

En los años ’50 se desencadena una gran aceleración en el uso de recursos naturales que alcanza tasas de crecimiento sin precedentes en la primera década del siglo XXI. Estas tendencias están asociadas con una creciente presión sobre el ambiente y las sociedades y con mayores conflictos ecológico distributivos. Una gran parte de estos conflictos está asociada a la extracción de energía y minerales en países del Sur y emergentes para suplir el consumo del Norte global, dando lugar a fuertes debates tanto en las economías extractivas como en las economías de consumo sobre la insostenibilidad ambiental y social de nuestros modelos de desarrollo y crecimiento.

En este artículo analizamos, en un primer lugar, algunas tendencias clave en la extracción de materiales en el mundo y la región latinoamericana y sus implicancias socioambientales. Como respuesta a estas tendencias y, vinculándolas con el consumo, revisamos en un segundo lugar el concepto de decrecimiento, sus fuentes y principales propuestas. El decrecimiento se ha erigido como un espacio diverso y rico de reflexión sobre los problemas y desafíos que enfrentan las sociedades para avanzar hacia un sistema de organización más justo y sostenible ambiental y socialmente.

Metabolismo social, extractivismo y fronteras de extracción

El aumento radical en la extracción de materiales (minerales metalíferos e industriales, peces, cultivos, plantaciones, etc.) es un proceso que ha sido cuantificado en diversos estudios a nivel global y regional. Diversas metodologías surgidas del estudio del metabolismo social de las economías permiten evaluar el crecimiento en los patrones de extracción. “Metabolismo social” se refiere a los intercambios de energía y materiales entre las sociedades humanas y el medioambiente, cuya tendencia es creciente. A continuación, presentaremos algunas tendencias en el aumento de la extracción de materiales, y examinaremos algunas de las implicancias para las economías más industrializadas y aquellas en vías de industrialización, donde actualmente se concentra la mayor presión extractiva.

Como analizan AnkeSchaffartzik y colegas en su trabajo “The global metabolic transition: Regional Patterns and trends of global material flows”, de 2014, entre el año 2000 y el año 2010, la extracción de minerales se ha prácticamente duplicado a nivel mundial, pasando de 764.000.000 a 1.551.000.000 de toneladas anuales. Más aún, durante la segunda mitad del siglo XX, la minería, así como otras formas de extractivismo (i.e. plantaciones, cultivos intensivos), se han expandido globalmente hasta un punto en que pueden ser consideradas una de las formas dominantes de intervención humana en el ambiente. Por otro lado, desde la década de los ’50, la extracción de minerales ha migrado de las economías más industrializadas hacia economías emergentes. En el 2010, solo 6% de los metales extraídos provenían de Europa o Norteamérica, mientras que el 76% fue extraído de 4 países (Australia, China, India y Brasil).

Estudios sobre el flujo de materiales (la cantidad de toneladas de materiales que se extrae, exporta e importa de una economía) realizados en 2013 para la región latinoamericana por James West y Heinz Schandl indican que, entre 1970 y 2008, el flujo de materiales se multiplicó por cuatro en la región impulsado por el consumo doméstico y las exportaciones. Las economías latinoamericanas, y particularmente las economías sudamericanas, tienen un balance comercial físico deficitario. Es decir, se exportan más toneladas de las que se importan. Lo que no implica que el balance monetario sea proporcionalmente positivo. Esto refleja una creciente presión interna y externa para incrementar la extracción de materiales para uso doméstico y para la exportación. 

En relación con el comercio exterior, las tendencias apuntan a una persistencia estructural de un intercambio ecológicamente desigual. Este concepto desafía el argumento de que las exportaciones de los países en desarrollo promueven su crecimiento y desarrollo económico sostenible y apunta a los trade-offs físicos y socioambientales en juego. Los estudios destacan cómo los países pobres exportan a precios que no toman en cuenta los impactos locales o el agotamiento de los recursos naturales y a cambio compran bienes y servicios costosos de regiones más ricas. El intercambio ecológicamente desigual surge del hecho estructural de que las regiones o países metropolitanos requieren grandes cantidades de energía y materiales a precios bajos para su metabolismo.

Los términos de intercambio a largo plazo son persistentemente negativos para Sudamérica en conjunto y para la mayoría de los países por separado (una tonelada importada es siempre más costosa que una exportada, de dos a cinco veces). Sin embargo, los términos de intercambio mejoraron algo en la primera década del siglo XXI, alimentando una ola de optimismo en lo relativo al crecimiento económico que después se ha deteriorado nuevamente. Actualmente, las grandes exportaciones físicas apenas permiten pagar las importaciones en la mayoría de los países sudamericanos.

Las implicaciones sociales y ambientales en la extracción de recursos han motivado debates en torno al extractivismo y, más recientemente, el neoextractivismo. Existen diversas definiciones para estos términos. El extractivismo contempla en general a economías en las que el sector extractivo tiene un peso importante, el sector primario exportador está entre las principales fuentes de ingreso, y el trabajo y los recursos naturales están explotados más allá de su habilidad para reproducirse. La alta demanda de tierra, energía y agua asociada con la minería compite además con otros usos del suelo y acceso a recursos por las poblaciones locales y ecosistemas. La alta conflictividad que presentan las economías extractivas ha sido destacada en diversas investigaciones. Como señala Eduardo Gudynas, el neoextractivismo se refiere a un nuevo régimen extractivista, especialmente presente en América latina, en que la expansión de las fronteras de extracción se despliega de la mano de gobiernos progresistas. En este contexto, el Estado juega un rol más activo en la extracción y, en algunos casos, vincula dicha actividad con programas para paliar la pobreza. Sin embargo, los impactos sociales y ambientales se mantienen. El Estado es más activo tanto a través de las reformas regulatorias que buscan aumentar la participación del Estado en los beneficios mineros (regalías, beneficios) como de un mayor protagonismo en las empresas extractivas.

Se trate de regímenes extractivistas o post-extractivistas, las crecientes presiones para extraer minerales desplazan y expanden las fronteras de extracción de las commodities áreas de gran valor biológico o nuevos territorios generalmente habitados por grupos campesinos o indígenas que se rebelan. El concepto de las fronteras de las commodities examina el proceso de colonización de nuevas áreas geográficas en búsqueda de materias primas (petróleo, minerales, biomasa, etc.) y sus consecuencias sociales, ambientales y culturales. El término fue inicialmente utilizado en el año 2000 por Jason W. Moore, que sostiene que ampliar las fronteras existentes es la principal estrategia del capitalismo para extender el alcance y la escala del proceso de mercantilización.

Cabe destacar que los impactos sociales y ambientales de la extracción de recursos aumentan a medida que la calidad y disponibilidad de tales recursos disminuye. En el caso de la minería, actualmente se requieren más recursos y se generan más desechos y contaminación para obtener la misma cantidad de minerales que hace diez años. Algunos autores señalan que la cuestión ya no es si hay recursos disponibles, sino cuáles serán los costos sociales y ambientales si se continúa extrayéndolos y cómo se toma esta decisión. En este sentido, una de las características de la década de 2000 ha sido el significativo aumento de los conflictos socioambientales que involucran a comunidades opuestas a las actividades extractivas o de elevado impacto ambiental en sus territorios. 

El avance de las fronteras de extracción y su impacto no son motivo de preocupación solo en el Sur. La crisis y los consiguientes ajustes estructurales que recientemente han afectado a Europa han provocado la devaluación de los costos del trabajo y la eliminación de regulaciones en los ámbitos de la salud y del medioambiente. Proyectos extractivos que no fueron posibles en el pasado son ahora cada vez más factibles. La minería de carbón y de oro está volviendo a Europa, provocando violentos conflictos como el de Chalkidiki, en el norte de Grecia. Esta tendencia se ve acentuada por la llegada de nuevas tecnologías como el fracking del gas, que se ha expandido rápidamente en Estados Unidos y ahora en Europa, y las prospecciones en zonas marinas profundas y no tan profundas.

Las tendencias previamente examinadas señalan que el continuar promoviendo un modelo económico basado en el crecimiento –lo que implica un aumento sostenido e insustentable de su metabolismo social (creciente necesidad de recursos y energía)– tiene un alto costo socioambiental en los territorios de extracción.

Decrecimiento, un concepto multidimensional

En un contexto de creciente crisis ambiental, social y económica tanto en los países extractores como consumidores, el decrecimiento surge como un nuevo imaginario que proyecta una sociedad donde se consuman menos recursos y se organice y viva de forma diferente a través del compartir, la simplicidad, la convivialidad, el cuidado y el manejo de “lo común”.

El término “decrecimiento” fue propuesto por André Gorz en 1972 y lanzado por activistas ambientales en el 2001 como un eslogan provocador para repolitizar el debate socioambiental. El decrecimiento es principalmente una crítica al crecimiento, llama al rechazo de la obsesión con el crecimiento económico como panacea para resolver todos nuestros problemas. Aboga por la reducción equitativa y socialmente sostenible del metabolismo social de nuestra sociedad, todo lo que la sociedad extrae, procesa, transporta, distribuye y luego consume para ser devuelto como desecho. 

El decrecimiento sostiene que, si queremos mantener nuestra sociedad dentro de los límites ecológicos, tendremos que tener menos grandes infraestructuras de transporte, viajes al espacio, “la última moda” en ropa, coches más rápidos o mejores televisores, pero, en cambio, sí podríamos necesitar más infraestructuras de energías renovables, mejores servicios de salud y educación o más teatros y plazas. Se trata de abrir el debate para una “reducción selectiva” sobre qué actividades de extracción-producción-consumo queremos decrecer y cuáles crecer. Como señala Giorgos Kallis, del grupo de trabajo Research&Degrowth de Barcelona, estas decisiones no se pueden dejar en manos de los mercados, ya que estos causan caos en vez de adaptaciones graduales, y también porque no distinguen entre los que tienen y los que no. Estos retos son enormes si uno tiene en cuenta la excesiva capacidad de producción de la sociedad industrial y las fuertes inequidades sociales existentes.

