David Graeber
John Riordan |
¿Alguna vez has tenido la sensación de que
tu puesto de trabajo es una pura invención? ¿Que el mundo seguiría
girando si dejaras tu puesto de trabajo de 40 horas semanales? David
Graeber, antropólogo estadounidense, explora el fenómeno de los
trabajos absurdos en un texto de gran interés para cualquier
trabajador/a, que analiza el mundo laboral con altas dosis de ironía y
desde un punto de vista anglosajón, de una manera poco convencional en
los tiempos que corren.
En el año 1930, John Maynard Keynes predijo
que, para finales del Siglo XX, la tecnología habría avanzado lo
suficiente para que países como Gran Bretaña o EEUU hubieran conseguido
una semana laboral de 15 horas. Hay muchas razones para creer que
estaba en lo cierto: en términos tecnológicos, seríamos perfectamente
capaces. Y sin embargo, nada más lejos de la realidad. En su lugar la
tecnología ha sido empleada para inventar maneras de hacernos trabajar
más a todos/as. Para alcanzar este fin ha habido que crear puestos de
trabajo que son, a todas luces, inútiles. Gran cantidad de personas,
sobre todo en Europa y Norteamérica, pasan la totalidad de su vida
laboral desempeñando tareas que, en el fondo, creen bastante
innecesarias. El daño moral y espiritual derivado de estas situaciones
es profundo. Se trata de una cicatriz sobre nuestro alma colectiva. Sin
embargo, apenas se habla sobre el tema.
¿Por qué nunca llegó a materializarse la utopía prometida por Keynes (aún esperada con impaciencia en los años 1960)? La respuesta más manida hoy en día dice que no supo predecir el incremento masivo del consumismo. Presentados/as con la elección entre currar menos horas y obtener más juguetes y placeres hemos, colectivamente, optado por la segunda opción. Si bien esto daría para una bonita historia moralista, una breve reflexión nos demuestra que no se puede tratar de eso, que la respuesta no es tan sencilla. Sí, hemos sido testigo de la creación de una variedad interminable de nuevos trabajos e industrias desde la década de los años 1920, pero muy pocos tienen algo que ver con la producción y distribución de sushi, iPhones o zapatillas deportivas molonas.
¿Entonces cuáles son estos nuevos trabajos, exactamente? Un estudio reciente comparando la situación del empleo en EEUU entre 1910 y 2000 nos da una respuesta bastante clara (y extrapolable a los países europeos). A lo largo del siglo pasado el número de trabajadores/as empleados/as como personal de servicio doméstico, en la industria y en el sector agrícola se ha desplomado de forma dramática. Al mismo tiempo, las categorías de “profesionales, directivos, administrativos, comerciales y trabajadores de servicios varios” han triplicado sus números, creciendo “de un cuarto a tres cuartos del empleo total”. En otras palabras, los trabajos productivos, exactamente como se predijo, han sido en gran parte sustituidos por procesos automatizados (incluso si contamos a los/as trabajadores/as de la industria globalmente, incluyendo a las masas trabajadoras en India y China, el número de estos/as trabajadores/as sigue estando lejos de alcanzar el gran porcentaje de la población mundial que suponía antes).
Pero en lugar de permitir una reducción masiva de horas de trabajo que permitiera a la población mundial dedicarse a la consecución de sus propios proyectos, placeres, visiones e ideas, hemos visto la inflación no tanto del sector “servicios” como del sector administrativo, incluyendo la creación de industrias enteras como la de los servicios financieros o el telemarketing, o la expansión sin precedentes de sectores como el del derecho empresarial, la administración educativa y sanitaria, los recursos humanos y las relaciones públicas. Y estas cifras ni siquiera reflejan a todas aquellas personas cuyo trabajo consiste en proporcionar soporte administrativo, técnico o de seguridad para estas industrias, o, es más, todo un sinfín de industrias secundarias (paseadores de perros, repartidores nocturnos de pizza), que sólo existen porque todo el mundo pasa la mayoría de su tiempo trabajando en todo lo demás.
Estos son a los que yo propongo llamar trabajos de mierda. Trabajos absurdos.
Es como si alguien estuviera por ahí inventando trabajos inútiles por el mero hecho de mantenernos a todos/as trabajando. Y aquí, precisamente, radica el misterio. En el capitalismo, esto es precisamente lo que se supone que no debería pasar. Por supuesto, en los viejos e ineficientes Estados socialistas como la Unión Soviética, donde el empleo era considerado tanto un derecho como un deber sagrado, el sistema inventaba tantos puestos de trabajo como era necesario (esto es por lo que en los grandes almacenes soviéticos había tres dependientes/as para vender un trozo de carne). Pero, desde luego, este es el tipo de problema que la competencia generada por el libre mercado se suponía que solucionaba. De acuerdo con la teoría económica, al menos, lo último que una empresa con ánimo de lucro pretende hacer es pagar dinero a trabajadores/as a los/as que realmente no necesita emplear. Sin embargo, de alguna manera, esto ocurre.
