Alex Corrons - The Oil Crash
Queridos lectores,
Álex
Corrons me ha pedido que le republique el siguiente artículo, que trata
sobre la difícil relación entre la nueva formación política española
Podemos y el decrecentismo. En realidad, todo lo que dice Álex se puede
aplicar a cualquier partido político, pero no se puede negar que es en
Podemos donde mucha gente ha depositado sus esperanzas, y por eso Álex
se centra tanto en este partido. En cualquier caso, las reflexiones de
Álex resultan muy pertinentes, aparte de útiles.
Espero que el artículo de Álex sea de su interés.
Salu2,
AMT
Hola
compañer@s, es para mi un honor compartir con vosotr@s en un blog que
para mi es toda una referencia, un artículo que me encargaron escribir
sobre el decrecimiento y la postura al respecto de Podemos. En dicho
artículo acentúo la postura de Podemos, ya que el libro titulado “Hasta luego, Pablo”
-coordinado por Estela Mateo- pretende ser una crítica integral al
proyecto de dicha formación política. No obstante, esta crítica es
extrapolable perfectamente al resto de formaciones políticas que aspiran
a ocupar cargos de responsabilidad en las instituciones del Estado, y
en general, a la sociedad de consumo de la que formamos parte.
Me
ha parecido oportuno compartirlo en este lugar, ya que son fechas en
las que presuntamente se están preparando los programas electorales,
aunque mucho me temo que poca influencia va a tener en ellos, me
conformo con que unas cuantas personas cercanas a diferentes proyectos
políticos reflexionen sobre este, y sobre todos los interesantes
artículos que Antonio Turiel comparte en este blog habitualmente.
PODEMOS FRENTE AL DECRECIMIENTO
por Álex Corrons
El colapso
Nos
encontramos en un momento histórico sin precedentes. La revolución
industrial y la expansión de la industria provocada por un acceso barato
al petróleo y otros recursos llegan a su fin. Los científicos calculan
que hemos consumido alrededor de la mitad de las reservas mundiales de
petróleo; no obstante el verdadero problema no es que se vayan a agotar
de un día para otro, sino que el coste energético de la extracción
aumenta, hasta el punto de que la relación entre la energía que se
produce y la que se consume para producirla -lo que los expertos
denominan Tasa de Retorno Energético (TRE)- está bajando de forma
alarmante y no está tan lejos el día en que se llegará a consumir más
energía de la que se produce. Esto sucede con la mayor parte de los
recursos, que cada vez son más escasos, y extraerlos y procesarlos se
convierte paulatinamente en una tarea más costosa económica y
energéticamente. Las consecuencias son obvias: en Septiembre de 2014,
uno de los grupos inversores más conocidos como los “padres” de la
industria petrolífera, los Rockefeller, abandonaron sus inversiones en
esta industria para llevarse el capital al mercado de las energías
renovables. Y esta maniobra no se debió a que de la noche a la mañana se
despertaran con conciencia ecológica, sino que simplemente pensaron en
la rentabilidad. Estos oligarcas saben que el petróleo barato tiene los
días contados, que la producción cada vez requiere de mayor inversión
para obtener cada vez menos beneficios, y son conscientes de que el
próximo nicho de mercado son las energías renovables. Conviene decir que
las energías renovables no son todo lo milagrosas que se nos dice. Los
materiales, la fabricación, el transporte y la instalación de estas
energías requiere de unos costes energéticos y de ciertos recursos
finitos que son muy importantes. Por eso es importante que ante la
escasez cada vez mayor de estos recursos, aceleremos la implementación
de las renovables, antes de que los costes se disparen más y provoquen
que la conversión sea inviable, y un desastre económico.