El decrecimiento se diferencia mucho de los conceptos de desarrollo sostenible y crecimiento verde que han sido promovidos como panaceas para mantener el consumo, la producción y el comercio sin dañar el planeta. En el marco del consumo sostenible, se ha puesto énfasis en la eficiencia y en el rol del consumidor para comprar productos verdes y “sostenibles”. El fracaso de estos conceptos ya se ha hecho patente. Si bien ha habido cambios en la demanda de productos más eficientes como lavadoras o automóviles, se padece lo que se conoce como efecto rebote (o paradoja de Jevons). Este fenómeno explica que las mejorasen la eficiencia energética no compensan el aumento en el consumo total de materiales para la fabricación de bienes. Por ejemplo, en el caso de televisores, mientras que estos son más eficientes, tienen pantallas mucho más grandes, por lo que el consumo de materiales total es finalmente mayor. Las políticas que promueven el reemplazo más regular de los televisores también disparan el consumo total de energía y materiales. La paradoja de Jevons explica, además, que la energía o los materiales que se han ahorrado suelen ser invertidos en más consumo o en nuevas adquisiciones. Por ejemplo, las bombillas supereficientes se dejan encendidas toda la noche o el ahorro en un coche se invierte en un viaje. En un marco más general, el fracaso de las ideas de desarrollo sostenible o crecimiento verde se explican en parte por la inhabilidad de reconocer los limites biofísicos al crecimiento económico, el hecho de que las medidas tan solo son voluntarias y muy permisivas con las grandes empresas y la excesiva confianza en la tecnología como panacea para salir del paso en el que nos encontramos.

En el decrecimiento identificamos varias fuentes o corrientes de pensamiento que se cruzan y complementan. Federico Demaria y colegas destacan seis fuentes clave. La primera de ellas es la ecología (1), que señala la necesidad de conservar y valorar los ecosistemas denunciando los impactos de la industrialización y el consumo. Muy ligada a ella está la (2) bioeconomía, que hace un análisis más cuantitativo de los flujos de energía y materiales de nuestra economía apuntando, por ejemplo, al constante aumento de la energía invertida en extracción que señalábamos en la primera parte. A través de estos análisis se cuestionan las innovaciones técnicas desarrolladas para poder sostener el crecimiento infinito y las consecuencias de la paradoja de Jevons. 

El decrecimiento, por el contrario, aboga por propuestas “no-técnicas” y herramientas conviviales para reducir los flujos de materia y energía. En este sentido, otras corrientes influyentes han sido las críticas al desarrollo y el elogio al antiutilitarismo (3) que cuestionan la uniformidad de las culturas a través de la adopción de ciertas tecnologías y los modelos de producción y consumo experimentados en el Norte global. En esta corriente también se critica al homo economicus y la idea de que los humanos nos guiamos por el interés personal y la máxima utilidad, una construcción social de la economía heterodoxa. El decrecimiento llama a una visión más amplia, dando más importancia a las relaciones comerciales basadas en regalos, reciprocidad y la convivialidad, donde las relaciones sociales son centrales. A ellos se une el bienestar y el significado de la vida (4). Como señala la paradoja de Easterlin, una vez que unas necesidades básicas están cubiertas, el aumento de ingresos no aumenta la felicidad. Para el movimiento de simplicidad voluntaria, la reducción del consumo individual se ve como una liberación de las ataduras del consumo. Otra escuela del decrecimiento llama a una “democracia profunda” (5) en respuesta a la falta de debates democráticos sobre desarrollo económico, tecnología o progreso. Hay dos vertientes en esta escuela: una más reformista, que busca transformar nuestras instituciones democráticas, y otra más radical, que busca nuevas instituciones más participativas y con mecanismos de democracia directa. Finalmente, la dimensión de justicia (6) es clave para el decrecimiento y lo primero en decrecer tiene que ser la desigualdad. Una presunción común entre los economistas es que solo el crecimiento económico puede mejorar las condiciones de vida de los pobres del planeta a través de un efecto de goteo a los menos favorecidos. Oponiéndose a esta doctrina, el decrecimiento aboga por la disminución de la competición, la redistribución y la reducción de salarios excesivos. Y es que la comparación social basada en los modos de vida de personas más pudientes es la que provoca la envidia y la competición de una sociedad frustrada al no poder consumir igual que los “ricos”, llevando a una creciente infelicidad. Al establecer un salario máximo (o una riqueza máxima),se frena la envidia como motor del consumismo. 

El decrecimiento solo tiene sentido cuando todas estas fuentes se tienen en cuenta. Tomadas de forma independiente, se trataría de un proyecto incompleto y reduccionista, lejano de las ideas del decrecimiento. Por ejemplo, solo centrarse en la falta de recursos y la destrucción de los ecosistemas, pero no atender las injusticias ambientales, podría resultar en un discurso “arriba-abajo” con propuestas para el control poblacional y antiinmigración. Una justicia sin democracia puede llevar a soluciones autoritarias y mejorar la justicia y la democracia sin preocuparnos por el significado de la vida puede llevar a soluciones centradas en la tecnología. 

Como examina Giorgos Kallis, las propuestas sobre “cómo decrecer” están aún fragmentadas y se despliegan en un espectro muy amplio. Desde aproximaciones más vivenciales que buscan “salir de la economía” (ecoaldeas, cooperativas de producción-consumo, granjas de producción orgánica), pasando por propuestas por una democracia más directa o participativa o ideas más reformistas a nivel de cambios institucionales y políticos. 

Estos últimos abogan por la redistribución (del trabajo, tiempo libre, recursos naturales y riqueza) y, en general, por descentralización y relocalización gradual de la economía. Así, se reduciría el metabolismo social, adaptando la sociedad a una economía más pequeña. Propuestas más concretas van desde la reducción de horas de trabajo, instituciones que garantizan empleo o un salario básico, salarios máximos e impuestos: redistribución de impuestos, control de los paraísos fiscales e impuestos sobre daños ambientales, como el CO2, el uso de recursos y la polución. Se podrían también prohibir ciertas actividades que se consideran nocivas, como la extracción en ciertas zonas, la energía nuclear o la publicidad. La mayor parte de estas propuestas no son nuevas, pero bajo el marco del decrecimiento forman parte de un cambio de dirección.
Pero el decrecimiento no busca ser la única alternativa radical en pos de un mayor bienestar humano y justicia ambiental. Existen en el mundo muchas otras cosmovisiones y conceptos cuyas preocupaciones y críticas están hermanadas con el decrecimiento. 

De especial relevancia en América latina es el concepto del Buen Vivir, que aboga por una nueva (o muy antigua) forma de pensar el desarrollo y la felicidad; Ubuntu y sus diversas variantes africanas ponen un especial énfasis en el cuidado, el compartir; el Swaraj en la India que busca la autosuficiencia y el autogobierno; la experiencia de confederalismo democrático en el territorio kurdo basado en asambleas populares y el respeto a la naturaleza, y muchos otros. Como subraya Ashish Kothari, aunque muchas difieren en la prognosis del cómo actuar, coinciden en los valores y principios fundamentales como el respeto a la vida y a los derechos de la naturaleza, el bienestar humano que sitúa a lo no material y material al mismo nivel, igualdad y justicia, diversidad y pluralismo, gobernanza basada en la subsidiariedad y participación directa, trabajo colectivo, solidaridad y reciprocidad, resiliencia, simplicidad y suficiencia. Tanto el decrecimiento como estas propuestas reconocen que la humanidad debe reconectar con la naturaleza y debe asumir sus límites y adaptar su vida a los ciclos de vida naturales. Joan Martínez Alier –entre otros autores– ha abogado por la oportunidad de crear alianzas entre los movimientos que promueven el Buen Vivir en el Sur y el decrecimiento en el Norte.

Sea o no de agrado el término “decrecimiento”, este concepto ha abierto un espacio de debate que ofrece una oportunidad única para repensar y desafiar nuestras estructuras de vida. No solo se trata de un debate utópico, en los últimos años han aumentado los foros en que tanto activistas como académicos vinculados al decrecimiento desarrollan desde la teoría y la práctica propuestas que abarcan desde el desarrollo de modelos económicos y políticos, hasta propuestas de acción local o revalorización de cosmologías despreciadas. Estos debates trascienden los sures y nortes globales. Las reflexiones y emociones que desata el debate “decrecentista” no nos dejan indiferentes, ya que afectan tanto a aspectos de nuestro día a día como a temas más profundos, como el sentido de la vida, nuestra relación con la naturaleza o nuestra supervivencia en la tierra.

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Mariana Walter. Investigadora post-doctoral de la Universidad Autónoma de Barcelona. Coordinadora Científica del proyecto internacional (ACKnowl-EJ: www.acknowlej.org) sobre coproducción del conocimiento para la Justicia Ambiental entre la academia y activismo (http://www.worldsocialscience.org/activities/transformations/acknowl-ej/) 

Marta Conde. Investigadora post-doctoral de la Universidad Autónoma de Barcelona y miembro de la organización Research&Degrowth.

Su ecología y la nuestra

André Gorz


Publicado en “Ecología y política”, que reúne artículos entre 1973 y 1977 publicados en le Nouvel Observateur, le Sauvage y Lumière et Vie (Ed. El Viejo Topo, 1980)



La ecología, es cómo el sufragio universal y el descanso dominical: en un primer momento, todos los burgueses y todos los partidarios del orden os dicen que queréis su ruina, y el triunfo de la anarquía y el oscurantismo. Después, cuando las circunstancias y la presión popular se hacen irresistibles, os conceden lo que ayer os negaban y, fundamentalmente no cambia nada. La consideración de las exigencias ecológicas cuenta con muchos adversarios entre la patronal. Pero tiene ya bastantes partidarios entre empresarios y capitalistas, como para que su aceptación por parte de las potencias del dinero, se convierta en una seria probabilidad.


Entonces más vale, desde este momento, no jugar al escondite: la lucha ecológica no es un fin en sí, es una etapa. Puede crear dificultades al capitalismo y obligarle a cambiar; pero cuando, después de haber resistido durante mucho tiempo por las buenas y por las malas, finalmente ceda porque el impasse ecológico se haya convertido en ineluctable, integrará este inconveniente como ha integrado todos los demás.


Por eso es necesario de entrada plantear la cuestión francamente: ¿qué queremos? ¿Un capitalismo que se acomode a los inconvenientes ecológicos, o una revolución económica, social y cultural que suprima los inconvenientes del capitalismo y, por ello, instaure una nueva relación de los hombres con la colectividad, con su medio ambiente y con la naturaleza? ¿Reforma o revolución?

