Emilio Santiago Muiño - Los niños perdidos
“En este respecto resulta mucho más significativo (y, paradójicamente, también más esperanzador) que la centenaria promesa socialdemócrata de instituir el socialismo “poco a poco” haya demostrado de manera conclusiva su carácter ilusorio con el abandono –ahora bastante descaradamente explícito– de las aspiraciones sociales y políticas del movimiento. Resulta significativo y esperanzador, a pesar de todo, porque la precaria condición de la política democrática hoy día –tan obvia en el intolerable consenso respecto a la conseja de que “no hay alternativa”, y sus consecuencias prácticas directas,– sólo puede ser remediada por un movimiento de masas extraparlamentario radical”.
István Mészáros
“Podemos o Syriza pueden mejorar las cosas, pero el desafío es salir del capitalismo”
John Holloway
1
No soy
activista de PODEMOS, ni voté a PODEMOS en las elecciones europeas
del 25 de mayo. De hecho, en toda mi vida nunca he puesto mi voto en
una urna, pues desde que tenía uso de razón siempre he sido
partidario de la abstención activa. Lo que no significa que haya
estado alejado de la política, al contrario. Si entendemos lo
político como el ámbito donde se ponen en juego las cuestiones
comunes, creo que ésta ha sido una de las pasiones, y una de las
responsabilidades, a las que más me he entregado en toda mi vida.
Sin demasiado orgullo (aprendí de los situacionistas que el
antagonismo también reproduce pobreza humana y miseria) creo que
cuadro bien con un perfil de persona militante, y he ejercido esta
faceta de mi vida en diversos colectivos y movimientos sociales desde
los dieciséis años.
Durante
muchos años me definí como anarquista. Hoy ya no puedo hacerlo con
tanta facilidad, porque he llegado a la conclusión de que las
sociedades modernas son demasiado complejas para ser transformadas
desde una propuesta como la que ofrece el anarquismo clásico. No
obstante sigo pensado que la crítica anarquista al Estado es
acertada, aunque seguramente parcial y muy abstracta. En
consecuencia, me he vuelto menos ideológico y mucho más inductivo y
empirista. Conservo sin embargo una modulación mitológica
libertaria en sentido amplio y un escepticismo fundamentado respecto
la acción política institucional.
Con esta
carta de presentación, no es de extrañar que algo como PODEMOS no
me haya entusiasmado. A pesar de eso, me siento cercano a su
desarrollo. El círculo PODEMOS de mi ciudad se reúne en el ateneo
que autogestiona el colectivo al que pertenezco. Allí se les ha
cedido un espacio, porque una de las apuestas más sinceras de
nuestro proyecto es ser laboratorio de convivencias: al igual que los
ecosistemas diversos son los más los resilientes y los más capaces
de superar traumas y golpes, pensamos que los lugares de antagonismo
ganan potencia cuando se alejan del monocultivo ideológico y crece
su sociodiversidad. También tengo buenos amigos que han decidido
involucrarse en PODEMOS, en distintas ciudades y distintos niveles de
la organización, desde los Círculos locales a los Consejos
Ciudadanos de las Comunidades Autónomas. Por apoyarlos, he
participado en los procesos de votación interna del partido vía
internet. Con todo lo que no me gusta de PODEMOS, que es muchísimo,
no puedo dejar de reconocer que es algo que ha nacido de mi gente, y
que por tanto es obvio que respeto, aunque discrepe mucho de su
línea y sus métodos.
Así que vaya
por delante que el espíritu de esta crítica aspira a ser
constructivo. Algo
que no quiero heredar de los situs es su brillante y divertida, pero
esnob, artística y estéril, habilidad para el insulto. Aclaro
que tampoco me interesa lo más mínimo subrayar marcajes
identitarios, y repetir una enésima partida de ping-pong entre las
posiciones de Bakunin y de Marx en la ruptura de la I Internacional.
Y por supuesto, mis diferencias no me impiden reconocer que PODEMOS
va a jugar un papel clave en este país en unos tiempos que se
avecinan convulsos. Y que por tanto cualquier persona comprometida
con el cambio social tiene en el fenómeno PODEMOS una parada
reflexiva obligatoria. Escribo estas notas desde este enfoque
analítico, intentando llamar la atención sobre algunos riesgos en
ciernes, y sabiendo que su alcance e influencia será extremadamente
limitado.
PODEMOS no es
una sorpresa. Su irrupción en el panorama político español era un
acontecimiento más o menos previsible: bastaba con conocer
mínimamente el movimiento 15m, tener conciencia de que esta crisis
no era un simple bajón del ciclo económico y complementar todo con
un poco de juicio histórico. Un año antes de que PODEMOS fuera
fundado, a comienzos de 2013, escribía: “cualquiera con un poco de
perspectiva histórica puede comprender que el mapa
político-electoral de este país va a dar un vuelco más pronto que
tarde a medida que los recambios se vean incapaces de superar la
cronificación de la crisis socio-económica. En este escenario la
irrupción de partidos políticos outsiders,
como ya ha ocurrido en Grecia y en Italia, es una realidad fácil de
profetizar. Tal y como están desarrollándose los acontecimientos
dentro del movimiento, es indudable que el espíritu del 15m
alimentará a alguna de estas formaciones”[1].
Defender la
conexión entre PODEMOS y el 15m puede levantar ampollas entre muchos
anarquistas celosos, con buenas razones, de preservar una apropiación
libertaria del 15m con su correspondiente lectura de los hechos. Los
mismos dirigentes de PODEMOS rechazan presentarse como herederos del
15m. Es cierto que el 15m siempre mostró una sana alergia hacia los
partidos políticos y el juego institucional, y rechazó como cuerpos
extraños los numerosos intentos de cooptación e instrumentalización
por parte de estructuras políticas tradicionales. Pero no es menos
cierto que dentro del movimiento, en numerosas asambleas, la creación
de una marca electoral que tomara impulso con la fuerza de la
revuelta fue una tentación permanente. Para muchos, la indignación
no era contra la política, sino contra la mala
política. No contra el principio de
representación, sino contra unos
representantes concretos. Y es que el 15m,
como acción de masas que fue, no podía ir mucho más lejos que la
sociedad de la que nace, donde el sentido común está construido con
los mimbres de la democracia liberal. La adopción de formas
asamblearias despertó ciertas ilusiones entre anarquistas, y es
indudable que el 15m ha supuesto una importante plataforma de
difusión del mito libertario más allá de las rendijas marginales
donde nos atrincherábamos. En alguna medida, un rejuvenecimiento del
mismo. Pero las asambleas en las plazas no iban a transformar a
la gente en anarquistas o consejistas. Más bien el 15m fue un
híbrido. Explicándoselo a unos amigos anarquistas en Cuba lo definí
como un movimiento de fines socialdemócratas y medios libertarios.