Si
todos los habitantes del planeta vivieran como lo hacemos los europeos
necesitaríamos tener a nuestra disposición los recursos de casi cuatro
planetas como este. Nuestra huella ecológica recae sobre las espaldas de
las próximas generaciones, y también -ahora y antes- sobre los
habitantes de los países del Sur; algo paradójico teniendo en cuenta la
riqueza de recursos naturales que tienen bajo sus pies, que desde el
Norte estamos expoliando sistemáticamente, exportando impactos
ambientales y destruyendo la naturaleza más allá de nuestras fronteras,
para mantener el sistema productivo y de consumo actual.
En
el Estado español, el 25% de la población vive bajo el umbral de la
pobreza y el 40% tiene problemas para llegar a fin de mes. Al mismo
tiempo ocupamos el puesto número 6 en uso de agua, el 16 en uso de
materiales, el 21 en uso de suelo y el 24 en emisiones de carbono a la
atmósfera. Estos datos ponen sobre la mesa una precarización de la
sociedad mayúscula y creciente, frente a un sistema productivo pésimo,
que sólo favorece a las grandes empresas, las principales beneficiarias
de esta crisis. Es necesario un reparto de las riquezas, un cambio de
las reglas del juego en favor de la mayoría social, un cambio integral
del modelo productivo, plantearnos que no necesitamos tantas mercancías,
acercar la producción y el consumo al ámbito local, democratizar la
economía, y reducir drásticamente nuestro impacto medioambiental y el
consumo de recursos.
El
objetivo actual de cualquier gobernante o aspirante a gobernar es que
el Producto Interior Bruto (PIB) de su país crezca un 2% al año para
garantizar -dicen- el bienestar. Parecen olvidar que esa tasa de
crecimiento implicaría duplicar el PIB en 35 años, con el consiguiente
aumento en el consumo de recursos naturales, energía y contaminación.
Uno
de los graves problemas que hay que resolver es el modelo alimentario
industrial, en el que gran parte de nuestros alimentos recorren miles de
kilómetros hasta llegar a nuestra despensa. Además producimos alimentos
para 12.000 millones de personas, somos 7.400 millones, y sin embargo
1.200 millones de personas pasan hambre, de las cuales el 75% es
población campesina, y a su vez el 75% son mujeres y niñas. El 60% de la
producción de cereales se destina a la alimentación de la ganadería
industrial, y recorre 12.000 Km. de media hasta las granjas europeas o
norteamericanas. Otra buena parte de los monocultivos son destinados a
agrocombustibles y el 25% de la pesca para la acuicultura.
El
sistema monetario es uno de los grandes engaños en los que estamos
inmersos. Cada euro, dólar u otras monedas que ingresamos en un banco,
sirve para que éstos puedan multiplicar por diez la cantidad de dinero
ingresado, para a su vez prestárselo a un tercero, con la única garantía
de la confianza en que este dinero será devuelto con un interés
añadido. El problema es que hay una parte de esa deuda que nunca se va a
poder devolver, ya que ese dinero no está respaldado por nada, no tiene
ningún valor intrínseco y es por tanto una estafa que ahora mucha gente
está empezando a comprender. Debemos prestar atención a esta cuestión,
ya que la deuda perpetua es lo que provoca el crecimiento perpetuo de
forma desmedida: a mayor capacidad de endeudamiento, mayor capacidad de
consumo de recursos naturales y por tanto, mayor aceleración de los
problemas que nos aproximan al colapso. La mayor parte de los políticos y
economistas nos hablan de un crecimiento que se recupera, un crédito
que fluye y un aumento del consumo como algo positivo. En realidad
habría que leer entre líneas: “¿ven ustedes ese precipicio? Pues aceleremos para llegar antes a él”.