A pesar de que las empresas pueden efectuar implacables reducciones de plantilla, los despidos y las prejubilaciones invariablemente caen sobre la gente que realmente está haciendo, moviendo, reparando y manteniendo cosas; por una extraña alquimia que nadie consigue explicar, el número de burócratas asalariados en el fondo parece aumentar, y más y más empleados/as se ven a sí mismos/as, en realidad de forma no muy diferente a los/as trabajadores/as soviéticos/as, trabajando 40 o incluso 50 horas semanales sobre el papel, pero trabajando efectivamente 15 horas, justo como predijo Keynes, ya que el resto de su tiempo lo pasan organizando y asistiendo a cursillos de motivación, actualizando sus perfiles de Facebook o descargando temporada tras temporada de series de televisión.
La respuesta, evidentemente, no es económica: es moral y política. La clase dirigente se ha dado cuenta de que una población feliz y productiva con tiempo libre es un peligro mortal (piensa en lo que comenzó a suceder cuando algo sólo moderadamente parecido empezó a existir en los años 1960). Y, por otro lado, la sensación de que el trabajo es un valor moral en sí mismo, y que cualquiera que no esté dispuesto/a a someterse a algún tipo de intensa disciplina laboral durante la mayor parte de su tiempo no se merece nada, es extraordinariamente conveniente para ellos/as.
Una vez, al contemplar el crecimiento aparentemente interminable de responsabilidades administrativas en los departamentos académicos británicos, se me ocurrió una posible visión del infierno. Elinfierno como un grupo de individuos que se pasan la mayor parte de su tiempo trabajando en una tarea que no les gusta y que no se les da especialmente bien. Digamos que fueron contratados/as por ser excelentes ebanistas, y entonces descubren que se espera de ellos/as que pasen una gran parte del tiempo tejiendo bufandas. La tarea no es realmente necesaria, o al menos hay un número muy limitado de bufandas que es necesario tejer. Pero, de alguna manera, todos/as se obsesionan tanto con el rencor ante la idea de que algunos/as de sus compañeros/as de trabajo podrían dedicar más tiempo a fabricar muebles, y no a cumplir su parte correspondiente de confección de bufandas, que al poco tiempo hay interminables montones inútiles de bufandas mal tejidas acumulándose por todo el taller, y es a lo único que se dedican.
Creo que ésta realmente es una descripción bastante precisa de la dinámica moral de nuestra economía.
Bueno, soy consciente de que cada argumento va a encontrar objeciones inmediatas: “¿quién eres tú para determinar qué trabajos son realmente ‘necesarios’? De todos modos, ¿qué es necesario? Tú eres profesor de antropología, ¿qué ‘necesidad’ hay de eso?” Y a cierto nivel, esto es evidentemente cierto. No existe una medida objetiva de valor social.
No me atrevería a decirle a alguien que está convencido de que está haciendo una contribución significativa al mundo de que, realmente, no es el caso. ¿Pero qué pasa con aquellas personas que están convencidas de que sus trabajos no tienen sentido alguno? No hace mucho volví a contactar con un amigo del colegio al que no veía desde que tenía 12 años. Me sorprendió descubrir que, en este tiempo, primero se había convertido en poeta y luego en el líder de una banda de indie rock. Había oído algunas de sus canciones en la radio sin tener ni idea de que el cantante era alguien a quien conocía. Él era obviamente brillante, innovador, y su trabajo indudablemente había alegrado y mejorado la vida de gente en todo el mundo. Sin embargo, después de un par de discos sin éxito había perdido el contrato y, plagado de deudas y con una hija recién nacida, terminó, como él mismo dijo, “tomando la opción por defecto de mucha gente sin rumbo: la facultad de derecho.” Ahora es un abogado empresarial que trabaja en una destacada empresa de Nueva York. Él es el primero en admitir que su trabajo no tiene absolutamente ningún sentido, no contribuye en nada al mundo y, a su propio juicio, realmente no debería existir.
Hay muchas preguntas que uno se puede hacer aquí, empezando por, ¿qué dice esto sobre nuestra sociedad, que parece generar una demanda extremadamente limitada de poetas y músicos con talento, pero una demanda aparentemente infinita de especialistas en derecho empresarial? (Respuesta: si un 1% de la población controla la mayoría de la riqueza disponible, lo que llamamos “el mercado” refleja lo que ellos/as piensan que es útil o importante, no lo que piensa cualquier otra persona.) Pero aún más, muestra que la mayoría de la gente con estos empleos en el fondo es consciente de ello. De hecho, no estoy seguro de haber conocido a algún/a abogado/a empresarial que no pensara que su trabajo era absurdo. Lo mismo pasa con casi todas los nuevos sectores anteriormente descritos. Hay una clase entera de profesionales asalariados/as que, si te encontraras con ellos/as en fiestas y admitieras que haces algo que podría ser considerado interesante (un antropólogo, por ejemplo), querrán evitar a toda costa hablar de su propio trabajo. Dales un poco de alcohol, y lanzarán diatribas sobre lo inútil y estúpido que es en realidad la labor que desempeñan.