Habrá quien considere que un híbrido así es un monstruo. Por mi
parte, sabiendo con seguridad que los procesos históricos son
mestizos, que la evolución cultural es imprevisible (y siempre se
abre camino con formas nuevas) y sospechando que si los anarquistas
estuviéramos radicalmente en lo cierto, sin punto de fisuras, hoy no
viviríamos bajo esta derrota sin paliativos, preferí disfrutar lo
que tuvo de fiesta y aprovechar sus coordenadas de lucha para
aprender a tomar la medida a nuestra época,
que es un tipo de conocimiento, por cierto, del que nunca vamos
sobrados.
3
Entre PODEMOS
como posibilidad latente en un contexto histórico y PODEMOS como
tsunami político con capacidad de ser opción de gobierno media un
abismo que hay que explicar. Y en este punto no podemos recurrir sólo
a condicionantes objetivos. Lo primero es reconocer lo merecido: el
pequeño núcleo impulsor de PODEMOS ha jugado el juego que se ha
propuesto jugar de modo excelente. En pocos meses, y de modo
fulgurante, han conseguidos logros que han soñado y perseguido, en
vano, múltiples facciones y sectas de la izquierda de este país
desde la Transición. Parte del halo de fascinación que PODEMOS
despierta en alguna gente viene de esta capacidad demostrada para
haber dado con la tecla mágica: entre los muchos autollamados a ser
vanguardia del cambio social en España, parece que ellos son los
elegidos.
¿Cuáles han
sido sus bazas? Desde una lectura gramsciana de la transformación
social como modificación de los patrones de hegemonía, han
demostrado una enorme inteligencia táctica. Se han lanzado a la
exposición mediática con esmero, trabajando desde abajo el hacerse
un hueco en las pantallas televisivas y demostrando una enorme
solvencia en el terreno del espectáculo político, porque supongo
que entienden que, en una sociedad como la nuestra, ese es el
escenario donde se gana el corazón y el voto de las grandes
mayorías. Para hacerlo, no han dudado en dejar atrás un montón de
reparos éticos y estéticos a los que a las izquierdas siempre nos
ha costado mucho renunciar porque son nuestras señas de identidad y
nuestro certificado de existencia.
Hay también
un factor generacional: su presencia pública sirve de proyección de
las esperanzas e ilusiones de cambio (y también de ascenso social)
de las generaciones más jóvenes, que no sólo han sido sacrificadas
al exilio económico y la precarización para aplacar al dios de los
mercados, sino que ya habitaban un universo social y cultural poco
compatible con un régimen político tan apolillado como el de 1978.
Aún sin crisis económica, el sistema necesitaba resetearse para
adecuarse a su base demográfica emergente, para la que mitos como
Adolfo Suarez o el 23F apenas consiguen arrancar un bostezo. La
cuestión generacional implica también que la vieja escuela de la
izquierda acepta dar el relevo a gente más joven, pues aunque no
comparta sus métodos tampoco tiene en su haber ninguna victoria que
avale los suyos.
Pero sospecho
que lo esencial del fenómeno PODEMOS ha sido el órdago
de victoria. Como Napoleón, emplean
sus victorias por adelantado. Maniobran como habiendo tomado una
posición que aún no tienen y desde ahí dan el siguiente paso. No
tengo demasiada duda: van a ganar. Quizá no en estas
elecciones, quizá en la siguientes. Están trabajando en la profecía
autocumplida, un fenómeno que no es extraño en los procesos
sociales. Y en tanto que fuerza política que es punta de lanza de
una renovación general del arco parlamentario, la crisis
socio-ecológica traducida en paro y exclusión social juega
superficialmente a
su favor.
Con todos
estos factores, y tras décadas de un antagonismo que se lamía las
heridas de su impotencia, replegada sobre sus símbolos y sus
terapias de grupo, PODEMOS ha nacido a la ofensiva dentro
de unas coordenadas creíbles, y esa
es la clave de su éxito. El insurreccionalismo anarquista de finales
de los noventa también nació a la ofensiva, pero como dice un
amigo, nada que no pueda contar con el apoyo decidido de tu madre es
socialmente viable, y por tanto políticamente creíble, y es
evidente que la guerra social no levantaba pasiones más que entre
algunos grupúsculos de iniciados, valientes y consecuentes, pero
demasiado pequeños para forzar cambios generales.
Y para
volverse creíbles PODEMOS se ha entregado, sin cortapisas, al
pragmatismo. Cuando uno les escucha siente
una especie de escalofrío, como el que debían provocar los
bolcheviques con su sola presencia: son realmente los primeros
leninstas serios que veo en acción. Pero el pragmatismo es su fuerza
y es su debilidad: como a diferencia de Lenin no parece que puedan
(ni quieran) implantar una dictadura implacable desde la que corregir
políticamente el sentido común imperante de los kulaks de la
generación erasmus o el niniriado, quizá queden demasiado
atados a él, viéndose atrapados
dentro del fracaso histórico de un modelo de vida que PODEMOS, para
poder ganar, tiene que asumir como un dato dado,
como un a priori social.
Sin ir más lejos, cuando no puedan cumplir con sus promesas de
crecimiento económico.
4
La
indefinición ideológica de PODEMOS ha hecho correr ríos de tinta.
Para unos son el caballo de Troya del bolivarianismo o radicales
antisistema de extrema izquierda disfrazados de demócratas. Para
otros recuperadores socialdemócratas con un disfraz de antisistema.
