Álvaro de Regil Castilla - La alianza global Jus Samper
El paradigma del Bienestar de la Gente y el Planeta en un entorno de real democracia desprovisto de capitalismo
El mundo está decididamente regresando a estadios que creíamos superados. La democracia y sus llamadas instituciones democráticas son, en su mayoría, una parodia absoluta. En lugar de un etos democrático, el mercado dicta las reglas por las que todos debemos intentar vivir, en completa contradicción con la premisa más elemental de democracia: procurar el bienestar de todos los rangos de la sociedad, y con especial énfasis en los desposeídos. En la mayoría de las naciones llamadas democráticas, sus soberanos son los ciudadanos, el demos. Empero, los gobiernos han traicionado su mandato democrático de ir en pos del bienestar del ciudadano, quien ha confiado una responsabilidad tan seminal sobre su vida en un cuadro de servidores públicos electos. En lugar de ello, la basta mayoría de los servidores públicos se han vuelto agentes de los dueños del mercado y, en plena connivencia con ellos, trabajan en tándem para imponer las condiciones ideales para maximizar la efectividad de los mecanismos de extracción de riqueza de los inversionistas institucionales de los mercados financieros internacionales.
El mundo está decididamente regresando a estadios que creíamos superados. La democracia y sus llamadas instituciones democráticas son, en su mayoría, una parodia absoluta. En lugar de un etos democrático, el mercado dicta las reglas por las que todos debemos intentar vivir, en completa contradicción con la premisa más elemental de democracia: procurar el bienestar de todos los rangos de la sociedad, y con especial énfasis en los desposeídos. En la mayoría de las naciones llamadas democráticas, sus soberanos son los ciudadanos, el demos. Empero, los gobiernos han traicionado su mandato democrático de ir en pos del bienestar del ciudadano, quien ha confiado una responsabilidad tan seminal sobre su vida en un cuadro de servidores públicos electos. En lugar de ello, la basta mayoría de los servidores públicos se han vuelto agentes de los dueños del mercado y, en plena connivencia con ellos, trabajan en tándem para imponer las condiciones ideales para maximizar la efectividad de los mecanismos de extracción de riqueza de los inversionistas institucionales de los mercados financieros internacionales.
De
esta forma, han integrado un sistema muy efectivo de puertas
giratorias que permite a los agentes del mercado y a sus dueños actuar
tanto en la arena pública como privada para perpetuar sus sistemas de
extracción de riqueza sobre el noventa y nueve por ciento para el muy
privado interés del uno por ciento.
Consecuentemente, hemos retro pedaleado a un etos muy reminiscente de la Edad Dorada del siglo XIX con sus barones ladrones. Mediante reglas de comercio, pactos comerciales, acuerdos de cambio climático así como falsas banderas cuidadosamente diseñadas de carácter financiero, de salud pública y geopolítico, los agentes del mercado han burlado a los sistemas jurídicos de las naciones y han colocado a los intereses de las corporaciones y de sus inversionistas sobre las soberanías de las naciones, con el fin de poder privatizar y explotar sin cortapisas cada aspecto de la vida, cada bien público y cada recurso natural en su beneficio. Desde una perspectiva geopolítica, sus maquinarias de propaganda trabajan sin tregua para convencer a millones de personas de que un número de guerras no declaradas están justificadas en pos de la paz, la justicia, la democracia y los derechos humanos.
Reminiscente de los 1930s, y sin menoscabo de otros conflictos militares sobre todo en oriente próximo y África, estamos al borde de otra guerra mundial. De hecho, esta guerra ya está en marcha. No ha sido declarada formalmente pero no hay duda de que conlleva poderosos intereses globales económicos y geopolíticos para lo actores contendientes; intereses que no tienen nada que ver con su argumentación propagandística. En efecto, desde la Segunda Guerra Mundial no han habido tantas naciones involucradas en un sólo teatro de guerra como lo es Siria e Irak. Por ello, estamos inmersos en una recesión capitalista prolongada y en un número de conflictos en donde los barones ladrones al mando de las naciones intentan que prevalezcan sus intereses globales mediante la guerra. Todo gira alrededor de la codicia; esto es, del imperialismo económico.
Consecuentemente, hemos retro pedaleado a un etos muy reminiscente de la Edad Dorada del siglo XIX con sus barones ladrones. Mediante reglas de comercio, pactos comerciales, acuerdos de cambio climático así como falsas banderas cuidadosamente diseñadas de carácter financiero, de salud pública y geopolítico, los agentes del mercado han burlado a los sistemas jurídicos de las naciones y han colocado a los intereses de las corporaciones y de sus inversionistas sobre las soberanías de las naciones, con el fin de poder privatizar y explotar sin cortapisas cada aspecto de la vida, cada bien público y cada recurso natural en su beneficio. Desde una perspectiva geopolítica, sus maquinarias de propaganda trabajan sin tregua para convencer a millones de personas de que un número de guerras no declaradas están justificadas en pos de la paz, la justicia, la democracia y los derechos humanos.