Hay una profunda violencia psicológica en todo esto. ¿Cómo puede uno empezar a hablar de dignidad en el trabajo cuando secretamente siente que su trabajo no debería existir? ¿Cómo puede este hecho no crear una sensación de profunda rabia y de resentimiento? Sin embargo una peculiar genialidad de nuestra sociedad es que sus dirigentes han descubierto una forma, como en el caso de los/as tejedores/as de bufandas, de asegurarse que la rabia se dirige precisamente contra aquellos/as que realmente tienen la oportunidad de hacer un trabajo valioso. Por ejemplo: en nuestra sociedad parece haber una regla general por la cual, cuanto más evidente sea que el trabajo que uno desempeña beneficia a otra gente, menos se percibe por desempeñarlo. De nuevo, es difícil encontrar un baremo objetivo, pero una forma sencilla de hacerse una idea es preguntar: ¿qué pasaría si toda esta clase de gente simplemente desapareciera? Di lo que quieras sobre enfermeros/as, basureros/as o mecánicos/as, es obvio que si se esfumaran como una nube de humo los resultados serían inmediatos y catastróficos. Un mundo sin profesores/as o trabajadores/as portuarios/as pronto tendría problemas, incluso uno sin escritores/as de ciencia ficción o músicos/as de ska sería claramente un sitio inferior. No está del todo claro cómo sufriría la humanidad si todos los/as ejecutivos/as del capital privado, lobbyistas, investigadores/as de relaciones públicas, notarios, comerciales, técnicos de la administración o asesores legales se esfumaran de forma similar. (Muchos/as sospechan que podría mejorar notablemente.) Sin embargo, aparte de un puñado de excepciones (cirujanos/as, etc.), la norma se cumple sorprendentemente bien.
Aún más perverso es que parece haber un amplio sentimiento de que así es como las cosas deben ser. Ésta es una de las fortalezas secretas del populismo de derechas. Puedes verlo cuando los periódicos sensacionalistas avivan el rencor contra los/as trabajadores/as del metro por paralizar las ciudades durante los conflictos laborales: el propio hecho de que los/as trabajadores/as del metro puedan paralizar una ciudad muestra que su trabajo es realmente necesario, pero esto parece ser precisamente lo que molesta a la gente. Es incluso más evidente en los Estados Unidos, donde los republicanos han tenido un éxito notable movilizando el resentimiento contra maestros/as o trabajadores/as del automóvil (y no, significativamente, contra las administraciones educativas o los gestores de la industria del automóvil, quienes realmente causan los problemas). Es como si les dijeran “¡pero si os dejan enseñar a niños/as! ¡O a fabricar coches! ¡Tenéis trabajos auténticos! ¿Y encima tenéis el descaro de esperar también pensiones de clase media y asistencia sanitaria?”
Si alguien hubiera diseñado un régimen laboral adecuado perfectamente para mantener el poder del capital financiero, es difícil imaginar cómo podrían haber hecho un trabajo mejor. Los/as trabajadores/as reales y productivos/as son incansablemente presionados/as y explotados/as. El resto está dividido entre un estrato aterrorizado de los/as universalmente denigrados/as desempleados/as y un estrato mayor a quienes se les paga básicamente por no hacer nada, en puestos diseñados para hacerles identificarse con las perspectivas y sensibilidades de la clase dirigente (gestores, administradores, etc.) – y particularmente sus avatares financieros – pero, al mismo tiempo, fomentarles un resentimiento contra cualquiera cuyo trabajo tenga un claro e innegable valor social. Obviamente, el sistema nunca ha sido diseñado conscientemente. Surgió de casi un siglo de prueba y error. Pero es la única explicación de por qué, a pesar de nuestra capacidad tecnológica, no estamos todos/as trabajando 3-4 horas al día.
¿Por qué nunca llegó a materializarse la utopía prometida por Keynes (aún esperada con impaciencia en los años 1960)? La respuesta más manida hoy en día dice que no supo predecir el incremento masivo del consumismo. Presentados/as con la elección entre currar menos horas y obtener más juguetes y placeres hemos, colectivamente, optado por la segunda opción. Si bien esto daría para una bonita historia moralista, una breve reflexión nos demuestra que no se puede tratar de eso, que la respuesta no es tan sencilla. Sí, hemos sido testigo de la creación de una variedad interminable de nuevos trabajos e industrias desde la década de los años 1920, pero muy pocos tienen algo que ver con la producción y distribución de sushi, iPhones o zapatillas deportivas molonas.