Ante todo no respondáis que esta cuestión es secundaria y que lo importante es no ensuciar el planeta hasta el extremo de hacerle inhabitable. Por tanto la supervivencia tampoco es un fin en sí: ¿vale la pena sobrevivir en “un mundo transformado en hospital planetario, en escuela planetaria, en prisión planetaria y en el que la tarea principal de los ingenieros del espíritu será fabricar hombres adaptados a esta condición”? (Illich).


Si dudáis de la bondad del mundo que los tecnócratas del orden establecido nos preparan, leed el dossier sobre las nuevas técnicas de “lavado de cerebro” en Alemania y Estados Unidos: después de los psiquiatras y los psicocirujanos americanos, investigadores agregados a la clínica psiquiátrica de la universidad de Hamburgo exploran, bajo la dirección de los profesores Gross y Svah, métodos limpios para amputar a los individuos la agresividad que les impide soportar tranquilamente las mayores frustraciones: las que les impone el régimen penitenciario, así como el trabajo en cadena, el asentamiento en ciudades superpobladas, la escuela, la oficina y el ejército.


Es mejor intentar definir desde un principio, por qué se lucha y no solamente contra qué. Es mejor intentar prever como afectarán y cambiarán al capitalismo las exigencias ecológicas, que creer que éstas provocarán su desaparición sin más. Pero ante todo, ¿qué es en términos económicos, una exigencia ecológica? Tomad por ejemplo los gigantescos complejos químicos del valle del Rhin, en Ludwigshafen (Basf), en Leverkusen (Bayer) o en Rotterdam (Akzo). Cada complejo combina los siguientes factores:


  • recursos naturales (aire, agua y minerales) considerados hasta ahora como gratuitos porque no necesitaban ser reproducidos (sustituidos) -medios de producción (máquinas y edificios) que son capital inmovilizado, que utilizan y que por tanto es necesario asegurar su sustitución (la reproducción), preferentemente por medios más potentes y más eficaces, que den a la empresa una ventaja sobre sus competidores.
  • fuerza de trabajo humana que también exige ser reproducida (hay que alimentar, cuidar, alojar y educar a los trabajadores).

En la economía capitalista, la combinación de estos factores en el seno de los procesos de producción, tiene como objetivo dominante el máximo de beneficio posible (lo que para una empresa preocupada de su futuro significa también: el máximo de potencia, y por tanto de inversiones y de presencias en el mercado mundial. La búsqueda de este objetivo repercute profundamente sobre la forma en que los diferentes factores son combinados y sobre la importancia relativa concedida a cada uno de ellos.


La empresa, por ejemplo no se pregunta nunca como hacer que el trabajo sea más agradable, para que la fábrica respete mejor los equilibrios naturales y el espacio de vida de la gente, para que sus productos sirvan a los fines que se lijan las comunidades humanas. La empresa se pregunta solamente cómo hacer para producir el máximo de valores mercantiles con el menor costo monetario. Y a esta última pregunta responde: “Tengo que privilegiar el perfecto funcionamiento de las máquinas, que son escasas y caras, antes que la salud física y psíquica de los trabajadores que son rápidamente sustituibles a bajo precio. Tengo que privilegiar los bajos costos antes que los equilibrios ecológicos cuya destrucción no correrá a mi cargo. Tengo que producir lo que puede venderse caro, aunque cosas menos costosas pudiesen ser más útiles”. Todo lleva el sello de estas exigencias capitalistas: la naturaleza de los productos, la tecnología de producción, las condiciones de trabajo, la estructura y la dimensión de las empresas…


Pero sucede que, especialmente en el valle del Rhin, el asentamiento humano, la contaminación del aire y del agua han alcanzado un grado tal que la industria química, para continuar creciendo o incluso solamente funcionando, se ve obligada a filtrar sus humos y sus afluentes, es decir a reproducir condiciones y recursos que, hasta ahora eran considerados como “naturales” y gratuitos. Esta necesidad de reproducir el medio ambiente va a tener repercusiones evidentes: hay que invertir en la descontaminación, y por tanto aumentar la masa de capitales inmovilizados; a continuación es necesario asegurar la amortización (la reproducción) de las instalaciones de depuración; y el producto de estas (la limpieza relativa del aire y del agua) no puede ser vendido con beneficio.


En suma, hay un aumento simultáneo del peso del capital invertido (de la “composición orgánica”), del coste de reproducción de éste y de los costos de producción, sin un aumento correspondiente de las ventas. En consecuencia, una de dos: o bien baja la tasa de ganancia, o bien aumenta el precio de los productos. La empresa evidentemente intentará elevar sus precios de venta. Pero no lo conseguirá fácilmente: las otras empresas contaminantes (cementeras, metalurgia, siderurgia, etc.) intentarán también hacer pagar más caros sus productos al consumidor final. La consideración de las exigencias ecológicas tendrá finalmente esta consecuencia: los precios tenderán a aumentar más rápidamente que los salarios reales, el poder adquisitivo popular será por tanto comprimido y todo sucederá como si el coste de la descontaminación fuese descontado de los recursos de que dispone la gente para comprar mercancías. La producción de estas tenderá a estancarse o a bajar; las tendencias a la recesión o a la crisis se verán agravadas. Y este retroceso del crecimiento y de la producción que, en otro sistema, habría podido ser un bien (menos coches, menos ruido, más aire, jornadas laborales más cortas, etc.), tendrá efectos enteramente negativos: las producciones contaminantes se convertirán en bienes de lujo, inaccesibles para la mayoría, sin dejar de estar al alcance de los privilegiados; se ahondarán las desigualdades; los pobres serán relativamente más pobres, y los ricos más ricos.


La consideración de los costos ecológicos tendrá, en suma, los mismos efectos sociales y económicos que la crisis del petróleo. Y el capitalismo, lejos de sucumbir en la crisis, la administrará como ha hecho siempre: grupos financieros bien situados aprovecharán las dificultades de los grupos rivales para absorberlos a bajo precio y extender su influencia económica. El poder central reforzará su control sobre la sociedad: los tecnócratas calcularán las normas “óptimas” de descontaminación y de producción, dictarán reglamentaciones, extenderán los dominios de “vida programada” y el campo de actividad de los aparatos represivos. Se desviará la cólera popular, a través de mitos compensatorios, contra cómodas víctimas propiciatorias (las minorías étnicas o raciales, por ejemplo, los “melenudos”, los jóvenes…) y el Estado asentará su poder en la potencia de sus aparatos: burocracia, policía, ejército y milicias llenarán el vacío dejado por el descrédito de la política de partido y la desaparición de los partidos políticos. Basta con mirar alrededor, para percibir por todas partes los signos de semejante degeneración.


Os preguntaréis si esto puede evitarse. Sin duda. Pero es así exactamente como pueden ocurrir las cosas si el capitalismo es obligado a tomar en consideración los costos ecológicos sin que un ataque político, lanzado a todos los niveles, le arranque el dominio de las operaciones y le imponga un proyecto de sociedad y de civilización completamente diferente. Porque los partidarios del crecimiento tienen razón en una cosa al menos: en el marco de la actual sociedad y del actual modelo de consumo, basados en la desigualdad, el privilegio y la búsqueda del beneficio, el no-crecimiento o el crecimiento negativo pueden significar solamente estancamiento, paro, y aumento de la distancia que separa a ricos y pobres. En el marco del actual modo de producción, no es posible limitar o bloquear el crecimiento repartiendo más equitativamente los bienes disponibles.

En efecto, es la misma naturaleza de estos bienes la que con más frecuencia prohíbe su equitativa distribución: ¿cómo repartir “equitativamente”’ los viajes en Concorde, los Citroen DS o SM, los apartamentos en el ático de rascacielos con piscina, los mil productos nuevos, escasos por definición, que la industria lanza cada año para desvalorizar los modelos antiguos y reproducir la desigualdad y la jerarquía social? ¿Cómo repartir “equitativamente”, los títulos universitarios, los puestos de encargado, de ingeniero jefe o de catedrático?


¿Cómo no ver que el resorte principal del crecimiento reside en este puso adelante generalizado que estimula una desigualdad mantenida deliberadamente: en eso que Ivan Illich llama “la modernización de la pobreza”? Desde que la mayoría puede acceder a lo que hasta entonces era el privilegio de una minoría, ese privilegio (el bachillerato, el coche, el televisor) se desvaloriza, el umbral de la pobreza se eleva un punto, son creados nuevos privilegios de los que la mayoría esta excluida. Recreando sin cesar la escasez, para recrear la desigualdad y la jerarquía, la sociedad engendra más necesidades insatisfechas de las que colma “la tasa de crecimiento de la frustración excede ampliamente a la de producción” (Illich). Mientras se discuta en los límites de esta civilización de la desigualdad, el crecimiento aparecerá ante la mayoría de la gente como la promesa -sin embargo enteramente ilusoria- de que un día dejarán de ser “subprivilegiados”, y el no-crecimiento como su condena a la mediocridad sin esperanza. Así, no es tanto al crecimiento a lo que hay que atacar, sino a la mistificación que mantiene, a la dinámica de necesidades crecientes y siempre frustradas sobre la que reposa, a la competitividad que organiza, incitando a alzarse a cada individuo “por encima” de los demás. La divisa de esta sociedad podría ser: Lo que es bueno para todos no vale nada. Sólo serás respetable si eres “mejor” que los demás.


Comencemos por el primer punto. En 1962, el 10% más rico de la población francesa tenía una renta setenta y seis veces (¡76 veces!) más elevada que el 10% más pobre. A título de comparación, este coeficiente de desigualdad era de 10 para Checoslovaquia, de 15 para Gran Bretaña, de 20,5 para Alemania y de 29 para los Estados Unidos. Diez años más tarde la producción industrial francesa se había duplicado; sin embargo el coeficiente de desigualdad se había mantenido prácticamente constante en Francia, y seguía siendo 29 en los Estados Unidos. Aún más: en Francia como en los Estados Unidos, la mayor parte (más de la mitad) de los bienes y servicios era y es producido para el 20% más acomodado de la población. Dicho de otra manera, el privilegio de los ricos y la pobreza de los pobres han permanecido inalterables.


