Blanca Crespo Arnold, Noemí González Palanco, Isabel Porras Novalbos, Marcos Rivero Cuadrado y Moisés Rubio Rosendo - El Topo
Una agenda política para la ciudadanía y los movimientos sociales.
Los
grandes partidos políticos, los medios de comunicación, la publicidad y
la inercia del «cómo funcionan las cosas» nos seducen continuamente con
imágenes y eslóganes que prometen una felicidad basada en el
crecimiento. Nos intentan convencer de que nos rodea la escasez y de que
tenemos que esforzarnos más y más —a cambio de salarios de esclavitud—
para seguir consumiendo lo que producen las grandes corporaciones,
sumergiéndonos en una espiral que profundiza en un modelo cultural que
esconde su patología sistémica tras el término «crisis».
Tanto
los partidos tradicionales como las emergentes formaciones políticas de
corte institucional obvian la crítica a dos de los mitos más
importantes de la cultura occidental: el que afirma que la riqueza puede
crearse y el que delega en el Mercado — cual mano invisible— la
regulación de las relaciones humanas. En la misma línea, tampoco
cuestionan el mantra moderno del crecimiento económico, que nos devuelve
a las políticas extractivistas de los años setenta e invisibiliza la
economía reproductiva sobre la que se sustenta. A modo de ejemplo, puede
citarse el caso de Podemos, cuyo programa económico ignora las
reflexiones y propuestas del Manifiesto Última Llamada1 —que nos alerta de que el crecimiento es ya un «genocidio a cámara lenta»— a pesar de haber sido firmado por sus dirigentes.
Claves para una transformación imprescindible
Las
respuestas a los retos que afronta nuestra cultura no vienen de la mano
del crecimiento económico ni del clásico debate entre planificación y
liberalización, sino que han de buscarse más allá del paradigma de la
modernidad.
Necesitamos transformar las bases ideológicas de nuestra cultura desde la simbiodiversidad2,
reconociendo nuestra ecodependencia e interdependencia: asumiendo que
nuestra vida es una danza en relación permanente con nuestro entorno y
las distintas comunidades vivas, incluida toda la diversidad cultural
humana; asimismo, debemos buscar la resiliencia3,
entendida como la capacidad de las comunidades humanas para adaptarse
de manera autogestionaria a los cambios e incertidumbres del entorno; y,
además, tenemos que recrear la felicidad4,
entendida como la plena participación individual y colectiva en el
proceso que permita a una comunidad vivir y realizar sus «necesidades
humanas fundamentales». Y aunque estas ideas están ya presentes en
algunos movimientos socioecológicos y culturales, no encuentran reflejo
ni en entornos progresistas ni a nivel macropolítico.
Un programa político para la transformación
Este nuevo modelo cultural al que necesitamos transitar debe contar con el respaldo de una política comprometida con la vida, que la ponga en el centro, respete su diversidad biológica y cultural y sea coherente con los límites y ritmos del planeta.
Las propuestas ecofeministas, las iniciativas de transición, las
prácticas de permacultura… son elementos necesarios para esta nueva
política, que vendrá de la mano de la capacidad de los grupos humanos para la autogestión.
En esta línea, serían deseables programas que abordasen esta transformación imprescindible. Por ejemplo, mediante la promoción de los procesos de producción y distribución locales
se mejoraría el conocimiento y el respeto de nuestro entorno y de las
relaciones de interdependencia, y con ello la capacidad de resiliencia y
las posibilidades de ser felices, además de disminuir la dependencia
energética de los combustibles fósiles. Asimismo, el fortalecimiento de las relaciones comunitarias y la puesta en valor de los cuidados como eje central de los procesos económicos mejoraría
el conjunto de la sociedad, restableciendo la posición de las mujeres
en ella y aumentando la salud física, psíquica y social de las personas.
Y por fin, una dotación incondicional de autonomía5
aseguraría cierta calidad de vida que facilitaría la independencia
frente a los intereses del entramado corporativo capitalista e
incrementaría las posibilidades de dedicación a actividades de carácter
creativo y comunitario.