Su negativa a entrar en el juego identitario izquierda-derecha
también ha levantado ampollas. No soy un experto en esto,
porque durante este tiempo apenas he seguido las declaraciones de sus
líderes, sólo ráfagas cogidas aquí y allá al azar, pero la
polémica me parece infundada y el asunto lo percibo como bastante
nítido: no hay agendas ocultas. En un mundo que está deslizándose
vertiginosamente del neoliberalismo al fascismo coorporativo, PODEMOS
se presenta con un programa de gobierno socialdemócrata, porque
supongo que entiende que, dadas las circunstancias, un horizonte
socialdemócrata, por muy pobre que nos parezca a gente educada en
ilusiones como la sociedad de los amos sin esclavos, el Reino de la
Libertad o el Comunismo Libertario, es el punto de óptimo de
encuentro entre lo políticamente rupturista y lo culturalmente
viable.
Tras toda la
retórica de la nueva política, su programa es tan viejo como la II
Internacional, o más cerca en el tiempo, como el proyecto populista
latinoamericano del que se ven obligados a renegar para no caer mal a
una opinión pública que, gracias a medios de comunicación
financiados por multinacionales españolas, lleva años descargando
contra Venezuela sus dos minutos de odio: girar el Estado hacia los
intereses de las grandes mayorías dentro de un marco civilizatorio
que, como ya he señalado, es tomado como un a
priori social, esto es, como algo que en
principio no se cuestiona. Podremos criticar con muchas razones esta
asunción del marco civilizatorio dado como un a priori social. En
primer lugar porque en un contexto de crisis socio-ecológica es un
suicidio. En segundo lugar porque para las personas que mantienen
viva una fuerte latencia utópica, se parece demasiado a confundir lo
que hay con lo posible. En el primero de los
casos, el problema es grave y exige más atención. En el segundo, es
casi un alivio: el desastre del socialismo real nos ha dado la
razón a los libertarios, y una civilización no se cambia desde un
gobierno salvo que se quiera pagar el precio de empantanerse en el
terror (pero ojo, tampoco desde una huelga general o una insurrección
simultánea o definitiva como pretendíamos los anarquistas).
En PODEMOS no
hay poscapitalismo de ninguna clase, o muy poco (el que haya estará
obligado a ser contantemente traducido a posibilidades realistas). Y
mucho menos un remanente libertario. Pero en ningún momento me ha
parecido oír que pretendan tales aspiraciones. Se trata de un
movimiento que busca una ruptura esencialmente posneoliberal.
Para ello es necesario hacerse con el control de Estado. Y en esa
misión, salvo que se vaya con las armas en la mano (y aunque se vaya
con las armas en la mano, también), las concesiones y las renuncias
están servidas, porque el Estado es una realidad que impone normas
de uso, tiene su propia racionalidad. El caballo del Estado tiene
reglas que hay que cumplir si quieres montarte sobre él. Se me
ocurren, a bote pronto, dos:
a) La más
evidente es no dar bandazos demasiado pronunciados. El gobierno de
una sociedad industrial compleja está obligado a mantener el
equilibrio y el orden social entre presiones muy distintas. Y aunque
la idea de interés general en una sociedad de clases es un absurdo,
ningún gobierno puede permitirse gobernar para una clase en
exclusividad, sino que hay que incorporar a las grandes mayorías,
que por definición es un agregado social interclasista, salvo que
quieras apoyarte en la policía y no en la legitimidad (cosa que solo
puede hacerse, en términos históricos, por un tiempo corto). Este
es el famoso misterio del centro político y su fuerza gravitatoria:
para poder llegar a poner el acento en tus intereses particulares hay
que dar un rodeo y ceder.
b) La
otra norma es no llevar demasiado la contraria al proceso de
acumulación de capital, al menos no de modo muy explícito. Como
afirma Heinrich:
“La política estatal no está determinada por la
situación económica, pero la formulación de esta política tampoco
se trata de un proceso abierto en el que todo sea posible (…) Ha de
tener en cuenta el interés global capitalista en una acumulación
creciente de capital (…) El espacio de movimiento político depende
decisivamente de sus bases financieras(…) En consecuencia, la base
material de Estado está directamente vinculada a la acumulación
capitalista: ningún gobierno puede pasar por alto esta vinculación”
(Heinrich, Crítica de la economía política,
Escolar y Mayo, 2008: 215-216).
Respecto al
asunto de las izquierdas y las derechas, tampoco tiene demasiado
misterio. Aquí el motivo es claramente táctico.
Izquierda y derecha no son categorías ontológicas, válidas para
todas las épocas y todos los lugares. Nacen en el contexto de la
Revolución Francesa significando cosas muy distintas a las que
supuestamente significan ahora. Y digo supuestamente porque están
lejos de ser términos unívocos, con un significado claro y aceptado
por todo el mundo. En nuestro contexto histórico y cultural el
binomio ha quedado demasiado atado al turno de partidos del sistema
de la Restauración de 1978. Cuando la mayoría de la gente puede
identificar algo como el PSOE como de izquierdas, es lógico que
quien quiera hacer un programa cercano a lo que hace 40 años era
considerado izquierdas ya no pueda hacer uso de esa palabra.
5
Carlos Taibo,
en su texto Una nota sobre Podemos,
conecta la desmovilización social creciente con el auge del nuevo
partido. La coincidencia es innegable, y esta es quizá la más
peligrosa de todas las derivas en curso. Pero Taibo se deja en el
tintero la cuestión fundamental: el desgaste del 15M es
previo y es propio. El mundo libertario
menos ortodoxo[2]
tuvo con el 15M una fiesta sorpresa: asambleas en las plazas, acción
directa de masas, rechazo de los partidos políticos, ruptura del
tabú del conflicto social, semillas de cooperativismo y autogestión
buscando echar raíces en los barrios. Es hora de sacar conclusiones
también de la resaca.
Seré honesto
en mis impresiones, que están vividas y sufridas en primera persona.
No estoy contento con ellas, ni me siento ideológicamente cómodo al
hacerlas públicas. Pero me siento más incómodo escurriendo el
bulto de una verdad cuya ignorancia puede salirnos demasiado cara.