Ya sé que surgirán las objeciones de que: “los pobres viven mejor que hace diez años” “Consumen más, luego son menos pobres”. Error, doble error. Pues:

  1. Si bien es cierto que los pobres consumen más bienes y servicios, esto no significa que vivan mejor.
  2. Suponiendo incluso que viven mejor, esto no significa que sean menos pobres. Veamos más de cerca estos dos puntos:


1. Consumir más, es decir, disponer de una mayor cantidad de bienes, no significa necesariamente una mejora. Esto puede significar simplemente, que desde ahora haya que pagar lo que antes era gratuito, o que haya que gastar mucho más (en moneda constante) para compensar la degradación general del medio de vida. ¿Los ciudadanos viven mejor porque consumen una cantidad creciente de transportes, individuales y colectivos, para ir y venir entre su lugar de trabajo y su ciudad-dormitorio cada vez más lejana? ¿Viven mejor porque cada cinco o seis años reemplacen las sábanas que antiguamente duraban más de una generación? ¿O porque en lugar de beber un agua del grifo repugnante, compren cada vez más un agua llamada mineral? ¿Viven mejor porque consumen más combustible para calentar viviendas cada vez peor aisladas? ¿Son menos pobres porque han reemplazado la asistencia al café de la esquina y al cine del barrio -los dos en vías de desaparición- por la compra de un televisor y de un coche que les ofrecen evasiones imaginarias y solitarias fuera de su desierto de hormigón?


Hace mucho tiempo que economistas como Ezra Mishan (desconocido en Francia) han establecido que, hay que tener en cuenta las destrucciones que entraña el crecimiento (perjuicios, poluciones, descomposición de las relaciones interhumanas), “el crecimiento significa cada vez más una degradación y no una mejora”; “su costo es superior a las ventajas que de él se obtienen” (Attali y Guillaume). O como escribe Illich, “los drogadictos del crecimiento están dispuestos a pagar más caro por disfrutar menos”. La difusión masiva de vehículos rápidos ha tenido por efecto el acrecentar las distancias más rápidamente aún que la velocidad vehicular, de obligar a todo el mundo a consagrar más tiempo, dinero, espacio y energía a la circulación. “Es la gran batalla entre la industria de la velocidad y las otras para saber quién va a despojar al hombre de la parte de humanidad que le queda”. “No se puede atribuir al crecimiento del consumo la finalidad de incrementar el bienestar de la colectividad. Los alegatos en favor de un crecimiento reorientado no son admisibles a menos que se trate de una reorientación radical” (Attali y Guillaume).


2. Ya sé: los electrodomésticos se han “democratizado”, ya no son como hace cuarenta años, el privilegio de una élite. Y lo mismo se puede decir del consumo de carne, conservas, coches, vacaciones…. ¿Significa esto que los obreros, por ejemplo, sean menos pobres? Plantead la pregunta a obreros viejos. Os dirán que en 1936, con una quincena de salario, marido y mujer podían ir de vacaciones en bicicleta, comer y dormir en un hotel durante dos semanas y que aún les quedase dinero a la vuelta. Hoy para ganarse unas vacaciones en hotel y en coche, el hombre y la mujer deben trabajar y ahorrar, no hay tiempo para cocinar y comprar, son necesarios el frigorífico, las conservas, y horas suplementarias para pagar todo eso. ¿Es eso vivir mejor? ¿Es eso la “calidad de vida” aportada por los electrodomésticos?


Respuesta de una lectora de France Nouvelle: “En primer lugar, todo es una cuestión de ocio, de tiempo de vivir… Luchemos por la jornada laboral de cinco o seis horas y los electrodomésticos podrán ser llevados al museo. ¿Qué es una colada de cuatro personas cuando se regresa a casa a las cuatro de la tarde? ¿Qué son ocho platos y ocho cubiertos, cuando en una familia cada uno se friega lo suyo?”.


Sin embargo, se dirá, el hecho de que hoy los obreros posean “bienes de confort”, reservados antiguamente a los burgueses, les hace menos pobres, Pero cuidado: ¿menos pobres que quién? ¿Que los indios o los argelinos pobres? ¿Que los obreros de hace cincuenta años? La comparación es completamente abstracta, Pues la pobreza no es un dato objetivo y mesurable (a diferencia de la miseria y la subalimentación): es una diferencia, una desigualdad, una imposibilidad de acceder a lo que la sociedad define como “bien” y “bueno”, una exclusión del modo de vida dominante; y este modo de vida dominante nunca es el de la mayoría, sino el del 20% más acomodado de la población, que se caracteriza por sus consumos privilegiados y ostentosos. En una sociedad en donde todo el mundo fuese pobre, nadie lo sería. Lo que define a los pobres, es un ser-menos con relación a una norma sociocultural que orienta y estimula los deseos.


En Perú es pobre el que no tiene zapatos, en China el que no tiene una bicicleta, en Francia el que no puede comprar un coche. En los años treinta se era pobre cuando no se podía comprar una radio; en los años sesenta se era pobre cuando uno debía privarse del televisor; en los años setenta se es pobre cuando no se tiene televisor en color, etc. Como dice Illich, “la pobreza se moderniza: su umbral monetario se eleva porque nuevos productos industriales son presentados como bienes de primera necesidad, permaneciendo fuera del alcance de la mayoría”. La masa “paga más caro un ser-menos creciente”.


Ahora bien, es precisamente lo contrario lo que hay que afirmar para romper con la ideología del crecimiento: Sólo es digno de ti lo que es bueno para todos. Sólo merece ser producido lo que ni privilegia ni rebaja a nadie. Podemos ser más felices con menos opulencia, porque en una sociedad sin privilegios no hay pobres.


Tratar de imaginaros una sociedad basada en estos criterios. La producción de tejidos prácticamente indesgastables, de zapatos que duran años, de máquinas fáciles de reparar y capaces de funcionar durante un siglo, todo eso está, en este momento, al alcance de la técnica y de la ciencia -así como la multiplicación de instalaciones y de servicios colectivos (de transporte, de lavandería, etc.) ahorrando la adquisición de máquinas costosas, frágiles y devoradoras de energía. Suponed en cada edificio colectivo dos o tres salas de televisión (una por cadena); una sala de juegos para niños; un taller de reparaciones bien equipado; una lavandería con secciones de secado y plancha: ¿todavía tendríais necesidad de todos vuestros equipamientos individuales, iríais a los embotellamientos de carretera si hay transportes colectivos cómodos hacia los lugares de descanso, aparcamientos de bicicletas y ciclomotores abundantes, y una densa red de transportes colectivos para los barrios periféricos y las otras ciudades? Imaginad que la gran industria, centralmente planificada, se limita a producir lo necesario: cuatro o cinco modelos de zapatos y trajes duraderos, tres modelos de coches fuertes y transformables, además de todo lo necesario para los equipamientos y servicios colectivos. ¿Es imposible en una economía de mercado? Sí. ¿Supondría el paro masivo? No: la semana de veinte horas, a condición de cambiar el sistema. ¿Supondría la uniformidad y la mediocridad? No, porque imaginad esto: Cada barrio, cada municipio dispone de talleres abiertos día y noche, equipados con gamas tan completas como sea posible de herramientas y de máquinas, en los que los habitantes, individualmente, colectivamente o en grupos, producirán por sí mismos, al margen del mercado, lo superfluo, según sus gustos y deseos. Como sólo trabajarán veinte horas a la semana (y puede que menos) para producir lo necesario, los adultos tendrán todo el tiempo de aprender lo que los niños aprenderán por su parte en la escuela primaria: trabajo del tejido, del cuero, de la madera, de la piedra, del metal; electricidad, mecánica, cerámica, agricultura…


¿Es una utopía? Puede ser un programa. Porque esta “utopía” corresponde a la forma más avanzada y no a la más frustrada, de socialismo: a una sociedad sin burocracia, en la que se va extinguiendo el mercado, en la que hay bastante para todos y en la que la gente es individual y colectivamente libre de modelar su vida, de elegir lo qué quiere hacer y de tener más de lo necesario: una sociedad en la que “el libre desarrollo de todos sería a la vez el objetivo y la condición del libre desarrollo de cada uno”. Marx dixit.

Decrecimiento no es empobrecimiento

Emilio Jurado - Nueva Tribuna

El decrecimiento como propuesta social supone apartarse del consumismo característico del siglo XX, y parece ser la única alternativa práctica a un modelo histórico que resulta inviable, insostenible. Renunciar a crecer es la única cosa sensata que puede plantearse en un mundo que, agotado, oquea entre la polución masiva y el calentamiento inexorable. Diga lo que  diga Trump, no hay alternativa, no hay cuento chino.

Pero ¿por qué da tanto miedo abordar  el concepto, la idea misma de decrecimiento?  No voy a ocuparme de las razones de tal aversión entre quienes disfrutan de la acumulación de capital proveniente del asalto a los recursos de la naturaleza, obvio. Me interesa más la posición de los movimientos de progreso que, aunque renuentes, parece que acogen propuestas concretas, particularmente entre quienes forman eso que se conoce como ecoizquierda. Algo se mueve en este contexto y puede formar parte de lo que ahora se llama el nuevo futurismo: qué cosas van a componer ese futuro tan inmediato como incierto.

En el discurso  de la izquierda tradicional se produce un cuello de botella en la reflexión sobre la expoliación de los recursos de la naturaleza que parece difícil evitar. El decrecimiento como estrategia revolucionaria no acaba de cuajar por dos razones. Primero porque ir contra el crecimiento supone, aparentemente, ir contra un modo de vida instalado en el umbral  de la búsqueda de la felicidad que el consumo per se parece producir. Y segundo porque el crecimiento se asocia con el incremento de la producción y por tanto de los salarios de los trabajadores insertos en las cadenas productivas que sostienen el mismo crecimiento.

De modo que la izquierda tiende a ser compasiva con las propuestas ecosostenibles que apuestan por el decrecimiento, pero sin una convicción real, lo hacen por una  especie de alistamiento entre las causas de los desfavorecidos, en este caso los recursos de la naturaleza que, como los trabajadores, son extraídos de sus raíces para convertirse en generadores de plusvalor trasmisible a la acumulación de capital vía mercado. El trabajo y los recursos de la naturaleza se convierten en capital en el mercado. La fuerza o la inteligencia de los trabajadores y las excelencias de los recursos de la naturaleza, sean materias básicas o elaboradas, se transforman en ganancias del capital una vez son exhibidas, subastadas (ofertadas) y adquiridas en los mercados. En esta interpretación coinciden la izquierda tradicional y la ecoizquierda.