La
idea de que el trabajo asalariado libera a las personas y les ofrece
autonomía económica es un relato construido por el sistema capitalista
que actualmente es, cuando menos, cuestionable. La alienación de muchos
trabajos, la sumisión que arrastran las jerarquías, la cantidad de horas
de trabajo en detrimento de la vida social y de la autogestión, y por
tanto de la emancipación y liberación, han convertido al trabajo
asalariado en un modelo que muchas personas llamamos “esclavitud
asalariada”. La aceptación de estas reglas del juego viene motivada por
el elemento que resulta ser el denominador común de nuestra sociedad: el
consumo. Si a día de hoy nos podemos imaginar una revolución social que
saque a la calle a millones de personas bajo un problema común, este
sería la limitación del consumo por la carestía de las mercancías que
aparecerá ante la escasez de recursos naturales.
En
un escenario de recursos limitados, el crecimiento asienta sus
cimientos sobre las desigualdades. Siete de cada diez personas pobres en
el mundo son mujeres. La economista experta en cooperación y
desarrollo, Bibiana Medialdea, decía en la charla organizada por la
Coordinadora de ONGDs de Euskadi “Críticas y alternativas feministas a un modelo agotado” en Mayo de 2014:
“Ahora
inmersos en esta crisis, podemos caer en la tentación de pensar que el
sistema funcionaba bien antes de esta crisis financiera. Por eso es
conveniente recordar algunos datos del barómetro social para 1999-2007,
en el estado español, periodo de auge de nuestra economía, y donde el
salario en términos reales, es decir la capacidad adquisitiva promedio
de los trabajadores y las trabajadoras creció un 1%, el subsidio de
desempleo un 4%, los beneficios empresariales un 60%, el valor de los
activos financieros un 75%, y el patrimonio inmobiliario un 125%. En
aquellos buenos tiempos, se dieron desde un 1% hasta un 125% de
diferencia en el crecimiento. La desigualdad, enemigo número uno del
desarrollo, es endémica y un rasgo de nuestro modelo económico. Por eso
los problemas que la crisis saca a la luz debemos interpretarlos como
síntoma, y no como único problema, ya que es el modelo en sí quien está
agotado. Nos encontramos ante un modelo que tiene límites evidentes y no
ante un modelo con ciertos problemas.
Otro
aspecto que pasa más desapercibido ahora con la crisis, es que están
perdiendo importancia, desde el punto de vista analítico y político, los
impactos específicos de la crisis sobre los colectivos económicamente
más vulnerables. En sociedades desarrolladas, incluso, los niveles de
renta, accesos a derechos, a recursos, etc., están determinados aún por
el sexo de las personas. Existe una discriminación sistemática que
afecta al 50% de la población. Si ignoramos esta discriminación
fundamental, obviando esta fractura de género, es imposible hacer un
diagnóstico de los problemas que tenemos y concebir y formular
alternativas que vayan a resolver estos problemas económicos. Para tener
ese diagnóstico debemos adoptar la perspectiva feminista, entender qué
nos está pasando y ser capaces de pensar cómo podemos organizarnos de
otra manera.”
La ideología del crecimiento económico
El
relato predominante de nuestra sociedad es el que nos cuenta que
nuestro modelo de vida se encuentra en un estatus superior y describe la
historia de la humanidad como una secuencia que avanza del salvajismo a
la civilización, y por lo tanto al progreso. Estamos convencidos de
este relato etnocéntrico, en el cual nos vemos como “la civilización por
excelencia”. Este es el increíble argumento para expoliar los recursos
de los países “no civilizados”, por medio del neo-colonialismo y la
globalización económica capitalista, mientras en esta sociedad de la
opulencia, la precariedad crece exponencialmente.
El
colapso de una civilización fundamentada en el crecimiento y en la
destrucción de la biosfera es la preocupante realidad de nuestra
existencia. Nada se menciona de esto en los grandes medios de
comunicación, esos que viven de la publicidad de grandes empresas que
buscan aumentar el consumo de sus mercancías. Es como si estuviéramos
viviendo dentro de El Show de Truman,
esa película en la que Jim Carrey vivía toda su vida dentro de un plató
de televisión gigante sin saberlo, llevando una vida que le sirvieron
en bandeja desde pequeño. Hoy parece que muchas personas hemos
descubierto que estamos en un plató y queremos salir de él, no para
dirigir la película, sino para vivir la vida.
