La incapacidad para pensar el futuro fuera del paradigma del crecimiento económico permanente es, sin duda, la falla principal del discurso oficial sobre el desarrollo duradero. A pesar de sus estragos sociales y ecológicos, el crecimiento, del cual ningún responsable político o económico quiere disociar el desarrollo, funciona como una droga dura. Cuando es fuerte, se mantiene la ilusión de que puede resolver los problemas -que en gran parte ha generado- y que cuanto más fuerte sea la dosis, mejor estará el cuerpo social. Cuando es débil, se hace sentir su falta, y resulta mucho más dolorosa por el hecho de no haberse previsto ninguna desintoxicación.
Así, detrás de la "anemia" actual del crecimiento, se esconde una "anomia"creciente en las sociedades minadas por el capitalismo liberal, que se muestra incapaz de dar un sentido a la vida en sociedad que no sea el consumismo, el despilfarro, el acaparamiento de los recursos naturales y de los ingresos provenientes de la actividad económica y, a fin de cuentas, el aumento de las desigualdades. El primer capítulo de El Capital (1863), de Karl Marx, es premonitorio cuando critica a la mercancía: el crecimiento se transforma en el nuevo opio de los pueblos, cuyos puntos de referencia culturales y solidaridades colectivas son quebrados para que se hundan en el abismo sin fondo de la mercantilización.
El dogma dominante ha sido bien traducido por Jacques Attali que, como buen profeta, cree haber detectado a comienzos del año 2004 "una agenda de crecimiento fabuloso" que sólo "contingencias no económicas, por ejemplo, un resurgimiento del SARS," podrían de hacer fracasar. Para todos los ideólogos del crecimiento afectados de ceguera, la ecología, es decir, la toma en consideración de las relaciones del ser humano con la naturaleza, no existe: la actividad económica se desarrolla in abstracto, fuera de la biosfera.
Es hacer poco caso del carácter entrópico de las actividades económicas. Aunque la Tierra sea un sistema abierto que recibe la energía solar, forma un conjunto dentro del cual el hombre no puede superar los límites de sus recursos y de su espacio. Ahora bien, la "presión ecológica", es decir, la superficie necesaria para todas las actividades humanas sin destruir los equilibrios ecológicos, alcanza ya al 120% del planeta. Así, serían necesarios cuatro o cinco planetas si toda la población mundial consumiera y vertiera tantos desechos como los habitantes de Estados Unidos.
Para saber más: El desarrollo no es necesariamente crecimiento. Jean-Marie Harribey. 2004.
Así, detrás de la "anemia" actual del crecimiento, se esconde una "anomia"creciente en las sociedades minadas por el capitalismo liberal, que se muestra incapaz de dar un sentido a la vida en sociedad que no sea el consumismo, el despilfarro, el acaparamiento de los recursos naturales y de los ingresos provenientes de la actividad económica y, a fin de cuentas, el aumento de las desigualdades. El primer capítulo de El Capital (1863), de Karl Marx, es premonitorio cuando critica a la mercancía: el crecimiento se transforma en el nuevo opio de los pueblos, cuyos puntos de referencia culturales y solidaridades colectivas son quebrados para que se hundan en el abismo sin fondo de la mercantilización.
El dogma dominante ha sido bien traducido por Jacques Attali que, como buen profeta, cree haber detectado a comienzos del año 2004 "una agenda de crecimiento fabuloso" que sólo "contingencias no económicas, por ejemplo, un resurgimiento del SARS," podrían de hacer fracasar. Para todos los ideólogos del crecimiento afectados de ceguera, la ecología, es decir, la toma en consideración de las relaciones del ser humano con la naturaleza, no existe: la actividad económica se desarrolla in abstracto, fuera de la biosfera.
Es hacer poco caso del carácter entrópico de las actividades económicas. Aunque la Tierra sea un sistema abierto que recibe la energía solar, forma un conjunto dentro del cual el hombre no puede superar los límites de sus recursos y de su espacio. Ahora bien, la "presión ecológica", es decir, la superficie necesaria para todas las actividades humanas sin destruir los equilibrios ecológicos, alcanza ya al 120% del planeta. Así, serían necesarios cuatro o cinco planetas si toda la población mundial consumiera y vertiera tantos desechos como los habitantes de Estados Unidos.
Para saber más: El desarrollo no es necesariamente crecimiento. Jean-Marie Harribey. 2004.