Pero la coincidencia parece que llega hasta aquí. Para la izquierda más tradicional, renunciar a la acción distributiva de los mercado es un acto de alto riesgo, pues las fábricas y los salarios allí repartidos, que se suponen son la forma de acceder a la soñada felicidad, dependen de la marcha ininterrumpida de este ciclo continuado de relación entre el trabajo y el capital, sin consideración alguna por la eliminación de los recursos naturales que se contemplan como una externalidad, un consumible sin contrapartida. Aparentemente en el mercado uno encuentra lo que necesita y eso le hace feliz. Idea que la izquierda convencional no discute.

Pero el mercado, que no está acunado por una mano invisible si no por una tendencia irrefrenable al beneficio, que convierte toda materia y toda fuerza o inteligencia no en algo socialmente útil, sino en algo intercambiable (dinero), arrasa cualquier  opción de producción de bienes de uso y concentra su producción en  productos cargados de valor de cambio, aunque para ello deba esclavizar trabajadores (vía precarización) y sobre todo esquilmar los recursos de la naturaleza.  El mercado como regulador de la producción está polarizado por la obtención del plusvalor capitalizable. La función principal del mercado no es producir bienes o servicios útiles, sino  poner en marcha estrategias de obtención del beneficio asociado a toda mercancía. Por ello la ecoizquierda pone en una cuarentena continua la función de los mercados, descalifica su pretendida utilidad, y en ello se distancia de la izquierda histórica.

Lo que el decrecimiento promovido por parte de la ecoizquierda plantea no es desabastecer los almacenes y empobrecer las sociedades, sino eliminar el crecimiento superfluo medido en PIB, en VAB o en el recuento de las transacciones realizadas  como instrumentos de valoración de la satisfacción, y generar y distribuir en instituciones de intercambio alternativas aquellas cosas que son socialmente útiles y reparadoras de la extenuación moral de las personas y de los recursos de la naturaleza. Y en esta labor hay mucho por hacer, mucha riqueza que generar, muchos puestos de trabajo que desplegar, mucha innovación que implementar, mucho conocimiento que impulsar, mucho enriquecimiento de verdad, del que llega a todos.

El gobernador de California Jerry Brown, que no es un ecoizquierdista confeso, sino alguien simplemente sensato, lo tiene bastante claro y responde al desarrollismo nacionalista de Trump del siguiente modo: no vamos a interferir en los circuitos de la riqueza del estado, que  son su tierra, su gente y sus emprendimientos. Tenemos más gente trabajando en energías renovables de los que jamás tuvo la minería del carbón. 

Si trasladamos esta filosofía a la educación, la sanidad, la integración cultural, la ayuda a los dependientes y a la regeneración de la naturaleza, la riqueza que espera a la humanidad es inmensa.

"Está totalmente ausente de nuestra educación y cultura el concepto de suficiencia"

Fuhem ecosocial


A principios de julio Manfred Max-Neef pasó por Madrid para presentar su último libro, 'La economía desenmascarada. Del poder y la codicia a la compasión y el bien común', publicado por Icaria. Max-Neef, que ha hecho importantes contribuciones al desarrollo de la economía ecológica y la transdisciplinariedad, fue fundador y director del Centro de Alternativas de Desarrollo (CEPAUR), desde el que se impulsó la teoría del Desarrollo a Escala Humana y los principios de la Economía Descalza.

En 1983 fue galardonado con el Premio Nobel Alternativo en el Parlamento de Suecia. Es miembro honorario del Club de Roma y de la Academia Europea de Ciencias y Artes, de la New York Academy of Sciences y de la Academia Leopold Kohr de Salzburgo.

FUHEM Ecosocial tuvo oportunidad de conversar con Max-Neef y de asistir a la charla que ofreció en la librería La Central. Señala que este libro, escrito junto al físico Philip B. Smith, es fruto de una larga conversación entre un economista heterodoxo y un científico interesado en la economía, visiones que convergen para desenmascarar «todas las estupideces que hay en la economía, las falsedades, las intenciones que son tremendamente nefastas. Una de las cosas que demostramos en el libro es que a lo largo de toda la evolución del pensamiento económico se termina siempre por favorecer al poder y al dinero; esto es algo sistemático, como demuestran los últimos 300 años, hasta el día de hoy».

Max-Neef se refiere al desarrollo de la teoría económica neoclásica, plagada de inconsistencias y fantasíasque plantean un error de base que se ha ido imponiendo hasta convertirse hoy en un dogma. El cuerpo teórico de matriz neoclásica es una disciplina decimonónica que ha llegado a convertirse en una pseudoreligión: «El problema es que la economía, y este es el peor escándalo para mí, es una economía del siglo XIX. Es la única disciplina que todavía es del siglo XIX; no hay física del siglo XIX, ni biología del siglo XIX, ni astronomía del siglo XIX...».

La economía convencional se sostiene en la teoría neoclásica, formulada durante el siglo pasado, que -como explica Max-Neef «está basada en una cosmovisión mecánica, en un mundo mecánico, donde los sistemas tienen partes, etc., pero resulta que el mundo no es mecánico, sino orgánico, como lo entiende la economía ecológica, en el que todo está relacionado con todo, y eso la economía no lo entiende».

Por eso no hay que sorprenderse de que los economistas no entiendan el mundo real cuando no son capaces de percibir la importancia de la interconexión de la economía con la sociedad y la naturaleza.

Esta situación nos conduce al meollo del problema. «Una de las características del economista es que no entiende el mundo real, no lo conoce porque la idea de usar esos modelos matemáticos, al estilo del físico–recordemos que cuando se gestó la teoría económica Newton lo era todo, y los economistas quisieron imitar a los científicos − le lleva a vivir en un mundo ilusorio y está convencido de que eso es la realidad».

Max-Neef pone el dedo en la llaga de las falacias e incoherencia de la economía ortodoxa.

«Los economistas inventan un montón de trucos absurdos, como la externalidad. Si tú haces algo, eso ocurrió ahí, en el medio ambiente, pero yo no tengo nada que ver; rehúyen las responsabilidades que ellos mismos provocan». Pero no menos absurdo es la obsesión por el crecimiento o la contabilización macroeconómica de contabilizar la pérdida de patrimonio como incremento del ingreso.
Una vez “desactivado” el valor teórico del modelo económico convencional, indagamos en busca de propuestas para encontrar una idea de suficiencia que permita disponer de lo necesario para cubrir lo básico sin pasarnos de la raya para no entrar en el terreno de lo antieconómico. Cuando los costes sociales y ambientales del crecimiento empiezan a ser más evidentes que las ventajas terminamos por afectar de forma negativa la calidad de vida y al medio ambiente. Es lo que está implícito en la tesis del umbral, que formuló Max-Neff a mediados de la década de los noventa del siglo pasado,donde muestra cómo la correlación entre crecimiento económico y calidad de vida sólo es cierta hasta un punto o umbral, a partir del cual la evolución del crecimiento no sólo se divorcia del bienestar sino que puede atentar contra él.

La tesis del umbral, en un mundo de contrastes donde coexiste la miseria junto a la sobreabundancia y del exceso, nos debería conducir a buscar un espacio intermedio donde la humanidad se pueda mover de forma segura, tanto desde el punto de vista ambiental como desde el punto de vista de la justicia social. ¿Cómo garantizar ese suelo que cubra las necesidades para toda la humanidad sin rebasar el techo ambiental del Planeta?¿Cómo buscar la suficiencia?

Max-Neef indica que «unos países tienen que crecer y otros tienen que decrecer porque ya se excedieron absolutamente», y apunta como hoja de ruta unas necesarias transiciones que solo podrán llegar de la mano de cambios profundos en los estilos de vida y, por tanto, en los valores. «Es necesario un cambio cultural y enseñar a la gente a consumir. Por ejemplo, siempre digo, ¿es fundamental que haya 287 tipos de champú? ¿El mundo se empobrecería terriblemente si sólo hubiera 40 tipos de champú? Es estúpido. Consumir más y más es un principio peligroso, una obsesión asociada al fetiche del crecimiento.

Está totalmente ausente de nuestra educación y de nuestra cultura el concepto de suficiencia, y ahí es donde entra una de las herramientas más poderosas del mundo que es la publicidad. ¿Para qué sirve la publicidad? Para que consumas lo que no necesitas, con plata que no tienes para impresionar a los que no conoces. Por eso, como propone la economía ecológica, los gastos de publicidad en una sociedad se deberían restar en los indicadores de bienestar pues la publicidad es negativa para la sociedad».

La tesis del umbral es también una llamada de atención sobre el problema de la escala. Hay algo extraño en la enorme dimensión que están adquiriendo las creaciones humanas. Por un lado, en la teoría económica moderna la dimensión únicamente se contempla para promover el gigantismo a través de las llamadas “economías de escala ”; sin embargo, por otro lado, los seres humanos parece que no somos capaces de crear relaciones basadas en la reciprocidad y la
entrega generosa más que en espacios de proximidad y en contextos comunitarios reducidos.

Ante los problemas globales que exigen movernos en escalas no precisamente comunitarias, ¿qué hacer? ¿Es posible abordar problemas como el cambio climático desde un enfoque exclusivamente centrado enescalas comunitarias?

Preguntamos al respecto a Max-Neef, que ha trabajado extensamente la cuestión de la magnitud. «No te puedes situar en esas escalas; en ellas te deshumanizas, eres un número, no eres nadie... pierdes tu identidad. La identidad está limitada por una escala, te sientes tú cuando estás en tu casa, pero no cuando estás en medio de una multitud o en Manhattan.

Lo pequeño no es otra cosa que la inmensidad a la medida
humana. Lo que tiene que hacer la economía y la política es reforzar las economías y los procesos locales y regionales, que cada área sea autosuficiente. Como el movimiento que hay en Inglaterra en torno a las transition towns, esa es la posición inteligente; también lo referido a los ecomunicipios en Suecia, que funcionan con gran autonomía y donde saben lo quehacen con su dinero, no como acá. Y así, lo grande tiene que ser la agregación de lo pequeño, pero lo pequeño sólido, con capacidad de autogestión, y la suma tiene que ser un grande coherente».