Mi experiencia gira alrededor de la asamblea del 15M de Móstoles,
pero no hay razón para pensar que no sea algo extrapolable: el
15M se ha ido apagando poco a poco ahogado en su propia inoperancia.
Es muy probable que en algunos sitios haya funcionado mejor, pero
creo que eso se debe fundamentalmente a la composición sociológica
de las asambleas: la asamblea popular de un lugar como Lavapiés no
hace prueba, porque Lavapiés es un gueto cultural anticapitalista
con una población de perfil militante absolutamente desproporcionada
en comparación al resto de Madrid y del país.
Enumero las
causas de este declive. Creo que se trata de un típico “elefante
en la sala” que dicen los anglosajones: algo muy evidente de lo que
casi nadie quiere hablar.
A partir de
cierto tamaño, las asambleas populares han sido jaulas de grillos. Y
esto ha sido así por muchos talleres de dinamización de asambleas
que los núcleos de liderazgo informal se hubieran echado a la
espalda. Recalco lo del liderazgo informal: sería faltar a la verdad
no reconocer que las asambleas han funcionada sostenidas por una
constelación más o menos flexible, pero reconocible para cualquiera
que estuviera dentro, de varias decenas de personas clave.
Aunque en algunos lugares, y con esfuerzo, se logró formalizar un
proceder asambleario protocolado, en base a una metodología que
evitara el caos, aún así los desbordes fueron comunes y la
inoperatividad habitual. Por ejemplo, fue inevitable que las
asambleas se convirtieran en un púlpito abierto para todo tipo de
personajes peculiares, tronados entrañables, genios varios,
personas poco versadas en los códigos básicos de la
interacción social o sencillamente gente con necesidad de hablar.
Aunque sus aportes podían ser tan valiosos como los de cualquiera,
venían siempre acompañados de un pack de anécdotas, confesiones
biográficas y desvaríos que enmarañaban la comunicación
colectiva. Lo que al principio se podía entender como gajes del
oficio de la horizontalidad, llegó a convertirse en un runrún
insoportable.
Tampoco las
personas supuestamente más centradas en el sentido político de la
asamblea lo hacíamos mejor. Los viejos militantes volcábamos todos
los vicios ideológicos de nuestros guetos, y la asamblea se
convertía en un ring de viejas rencillas, las más de las veces
bastante desconectadas de lo que pedía el momento. Los nuevos
militantes por su parte se abalanzaban con facilidad sobre posiciones
de gran ingenuidad histórica con las que era muy difícil bregar. Y
de fondo un enorme problema: lo que mantenía la asamblea popular
unida era una serie de lugares comunes muy vagos y muy abstractos,
una lista de eslóganes que ocultaban profundísimos desacuerdos en
cuanto se subía un par de escalones en el nivel de concreción. Los
primeros meses se vivió un proceso de decantación vertiginoso que
fue expulsando de las asambleas a las ideologías más periféricas
respecto al imaginario rebelde central (por ejemplo los cristianos se
fueron con las protestas contra el Papa de aquel verano). Pero
incluso después de este primer filtro, la divergencia era mucha, a
lo que se suma que los militantes somos cualquier cosa menos personas
infieles a nuestros muy pormenorizados principios y convicciones: a
favor y en contra de la violencia, a favor y en contra de usar las
instituciones, neo-keynesianos, decrecentistas, gente que cree que
Internet es la gran oportunidad histórica para la democracia
directa, catastrofistas peakoileros, nacionalistas castellanos,
anarquistas, comunistas de la vieja guardia, sindicalistas, antiguos
votantes del PSOE, feministas…todo mezclado con una enorme
diferencia en el grado de aprehensión de los respectivos paquetes
ideológicos. No fueron pocos los barrios que se plantearon promover
sesiones específicas de debate, llamadas a clarificar algunas
cuestiones básicas y crear una posición compartida. No hubo
consensos milagrosos: alguna gente aprendió de alguna otra en
aspectos puntuales, es innegable, pero en general simplemente la
heterogeneidad estructural quedó de manifiesto. Y en el mejor de los
casos a lo que se aprendió fue convivir sobre algunos acuerdos de
mínimos, la mayoría tácitos, lo que defiendo que fue una gran
victoria, aunque muy frágil.
Creo que es
importantísimo que los libertarios pensemos sobre la siguiente
cuestión, que es una obviedad teórica que el 15M nos ha puesto como
dilema práctico insoslayable: la asamblea es una forma social, y
como toda forma social no puede ser liberadora de
modo independiente de sus contenidos.
Si a lo dicho
sobre las limitaciones de la asamblea sumamos cierta confusión
general, de la que no se libraba ni el más clarividente, se entiende
que las asambleas, además de ser largas, dispersas y pesadas,
cayesen con frecuencia en trampas o callejones sin salida.
Nudos difíciles, cuyo deshacer sencillamente se posponía:
“este punto se tratará en la siguiente asamblea” era una frase
común en las actas (y así sucesivamente).
Por todo esto
no es de extrañar, y esto es algo que creo que sabe todo el mundo
que estuvo en el 15M, que el poder operativo del movimiento, donde se
cocía el asunto, no estaba en las asambleas sino en las comisiones,
grupos más pequeños, con afinidades pulidas y cierta aptitud para
según qué tareas. Las asambleas terminaron convirtiéndose en un
espacio que (i) refrendaba el trabajo de las comisiones (ii) servía
como puerta de entrada para el trabajo en las comisiones (iii)
aglutinaba a una masa crítica de gente menos involucrada que, aunque
no se implicará en el diseño de la movilización ni su preparación,
acudía a ella y le daba su fuerza numérica.
Y es que a
pesar de todo lo dicho las asambleas populares se manejaron bastante
bien como grupos motores orientados a la movilización:
manifestaciones, escraches, caceroladas, campañas, concentraciones,
paralizaciones de desahucios etc. Y durante un tiempo inusitadamente
prolongado y maravillosamente intenso han logrado mantener viva la
rebeldía en la calle y la conflictividad social. Pero fue su punto
fuerte el que las llevó a la desestructuración: a diferencia de una
huelga, donde la asamblea organiza una lucha acotada en el espacio y
en el tiempo, con un objetivo muy concreto que se puede escribir en
una tabla de reivindicaciones, y tras cuya consecución (o no) hay
una normalidad, las asambleas populares organizaban la
lucha contra la totalidad, y la totalidad se ha demostrado algo
demasiado grande para ser abordada sin la mediación de metas
parciales[3].