¿Entonces cuáles son estos nuevos trabajos, exactamente? Un estudio reciente comparando la situación del empleo en EEUU entre 1910 y 2000 nos da una respuesta bastante clara (y extrapolable a los países europeos). A lo largo del siglo pasado el número de trabajadores/as empleados/as como personal de servicio doméstico, en la industria y en el sector agrícola se ha desplomado de forma dramática. Al mismo tiempo, las categorías de “profesionales, directivos, administrativos, comerciales y trabajadores de servicios varios” han triplicado sus números, creciendo “de un cuarto a tres cuartos del empleo total”. En otras palabras, los trabajos productivos, exactamente como se predijo, han sido en gran parte sustituidos por procesos automatizados (incluso si contamos a los/as trabajadores/as de la industria globalmente, incluyendo a las masas trabajadoras en India y China, el número de estos/as trabajadores/as sigue estando lejos de alcanzar el gran porcentaje de la población mundial que suponía antes).
Pero en lugar de permitir una reducción masiva de horas de trabajo que permitiera a la población mundial dedicarse a la consecución de sus propios proyectos, placeres, visiones e ideas, hemos visto la inflación no tanto del sector “servicios” como del sector administrativo, incluyendo la creación de industrias enteras como la de los servicios financieros o el telemarketing, o la expansión sin precedentes de sectores como el del derecho empresarial, la administración educativa y sanitaria, los recursos humanos y las relaciones públicas. Y estas cifras ni siquiera reflejan a todas aquellas personas cuyo trabajo consiste en proporcionar soporte administrativo, técnico o de seguridad para estas industrias, o, es más, todo un sinfín de industrias secundarias (paseadores de perros, repartidores nocturnos de pizza), que sólo existen porque todo el mundo pasa la mayoría de su tiempo trabajando en todo lo demás.
Estos son a los que yo propongo llamar trabajos de mierda. Trabajos absurdos.
Es como si alguien estuviera por ahí inventando trabajos inútiles por el mero hecho de mantenernos a todos/as trabajando. Y aquí, precisamente, radica el misterio. En el capitalismo, esto es precisamente lo que se supone que no debería pasar. Por supuesto, en los viejos e ineficientes Estados socialistas como la Unión Soviética, donde el empleo era considerado tanto un derecho como un deber sagrado, el sistema inventaba tantos puestos de trabajo como era necesario (esto es por lo que en los grandes almacenes soviéticos había tres dependientes/as para vender un trozo de carne). Pero, desde luego, este es el tipo de problema que la competencia generada por el libre mercado se suponía que solucionaba. De acuerdo con la teoría económica, al menos, lo último que una empresa con ánimo de lucro pretende hacer es pagar dinero a trabajadores/as a los/as que realmente no necesita emplear. Sin embargo, de alguna manera, esto ocurre.
A pesar de que las empresas pueden efectuar implacables reducciones de plantilla, los despidos y las prejubilaciones invariablemente caen sobre la gente que realmente está haciendo, moviendo, reparando y manteniendo cosas; por una extraña alquimia que nadie consigue explicar, el número de burócratas asalariados en el fondo parece aumentar, y más y más empleados/as se ven a sí mismos/as, en realidad de forma no muy diferente a los/as trabajadores/as soviéticos/as, trabajando 40 o incluso 50 horas semanales sobre el papel, pero trabajando efectivamente 15 horas, justo como predijo Keynes, ya que el resto de su tiempo lo pasan organizando y asistiendo a cursillos de motivación, actualizando sus perfiles de Facebook o descargando temporada tras temporada de series de televisión.
La respuesta, evidentemente, no es económica: es moral y política. La clase dirigente se ha dado cuenta de que una población feliz y productiva con tiempo libre es un peligro mortal (piensa en lo que comenzó a suceder cuando algo sólo moderadamente parecido empezó a existir en los años 1960). Y, por otro lado, la sensación de que el trabajo es un valor moral en sí mismo, y que cualquiera que no esté dispuesto/a a someterse a algún tipo de intensa disciplina laboral durante la mayor parte de su tiempo no se merece nada, es extraordinariamente conveniente para ellos/as.
Una vez, al contemplar el crecimiento aparentemente interminable de responsabilidades administrativas en los departamentos académicos británicos, se me ocurrió una posible visión del infierno. Elinfierno como un grupo de individuos que se pasan la mayor parte de su tiempo trabajando en una tarea que no les gusta y que no se les da especialmente bien. Digamos que fueron contratados/as por ser excelentes ebanistas, y entonces descubren que se espera de ellos/as que pasen una gran parte del tiempo tejiendo bufandas. La tarea no es realmente necesaria, o al menos hay un número muy limitado de bufandas que es necesario tejer. Pero, de alguna manera, todos/as se obsesionan tanto con el rencor ante la idea de que algunos/as de sus compañeros/as de trabajo podrían dedicar más tiempo a fabricar muebles, y no a cumplir su parte correspondiente de confección de bufandas, que al poco tiempo hay interminables montones inútiles de bufandas mal tejidas acumulándose por todo el taller, y es a lo único que se dedican.