Las
personas que vivimos en la ciudad recibimos cerca de tres mil impactos
publicitarios diarios, lo que al año es cerca de un millón. Esto refleja
que vivimos en la sociedad del consumo, de las marcas, los patrocinios,
los logotipos, los escaparates llenos de ofertas, rebajas y recontrarrebajas,
descuentos por doquier, carteles publicitarios en el espacio público,
estaciones y líneas de metro que cambian su nombre por el de una
multinacional, autobuses, trenes, tranvías, metros y taxis cubiertos de
publicidad en movimiento. Vemos la televisión 240 minutos al día,
durante los cuales visualizamos 90 anuncios publicitarios. Internet
también es un espacio plagado de publicidad constante, en las redes
sociales, los buscadores, las plataformas multimedia y de ocio, todo
está sometido a la publicidad y a la mercantilización.
En
este escenario, resulta complicado combatir el discurso del crecimiento
como única posibilidad: el principal objetivo que percibimos es el del
consumo, y para poder mantener el ritmo de consumo o incluso consumir
mercancías fuera de nuestro alcance, necesitamos crecer hasta el
infinito. El consumo es proyectado como paradigma del bienestar. El
capitalismo no está solamente representado por las grandes
multinacionales; el capitalismo es cognitivo, lo llevamos dentro de
nuestras mentes, en la cotidianidad de nuestra vida diaria recibimos un
auténtico bombardeo de mensajes que se instalan en el imaginario
colectivo. En las tertulias políticas invitan a tertulianos, políticos,
periodistas, abogados y economistas, todos ellos de posiciones políticas
aparentemente diferentes, pero todos están de acuerdo en lo esencial:
el crecimiento económico, el aumento del consumo, y por tanto del
Producto Interior Bruto son la meta a perseguir, son la fuente del
bienestar y del progreso; nadie lo discute, ya puede hablar alguien de
izquierdas, de derechas, o de extremo centro, en esto coinciden siempre.
¿Por qué los medios de comunicación no dan espacio al discurso del
decrecimiento? Es sencillo: la televisión y en general, los medios de
comunicación, viven de la publicidad; publicidad de empresas que nos
tratan de vender sus mercancías. Por tanto, que alguien hable de
decrecimiento en los medios de comunicación del sistema es
contraproducente para los intereses de las marcas que financian estos
medios.
La
inmensa mayoría de los políticos también tienen este discurso sobre el
crecimiento, defienden una visión tremendamente cortoplacista ya que su
objetivo primordial es ganar las próximas elecciones, y parece mucho más
fácil hacerlo sin llevar la contraria al dogma productivista, necesario
para que el sistema capitalista siga su rumbo. Y este es esencialmente
el problema, no podemos seguir creciendo porque no tenemos recursos para
poder hacerlo. Ya no es una reclamación exclusivamente ecologista, es
una cuestión de límites físicos del planeta. Debemos volcar nuestros
esfuerzos en tumbar el discurso predominante del crecimiento en nuestro
entorno, en los medios de comunicación, en las organizaciones y
movimientos políticos y sociales, haciendo ver que otra forma de vivir
es posible, que el decrecimiento no es ninguna amenaza al bienestar, muy
al contrario, es la garantía del bienestar y de la supervivencia si
queremos que las próximas generaciones y buena parte de la humanidad hoy
puedan subsistir en este planeta. Estamos en un punto en el que el
capitalismo se va desvaneciendo como "promesa" de progreso en nuestra
sociedad, por eso es momento de construir realidades paralelas para,
paulatinamente y sin descanso, establecer un orden totalmente distinto.
¿Qué es eso del decrecimiento?