Finalmente le preguntamos por los principios que deberían orientar una economía humanizada para el siglo XXI que ayude a pasar del poder y la codicia a la compasión y el bien común, y nos señala que todas las alternativas que se están gestando deberían incorporar cinco postulados y un principio fundamental de valor:

Postulado 1.

La economía ha de servir a la gente, no a la inversa.

Postulado 2.

El desarrollo se refiere a las personas, no a los objetos.

Postulado 3.

Crecimiento no es sinónimo de desarrollo, y el desarrollo no necesariamente requiere del crecimiento.

Postulado 4.

Ninguna economía es posible en ausencia de los servicios de los ecosistemas.

Postulado 5.

La economía es un subsistema de un sistema mayor y finito, la biosfera; de ahí que el crecimiento permanente es imposible.


Principio de valor.

Ningún interés económico, bajo ninguna circunstancia, puede estar por encima de la reverencia hacia la vida.

Así se comprende la rapidez con la que reaccionó a nuestro atrevimiento de catalogarle como economista humanista al comienzo de la entrevista: «No, humanista no. Vamos a empezar por ahí. Hubo una época en que pensé que era humanista y que eso era sensación al, pero después me dio vergüenza, porque significa poner al ser humano en el centro de todo, lo cual es de una arrogancia inaceptable. Yo soy “bioista”, lo que pongo en el centro de todo es la vida. Creo que se refleja bien en el principio de valor que defiendo: ningún interés económico, bajo ninguna circunstancia, puede estar por encima de la reverencia hacia la vida»
.
Os dejamos el enlace a la charla de Max

-Neef que ofreció en La Central, en Madrid, el 2 de julio
de 2014.

http://youtu.be/WI9UVPBfxfM

La insoportable insostenibilidad de la “sostenibilidad”: en defensa del decrecimiento del sistema sanitario

Abel Novoa - nogracias.eu

Nos han llamado para dar nuestra opinión sobre el Proyecto de Ley de  Garantías y Sostenibilidad del Sistema Sanitario Público de Andalucía.

Cuando se habla de sostenibilidad es frecuente ignorar que el concepto no es neutro: asume la necesidad de crecimiento.
Pero ¿estamos condenados a crecer en gasto sanitario?
Pues no está claro. 

La compulsión por el crecimiento nace de un círculo vicioso que establece su inevitabilidad.


Como dice Serge Latouche:

“Colonizada por la lógica financiera, la economía es como un gigante desequilibrado que solo sigue en pie gracias a una carrera perpetua que lo arrasa todo a su paso”

Y continua:

” La dictadura del índice de crecimiento fuerza a las sociedades desarrolladas a vivir en régimen de sobrecrecimiento, es decir, a producir y a consumir fuera de toda necesidad razonable” (pag 38)
Asumir que el sistema sanitario es sostenible implica aceptar como inevitable su crecimiento y eso es empezar mal. ¿Por qué?
Porque el sistema sanitario crece desde hace décadas sin ofrecer “casi nada” a cambio. 

Hablar de sostenibilidad es un intento de “salvar” el crecimiento, es decir, asumir que en los próximos años seguiremos consumiendo atención sanitaria “fuera de toda necesidad razonable”.
Por eso, impugnamos el Proyecto de Ley de  Garantías y Sostenibilidad del Sistema Sanitario Público de Andalucía desde su base: en atención sanitaria, un crecimiento, incluso sostenible, es ya insostenible. 


Los británicos utilizan la expresión “the elephant in the room” para señalar esos problemas que por considerarse imposibles de solucionar no son abordados, prefiriéndose entonces buscar falsas soluciones simplemente porque son factibles. 

El gasto sanitario tiene varios elefantes que deberíamos identificar antes de concluir que la ley de sostenibilidad andaluza propone (de nuevo) falsas soluciones y obvia verdaderas alternativas a la insostenible sostenibilidad


Primer elefante: el gasto sanitario ha aumentado de manera imparable e implacable (por encima del crecimiento de la riqueza de las naciones) en las últimas décadas


En España, desde 1990, el gasto sanitario ha aumentado una media anual cercana al 3%, casi tres veces superior a la media de crecimiento del PIB (ver arriba)


El gasto sanitario crece por varios motivos: precios, cobertura poblacional, determinantes demográficos y la prestación real por persona.

Siguiendo los datos del trabajo arriba referenciado, más o menos, el 50% del crecimiento del gasto sanitario en los últimos 15 años se debe al incremento de la prestación real por persona, es decir, a que hacemos más cosas a los pacientes y lo hacemos con mejor calidad.


El problema es que “hacer más cosas y con mejor calidad” no consigue mejorar los resultados en salud en España (y en casi todos los países desarrollados) desde hace décadas: estamos en la curva de rendimientos decrecientes. 

Por más que invirtamos, debido a algunos de los elefantes que ahora señalaremos, no mejorarán los resultados


Y ese es el primer elefante al hablar de sostenibilidad: es dudoso que el gasto sanitario pueda ser algún día sostenible, pero si lo consiguiéramos, sería muy probablemente “para nada”. 

Que sea sostenible, que sea posible financiar el crecimiento del gasto, no significa que sea efectivo; y un crecimiento inútil es insostenible. 

Es como hablar del crecimiento sostenible de un cáncer. 
Un elefante se balanceaba en la parte plana de la curva y como veía que no se rompía fueron a buscar a otro elefante


Segundo elefante

Si el crecimiento del gasto sanitario no obtiene mejoras en los resultados en salud desde hace décadas eso significa que en la parte plana de la curva debemos estar desperdiciando mucho dinero.


Donald Berwick señaló que en EE.UU aproximadamente entre el 21 y el 47% de todo el presupuesto  se está desperdiciando. Un tercio, en lo que denomina sobre-tratamientos.




http://www.quotidianosanita.it/allegati/allegato3684537.pdf

Recientemente la OCDE ha publicado un interesante documento en el que se señalan categorías de ineficiencia, agentes y causas


Hemos traducido este útil gráfico donde podemos ver tipos de ineficiencia (clínica, operativa o de gestión y de gobierno o regulación), agentes implicados (pacientes, clínicos, gestores y reguladores) y causas o drivers, de menor a mayor voluntariedad (errores, sesgos y decisiones subóptimas, problemas organizativos y de coordinación, incentivos inadecuados y fraude y corrupción).
Entre paréntesis hemos asignado, cruzando diferentes datos (es una estimación propia), el porcentaje de ineficiencia que correspondería a cada categoría. 

En nuestra opinión, la mayoría de la ineficiencia del sistema es culpa de gestores y reguladores/políticos, no de los profesionales, como muchas veces se quiere transmitir. 


Por tanto, el segundo elefante es que en la parte plana de la curva hay un enorme margen para mejorar la eficiencia antes de hablar de seguir creciendo, aunque sea de manera sostenida.
Un crecimiento nunca será sostenible mientras sustente las altas tasas de ineficiencia que existen en el gasto sanitario. 


La ineficiencia de los presupuesto sanitarios públicos supone un porcentaje del PIB de las Comunidades Autónomas (CCAA) (entre el 10 y el 15%) mayor que el que supone la deuda pública.
Es decir, en gran medida, la deuda de las CCAA es debida a la ineficiencia de los presupuestos sanitarios.


En 2014, 4.076 millones de euros de déficit.

En los próximos años se ha calculado un déficit sanitario acumulado de 37.000 millones. 

Y el déficit se paga mediante créditos que hay que devolver con intereses, es decir, hay que producir más de lo que se ha recibido para devolver las deudas, con lo que es inevitable la necesidad de seguir creciendo para poder pagar lo que se debe.
Un sistema que requiere ser financiado mediante déficit es insostenible y está abocado a generar más déficit. 




http://elpais.com/elpais/2012/05/07/opinion/1336407125_340768.html
Como dice el economista de la salud Enrique Costas Lombardía

“Nuestro sistema de salud nunca ha sido viable: siempre se ha pagado con impuestos más deuda”

Dos elefantes se balanceaban en la parte plana de la curva, y como veían que no se rompía, fueron a buscar a otro elefante


Tercer elefante: ¿Por qué hacemos más cosas a la gente en sanidad?


Por que los ciudadanos están cada vez más mayores. 

La pirámide poblacional se está invirtiendo debido a que cada vez se vive más y nacen menos niños


La edad de vida media va a seguir incrementándose en las próximas décadas, inevitablemente


Y las personas mayores gastan más recursos sanitarios: una persona de 85 años, cuatro veces más que otra de 44


En un futuro no muy lejano tendremos cada vez más necesidades debido a que, sencillamente, habrá más personas mayores. Pero, eso sí, menos población activa para pagarlas: de 4 trabajadores por cada persona mayor de 65 años pasaremos a 1,5 trabajadores en 2060.


Todos los estudios que cruzan envejecimiento e innovación tecnológica nos sitúan ante un escenario absolutamente insostenible


Este es el tercer elefante: la mayoría de la ineficiencia en la parte plana de la curva se produce en la atención a nuestros enfermos más frágiles: ancianos, crónicos y moribundos.

Cualquier estrategia de sostenibilidad debe centrarse en disminuir la ineficiencia en la atención sanitaria de unas poblaciones especialmente necesitadas de atención, cuidados, y sumamente vulnerables. 

¡Pedazo elefante!
El sostenido envejecimiento poblacional y aumento de la cronicidad hace insostenible el sistema sanitario en su actual conformación.


A la pregunta de si es posible limitar la utilización de tecnologías en ancianos y enfermos crónicos sin que ello suponga una minusvaloración de la vejez o los más débiles, Callahan responde un “por supuesto”: no solo es posible, sino deseable
La medicina debe ser capaz de responder a las inquietudes ambivalentes que persistentemente muestran los ancianos y crónicos:


  • Tratamientos excesivos que prolonguen vidas humillantes (dependientes, dementes..) o generen agonías intervenidas por procedimientos dolorosos
  • Ser abandonados o desatendidos si llegan a estar críticamente enfermos y que a nadie le importe su destino
No es el envejecimiento ni la muerte en sí misma lo que resulta censurable sino el envejecimiento cruel y la muerte indecorosa, retos para los que son la política y los cuidados los que pueden dar respuestas y, en mucha menor medida, la medicina científica y la tecnología impulsados por el mercado y este falso altruismo que es la lucha por una vida más larga.