Creo que ésta realmente es una descripción bastante precisa de la dinámica moral de nuestra economía.
Bueno, soy consciente de que cada argumento va a encontrar objeciones inmediatas: “¿quién eres tú para determinar qué trabajos son realmente ‘necesarios’? De todos modos, ¿qué es necesario? Tú eres profesor de antropología, ¿qué ‘necesidad’ hay de eso?” Y a cierto nivel, esto es evidentemente cierto. No existe una medida objetiva de valor social.
No me atrevería a decirle a alguien que está convencido de que está haciendo una contribución significativa al mundo de que, realmente, no es el caso. ¿Pero qué pasa con aquellas personas que están convencidas de que sus trabajos no tienen sentido alguno? No hace mucho volví a contactar con un amigo del colegio al que no veía desde que tenía 12 años. Me sorprendió descubrir que, en este tiempo, primero se había convertido en poeta y luego en el líder de una banda de indie rock. Había oído algunas de sus canciones en la radio sin tener ni idea de que el cantante era alguien a quien conocía. Él era obviamente brillante, innovador, y su trabajo indudablemente había alegrado y mejorado la vida de gente en todo el mundo. Sin embargo, después de un par de discos sin éxito había perdido el contrato y, plagado de deudas y con una hija recién nacida, terminó, como él mismo dijo, “tomando la opción por defecto de mucha gente sin rumbo: la facultad de derecho.” Ahora es un abogado empresarial que trabaja en una destacada empresa de Nueva York. Él es el primero en admitir que su trabajo no tiene absolutamente ningún sentido, no contribuye en nada al mundo y, a su propio juicio, realmente no debería existir.
Hay muchas preguntas que uno se puede hacer aquí, empezando por, ¿qué dice esto sobre nuestra sociedad, que parece generar una demanda extremadamente limitada de poetas y músicos con talento, pero una demanda aparentemente infinita de especialistas en derecho empresarial? (Respuesta: si un 1% de la población controla la mayoría de la riqueza disponible, lo que llamamos “el mercado” refleja lo que ellos/as piensan que es útil o importante, no lo que piensa cualquier otra persona.) Pero aún más, muestra que la mayoría de la gente con estos empleos en el fondo es consciente de ello. De hecho, no estoy seguro de haber conocido a algún/a abogado/a empresarial que no pensara que su trabajo era absurdo. Lo mismo pasa con casi todas los nuevos sectores anteriormente descritos. Hay una clase entera de profesionales asalariados/as que, si te encontraras con ellos/as en fiestas y admitieras que haces algo que podría ser considerado interesante (un antropólogo, por ejemplo), querrán evitar a toda costa hablar de su propio trabajo. Dales un poco de alcohol, y lanzarán diatribas sobre lo inútil y estúpido que es en realidad la labor que desempeñan.
Hay una profunda violencia psicológica en todo esto. ¿Cómo puede uno empezar a hablar de dignidad en el trabajo cuando secretamente siente que su trabajo no debería existir? ¿Cómo puede este hecho no crear una sensación de profunda rabia y de resentimiento? Sin embargo una peculiar genialidad de nuestra sociedad es que sus dirigentes han descubierto una forma, como en el caso de los/as tejedores/as de bufandas, de asegurarse que la rabia se dirige precisamente contra aquellos/as que realmente tienen la oportunidad de hacer un trabajo valioso. Por ejemplo: en nuestra sociedad parece haber una regla general por la cual, cuanto más evidente sea que el trabajo que uno desempeña beneficia a otra gente, menos se percibe por desempeñarlo. De nuevo, es difícil encontrar un baremo objetivo, pero una forma sencilla de hacerse una idea es preguntar: ¿qué pasaría si toda esta clase de gente simplemente desapareciera? Di lo que quieras sobre enfermeros/as, basureros/as o mecánicos/as, es obvio que si se esfumaran como una nube de humo los resultados serían inmediatos y catastróficos. Un mundo sin profesores/as o trabajadores/as portuarios/as pronto tendría problemas, incluso uno sin escritores/as de ciencia ficción o músicos/as de ska sería claramente un sitio inferior. No está del todo claro cómo sufriría la humanidad si todos los/as ejecutivos/as del capital privado, lobbyistas, investigadores/as de relaciones públicas, notarios, comerciales, técnicos de la administración o asesores legales se esfumaran de forma similar. (Muchos/as sospechan que podría mejorar notablemente.) Sin embargo, aparte de un puñado de excepciones (cirujanos/as, etc.), la norma se cumple sorprendentemente bien.
