Erick Limas - Ala izquierda
La supresión de las distancias físicas y temporales ha entrado en una
fase creciente de aceleración de la vida y del trabajo. Ante ese estado
de cosas, ¿cómo recuperar la centralidad de la dignidad humana?
Los sistemas económicos no son
ahistóricos, evolucionan y adquieren formas concretas que influyen, y
son influenciadas, por los contextos sociales en que se insertan. El
capitalismo de hoy es distinto al que tuvo su eclosión con la revolución
industrial. El actual es un capitalismo que ha mutado hacia una forma
omnipresente en la que todo lugar es susceptible de ser una extensión
del mercado. La hiperconectividad, entendida como un estado de inmersión
mediado por objetos que paradójicamente nos separan del mundo al
acercarnos a su representación, tiende a eliminar la noción de distancia
física y temporal, de manera que todo parece ser simultáneo. Lo
anterior ha devenido en la aceleración de la vida y del trabajo, la cual
ha comenzado a ser conocida como rapidación; el término es un
neologismo utilizado por el Papa Francisco en su encíclica Laudato si’
para criticar la celeridad de los cambios que deterioran al mundo y a la
vida humana en general.
Si bien la aceleración de la vida
conlleva una amplia variedad de ventajas en términos de eficiencia y
rentabilidad económica, también genera saldos negativos, de los cuales
el más importante es la negación de la dignidad humana. Las regulaciones
que protegen a sectores vulnerables o aquellas que limitan algunas
actividades económicas burocratizan al sistema y aminoran las
posibilidades de obtener ganancias. La “rapidación” del sistema
económico requiere flexibilidad en el sentido más amplio; todo aquello
que ralentice al sistema es ineficiente y en consecuencia es
desestimado.
Esta lógica de rapidación nos ha
atrapado de manera tal que incluso en nuestros ratos de ocio, y sin
advertirlo, nos convertimos en ciber-obreros que creamos y transmitimos
valor. Lo que en su momento los clásicos nombraron salario de
subsistencia hoy lo podríamos llamar acceso libre a los contenidos; todo
con el fin de que no nos desconectemos y no suspendamos la cadena de
generación y transmisión de valor. Esta rapidación, en conjunto
con la hiper-conectividad, ha devenido en una sociedad de control que
actúa de manera muy sutil y que, como dice un ensayo de
László F. Földényi, nos ha derrotado con tal astucia que hasta nos ha
regalado la ilusión de ser los vencedores, a pesar de ser sus esclavos.
Esta era en la que todo es susceptible de
ser mercancía implica, en última instancia, que el hombre no sea
considerado como un ser humano sino como una oportunidad de hacer
negocios. Ante este estado de cosas, ¿cómo dar una respuesta que
humanice a nuestras sociedades en esta era del capitalismo
informacional? En principio resulta imperativo modificar nuestra noción
de progreso, la cual hemos asociado al crecimiento económico, y comenzar
a pensar que el crecimiento no necesariamente implica progreso. Quizá
sea momento de decrecer, de dar un paso atrás y construir relaciones
económicas realmente sustentables. Nicholas Goergescu-Roegen, el gran
economista incómodo, y Serge Latouche ya han advertido los riesgos del
crecimiento acelerado así como las ventajas de comenzar a decrecer.
Incluso el Papa Francisco cita explícitamente al decrecimiento en la
encíclica ya mencionada. Nuestra manera de producir, distribuir y
consumir no sólo ha puesto en riesgo a las personas más vulnerables,
sino al planeta mismo. De vez en cuando no está de más tener presente
que estamos ante la mayor crisis que ha enfrentado una civilización.
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