Esta perspectiva requiere una reflexión de base comunitaria:
La búsqueda colectiva del valor de la ancianidad y la cronicidad, el lugar respetado que deben ocupar los viejos en la sociedad, es la alternativa a esta pelea desesperada por sobrevivir a la que contribuye la biomedicina mientas agota los recursos necesarios para otras necesidades” (D. Callahan)


Cuarto elefante

Pero además del envejecimiento, la otra causa de “hacer cada vez más cosas a los enfermos” es la continua innovación tecnológica.


Los intereses económicos han introducido unos condicionantes estructurales que no se están considerando a la hora de valorar la sostenibilidad


El primero es que en la actualidad el mercado de la salud es el más rentable de todos. Cualquier estrategia de sostenibilidad debería preguntarse por qué la salud es el mercado más rentable.


La respuesta es que la salud es el mercado perfecto porque no se agota; no tiene punto de saturación

La definición de salud en sus tres acepciones (optimización, normalidad estadística o función) lleva implícita la imposibilidad de establecer límites. 

No hay límites lógicos o técnicos a la posibilidad de mejorar las capacidades, lo que se considera un funcionamiento adecuado o normal. 

En la actualidad, es la innovación tecnológica la que va ampliando los límites de lo considerado salud. Mientras esa “ampliación tecnológica de la salud” siga siendo igual de rentable y los sistemas de salud sigan financiándola, el ogro seguirá comiendo. 


El contexto de generación de conocimiento ha cambiado radicalmente en los últimos 40 años. Echevarría lo llama la “revolución tecnocientífica”. La ciencia ya no está dominada por alguna idea de verdad, progreso social o de bienestar. 


El nuevo contexto de generación de conocimientos viene definido por objetivos, modos de organización y criterios de valoración distintos a los clásicos



  • Preponderancia de la iniciativa privada sobre la académica o sin ánimo de lucro
  • Innovación en cerrado en lugar de la cooperación
  • Retornos basados en el monopolio que establecen las patentes en lugar de basados en el valor objetivo del producto. No hay libre mercado con los medicamentos sino oligopolios. No hay empresas compitiendo sino carteles. 


  • La importancia del marketing en toda la cadena del conocimiento en lugar de que sean las ventajas objetivas las que vendan los productos (por ejemplo, casi el 30% de los ensayos clínicos publicados en las mejores revistas pueden ser considerados comerciales, es decir, sesgados por el interés en encontrar resultados positivos para poder valorizar el producto en el mercado)
  • La necesidad de beneficios en el corto plazo por ser un sector dominado por el capital riesgo que exige altas rentabilidades
  • La existencia de tres tecnologías que establecen unas posibilidades infinitas:
    • big data (expande la salud mediante la búsqueda de correlaciones infinitas),
    • big gen (expande las posibilidades de salud mediante la personalización de las tecnologías)
    • big trial o el sistema industrial de producción de experimentos clínicos (fábricas de ensayos clínicos que expanden las posibilidades de conseguir evidencias de casi cualquier cosa)

La industria farmacéutica ha industrializado el ensayo clínico gracias a obreros muy especializados: los supertrialistas. Ver arriba como 11 autores hay participado en el 10,5% de todos los ensayos clínicos desarrollados y publicados en los últimos 20 años en diabetes (han realizado y publicado 20 ECAs por año)


El ensayo clínico se ha convertido en un instrumento comercial (una meta-técnica) y sus verdades son cada vez más irrelevantes.


Que la estrategia de expansión tecnológica del mercado de la salud sea tan exitosa es un mal incentivo para que la innovación busque mejorar su relevancia 

Cualquier estrategia de sostenibilidad que ignore el contexto moderno de generación de conocimiento y asuma implícitamente que la innovación tecnológica tiene la capacidad de establecer objetivos ecuánimes en la búsqueda de mejor salud, está poniendo las bases de su insostenibilidad. 

Algunas consecuencias de asumir este modelo de desarrollo infinito biotecnológico ya las estamos sufriendo 


1- Crisis de innovación: muchos productos en el mercado pero sin valor añadido sobre los más antiguos. Arriba un gráfico que muestra la mínima innovación relevante entre los medicamentos introducidos en el mercado desde 1981; la mayoría de la innovación, sin ventajas respecto a productos más antiguos. 


2- Sistema sanitario incapaz de utilizar los nuevos productos según su valor añadido. Como se ve arriba, el incremento del gasto en fármacos es debido fundamentalmente al aumento en la utilización de medicamentos sin valor añadido (me-too). Ni el sistema ni los profesionales están filtrando. El marketing decide que se consume: los médicos son fashion victims.  


3- Recursos dedicados a la ciencia biomédica desperdiciados mayoritariamente: el 85%


4- Conocimiento biomédico no fiable debido a la capacidad del mercado para influir en toda la cadena del conocimiento: generación (investigación), difusión (GPC y FMC) y aplicación (prescripción)


5- Captura del regulador: debilidad de las garantías de la administración en el control del mercado de la salud


Las causas: las reformas pro-business de los políticos pharma friendly que han debilitado las garantías científicas exigidas para los nuevos productos.


El enorme engranaje que supone la generación continua de expectativas mediante noticias en los medios de comunicación y la marketización de la ciencia biomédica desde su mismo origen, tienen como consecuencia la sobrevaloración de los productos biotecnológicos por parte de médicos, ciudadanos, gestores y políticos.


El resultado final es una confianza irracional en la capacidad de la innovación para mejorar la sociedad, que en biomedicina conduce a la sobre-utilización, la sobre-demanda y la sobre-financiación


El cuarto elefante es que el contexto contemporáneo de generación de conocimiento no está diseñado para mejorar la salud de los ciudadanos y poblaciones sino para alimentar un área de negocio que, al demostrarse tan rentable, no tiene ningún incentivo para cambiar su dinámica (sobre todo si además, contra toda evidencia y racionalidad, el contexto social, profesional y político sobrevalora la innovación biomédica y no exige cambios sustanciales del modelo)  


La verdad científica ya no sirve como criterio para establecer qué es o no relevante para la salud. Hace falta incorporar otros criterios sociales, culturales, políticos, etc.  


Y es que no debemos esperar grandes resultados de la evaluación técnica de las nuevas tecnologías. Sin duda es necesaria pero no suficiente.    
  

El quinto elefante tiene que ver con la demanda de la población: la gente quiere más sanidad y más tecnología. 


Ninguna estrategia de sostenibilidad será sostenible si no existe un programa de re-educación social destinado a modular las falsas creencias o “tiranías” de la salud

Como escribe Santiago Álvarez Cantalapiedra:

“Se hacen necesarias una cultura menso faústica (respecto de la tecnología) y menos dionisiaca (respecto a las necesidades), y una sociedad democrática bien informada que se pregunte sobre la licitud de desarrollar o no ciertos aspectos tecnocientíficos, debata sobre los motivos y analice las consecuencias” 

Cualquier intento de poner límites al gasto sanitario, sin un debate social previo, será respondido por los ciudadanos, el mercado, los intereses profesionales y los políticos demagogos como un ataque a los enfermos, los ancianos y los crónicos.


El quinto elefante: sin equilibrar las exageradas expectativas de la sociedad en relación con la capacidad de la tecnología y la medicina para conseguir mejor salud, no hay sostenibilidad posible.
Es imposible la sostenibilidad por decreto


Más arriba señalábamos que en la parte plana de la curva hacemos más cosas y con más calidad. 
El sexto elefante es la traición 
de la calidad total. 
La calidad puede mejorarse infinitamente.


Infinitas posibilidades de mejorar la calidad percibida


I
nfinitas posibilidades de mejorar la prestación de servicios o calidad técnica


El sexto elefante es que la apuesta por la mejora continua por la calidad es insostenible.

El debate acerca de la calidad ha girado excesivamente alrededor de los medios necesarios para implementarla y nada acerca de sus fines

Garantizar la supervivencia del sistema requiere de “ciertos” sacrificios en términos de calidad: prestar servicios por debajo de la óptima calidad (conformarnos con “lo adecuado”) o priorizar la eficiencia sobre el confort.

Un cuidado de la salud equitativo siempre va a requerir de sacrificios por parte de los usuarios individuales
En sanidad, es necesario priorizar las estrategias de calidad relacionadas con 

(1) seguridad de los pacientes
(2) la medicalización (definir lo que “no hay que hacer” y evitar el sobrediagnóstico) y
(3) determinar límites sensatos y definidos comunitariamente a la mejora de la calidad percibida.

Séptimo elefante:
 
¿Y si no hiciera falta más dinero para sanidad? 




http://elpais.com/elpais/2012/05/07/opinion/1336407125_340768.html
La tesis de Costas Lombardía es que aunque invertimos un porcentaje menor de nuestro PIB en la sanidad pública que otros países europeos, ello se debe a que somos menos ricos.


Arriba hemos cruzado porcentaje de PIB dedicado a sanidad con PIB per capita y parece existir una cierta correlación: menos riqueza, menos % de PIB dedicado a sanidad

Costas Lombardía concluye:

“En las comparaciones internacionales de gasto sanitario la media aritmética es un dato engañoso porque el gasto en sanidad pública de una nación depende en su mayor parte del grado de riqueza de ese país y es por tanto incorrecto comparar sólo uno de los dos términos de tan estrecha relación; han de compararse ambos y juntos, el gasto sanitario público y la renta per cápita, por medio de una recta de regresión, y cuando se hace así con las naciones de la UE o de la OCDE, España se sitúa generalmente en la recta o por encima de ella: gasta lo que en teoría le corresponde o más”


Séptimo elefante: cualquier estrategia de sostenibilidad ha de asumir que el sistema de salud está bien financiado. 

El gasto público en sanidad tiene en parte un comportamiento parecido a los productos de lujo: cuanto más rico más lujo, en forma de porcentaje de PIB dedicado a sanidad. 