La movilización del 15m se ha ido desparramado porque era un mar que
no llevaba a ningún puerto: ola tras ola, marea tras marea, sin un
horizonte delimitado de actividad contra el que contrastar los
resultados y con un alto coste biográfico en esfuerzo y algo menor,
pero tampoco insignificante, en represión. Es normal que mucha gente
terminara quemándose y la pérdida de activistas comprometidos nunca
pudo compensarse con la incorporación de nuevos miembros. El 15m no
supo salir del modelo de activismo maniaco-depresivo tan común a
muchos movimientos sociales, con los que ha compartido ethos aunque a
una escala y con un nivel de incidencia mucho mayor.
Otro dato
interesante: aunque las asambleas de coordinación de barrios también
tenían una orientación movilizadora, como todo el movimiento, eran
espacios de los que, dicho en jerga popular, todo el mundo quería
escaquearse. Una asamblea más,
en la que se pasa revista a lo que se está haciendo autónomamente
en cada pueblo sin terminar de saber que había que coordinar o para
qué es algo que pronto descubrió su escaso sentido. La asamblea
popular se movía mucho mejor mediante una apropiación local de
contenidos o planes de movilización que iban y venían por internet.
Ante los
otros aspectos de la transformación social que no son los propios de
la movilización, como las tareas más constructivas, las asambleas
se mostraron estériles. Sirvieron muy bien como punto de encuentro
para poner en contacto personas afines que después se lanzarían a
la aventura de abrir un ateneo, fundar un periódico o montar una
cooperativa. Pero esos proyectos se demostraron ajenos a su
naturaleza y capacidades y su gestión se movía en otros espacios. A
medida que fueron ganando fuerza los proyectos constructivos, la
asamblea perdió efectivos.
Al final lo
que ocurrió en Móstoles, y creo que es generalizable, es que cada
vez más gente percibía que tenía escaso sentido bajar a la
asamblea del sábado por la mañana, que fue despoblándose poco a
poco por una razón sencilla: muchos la entendían como una pérdida
de tiempo. En algunos casos, esas personas que ya no bajaban el
sábado han seguido tanto o más implicados en la transformación
social, pero normalmente desde otros espacios más concretos y menos
generales (desde stop desahucios hasta el mantenimiento de un ateneo
popular pasando por una candidatura municipalista o un círculo
PODEMOS). En otros casos, sencillamente se han retirado a Facebook o
a su vida privada. Y por supuesto, han quedado personas comprometidas
con el 15m, sus señas reconocibles y sus espacios de acción. Pero
su papel ya no es el mismo que en el 2011 o 2012: ahora son un
colectivo más del
paisaje rebelde mostoleño, y no el espacio aglutinador de todos.
En Móstoles
hicimos el esfuerzo de mantener viva la asamblea, rebajando su
periodicidad para volverla asumible, una vez al mes, y dándole un
nuevo enfoque: un lugar para la confluencia de todos los colectivos
del barrio que además estuviera abierto a la ciudadanía. No
prosperó: o no interesó, o interesó pero el trabajo de cada
colectivo resultó ser demasiado absorbente para dejar tiempo a esta
especie de remake de los viejos foros sociales de finales de los
noventa.
Hay aquí
otro tema también muy evidente del que no puede ser un tabú hablar:
los límites de la autogestión. El tiempo es limitado, la
supervivencia material exige demasiado de todos y cada uno de
nosotros, la vida misma está llena de problemas personales al margen
de las cuestiones de la política, la gente todavía tiene su
felicidad en alta estima y el socialismo, como decía Oscar Wilde,
requiere muchas tardes libres. Por todo esto, y por el fuerte
componente de absorción y responsabilidad que implica, la militancia
es una actividad muy difícil, que suele conllevar un profundo estrés
y un severo desgaste personal, lo que dado sus magros resultados
objetivos es la antesala de fases más o menos seguras de
frustración.
Por
desgracia, por mucho que se fuerce la maquinaria o se le busquen
huecos a agendas colmadas de citas y compromisos, hay cosas que no
salen porque exigen una dedicación que no puede ser,
estructuralmente, la de las horas libres que te deje la
supervivencia. ¿Estamos realmente preparados para ayudar a
organizar asambleariamente al tipo de gente que puede necesitar hacer
uso del banco de alimentos de nuestros locales, o que van a entrar
con nosotros a okupar un bloque de viviendas, y a la vez mejor de lo
que lo harán los hogares sociales de los nazis? ¿Es posible que
aprendamos en los ratos libres a manejarnos con los vericuetos
legales que exige montar una cooperativa? ¿Puede un periódico local
competir con los medios de comunicación capitalistas con trabajo
voluntario? Las preguntas son retóricas: podremos mantener el
tipo un tiempo, a base de heroísmo y abnegación. Pero estas cosas
acaban haciendo aguas y la experiencia confirma que ya no es un
debate especulativo: creo que cada pueblo y cada barrio cuentan con
su propia lista de proyectos preciosos agotados por falta de fuerzas.
Ante esto se puede optar por el lamento, como si se tratara de un
destino maldito de la actividad libertaria al que debemos
resignarnos, o preguntarnos por las causas estructurales de que
tropecemos una y cien veces con la misma piedra. Salvo que se sea
joven y mantenido, que la actividad revolucionaria sea más bien
libresca o teórica (que es muy necesaria, pero tiene otros desgastes
y otros ritmos), o que llegue a confundirse con una gran pasión,
propia de personas excepcionales (pero la revolución no es cosa de
personas excepcionales, sino de todas y de todos) veo cada vez más
claro que la profesionalización es condición indispensable de una
actividad anticapitalista constructiva que no sea testimonial.