Aún más perverso es que parece haber un amplio sentimiento de que así es como las cosas deben ser. Ésta es una de las fortalezas secretas del populismo de derechas. Puedes verlo cuando los periódicos sensacionalistas avivan el rencor contra los/as trabajadores/as del metro por paralizar las ciudades durante los conflictos laborales: el propio hecho de que los/as trabajadores/as del metro puedan paralizar una ciudad muestra que su trabajo es realmente necesario, pero esto parece ser precisamente lo que molesta a la gente. Es incluso más evidente en los Estados Unidos, donde los republicanos han tenido un éxito notable movilizando el resentimiento contra maestros/as o trabajadores/as del automóvil (y no, significativamente, contra las administraciones educativas o los gestores de la industria del automóvil, quienes realmente causan los problemas). Es como si les dijeran “¡pero si os dejan enseñar a niños/as! ¡O a fabricar coches! ¡Tenéis trabajos auténticos! ¿Y encima tenéis el descaro de esperar también pensiones de clase media y asistencia sanitaria?”
Si alguien hubiera diseñado un régimen laboral adecuado perfectamente para mantener el poder del capital financiero, es difícil imaginar cómo podrían haber hecho un trabajo mejor. Los/as trabajadores/as reales y productivos/as son incansablemente presionados/as y explotados/as. El resto está dividido entre un estrato aterrorizado de los/as universalmente denigrados/as desempleados/as y un estrato mayor a quienes se les paga básicamente por no hacer nada, en puestos diseñados para hacerles identificarse con las perspectivas y sensibilidades de la clase dirigente (gestores, administradores, etc.) – y particularmente sus avatares financieros – pero, al mismo tiempo, fomentarles un resentimiento contra cualquiera cuyo trabajo tenga un claro e innegable valor social. Obviamente, el sistema nunca ha sido diseñado conscientemente. Surgió de casi un siglo de prueba y error. Pero es la única explicación de por qué, a pesar de nuestra capacidad tecnológica, no estamos todos/as trabajando 3-4 horas al día.
Me parece interesante lo que cuentas/tos, pero he dejado/da de leer porque me han empezado/da a sangrar los/las ojos/as con tanta barra/o. Otro/a ejemplo/a del nivel de estupidez que ha alcanzado/a esta sociedad.
ResponderEliminarYo lo he leído entero pero he de decir que tb me ha molestado a los ojos.
EliminarEs que con esto de lo políticamente correcto nos hemos vuelto 'idioto/a'. Deberíamos quejarnos más.
EliminarYo ni me he enterado de eso de las barras. Me parece una mayor prueba de la estupidez que ha alcanzado esta sociedad, centrarse en la forma (las barritas de marras) más que en el contenido. Contenido por cierto muy, muy interesante.
EliminarCasi tan cansino/a de leer como interesante/ta.
EliminarJustamente lo que iba a decir, con éstas gilimamadas de lo/la "políticamente correcto/a" y la "inclusión de género", viene uno a leer estupideces de éste/a calibre porque una pila de menopáusicas a las que no les gusta el sostén se sienten ofendidas si no pones inclusión y adjetivos ambiguos/as en todo. Es que nadie ha leído que los plurales incluyen masculino y femenino? O que hay palabras sin opuesto de género? Yo todavía no conozco al hombre que se sienta ofendido cuando le llaman "la víctima" y no "el víctimo", ni que monte en cólera cuando le incluyen en "la humanidad" o "la multitud"
EliminarCoincido con el comentario anterior. No se si esta hecho a propósito de forma ironica o si realmente crees que es necesario escribir así. Iba a compartir el post, pero paso.
ResponderEliminarCoincido con el comentario anterior. No se si esta hecho a propósito de forma ironica o si realmente crees que es necesario escribir así. Iba a compartir el post, pero paso.
ResponderEliminarA mí tb me parece muy intresante el tema que tratas y la forma que has tenido de exponerlo y desarrollarlo, enhorabuena.
ResponderEliminarCoincido con los comentarios anteriores, la colocación de ambos plurales mediante las barras no tiene mucho sentido. Tp creo que por ello se desvirtue el valor del escrito y es fácilmente solucinable en caso de que así lo consideré su autor.
Interesante, gracias por compartir.
ResponderEliminarEn otro orden de cosas/os, es asqueroso tanto os/as, un poco de sentido común por favor, que algunos círculos intelectuales se están idiotizando a pasos agigantados
Nunca suelo comentar estas cosas y también pensaba compartirlo por curioso al menos, pero como dicen los comentarios anteriores...dolor de ojos de tanta tontería moderna, peor que los trabajos innecesarios.
ResponderEliminarEmpiezo por lo bueno. Buena visión personal sobre el tema y bien expuesto. Ahora una pequeña crítica con la intención de que todos podamos crecer.
ResponderEliminarHubiera estado bien que citaras algunas de las fuentes que llevan hablando del mismo tema durante años...podría dar la equivocada sensación de que la idea original es tuya.