El
término “decrecimiento” es interpretado por muchas personas
pertenecientes a diferentes posturas ideológicas como una enmienda a la
totalidad y el destierro del término “crecimiento”. Conviene aclarar que
las personas que defendemos la postura del decrecimiento, defendemos
decrecer en el consumo de recursos naturales finitos y en las
actividades que perjudican a la biosfera y, en definitiva, a todos los
seres vivos. Sin embargo, defendemos el crecimiento en muchos otros
aspectos como el cultural y las labores de cuidado de las personas y la
biosfera. También creemos que es necesario un crecimiento ético, de la
conciencia, del apoyo mutuo, de la soberanía alimentaria, del consumo de
productos ecológicos y biológicos, y de toda actividad que no incida en
el consumo de recursos finitos y en dañar el medio natural, que nos
pueda aportar una vida mejor para todos los seres que cohabitamos este
planeta.
Hay
sociedades -como las de muchos países africanos- que no tienen que
decrecer, deben crecer hasta recuperar la dignidad que nuestro
crecimiento les robó, sin imitar nuestro modelo devastador y sabiendo
administrar bien los recursos a su alcance. La “Europa ilustrada” suele
combatir el discurso del decrecimiento señalándolo como “el que nos
quiere situar en la pobreza de los de ahí abajo”, en una visión clasista
y eurocéntrica bastante despreciable, dado que la pobreza del Sur no es
más que la consecuencia de la opulencia del Norte.
Muchas
de las recetas propuestas ante la crisis climática y energética se
basan en implementar las energías renovables en sustitución de los
modelos predominantes de producción eléctrica más contaminantes y que
precisan de más recursos finitos. Es importante señalar que el consumo
eléctrico global supone el 15% del total de la energía que consumimos,
con lo que si cambiamos el 100% de la producción eléctrica por las
renovables, estaríamos solucionando el 15% del problema energético. El
mayor reto y más difícil es la dependencia de los combustibles fósiles
utilizados para la agricultura industrial y sus pesticidas, el
transporte, la construcción y la industria petroquímica (plásticos) son
las que acumulan la mayor parte del consumo energético.
El
decrecimiento por tanto, propone un cambio integral del sistema, en el
que el consumo pase a ser el necesario para el sostenimiento de la vida,
y no un elemento creador de felicidad y bienestar. Es un llamamiento a
buscar el buen vivir mediante el apoyo mutuo, los cuidados, el consumo y
producción local, la autogestión y la reconfiguración del ámbito
laboral, repartiendo los trabajos en igualdad, reduciendo las horas
dedicadas a la producción, en favor de los trabajos para recuperar la
vida social, y el cuidado de los seres vivos.
Según
el último informe de la Organización Internacional del Trabajo, en el
último lustro, en el Estado español se ha aumentado un 8% la producción,
al tiempo que se ha perdido un 6% en salarios. Esto alude a otro
problema: el reparto de la riqueza, algo absolutamente necesario, ya que
las veinte personas con mayor capital en España poseen el mismo capital
que los nueve millones más pobres. Llevando a cabo un reparto justo de
la riqueza, y sustituyendo el objetivo de crecer por el del buen vivir,
el crecimiento económico perdería sentido, al estar satisfechas las
necesidades al margen del consumo y del endeudamiento.
Rescato
unas palabras de una entrevista a Yayo Herrero, antropóloga, educadora
social, ingeniera técnica agrícola y activista desde la ecología social,
para el libro -cuya lectura recomiendo- 'Euskal Herria. Decrecimiento y Buen Vivir. Alternativas al modelo actual' (Sua 2014, Mugarik Gabe):
“Nosotros
hablamos del decrecimiento de la esfera material de la economía porque
nuestras sociedades van a tener que aprender a vivir con menos
materiales y energía, con menos cobre, menos platino, menos litio, menos
petróleo... Si a esto le sumamos el calentamiento global, que
básicamente significa un cambio en las reglas que organizan lo vivo, te
encuentras en un momento en que ese decrecimiento es una obligación”.