Especialmente en los proyectos que quieren mantenerse en el tiempo y
crear estructuras antagonistas viables y estables, que no se
desinflen cuando los tres o cuatro cuerpos de personas que las
sostienen, en forma de vigas maestras, abandonen desfallecidos. Pero
la profesionalización en el capitalismo exige pactos con el diablo:
o con el mercado y sus miserias, o con el Estado y sus chantajes. En
los ambientes libertarios hay mucha más permisividad con lo primero
(llegándose a poner de moda eufemismos tontos como autoempleo) que
con lo segundo, pero quizá esto es un prejuicio que exigiría un
análisis más serio.
La asamblea
popular, al menos la que fuimos capaces de experimentar durante el
15M, se me demostró en la práctica, a mí que siempre he creído en
ella con la teoría y con el mito, como un organismo
desenfocado, estructuralmente
disperso, al que le cuesta horrores fijarse si no es por efecto del
influjo de una estructura interna que en cierto sentido, y de forma
sutil, la dirige (liderazgos informales, comisiones) o bien de una
convocatoria externa mascada e ineludible. Es posible que otras
personas y en otros contextos pudieran hacerlo mucho mejor de lo que
nosotros lo hicimos. Pero esto tiene algo falaz: los seres humanos en
capacidades no somos tan distintos de una época a otra, y los
cambios sociales, como casi todo en la vida, se hace con lo que uno
tiene a mano y no puede ser de otra forma.
Por último
no se puede olvidar otro factor clave. Aunque el 15m en teoría contó
con un apoyo mayoritario de la población, en el fondo fuimos muy
poquitos incluso en los momentos de máximo apogeo. El eslogan
del 99% vs 1% tiene un indudable atractivo emocional. Pero su uso en
análisis serios no es aceptable. En primer lugar, es posible que el
1% corresponda más bien a la minoría activa movilizada en pos de la
transformación social. En Móstoles, la mayor asamblea popular en la
época de eclosión del 15M (la primera) concentró a unas 2.000
personas de una población total de 200.000, aproximadamente un 1%
del total de la población; posteriormente, cuando pasó la moda, el
número de personas movilizadas decayó a unas 200 en el mejor de los
casos y por hacer los números más redondos –eran menos-, y por
tanto a un 0,1% de la población). En definitiva, la realidad en el
mejor de los escenarios, que solo se mantuvo durante la fase liminal
de la revuelta, se parece más a un 1% de activistas intentando
movilizar al 98% de espectadores contra el 1% de privilegiados.
Con todo lo
dicho, no reniego del 15m y su propuesta de
fondo: la autoorganización de la gente al
margen de las instituciones y más allá del gueto político.
En absoluto. He destacado su parte negativa para explicar un fracaso
del que sin duda se alimenta PODEMOS de la
peor manera posible. Y porque comparto con
Taibo que si el 15m no existiera habría que inventarlo. Pero para
reinventar algo parecido al 15m, y aunque aceptemos que el 15m sigue
vivó bajo otras medios, como los proyectos de economía social o
ciertos colectivos, hay que enfrentar todos estos problemas que he
enumerado, que son anteriores a la aparición de PODEMOS y que
explican en parte porque en Móstoles una buena parte de los
activistas clave, de esos que sostenían en el fondo toda la dinámica
de lucha del 15m, hoy participan en el círculo PODEMOS del barrio y
no en la asamblea popular. Lo que no sería tan problemático
si los círculos tuvieran un papel más autónomo, más activo y
menos subordinado a la lógica de un partido que se va
configurando de un modo mucho más cupular
de lo que cabría esperar.
6
Con la poca
legitimidad que puede tener hablar desde fuera, creo que PODEMOS está
haciendo algunas cosas muy mal, y es urgente agitar un debate sobre
los peligros de ciertas tendencias, en curso o ya consolidadas. No me
refiero, evidentemente a todas y cada una de las personas que forman
parte de PODEMOS, sino a como está cristalizando el proceso como
realidad de conjunto.
En primer
lugar, la acción de PODEMOS desprende un olor a culto a la
personalidad que cuanto menos es desagradable, por no decir que
activa todas las alarmas. Siendo bien pensado, se podía achacar esto
a la inmadurez política de una masa social que necesitara
proyectarse en un líder para creerse a sí misma. Pero la cara
de Iglesias en las papeletas del 25 de mayo no ayuda a ser bien
pensado: aún cómo recurso táctico que quisiera servirse de esta
inmadurez, es una vergüenza y un atentado a cualquier noción de
emancipación humana.
Chirría
mucho también cómo el partido ha ido decantándose por los modelos
organizativos más verticales y jerárquicos frente a otros que, aún
de refilón, se mantenían más próximos a concepciones de
democracia participativa. O como el núcleo duro ha querido desplazar
a sus activos más combativos y más ligados a los movimientos
sociales a la marginalidad orgánica. Hay un PODEMOS para
protestar y otro para ganar las elecciones, creo que decía alguien
de la cúpula. En ambos casos, además de los blindajes propios de
las luchas de poder, creo que prima una cuestión de eficacia
electoralista: un síndrome defensivo que
busca mantener lejos del foco mediático, y lejos de la toma de
decisiones, a elementos de difícil digestión para el ciudadano
medio, como son muchas veces los militantes de movimientos
transformativos.
Es muy
posible que si mi amigo Jorge Riechmann, que es miembro del Consejo
Ciudadano de Madrid, toma la palabra en un gran mitin de PODEMOS o
acude un debate de la Sexta Noche, pueda espantar, con su lucidez
ecológica sin concesiones, a un buen porcentaje de electores que
sólo quieren oír soluciones fáciles para volver a lo de antes.
Pero es seguro que si un hipotético gobierno de PODEMOS no cuenta
con alguien con la claridad de ideas de Riechmann, u otros de la
misma solvencia y amor a la verdad, y lo hace más allá de un
ministerio florero como suele Medio Ambiente, un gobierno de PODEMOS
se despeñará por el abismo de la curva de Hubbert y el apocalipsis
climático (aunque cuente con gente como ellos seguramente también
se despeñe, porque el colapso en marcha es casi inesquivable, pero
quizá puedan ayudar a organizar un aterrizaje de emergencia).
Al precio de buscar ganar las elecciones a toda costa PODEMOS puede
perder por el camino lo poquito, muy poquito, que hacía
interesante que en un país alguien ganara unas elecciones.