Aquí te dejo unos ejemplos:
http://www.nakedcapitalism.com/2013/08/the-rise-of-bullshit-jobs.html
https://libcom.org/library/phenomenon-bullshit-jobs-david-graeber
Especialmente interesante el segundo.
Por otro lado, las barras...innecesarias, rozan lo pedante. En serio, no las pongas en incorrecto desde el punto de vista gramatical y social. Si quieres luchar por la igualdad o la visibilidad de la mujer hay maneras mejores de hacerlo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarYo, a pesar de tanta barra/o, no he dejado de leer justificándolo con una excusa ajena a la incomodidad que crea el texto. Es increíble cómo se distrae y protege la gente de sus males para poder dormir cuando caiga la noche. Nos han alienado para seguir haciendo lo que hacemos, sin más, sumergiéndonos en un mundo donde todo son dualidades y donde nadie se quiere posicionar de parte de nadie con quien no comparta el cien por cien de sus ideas (cosa prácticamente imposible hasta con tu pareja o tus padres). Si llega un genio heroico que tiene la solución al hambre en el mundo, pero propone para esto que cada persona se quede en su país, será un facha hijo de puta sin derecho a que le escuchen. Si llega otro en su lugar con otra forma de solucionar el mismo problema, con pruebas incluidas, pero sostiene que para llevarlo a cabo toda persona tiene que compartir sus bienes, será un comunista de mierda con la cabeza en las nubes.
ResponderEliminarGran artículo, aunque se me ha hecho corto.
Una reflexión interesante. Añadidme a la lista de los que han sufrido mientras leían ante la traducción plagada de as/os. El autor sabe de economía pero el "traductor" no sabe de economía del lenguaje...
ResponderEliminarMe gusta investigar sobre conspiraciones, pero sigo sin comprender porque dices que no se necesitan los trabajos q has mencionados y no creo que sea una invenccion como tal aunque si que son absurdos frutos de la automatizacion y eficiencia industrial..es facilmente explicable sin recurrir a la mano negra q nos quiere trabajando, si puedes sustituir a los operarios puedes gastar mas en comerciales, marquetin o telefonistas q te molesten. No veo una mano negra ppr ningun lado... O no al menos con los argumentos que has dado. Puede ser q en 20 años si aun siguen esos empleos cuando pudieran sustituirse ppr drones para pizzas, teleoperarias robot etc pudieramos plantearnos q se mantengan de forma artificial por algun motivo pero no hoy.
ResponderEliminarExcelente artículo, Bravo.
ResponderEliminarY a todos los demás que comentan sobre las barras, a lo mejor sois vosotros los que tenéis que leer más artículos con este nivel de inclusion en el texto. He flipado con los comentarios porque casi ni me había dado cuenta de ellos. Cuestión de costumbre, muchachos
Es increíble que los comentarios se centren todos en las barritas de escritura, en lugar del lucido análisis sobre una situación que debería incomodar a casi toda la gente.
ResponderEliminarPensé lo mismo. Es como quedarse mirando el dedo e ignorar la luna
EliminarHay trabajos absurdos, repetitivos fruto de la ambicion humano porq cada vez las maquinas nos sustituyen en mas ambitos. Y el factor humano se va desplazando hacia los puestos que exclusivamente pieden desempeñarse por personas q suelen coincidir con los mas aburridos y absurdos..de aqui que a fecha del 2016 puedan ser sustituidos por maquinas lo dudo al menos en los de tus ejemplos. Si dijeras el operario de una linea de automovil pudiera ser que si que en esos casos se mantengan con incentivos aunque he visto maquinas sustituir a personas sin ningun problema o dudas en mi empresa, creo que es justo ahora cuando los gobiernos estan dandose cuenta de esto y probablemente lo que dices ocurra mas en el futuro que ahora, quizas los ejemplos q has puesto no eran lo mas apropiados pero aun asi me parece interesante la reflexion
ResponderEliminarNo se puede ser más idiota/o con el tema del género/a.
ResponderEliminarHe leido el artículo junto con esta noticia
ResponderEliminarhttp://es.gizmodo.com/disfruta-del-tiempo-que-te-queda-antes-de-dejar-tu-pues-1790275779
No se como se verá el mundo en 15 años...
Increíble como un artículo interesante se destroza, como poniendo piedras en un bonito camino con tantas los/las...
ResponderEliminarMuy interesante el artículo. Sobre el tema del género, sin ánimo de alimentar trolles (que es lo que inevitablemente pasará), cuantas MUJERES han sacado espuma por la boca con esto de las barritas? NINGUNA. Es muy fácil defender el statu quo (la norma en el lenguaj en este caso) desde una posición dominante y privilegiada.
ResponderEliminarSeguro que a esos que les molestan las barras también les molesta que no sentirse incluidOS en la violencia de género. Ahora repetid que la inclusión, igualdad y el respeto a la mujer es una gilipollez. No digo que las barras/os (si preferís así) arreglen nada, pero sí que veo que es un modo adecuado para distraer la atención sobre un gran artículo. Por ello seguimos haciendo trabajos innecesarios, por la imbecilidad e insolidaridad humana.