Reminiscente de los 1930s, y sin menoscabo de otros conflictos militares sobre todo en oriente próximo y África, estamos al borde de otra guerra mundial. De hecho, esta guerra ya está en marcha. No ha sido declarada formalmente pero no hay duda de que conlleva poderosos intereses globales económicos y geopolíticos para lo actores contendientes; intereses que no tienen nada que ver con su argumentación propagandística. En efecto, desde la Segunda Guerra Mundial no han habido tantas naciones involucradas en un sólo teatro de guerra como lo es Siria e Irak. Por ello, estamos inmersos en una recesión capitalista prolongada y en un número de conflictos en donde los barones ladrones al mando de las naciones intentan que prevalezcan sus intereses globales mediante la guerra. Todo gira alrededor de la codicia; esto es, del imperialismo económico.
La
gran diferencia con la Edad Dorada y el periodo entreguerras de los
años treinta, empero, es que hemos alcanzado una etapa donde el
incesantes consumo de recursos –condición indispensable para la
prolongación del capitalismo– se ha vuelto absolutamente insostenible.
Debido a la huella ecológica producida por las sociedades de mercado,
miles de especies han dejado de existir en los últimos cien años. Así
mismo, nuestro uso predominante de recursos no renovables para proveer
de la energía necesaria a nuestras normas de vida consumistas, no sólo
ha llevado a los combustibles fósiles a un decadente estado de
rendimientos decrecientes y escasez, sino que ha disparado un cambio
climático dramático.
Estamos presenciando un consistente calentamiento del planeta, del cual apenas comenzamos a padecer sus penurias, sin saber con algún grado razonable de certeza cuáles serán sus peores consecuencias para la humanidad y el resto de los seres vivientes. Además, los pronósticos apuntan a la muy alta probabilidad de que ya hayamos cruzado un umbral donde ya no podremos regresar a las condiciones del planeta que prevalecían apenas hace medio siglo, aún bajo el irreal escenario de que pongamos un drástico fin a nuestro sistema de consumismo extremo y que construyamos sistemas de vida radicalmente nuevos y realmente sostenibles.
Estamos presenciando un consistente calentamiento del planeta, del cual apenas comenzamos a padecer sus penurias, sin saber con algún grado razonable de certeza cuáles serán sus peores consecuencias para la humanidad y el resto de los seres vivientes. Además, los pronósticos apuntan a la muy alta probabilidad de que ya hayamos cruzado un umbral donde ya no podremos regresar a las condiciones del planeta que prevalecían apenas hace medio siglo, aún bajo el irreal escenario de que pongamos un drástico fin a nuestro sistema de consumismo extremo y que construyamos sistemas de vida radicalmente nuevos y realmente sostenibles.
Partiendo
de este contexto de conflictos geopolíticos de rápida escalada y de
patente reacción del planeta contra el insostenible consumo
antropocéntrico de recursos por parte del sistema global mercadocrático,
la premisa de este trabajo es que debemos empezar hoy mismo a cambiar
radicalmente nuestros estilos de vida para ponerlos en armonía con lo
que puede ofrecernos la Madre Tierra en alimentos, agua, energía y otros
recursos naturales de manera realmente sostenible para nosotros y para
todos los seres vivientes.
Esto implica que debemos embarcarnos en un salto cuántico de cambio paradigmático que ponga fin a la mercadocracia. Si existe alguna esperanza de largo plazo para la humanidad y el resto de las criaturas vivientes, tenemos que reemplazar el actual etos mercadocrático con un etos de real democracia. En síntesis, no podremos construir un sistema sostenible sin reemplazar al capitalismo, porque el verdadero sostenimiento de la gente y el planeta –justicia social y un planeta sano– son totalmente incompatibles con la premisa del capitalismo. El verdadero sostenimiento y el capitalismo son un oxímoron. En consecuencia, reemplazar al paradigma de acumulación de capital es la única forma de hacer realidad la construcción de un nuevo paradigma anclado en el decrecimiento drástico de nuestra huella ecológica.
Sin embargo, dado que todas las instituciones nacionales e internacionales han sido secuestradas por el mercado, tenemos que empezar por rescatarlas de los agentes conductores del mercado. Es decir, tenemos que empezar por remover del poder legal y pacíficamente a los dueño del mercado y a sus agentes atrincherados en los salones de gobierno. Esta es la quintaesencia, la condición sine qua non para intentar realistamente construir lo que por ahora puedo mejor describir como el paradigma que va en pos del bienestar de la gente y el planeta y NO el mercado.
Esto implica que debemos embarcarnos en un salto cuántico de cambio paradigmático que ponga fin a la mercadocracia. Si existe alguna esperanza de largo plazo para la humanidad y el resto de las criaturas vivientes, tenemos que reemplazar el actual etos mercadocrático con un etos de real democracia. En síntesis, no podremos construir un sistema sostenible sin reemplazar al capitalismo, porque el verdadero sostenimiento de la gente y el planeta –justicia social y un planeta sano– son totalmente incompatibles con la premisa del capitalismo. El verdadero sostenimiento y el capitalismo son un oxímoron. En consecuencia, reemplazar al paradigma de acumulación de capital es la única forma de hacer realidad la construcción de un nuevo paradigma anclado en el decrecimiento drástico de nuestra huella ecológica.
Sin embargo, dado que todas las instituciones nacionales e internacionales han sido secuestradas por el mercado, tenemos que empezar por rescatarlas de los agentes conductores del mercado. Es decir, tenemos que empezar por remover del poder legal y pacíficamente a los dueño del mercado y a sus agentes atrincherados en los salones de gobierno. Esta es la quintaesencia, la condición sine qua non para intentar realistamente construir lo que por ahora puedo mejor describir como el paradigma que va en pos del bienestar de la gente y el planeta y NO el mercado.
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