No tiene sentido ser de clase media y querer gastar en sanidad como si fuéramos de clase alta 


Modelo de progreso infinito

Los siete elefantes que se balancean en la parte plana de la curva son causa y/o consecuencia de un irracional modelo de progreso infinito: una visión utópica, heredera de la ilustración, de la que debemos despertar 


No es posible una estrategia solvente de sostenibilidad para el sistema sanitario sin aceptar que la medicina se encuentra dominada por un delirio de progreso infinito.




http://www.economiacritica.net/?p=7703
Son espejismos tecnológicos.

Como dice Santiago Álvarez Cantalapiedra en la Introducción al número de “Papeles”:

“Vivimos en una época en la que hacemos más de lo que deberíamos. Vivimos en una cultura en la que muchas de las cosas que deberíamos hacer, pudiendo hacerlas, no las hacemos. Una época y una cultura en las que se hace difícil poner límites y orientar hacia los fines adecuados todo aquello de lo que somos capaces. Cada vez sabemos más qué podemos hacer, pero sabemos menos qué deberíamos hacer o dejar de hacer; en otras palabras, andamos relativamente bien servidos de tecnociencia pero, al parecer, algo escasos de la sabiduría necesaria para poner coto y orientar convenientemente nuestras capacidades”

Y concluye:

“El desarrollo incontrolado de la ciencia y la técnica también es consecuencia de su naturaleza causal y no finalista, su desarrollo está condicionado por lo que es capaz de hacer y no por los fines que ella misma pudiera proponerse con total lucidez”


Esa “falta de sabiduría para poner coto a nuestras capacidades” nos cuesta muy caro.

En Andalucía este año ¿más de 2500 millones desperdiciados en la parte plana de la curva?

Las no-soluciones 

Ante esta situación los políticos han intentado dos estrategias ciegas, porque ambas ignoran irresponsablemente los elefantes


La derecha: instrumentos de mercado que conducen a un modelo dual de sanidad (con más copagos) y recortes que atentan contra activos del sistema público como la universalidad.




https://www.nytimes.com/2017/05/22/health/health-care-global-united-states.html?_r=0
Esta no-solución de la derecha puede disminuir el gasto sanitario a corto plazo pero conduce a un modelo semejante al norteamericano en el medio y largo plazo: más costoso, ineficaz e inequitativo 

La izquierda (cuando no gobierna): seguir aumentando los presupuestos sanitarios para que avancemos por la parte plana de la curva


¿Estamos condenados al suicidio o al fracaso?


Todo es peor si atendemos el contexto económico que impone 
Europa que pretende un recorte del porcentaje del PIB dedicado a sanidad pública hasta el 5,6% en 2020.


Sin enfrentarnos a los 7 elefantes del apocalipsis, más gasto para la sanidad es derroche suicida; más recortes, copagos y reformas de mercado, fracaso absoluto; y reducir el PIB dedicado a sanidad pública, como impone Europa, un estrangulamiento que impondrá reformas vía doctrina del shock

Octavo elefante

Hemos de identificar un octavo elefante


La atención sanitaria tiene un escaso impacto sobre la salud de las poblaciones: no más de un 10%


Son los determinantes sociales los que influyen en mayor medida en la salud poblacional 


Sin embargo, la atención sanitaria se lleva el 90% de los recursos 

Para algunos autores, la atención sanitaria estaría confiscando la riqueza de las naciones al evitar que las sociedades puedan dedicar recursos a mejorar las condiciones sociales generadoras de mala salud


La capacidad de mejorar la salud y la equidad con intervenciones de salud pública destinadas a mejorar algunos determinantes sociales es enorme  


La biomedicina probablemente está en el límite de su capacidad para seguir mejorando la salud de las poblaciones

Buscando soluciones pragmáticas

¿Pueden asumirse algunas de las soluciones que proponemos en una estrategia de sostenibilidad?

No estamos preparados. Hay que asumir que el gasto sanitario y la ineficiencia seguirá incrementándose en los siguientes años.

Sin embargo, una Ley de  Garantías y Sostenibilidad del Sistema Sanitario Público debe ser capaz de poner las bases que alumbren las condiciones para el cambio.

Algunas recomendaciones para que figuren en la introducción de la Ley:

1- Asumir que el desarrollo tecnológico, hoy en día inevitablemente impulsado y orientado por los intereses del capital, tiene unas consecuencias ambiguas, y que la medicina como institución tiene una “ceguera sistémica” a la hora de valorar su impacto y, debido a ello, una incapacidad para discriminar aquellas con potencialidad para satisfacer las necesidades humanas
No se puede cambiar el contexto de generación del conocimiento y desarrollo tecnológico pero sí es necesario reconocer la necesidad de salvaguardas como:


  • Necesidad de avanzar en el desarrollo de criterios explícitos para limitar a la introducción de nuevas tecnologías en el sistema de salud: del uso racional al racionamiento racional
  • Necesidad de mejorar las garantías no solo técnicas (evaluación) sino, sobre todo, políticas, culturales y éticas en la toma de decisiones. Es decir: hay que profundizar en el control democrático y en los criterios sociales necesarios para evaluar las nuevas tecnologías y aprobar su uso en el sistema público. Por tanto: apostar por la priorización participativa de la inversión pública en sanidad  
  • Necesidad de una protección democrática para el conocimiento biomédico: más transparencia, rendición de cuentas y participación en todos los agentes de la cadena del conocimiento (reguladores, sociedades científicas, colegios profesionales, organizaciones sanitarias, asociaciones de pacientes, medios de comunicación generalistas, revistas científicas, universidades y OPIs, profesionales, etc..)   
2- Aceptar que sin un cambio cultural de la sociedad que consiga equilibrar su ponderación del valor de la tecnología y la atención sanitaria para mejorar la salud no conseguiremos más que la población viva cualquier limitación como un recorte. No es posible la sostenibilidad por decreto
3-  Reconocer desde el inicio la limitada contribución de la asistencia sanitaria a la mejora de la salud y la apuesta para progresivamente re-dirigir los esfuerzos públicos a mejorar sus determinantes sociales



4- Se trata de pasar de una medicina del bienestar (cuyas bases políticas y económicas fueron muy importantes en la mejora de la salud y el progreso social en la segunda mitad del siglo XX pero que en los últimos 25 años muestra graves señales de agotamiento y una hipertrofia insana, al haber cambiado las condiciones que la alumbraron ) a una medicina de la justicia (con bases éticas)


Gráficamente significa saltar a otra función de la producción de salud. A las bases conceptuales y epistemológicas que justifican este cambio de función lo hemos denominado post-medicina
Post-medicina: desinvertir en sanidad para invertir en salud



(1.1) Desinvertir en lo ineficaz, lo inseguro, lo innecesario, lo inútil, lo inclemente y lo insensato


(1.2) Priorizar estrategias de calidad:


  • seguridad: lo primero, no hacer daño
  • medicalización: énfasis en lo que “no hay que hacer” sobre “lo que hay que hacer” y en evitar el sobrediagnóstico 

(2) Asumir la inevitabilidad del racionamiento o limitación explícita a la introducción de nuevas tecnologías siguiendo unos criterios no solo técnicos sino también sociales (y éstos han de ser desarrollados)

El concepto de moratoria refleja una limitación temporal, un aplazamiento de la decisión mientras no existan razones de peso para introducir las tecnologías


(3) Reinversión del potencial ahorro en estrategias de salud pública dirigidas a los determinantes sociales


(4) Buen gobierno del conocimiento biomédico


(5) Nuevo movimiento social por la salud:

Aquel capaz de “empoderar a la ciudadanía para que sea capaz de tener una visión equilibrada de los beneficios y perjuicios de la atención sanitaria, utilizar adecuadamente los recursos públicos sanitarios a su disposición, exigir una adecuada priorización de los presupuestos dedicados a salud (incluyendo más inversión en áreas como la educación, las energías limpias, la agricultura sostenible o el transporte activo) y demandar a los políticos que cumplan con su obligación de proteger a la sociedad contra las prácticas comerciales que enferman”

Una sociedad madura en su relación con el sistema sanitario, conocedora de sus derechos y deberes en términos de salud, capaz ser exigente con los políticos en su responsabilidad de priorizar adecuadamente las inversiones públicas en salud y en el sistema sanitario, reduciendo su ineficiencia y el coste oportunidad, para potenciar otras políticas no sanitarias capaces de generar salud y equidad


Priorización en la era de la postmedicina 

Una medicina que reconozca sus sesgos:

(1) Curar en lugar de cuidar. 

(2) Lucha irracional por el aumento indefinido en la expectativa de vida. 

(3) Énfasis en la cantidad en lugar de calidad de la vida. 

(4) Beneficio individual sobre el poblacional. 

(5) Intervenciones tecnológicas para curar o mejorar la enfermedad en lugar de esfuerzos para promover la salud y prevenir la enfermedad. 

(6) Una medicina de sub–especialidades en lugar de una basada en cuidados y la medicina familiar y comunitaria como centro del sistema

(7) Un atención centrada en los profesionales médicos en vez de en otros profesionales que ya han interiorizado los valores del cuidado como la enfermería, terapeutas ocupacionales o los trabajadores sociales.


En 10 años nos gustaría que el titular recuadrado cambiara



La idea del decrecimiento nos permite avanzar que el sistema sanitario público del futuro habrá de inscribirse en un paradigma de la escasez que es el que va imponer las condiciones socio-económicas en los próximos años debido a limitaciones relacionadas con la supervivencia del planeta.


“Se trata de reconfigurar nuestras sociedades sobre la base de valores y principios diametralmente diferentes de los hoy imperantes. Estamos hablando… de la primacía de la vida social frente a la lógica de la producción, de la competitividad y del consumo; del ocio creativo…; del reparto del trabajo…; de la introducción de una renta básica de ciudadanía..; de la necesaria reducción del tamaño de muchas de las infraestructuras productivas, administrativas y de transporte; de la recuperación de muchos de los elementos de la vida local, y con ellos de la democracia directa y la auto-gestión, frente a la globalización desbocada… y, en suma, de la sobriedad y la sencillez voluntarias” 

(Decrecimientos: de lo que hay que cambiar en la vida cotidiana. Carlos Taibo (dir), 2011; p 13)


Abel Novoa

Presidente de NoGracias