EliminarMe ha gustado mucho.
ResponderEliminarQuitaría el os/as porque dificulta muchísimo la lectura.
estoy completamente en contra del lenguaje inclusivo hasta que no empiece a ver que se habla de jirafas/os, ballenas/os y lechuzas/os
ResponderEliminardifícil entender cómo la gente se queda en lo superficial tras leer algo tan potente y clave. Bravo ese autor
ResponderEliminarHay que evidenciar un hecho: los trabajos 'necesarios' suelen ser trabajos duros. Y nadie los quiere porque la población es reluctante al esfuerzo. Por muy satisfactorios que resulten al que los realiza, pensando que son 'útiles', muy pocos los desean. Muy pocos están dispuestos a dar para recibir.
ResponderEliminarAsí que lo que hay es lo que debe haber, como decía el filosofo Pangloss en el Cándido de Voltaire hace un par de siglos. Y lo que tenemos es lo que nos merecemos. Ellas y nosotros.
Estoy de acuerdo con el último anónimo. Es muy buen artículo; yo no me había dado ni cuenta de lo del lenguaje inclusivo. Creo que el hecho de que moleste tanto ese detalle de estilo (y de que se le preste excesiva atención) es sintomático de que mueve un resorte ideológico más intocable incluso que la ideología que ampara al capitalismo: mueve los cimientos de la ideología patriarcal. Cuando superen sus prejuicios dejarán de prestar atención a las barras y podrán centrarse en el contenido.
ResponderEliminarDeja de usar estas barras inútiles. La lengua castellana (o cualquier otra lengua) como herramienta conunicativa o de expresión artística no debe someterse a ninguna corriente social o filosófica a menos que sea para experimentar con ellas.
ResponderEliminarLa lengua castellana está muy por encima y es mucho mas rica que los fundamentos que sustentan esas barras que usas.
Ley de los rendimientos decrecientes.
ResponderEliminarCurioso que, sin embargo, los trabajos como antropólogo se consideren imprescindibles. Quien reparte el carnet?
ni me habia enterado de las barritas. impresionante el texto.
ResponderEliminarEl texto que sigue ha sido copiado de la página:
ResponderEliminarhttp://www.mujerpalabra.net/pensamiento/lenguaje/lenguaje_inclusivo.htm
"Nosotras, como feministas, aspiramos a una sociedad de hombres y mujeres que sean personas, donde no quede rastro de los aspectos injustos del ser femenino y ser masculino que hemos conocido, de esos patrones que se basan en la opresión, el desprecio y la explotación hacia todo un grupo humano, las mujeres, y por subestimación de nuestra inteligencia, en realidad, hacia toda la especie.
La lucha por el lenguaje inclusivo es la lucha por usar un lenguaje más justo, menos violento, esto es, un lenguaje que no sea utilizado contra nadie como arma de exclusión y opresión en la sociedad. Intentar ser sensibles a usar un lenguaje menos machista y masculinista neutralizando los usos del masculino singular al sustituirlos por otras expresiones o por la inclusión también del femenino singular es un gesto democrático y civilizado, fundamental, como dejar de usar expresiones que podrían herir a grupos que tradicionalmente han sido maltratados, por ejemplo, gente con una sexualidad o con rasgos físicos distintos a los del grupo dominante.
Por lo tanto, consideramos absurdo que se ridiculice la búsqueda y el uso espontáneo de un lenguaje que incluya a las mujeres como personas.
Aquí encontrarás ideas para comprender: por qué el masculino singular no es "neutro", por qué hay ahora nombres femeninos que no existían, por qué el lenguaje es machista y cómo comprenderlo nos ayuda a hablar de maneras más fieles a nuestras concepciones y cómo no comprenderlo nos estanca en una visión anacrónica de las relaciones humanas..."
He aquí el ejemplo de un grupo de gente que en sus respectivos puestos laborales se dedica a llenar el tiempo de su extensa jornada discutiendo sobre lo idóneo o no de usar la barra para que sea representada la pluralidad de género en algunas palabras, en vez de reflexionar más sobre el contenido y por qué no, sobre el trabajo que desempeñan.
ResponderEliminarOK, eres antropologo,pero? en donde compras tu comida, tu ropa, en donde pagas tus servicios, que son? empresas?, tienes idea de cuantos somos, Porque China es el principal maquilador del mundo, en este momento los zapatos que traes puestos dependen de algún empleo absurdo para que lleguen a tus pies, este es el mundo de hoy, la economía de hoy, hay que trabajar para que esto sea mas justo.
ResponderEliminarHe dejado de leer el artículo en tu blog por la puñetera manía del tontos/as/es/us.
ResponderEliminarAprende lengua española y no destroces retinas tan gratuitamente.