«Cada
pancarta que proclama “queremos trabajo” proclama la victoria del
capital sobre una humanidad esclavizada de trabajadores que ya no son
trabajadores pero que no pueden ser nada más»
“Avanzar
hacia formas de trabajo que contengan la finalidad en sí mismas
significa buscar mecanismos para recuperar el tiempo de vida, es decir,
para suprimir en la medida de lo posible la necesidad que tenemos de
comprar nuestro derecho a la vida (prácticamente sinónimo del derecho al
salario), alienando nuestro tiempo, nuestra vida”
André Gorz
Introducción
En
nuestra sociedad entendemos el trabajo como una actividad realizada por
las personas o las máquinas mediante el cual se obtiene un beneficio
económico; esta actividad nos permite a su vez estar incluidos en el
triángulo producción-trabajo-consumo que define el mundo que vivimos.
Esta idea de trabajo se fraguó en el siglo XVIII, junto con la idea de
riqueza, de producción y la propia idea de sistema económico que dio
lugar a la economía.
Evolución histórica
Las
primeras sociedades humanas no estaban estructuradas por el trabajo, ni
tan siquiera tenían un término para enunciarlo, ya que las actividades
realizadas para el aprovisionamiento y la subsistencia estaban mediadas
por la redistribución o la reciprocidad que configuraban su forma de
estar-ser-hacer en los lugares que habitaban. Marshall Sahlins habla de
la edad de la abundancia para
destacar que la escasez no es una cualidad de estas sociedades, sino
que las sociedades primitivas permitían cubrir sus necesidades con
satisfactores técnicos-culturales que les eran propios.
Con
la aparición de las sociedades jerarquizadas el desprecio aristocrático
a las tareas rutinarias más comunes que implicaran la manualidad o el
esfuerzo se empezaron a calificar de serviles o degradantes; derivadas
de la aparición de la acumulación, las hazañas militares y
el prestigio social, estas tareas que fueron quedando a cargo de
mujeres y esclavos, quedando éstas en una relación de dependencia
respecto a una élite que ejercía el poder.
En
el siglo XVIII se produce una violenta ruptura con las condiciones
precedentes, la tierra y el trabajo se convirtieron en mercancías y se
les aplicaba el mecanismo del mercado, es decir, se trataron como si
hubieran sido creados para la venta. Por supuesto, no eran realmente
mercancías, ya que no habían sido producidas (como la tierra), y de ser
así, no podían estar en venta (como el trabajo). Había oferta y demanda
de trabajo; oferta y demanda de tierra. Por lo tanto, había precios de
mercado para utilizar la mano de obra, los salarios, y un precio de
mercado para el uso de la tierra, la renta.
Se extendió entre
la población un afán continuo e indefinido de acumular riquezas, una
visión utilitarista de la vida forjando la ilusión de que las personas
podían crear riqueza monetaria mediante el trabajo, mirando a la tierra como un almacén de recursos a esquilmar al servicio de las ambiciones humanas.
El trabajo hoy
Vivimos
rodeados de basura, el vertedero es el símbolo de nuestro tiempo, como
nos recordó la película Wall-E, el trabajo se torna en un esfuerzo
despilfarrado inútilmente en forma de empleo basura basado en la absurda
idea de producir sin descanso cosas de usar y tirar.
Una
vez que el trabajo es una meta social e individual, los pobres pasaron
de pedir pan a pedir trabajo, y el burgués pasó a convertirse en un
‘creador de puestos de trabajo’. Una vez eliminadas las instituciones
que daban sustento y cobijo a las personas en las sociedades anteriores
al capitalismo (la familia, la comunidad, la tribu… o el gremio) como
elementos que arropaban física y socialmente al individuo, el trabajo
cobró cada vez más importancia como medio de relacionarse y
promocionarse en el terreno profesional, económico y social.
El
moderno individualismo no vino a liberar a las personas de las
relaciones de dominación y explotación presentes en las sociedades
jerárquicas anteriores, sino a justificarlas y mantenerlas bajo nuevas
formas.
El valor del trabajo
Así
el trabajo, presenta una percepción dual; por una parte se entendería
como una condena atendiendo a su origen etimológico (tripalium:
instrumento de tortura para amarrar al ganado y a los esclavos); y por
otra parte un potencial medio de autorrealización, emancipación y
responsabilidad ética hacia la sociedad.
Ante
estas percepciones unos soñaron con la erradicación completa del
trabajo penoso y degradante a través de la máquinas y otros vislumbraron
una humanización del trabajo y las relaciones laborales, estos deseos
se demostraron ilusorios; cuidar niños, enfermos y mayores son tareas
que necesariamente han de hacer las personas , los trabajos pesados y
repetitivos siguen siendo ineludibles. La escasa valoración de las
tareas más duras y rutinarias ligadas
al suministro y al cuidado diario tiene en nuestra sociedad escasa
retribución monetaria que llevan a cabo principalmente las mujeres,
además el abanico de retribuciones que se observan en las actuales
sociedades tiende a distribuirse de forma inversamente proporcional a la
penosidad de las tareas realizadas.
Trabajo y decrecimiento
Decrecer
no puede significar otra cosa que plantar cara al proceso continuo de
acumulación, desde la insoslayable urgencia ética de barrer de la
historia humana el dominio y la explotación de las personas por otros
seres humanos.
Romper
el proceso productivo actual [producción-trabajo-consumo] requiere de
diferentes ejes de acción como plantear la frugalidad como modo de vida.
Consumiendo menos, poseyendo menos objetos de uso y menos bienes
inútiles, alargando la vida de los que tenemos, compartiéndolos y
reutilizándolos, cambiándolos por otros, socializando los bienes
culturales. Disfrutando de la vida y buscar el placer en uno mismo y con
los demás, desalineándonos de las necesidades inducidas por el
marketing y la publicidad.
Debemos
entender que todo proceso productivo y de generación de bienes y
servicios se sustenta en un flujo de materia y energía finito y escaso,
que afecta negativamente al equilibrio ecológico del territorio y del
planeta en su conjunto. Promover servicios colectivos de transporte,
restaurante, guarderías, etc.; haciendo que los cuidados sean
responsabilidad social y cooperativa; repartiendo el trabajo y
trabajando menos…
Habría
que valorar y distribuir los trabajos más duros y socialmente
necesarios aderezándolos con fiestas, canciones u otras distracciones
gratificantes en aras de una cooperación social en la que todas las
personas participen solidariamente; también compensando positivamente las
tareas más laboriosas e ingratas a las personas que las soportan,
penalizando a los escaqueadores que intentan aprovecharse de los demás.
El crecimiento constante implica el dominio de la lógica del mercado contra la lógica de la vida y de su sostenibilidad.
En
este contexto decrecimiento significa vivir mejor con menos, eliminando
las estructuras de dominación y opresión, liberándonos en lo posible de
ese trabajo como condena, subvirtiendo valores y transmutando
conciencias.
Antonio García Salinero publicado en Ssociologos
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