“Si
sabemos que estamos en un planeta con recursos naturales finitos, que
tiene una cantidad predeterminada y escasa de estos recursos, su
regeneración no es tan veloz como nuestra capacidad de extracción y
consumo, deberíamos plantearnos seriamente qué producir, para quién,
cuánto y cómo.”
¿Hacemos lo que Podemos?
“El
problema no es que la pequeña y mediana empresa no pueda pagar los
costes laborales de sus trabajadores, el problema es que la gente no
consume”.
Una frase que Pablo Iglesias, secretario general de Podemos, ha
repetido en muchas de sus intervenciones en los medios de comunicación
aludiendo a Keynes.
“¿Vosotros
creéis que Podemos puede presentarse a unas elecciones planteando el
decrecimiento cuando los demás van a ofrecer lo contrario? Nosotros
creemos que no”. Juan Carlos Monedero, portavoz y fundador de Podemos, durante las jornadas “El reto del empleo en tiempos de crisis – Trabajo, empleo y límites del planeta”, Noviembre de 2014.
El
modelo económico de Podemos tiene claras referencias al keynesianismo.
Vicenç Navarro y Juan Torres, académicos reconocidos internacionalmente,
no esconden su apuesta por ese modelo, que en su día tuvo su validez
para salvarle la cara al sistema capitalista. El keynesianismo consiste
en incrementar considerablemente la inversión pública para aumentar la
demanda agregada, esto es, el consumo de las familias y las pequeñas y
medianas empresas, de cara a crear empleos, aumentar el poder
adquisitivo de las personas y que la rueda del consumo y del crecimiento
siga girando de forma perpetua. Vicenç Navarro en varios artículos ha
mostrado su oposición frontal al decrecimiento y en una intervención en
La Tuerka (programa de PúblicoTV) sobre el decrecimiento, aseveró: “los que están proponiendo el decrecimiento son unos reaccionarios”.
Vicenç
Navarro asegura que los que defendemos el decrecimiento olvidamos que
hay diferentes tipos de crecimiento, y pone el ejemplo de que podemos
crecer en la fabricación de vehículos eléctricos en detrimento de los
vehículos que utilizan combustibles fósiles, y que ese tipo de
crecimiento es recomendable. Parece ser que olvida ciertas cosas, como
que el litio disponible da para fabricar sólo un millón de estos
vehículos al año a nivel mundial (frente a los mil millones de coches
que ya hay en el planeta), y que las reservas de ese material son
limitadas, por no hablar del consumo de materias primas y energía que
requiere la industria del automóvil particular, independientemente del
combustible que estos utilicen para circular. La respuesta del
decrecimiento a ese modelo de crecimiento propuesto por Navarro es el
crecimiento -aquí sí- de los medios de transporte colectivos, al mismo
tiempo fomentando la economía local y reduciendo la necesidad de
movilidad a largas distancias en la vida cotidiana de las personas y en
los transportes de mercancías.
Pablo Iglesias ha repetido en multitud de ocasiones: “de la crisis se sale con políticas económicas expansivas, aumentando la demanda agregada”.
Esas políticas expansivas enmarcadas en el panorama del colapso de los
recursos naturales, recaerían sobre los países del Sur y sobre las
próximas generaciones. La economía basada en el consumo ha de terminar
además, porque es físicamente imposible mantenerla a pocos años vista,
lo que deberíamos de discutir es cómo sustituimos el modelo.
Llama
la atención cómo Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Alberto Garzón y
otras figuras públicas que defienden una postura a favor del
crecimiento económico, firman públicamente el “Manifiesto Última Llamada”
que aboga exactamente por lo contrario. Este manifiesto pretendía ser
una llamada de atención a la sociedad, para advertir de que estamos en
una situación límite en la que la escasez de los recursos y los
problemas ecológicos se están multiplicando exponencialmente, y que
tenemos la responsabilidad de cambiar todo el modelo capitalista que
provoca esta situación. Si no se trata de salir en la foto, que no lo
hagan de perfil y de puntillas, y que se mojen.
