Marga Mediavilla - eldiario.es
Nos estamos enfrentando con los límites del planeta, y es preciso decidir qué es lo que no vamos a poder mantener y qué es lo que debemos dejar caer cuanto antes para que no nos lastre.
Es difícil no tener una sensación de desazón al
contemplar la realidad política española y observar esta especie de
estancamiento que se ha instalado en la vida colectiva. Últimamente
parece que avanzáramos como quien se mueve por un camino completamente
enfangado, teniendo que vencer una enorme resistencia para apenas
avanzar. Las iniciativas políticas que estaban surgiendo hace unos pocos
años con tanta fuerza apenas se han formado cuando ya empiezan a
descomponerse en una multitud de siglas y controversias diversas.
Procesos que llegaban a despertar antiguos miedos porque parecían
explosivos, como las movilizaciones posteriores al 15M, el auge de
Podemos y de Ciudadanos o el Procés catalán, se van frenando en cuestión
de apenas meses hasta terminar enfangados en divisiones, debates y
conflictos.
Y si el estancamiento político es
desazonador, mucho más lo es el estado de conciencia ciudadana acerca de
las cuestiones estructurales. El conocimiento de la gravedad que tienen
problemas como el cambio climático, el pico del petróleo, la crisis
socioeconómica global y el brutal deterioro ecológico que vivimos,
apenas avanzan de boca en boca, con una lentitud exasperante.
Muchos habíamos pensado que todo esto que llaman
“crisis” y algunos creemos que es, simplemente, el encuentro de la
economía capitalista con los límites del planeta, iba a ser algo
parecido al choque de la proa del Titanic contra el iceberg. Pensábamos
que los datos -ya evidentes- acerca del declive de las fuentes de
energía, el deterioro ecológico y el paralelo deterioro de las
condiciones de vida humanas, iban a hacer sonar todas las señales de
alarma. Imaginábamos conmociones sociales y rápidos procesos de cambio
más o menos organizados o caóticos.
Pero la crisis no
está siendo ese choque abrupto contra el iceberg que nos conmociona y
nos quita la venda de los ojos. Las señales de alarma no se difunden, la
conciencia generalizada nunca llega, las revoluciones, al poco de
encenderse, se humedecen, se enfangan y mueren. La sociedad española,
igual que el resto de las sociedades humanas, se está acomodando a la
pobreza, los recortes y las catástrofes climáticas. La pérdida de
bienestar, salario, estabilidad y derechos no se convierte en una chispa
que enciende la espita de la acción, y la crisis recuerda, más que a un
choque, a una lenta podredumbre, a la inevitable caída de las hojas en
otoño.
Quizá lo que nos pasa es que no hemos
entendido el signo de estos tiempos y nuestra frustración viene porque
esperamos que los procesos sociales germinen como hicieron los de siglos
pasados: épocas marcadas por la expansión y la energía creciente que
podríamos comparar con la primavera y el verano. En esta década estamos
empezando a vivir una época en la historia humana que se asemeja al
otoño tardío y el principio del invierno: el momento en que las energías
declinan y todo se descompone.
Aunque necesitaríamos
urgentemente las revoluciones de la ética, la solidaridad y las
energías renovables, éstas nunca acaban de empezar. Los procesos
revolucionarios requieren enormes inversiones de energía colectiva y en
estos momentos la energía fósil está empezando a declinar y eso hace que
todo, tanto en el plano tecnológico como en el económico y el político,
resulte más costoso y difícil. El árbol del capitalismo global no es
capaz de crecer con el vigor de antaño, pero las personas tampoco somos
capaces de encontrar en nuestras vidas ese excedente de tiempo y energía
necesarios para implicarnos en procesos de cambio social que preparen
una alternativa al sistema.
Vivimos tiempos de
energías en declive, tiempos de descomponedores, de desintegración y
podredumbre, tiempos sin expansión, ni frutos, sin brotes todavía.
Deberíamos intentar hacer lo que hace la naturaleza en esas épocas
invernales: centrar toda la actividad en las raíces, reciclar los
nutrientes, alimentar el suelo y esperar. ¿Cómo podemos aplicar esta
metáfora biológica a la vida política? ¿Cuál sería el equivalente de
“centrar la actividad en las raíces”, “reciclar los nutrientes” o
“nutrir la tierra”?
Las 'raíces' de la política están
en la economía y son probablemente esas raíces las que tenemos que
cambiar antes de arriesgarnos a agotar las escasas energías colectivas
en procesos de toma de poder. Es casi imposible establecer una
alternativa política a la actual hegemonía neoliberal si prácticamente
todo lo que consumimos, producimos y escuchamos se centra cada vez más
en unas pocas grandes empresas multinacionales, que son quienes llevan
décadas fomentando esta ideología. Tampoco vamos a poder frenar el
cambio climático y el deterioro ecológico si no somos siquiera capaces
de alimentarnos sin acudir a un sistema agroindustrial globalizado cuyos
principios de funcionamiento son incompatibles con la biosfera.
El otoño es el momento de asumir lo inevitable de la pérdida y de
intentar salvar, dentro de lo posible, lo que tiene valor bajo tierra.
No sé si la sociedad española ha asumido ya que la pérdida es
imprescindible y que es inevitable abandonar muchas cosas que hasta hace
muy poco dábamos por seguras. No sé si los movimientos sociales han
realizado esa reflexión sobre “qué elegimos” ni si son conscientes de
que, además de defender los pilares básicos de la solidaridad, la
educación y la sanidad, también nos estamos enfrentando con los límites
del planeta, y es preciso decidir qué es lo que no vamos a poder
mantener y qué es lo que debemos dejar caer cuanto antes para que no nos
lastre.
Es tiempo de cuidar el suelo social de las
experiencias de economía y vida alternativa, de alimentar radicalidades y
cuidar las bases de los partidos políticos repensando sus ideologías.
Si sabemos cuidar ahora ese humus quizá, cuando vuelvan a llegar los
momentos de energía excedentaria, tengamos suficiente fuerza para
alimentar proyectos políticos realmente renovadores; pero, si ahora
descuidamos el alimento de las raíces, no seremos capaces de nutrir y
hacer crecer las alternativas y seguiremos cayendo la cuesta del lento e
inconsciente declive global.
0 comentarios:
Publicar un comentario