Este tema
permite traer a reflexión otro de los grandes lastres de PODEMOS: su
diagnóstico de época, tanto de la crisis como de las soluciones.
Con un programa económico neokeynesiano de signo
productiva-redistributivo, que no es capaz de mirar a los ojos a
desafíos como el pico del petróleo, el cambio climático o el
proceso de colapso en marcha, y que asume como su camino la
senda de consumo del año 2006 (aunque mejor repartida), la decepción
es una realidad anunciada. Sin asumir que el reto fundamental del
siglo XXI es cambiar y redefinir los estándares de vida para
adaptarlos a la crisis socio-ecológica, cosa imposible si lo que se
busca es la generación de grandes mayorías desde la hegemonía
cultural imperante, ni seremos capaces de desplegar el paracaídas
del decrecimiento organizado ni tampoco remontar el vuelo de la
recuperación económica de una avión que se está quedando
literalmente sin combustible. Y si el golpe contra el suelo de la
verdad metabólica lo damos desde los imaginarios imperantes, el
péndulo de la rabia se desplazará hacia otras fuerzas rupturistas:
aquellos que no tienen problemas éticos y políticos en desencadenar
un genocidio o una agresión militar para volver aunque sea a una
cuarta parte de la opulencia perdida. Decía Polanyi que si ha habido
alguna vez un movimiento político con condiciones objetivas para su
nacimiento, ese fue el fascismo. En un siglo XXI que es una trampa
piramidal malthusiana, su apunte es todavía mucho más acertado.
Con todo, lo
más grave de PODEMOS es su efecto desmovilizador. Y casi más grave,
como apunta Carlos Taibo, es que esto no preocupe a la cúpula del
partido. Al contrario. Pareciera fomentado, como si quisieran diseñar
una masa social de votantes presta a ser movilizada sólo desde
arriba, lo que da buena medida del tipo de cambio social que
imaginan. Hay que decir que la responsabilidad no es sólo suya:
nuestras sociedades espectaculares y muy infantilizadas, moldeadas en
soluciones mágicas y rápidas, viven demasiado ilusionadas con el
fetichismo político. Salvo algunos anarquistas irredentos, casi todo
el mundo cree que en unas elecciones se juega mucho más de lo que
realmente está en juego. El auge del fenómeno PODEMOS es
sintomático de cómo entienden la mayoría de las personas los
cambios sociales. Supongo que despertar ilusión electoral es un
prerrequisito para ganar unas elecciones. Sin embargo, si la ilusión
electoral no es contrapesada por una fuerte escepticismo
electoral (ese que impulsa a la gente a buscar
soluciones sin esperar a que un gobierno las ofrezca),
que no basta con que sea espontáneo si no que tiene que estar
sólidamente organizado, el paracaídas no se abrirá y el golpe será
traumático.
7
PODEMOS ha
convocado en algunos ambientes el fantasma de 1982. Es común pensar
que el nuevo partido es una maniobra que encubre un recambio de
cuadros de gobierno como el que hizo el PSOE en su momento, que
desarticuló el movimiento social de la Transición incorporando a
buena parte del antifranquismo como ala izquierda de la modernización
capitalista de España. Al fin y al cabo sabemos desde Pareto que las
élites circulan sin que se modifiquen sustancialmente las
estructuras sociales. Hay quien piensa incluso que esta operación se
está tejiendo por encima de las voluntades y la conciencia de los
líderes de PODEMOS, que habrían sido fomentados por las manos
invisibles de la gobernabilidad capitalista más racional y previsora
para protagonizar un ciclo reformista necesario de cara a asegurar la
propia viabilidad del capital: su papel, como gramscianos o negristas
convencidos, sería instrumentalizado por otros para dar un giro de
timón. Así se explicaría su llamativa presencia mediática.
Es posible
que alguien, en alguna parte, este intentando este truco. Pero la
estrategia se me antoja de recorrido corto. A diferencia de 1982, no
hay décadas de prosperidad a la vista para reforzar con concesiones
reformistas un capitalismo tolerable. Al contrario, aún con pequeños
paréntesis, con el pico del petróleo la vida social se volverá
cada vez más intolerable y los obstáculos para las reformas no
harán otra cosa que intensificar la situación. El escenario,
salvando distancias inmensas, se me parece mucho más a Cuba en 1953
o 1954: una crisis de régimen que no deja margen estructural para
las reformas. Tal es así que cuando los reformistas llegaron al
poder (también en Cuba impulsados por sectores de las élites que
preveían instrumentalizarlos dentro de sus disputas internas) se
vieron forzados, por muchas presiones nacionales o internacionales, a
radicalizarse o morir. Los cambios de régimen no son coreografías
ordenadas, sino violentos y caóticos huracanes donde muchos actores
sociales echan órdagos sobre el futuro de un país que son
incompatibles entre sí y tejen compromisos que siempre se traicionen
y se rompen: en este frenesí algunos ganan y otros pierden. Carlos
Taibo nos recuerda, con razón que el cambio que necesitamos no es de
régimen, sino de sistema, y que hablar de régimen es un paso atrás
respecto al 15m. Cierto. Pero así como un cambio de régimen no
asegura un cambio de sistema, los cambios de sistema requieren, en su
lento avanzar (cualquier sistema social es producto de un proceso
histórico de onda larga, algo de siglos, tampoco puede olvidarse) de
cambios de régimen. “Pasos atrás ni para tomar impulso” era un
lema con tirón en el mundo anarcosindical de los años treinta. Pero
el arte de la guerra enseña fundamentalmente que ni el mapa es el
territorio ni los lemas son la realidad. Necesitamos ser más
flexibles.
No me parece
preocupante la posible “pesoización” de PODEMOS. Me parece mucho
más preocupante la carencia de fuerzas no
institucionalizadas que puedan radicalizar
un hipotético gobierno de PODEMOS, y sobre todo ayudar a
solventar, desde la base, problemas sociales capilares a los
que un Estado en contracción fiscal y energética nunca podrá
llegar. Especialmente cuando esté se vea atrapado en una pinza
formada por sus incumplimientos electorales, la pauperización
creciente y el auge de un rupturismo de extrema derecha.