El
que una organización política se haga llamar “Podemos”, podría dar a
entender que podemos cambiarlo todo, pero parece que pretende ser “hacemos lo que Podemos”,
dando por hecho que muchas cosas esenciales no pueden cambiarse.
Podemos, no es el 15M, ni pretende serlo, y en ese camino hacia el éxito
electoral, se han olvidado de las reclamaciones de los movimientos
sociales implicados en el cambio de la sociedad desde abajo. A cambio ha
conquistado al gran público que sigue sus intervenciones televisivas, y
a otras muchas personas que de buena fe creen que es su última
esperanza. Es ahí donde Podemos ha ganado, ha creado expectativas,
esperanza en mucha gente, veremos en qué se convierte bajo la lógica de
la búsqueda de las mayorías sociales. Creo que son conscientes de la
escasez de recursos naturales y el problema ecológico y social al que
nos enfrentamos, aunque no sé hasta qué punto, porque por encima de
esto, impera en ellos la lógica de la conquista del poder, y creo que
ven el problema como lo ven muchos dirigentes políticos de otros países
que acuden a cumbres internacionales sobre el clima: buenas palabras que
nunca acaban de materializar en sus políticas de gobierno.
Ellos tienen mucha capacidad de convocatoria en los medios de comunicación, tienen ese poder de divulgar ideas rupturistas,
que modifiquen el debate establecido. De hecho, han introducido en el
debate asuntos de interés de los que ningún partido hablaba, como la
renta básica universal o la auditoría de la deuda; es arriesgado tratar
estos temas, pero a la vez es necesario poner encima de la mesa este
otro debate, que es de vital importancia para cambiar las reglas del
juego. Por eso creo que el decrecimiento es una de las asignaturas
pendientes más importantes en el discurso de Podemos, ya que es la mayor
garantía de progreso social, cultural, laboral, del cuidado de la
naturaleza y de nuestras vidas. Muy al contrario, el crecimiento nos
aboca a la escasez, a la alienación, a la desigualdad, a la precariedad
laboral y a la destrucción de la biosfera.
Promover
el decrecimiento obliga a apostar por la economía local, las monedas
sociales con carácter ético, la soberanía alimentaria, los espacios de
autogestión, abandonar el productivismo y el extractivismo, y es
antagónico al proyecto que propone Podemos, en el que el Estado es el
principal garante del bienestar, y en el que se asume el discurso del
crecimiento como fuente de bienestar y progreso, para conseguir el apoyo
electoral. Creo que cometen un error muy grave al adoptar como propia
la postura del crecimiento y por tanto del capitalismo. El keynesianismo
es pan para hoy, hambre para mañana, y lo que es peor, ya es hambre hoy
para una parte importante de la humanidad y para la naturaleza. Hoy
deberíamos hablar de dos posturas antagónicas: una es el productivismo,
defendido por los neoliberales en forma de darwinismo
social y por los socialdemócratas en forma de reparto de los beneficios
dentro del marco de las democracias liberales capitalistas, y por otro
lado, la postura de la reconciliación con la naturaleza y con el buen
vivir defendida desde el “ecologismo libertario”, de los que hay muchos
ejemplos que no necesariamente se reconocerán todos con esta etiqueta.
Es
necesario disputar la hegemonía cultural en lugar de la electoral,
necesitamos una sociedad consciente del problema al que nos enfrentamos,
y que en los próximos años vamos a padecer como no tomemos el camino
adecuado para que nuestra existencia sea posible en igualdad y
sostenibilidad. Se acercan tiempos difíciles, debemos ser osadas y no
esconder la realidad; no se trata de que seamos catastrofistas y nos
encerremos en el discurso de que no hay nada que hacer, ya que eso nos
conduce al inmovilismo y al fracaso; se trata de irrumpir con un
discurso optimista que muestre que existen alternativas que nos pueden
llevar a vivir mejor con menos, al tiempo que se hace un llamamiento a
la responsabilidad colectiva como habitantes de un lugar común que
debemos conservar para poder seguir viviendo en él.