Afinando
aún más, podríamos señalar algunas propuestas inmediatas como la
democratización de todas las esferas de la vida, la creación de órganos
de poder popular, la promoción de la cultura del compartir y la
autogestión, el fomento de redes solidarias y el apoyo comunal, la
protección y recuperación de los bienes comunes, la relocalización y
reorganización de los medios de producción, la apuesta por las energías
renovables, la creación de monedas complementarias y comunitarias, la
gestación de cooperativas de crédito y comunidades autofinanciadas, el
impulso de iniciativas no lucrativas y mercados sociales, el fomento de
otra movilidad más respetuosa mediante el uso de la bicicleta y del
transporte público, la ampliación y redefinición de espacios verdes en
núcleos urbanos, la apuesta por la soberanía y autosuficiencia
alimentarias o el ocio creativo…
Protagonistas de un nuevo paradigma
Pese
a que muchas de estas prácticas son una realidad en las vidas de parte
de la humanidad, también son ninguneadas constantemente por las
instituciones de carácter sociopolítico, ya sea por la lógica que impone
el ciclo electoral, por miedo, o por intereses corporativos.
La
implementación de las medidas propuestas, que visibilizan las fallas
del sistema actual y sus consecuencias —algunas tan inminentes como el
fin de la era de los combustibles fósiles—, está muy alejada de las
viejas pero recurrentes políticas neoliberales del actual orden
internacional y puede ser impopular en sociedades poco acostumbradas a
estos discursos. Pero, sobre todo, supone una pérdida de poder para los
grandes conglomerados empresariales y de la legitimidad de los
Estados-nación como «garantes» de los derechos de la ciudadanía. Y es
que la apuesta por la felicidad de las comunidades, la
resiliencia local y el reconocimiento de la simbiodiversidad es tan
necesaria para sanarnos del patológico sistema estado-capital como
fulminante para dichas élites.
Frente
a los intereses de estas minorías privilegiadas, el camino a transitar
pasa por generar mareas de gentes capaces de dejar atrás los egos e
identidades excluyentes, que trabajen en común de manera permanente,
superando la lógica de las citas electorales. Debemos tomar un
papel activo y, desde la diversidad y la corresponsabilidad, impulsar
procesos valientes y creativos que partan de la confianza y el deseo de
una vida futura en común. Este punto de partida es
imprescindible para impulsar estrategias de transición que dirijan
nuestra sociedad hacia las direcciones que necesitamos y deseamos.
Ante
este panorama, ¿puede esperarse de la lógica representativa una agenda
política coherente con los retos que afrontamos como especie? ¿Cómo
podríamos seducir a personas y colectivos para que apuesten por esta
transición?
2
La simbiodiversidad abarca toda la diversidad de la vida en el tiempo y
en el espacio, desde la primera bacteria hasta Gaia, en todas sus
relaciones y manifestaciones, sin distinción, sean naturales, sociales o
culturales (fuente: es.wikipedia.org/wiki/Simbiodiversidad).
3
El concepto de resiliencia, desarrollado significante en psicología,
hace referencia aquí al aspecto comunitario y es ampliamente utilizado
por el Movimiento de Transición: es.wikipedia.org/wiki/Comunidad_de_transición
4 Hemos desarrollado el concepto de felicidad a partir de las aportaciones del libro Desarrollo a Escala Humana. Conceptos, aplicaciones y algunas reflexiones; Max-Neef, Manfred; 1998, Icaria Editorial. Para un primer acercamiento, consultar: es.wikipedia.org/wiki/Necesidades_humanas_fundamentales
5
La Dotación Incondicional de Autonomía (DIA) tiene como objetivo
fomentar diálogos y debates sobre lo que significa «vivir conjuntamente»
y sobre la forma de crear «más vínculos» sin que por ello haya que
crear «más bienes». Ver Proyecto Decrecimiento. Manifiesto por una Dotación Incondicional de Autonomía (DIA); VV. AA.; 2014, Icaria Editorial.
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