8
Asumiendo el
colapso como un horizonte de futuro probable, puede ser también
interesante estar atento a la evolución de algo como PODEMOS, y
considerar que, con todas sus deficiencias y aspectos seguramente
opresivos, es un organismo político adecuado con el que
simbiotizar ciertas prácticas
transformativas. Y no sólo a escala local. Desde la comodidad de una
vida que todavía para muchos anticapitalistas sigue funcionando
bien, es fácil ser escrupuloso y firme en las convicciones. Pero los
colapsos sociales simplifican las cosas y llaman, por imperativo
material de supervivencia, a la lógica amigo-enemigo a ocupar el
centro de la vida social. Aunque sólo sea para elegir al enemigo
menos malo y evitar la cárcel, la ilegalización o el paredón, en
un escenario de colapso hasta el más ingobernable libertario podría
votar a PODEMOS si sus miramientos morales no se lo impidiesen. Como
el movimiento anarquista en España ya no es una fuerza social con
incidencia política importante como en los años treinta,
cuando era capaz de decantar unas elecciones como en Febrero de 1936,
el debate es parroquiano y no despertará mucha polémica más allá
de ciertos guetos.
Es cierto que
los socialdemócratas fusilaron a Rosa Luxemburgo. Que el bienio
socialista republicano reprimió Casas Viejas. Que fue el Partido
Comunista quien vendió a los trabajadores franceses en 1968, a los
portugueses en 1975, a los italianos en 1969 y 1977. Que el PSOE
domesticó la Transición española. Pero no es menos cierto que a la
sombra de un populismo burgués de izquierdas se recuperaron fábricas
en Argentina. Que el movimiento revolucionario griego ha sido el más
virulento de Europa en el cambio de milenio gracias a un amparo
constitucional que impide a la policía entrar en las universidades.
Que en los barrios de Caracas o las cooperativas Sucre se viven
experiencias muy interesantes simultáneamente a los males del
chavismo. Que un régimen autoritario como Cuba dejó florecer una de
las experiencias agroecológicas más estimulantes de la historia
contemporánea. Que la hegemonía socialdemócrata en Europa tuvo
como corolario el segundo asalto proletario a la sociedad de clases,
que fue la contestación social cualitativamente más radical de la
historia, mientras que el neoliberalismo ha criado a la primera
hornada generacional de pobres sin el más mínimo connato de
conciencias de clase, compuesta por millones de desvalidos que han
aceptado ser empresarios de su propia precariedad como una aventura
de vida excitante. En los procesos sociales las simbiosis de fuerzas
políticas diversas son radicalmente ambivalentes, su efecto general
ambiguo, y su resultado depende de circunstancias históricas muy
precisas y muy pegadas al terreno que no pueden ser decretadas de
antemano, sino vistas en cada caso desde cierta inteligencia que sólo
aflora en el propio movimiento de conflicto y a partir de los puntos
de apoyo que dan ciertas oportunidades, como pensaba De Certeau.
9
Discrepo, por
último, del análisis de Carlos Taibo en otra cuestión fundamental.
Creo que el principal problema de PODEMOS no es la ausencia de un
diagnóstico certero sobre el colapso del capitalismo. Y esto es,
admitámoslo sin medias tintas, un problema enorme, inmenso y muy
difícil, que condiciona todo para mal.
El principal
problema de PODEMOS es casi una deformación profesional de su núcleo
dirigente: la sobreestimación de la política
como palanca de transformación social. Que
no significa negar que los cambios sociales deban tener un reflejo y
un terreno de disputa en el plano político. Pero este ofrece un
margen de maniobra mucho más pequeño del que tiende a pensar la
izquierda, incluida la libertaria (aunque los anarquistas al rechazar
el Estado y ampliar el terreno de lo político hasta lo social
apuntan un atisbo de solución, que no suelen aprovechar porque la
esencia de lo político no es el Estado sino el conflicto, y el
anarquismo mayoritario continúa siendo un paradigma de
transformación centrado en el conflicto, una especie de hermano
pequeño romántico del politocentrismo).
PODEMOS no
está creciendo como parte del ascenso sólido de fuerzas sociales y
culturales contrahegemónicas con una mirada puesta más allá del
juego electoral (y la consiguiente guerra política de posiciones en
el Estado). Está creciendo una velocidad monstruosa como
un gigante con pies de barro atados a una cabeza hipertrofiada por su
sobreexposición mediática. Con este rumbo es muy poco probable que
diferentes formas y proyectos de transformación social puedan
complementarse con el partido de un modo tal que, y no sin fricciones
y duras batallas, se facilitara la proliferación de respuestas
viables a la crisis de civilización desde valores emancipatorios.
Un proceso
constituyente, en un país, es un disparo para el cambio social que
se da, con suerte, cada cuarenta o cincuenta años. Un proceso
constituyente que deba enfrentar el pico del petróleo es un
acontecimiento singularísimo,
de esas cosas que quizá pasan cada 500 o 1000 años. Sin entrar en
juicios de valor o idoneidad, todo parece indicar que PODEMOS será
el encargado de disparar en nombre de los intereses capas populares.
Si PODEMOS continúa apuntando en la dirección de un pragmatismo sin
contrapesos, que al estar tan marcado por su marketing comunicativo
sea ciego a la realidad de la crisis socio-ecológica y parco en la
generación o el reconocimiento de fuerzas
sociales autónomas con las que compartir y discutir la tarea del
cambio social, es muy posible que se
produzca un fenómeno típico de contraproductividad. Entonces el
tiro saldrá por la culata, y sobre el cadáver de las esperanzas de
la gente humilde volverá a plantar su bandera el fascismo.
[1]
EL texto fue publicado a final de 2013 en el libro Madrid, Materia de
Debate.
[2]
Pues el más ortodoxo se apartó desde el principio de unos códigos
discursivos y prácticos demasiado condescendientes con el capital y
el Estado, que caían indudablemente del lado del reformismo y el
ciudadanismo.
[3]
Las metas parciales tampoco garantizan una victoria, pero al menos
permiten concretar los esfuerzos de la lucha y hacerla tangible.
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