Margarita Mediavilla. Revista Ecologista nº 92
Querida María:
Me he acordado esta tarde de ti porque estaba haciendo limpieza en casa y he encontrado tus antiguos artículos sobre el decrecimiento y el pico del petróleo. Creo que tú y tus amigos agoreros del peak oil os equivocasteis de lleno: estamos en 2040 y la escasez de petróleo todavía no ha llegado. Igual que el petróleo convencional fue sustituido a principios de siglo por el de fractura hidráulica, ahora el fracking ha sido sustituido por los modernos combustibles sintéticos del carbón. Como bien dicen los expertos, la tecnología se las arregla para superar cualquier escasez.
No ha habido un colapso ni una gran caída como predecíais, la tecnología ha seguido avanzando y el crecimiento económico sigue consolidándose en las Sociedades Globales. Dices que los marginados de la Sociedad y los países con Estados fallidos ya no aparecen en las estadísticas y son más del 40 %; tienes razón en que no aparecen, pero creo no son tantos. Y lo mejor que nos ha podido suceder, digas lo que digas, ha sido la llegada al poder de los partidos nacionales tanto en Alemania como en el resto de Europa. Ellos han sido los que han puesto orden y han apostado por las nuevas tecnologías del carbón líquido, abandonando los espejismos renovables de la época Merkel y los compromisos del Acuerdo de París. Las minas de Centroeuropa permiten que nuestra economía compita con la estadounidense, que fue la primera en apostar por los combustibles sintéticos en la época de Trump. ¡Hasta las minas españolas han vuelto a abrirse!
El otro día vino tu madre muy preocupada diciendo que la ciudad ahora está muy extraña, que parece una ciudad provinciana porque siempre ve las mismas caras en las cafeterías, que hay poca gente en la calle y sólo se ven robots repartidores y drones. Creo que la pobre todavía no sabe que hace diez años se construyeron los muros. No me atrevo a contarle que los barrios de desempleados quedaron fuera y los arrabaleros sólo pueden entrar en la ciudad con carnet de empleo. Mamá no es consciente de la suerte que tiene de pertenecer a la sociedad, ella todavía tiene esa vieja mentalidad democrática del siglo XX y si le cuento lo de los muros me temo que se le vaya la olla, empiece a soltar sus peroratas sobre los derechos humanos y nos meta en algún lío. También dice que los inviernos han desaparecido, que el centro de España ahora es como antes era el sur y el norte es como el centro, que nos está tragando el Sahara. La verdad, yo no me acuerdo cómo era el paisaje cuando era niña, ni tampoco sé bien cómo es ahora fuera de las ciudades, no suelo mirar por la ventanilla del coche autoguiado porque me duermo en los viajes.
Tu sobrina nos ha dado un disgusto enorme. Se ha marchado a las montañas con esos desarrapados de la guerrilla como te fuiste tú hace años. Decía que estaba enferma, que sus dolores de cabeza y sus alergias se debían a todas las radiaciones de los vehículos guiados, los drones de reparto y el Internet de las cosas, además decía que se ahogaba con el smog. El doctor le aseguraba que su enfermedad es genética y está demostrado científicamente que las radiaciones no tienen efecto sobre la salud, pero ya sabes que era aficionada a esas supersticiones de la medicina natural.
Mamá está muy preocupada porque no sabe cómo mandarle sus medicinas ni como sobrevivirá sin ellas. ¿Cómo vivís en esos campos donde no hay nada más que polvo y robots tractor? Igual te la encuentras algún día en una de vuestras comunas hippies, quizá robando gasóleo de un robot ganadero o cometiendo algún otro atentado terrorista de esos que gustan a tus amigos.
No sé cómo estáis tan locas al intentar sobrevivir en ese mundo salvaje, sin robots ni realidad virtual, trabajando la tierra a mano. Pero tu sobrina es como tú, le metiste el virus antisistema en la cabeza con esas cosas de la educación libre, la música y la poesía. A los dieciséis andaba con una panda de guarros que se dedicaban a hackear y poner zancadillas a los robots repartidores porque decían que destruían el empleo del comercio. Menos mal que cuando llegó el Ejército a poner orden no la relacionaron con ellos.
Me alegro de que tú estés bien y hayas encontrado la paz en esas historias tuyas. También te agradezco que te tomes tantas precauciones para escribirme y hacerme llegar estas cartas en papel, aunque la verdad es que me cuesta horrores escribir a mano para no dejar huellas digitales en la impresora —ya sabes que ahora todo está conectado— .
De todas formas no entiendo eso que dices en tu carta: “Esa sociedad tuya es capaz de conectar el chip de tu nevera con los millones de chips de las neveras, coches y aires acondicionados de todo el mundo, pero incapaz de conectaros con vuestro cuerpo, con las personas que están a vuestro alrededor y con la naturaleza que os alimenta. Tampoco os deja conectar dos ideas seguidas en vuestra cabeza que os permitan ver que el planeta es limitado y vuestra forma de vida es absurda”.
No sé, María, no soy capaz de reflexionar tan profundo. Cuando hablas de conectar con la naturaleza, el cuerpo o las personas no sé a qué te refieres. No me suele hacer falta hablar mucho ni pensar en mi cuerpo, si me encuentro mal me voy a la realidad virtual y me tomo una pastilla de soma, que me deja como nueva. La verdad es que eres la única persona que me sigue preguntando por mis cosas y a la que cuento algo. Me ha costado mucho conseguir pertenecer a la sociedad y esconder lo tuyo. Esta forma de vida es muy cómoda y no sé si mi vida es absurda porque nunca tengo tiempo para pensar. Ahora mismo tengo que limpiar los cristales porque ayer vino el aire desde la refinería de carbón y se han puesto negros, aunque quizá mejor lo dejo para otro día: el robot limpiaventanas me ha avisado de que mañana va a haber tormenta de arena.
Cuídate y mira a ver si puedes darnos alguna noticia de tu sobrina. Vuelve a escribirme por medio del chatarrero, pero dile que tenga cuidado de venir las semanas que no pasa el robot del reciclado para no despertar sospechas; otra vez estamos en alerta antiterrorista y, aunque seguimos estando bien situadas, no es cuestión de arriesgar.
Un fuerte abrazo. Marta.
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