Las
leyes de la física y la escasez nos obligan a decrecer y a cambiar el
sistema económico, laboral, social y cultural, y para ello necesitamos
desear el cambio, antes de que el cambio nos atropelle.
Antonio Turiel, físico del CSIC, experto en el peak oil y autor del blog “The Oil Crash” (crashoil.blogspot.com) dice en un artículo titulado 'Lo que no podemos':
“Los
decrecentistas, en realidad, tienen que entender que hay que seguir
haciendo pedagogía con la sociedad. Hay que seguir explicando que el
ecosistema planetario está gravemente enfermo, y que esta frase no es un
lugar común sino un hecho constatado y doloroso; hay que seguir
diciendo que esta crisis no va a acabar nunca y explicar el porqué; hay
que decir en voz cada vez más alta que ni el fracking ni las renovables
ni ninguna otra tecnología-milagro van a resolver nuestros problemas;
hay que advertir que a pesar de los sueños de recuperación estamos a las
puertas de una gran recesión que puede traer consecuencias peligrosas e
imprevisibles; hay que gritar, a pleno pulmón, la verdad a la cara.
Sólo cuando sepamos podremos comprender mejor lo que sucede, cambiando
también lo que somos. Sólo cuando cambiemos lo que somos cambiaremos lo
que podemos. Y sólo entonces podremos.”
La
socialdemocracia es el salvoconducto del sistema totalitario mercantil.
Decir que se puede "salir de la crisis", "acabar con la corrupción" o
"recuperar el crecimiento económico" -mediante dinero deuda o
devaluación, y explotación de recursos finitos-, es asumir que este
sistema tiene remedio -eso a lo que los socialdemócratas llaman
"realismo"-, frente a las personas que nos oponemos a esta aceptación
servil del orden establecido. El neoliberalismo y la socialdemocracia
son las dos caras de la misma moneda: cuando una de las dos caras se
desgasta, aparece la otra como solución única a nuestros problemas. El
Estado y la delegación del poder en unas minorías que se erigen como los
"sabios gestores" o como los "gestores honrados y generosos", nos
impiden avanzar por el camino de la democracia directa, la autogestión,
la emancipación y del cuidado de la naturaleza y la vida.
El decrecimiento y la autogestión para el buen vivir
“Cualquier contestación al capitalismo tiene que ser decrecentista, autogestionaria, antipatrialcal e internacionalista”. Carlos Taibo, escritor y profesor de política en la UAM.
Es
necesario que construyamos un modelo paralelo a este sistema de
consumo, en el cual primen el apoyo mutuo y la autogestión y que nos
libere de la dependencia del sistema en temas primordiales como la
energía, el agua y la soberanía alimentaria.
Tenemos
mucho que desaprender y comenzar a construir realidades que aumenten
nuestro bienestar y el de todos los seres vivos con los que compartimos
este lugar. El decrecimiento como fórmula de aumento del bienestar nos
invita a trabajar menos horas de forma asalariada, y en cambio, a
aumentar el número de horas que dedicamos a la vida social, a proyectos
comunes que nos liberen del capitalismo, creando una economía cada vez
más local, solidaria y que respete los límites de la naturaleza, por el
camino de la economía de los bienes comunes, el reparto de los trabajos
productivos y reproductivos, y una renta básica de transición, cediendo
el protagonismo a las monedas sociales. Son amplísimos los caminos del
decrecimiento y el buen vivir que nos conducen por las vías de la
autogestión: los grupos de consumo, las ecoaldeas, las cooperativas
integrales, de crédito, y de usufructo de viviendas, la ocupación y
autogestión de centros de trabajo en quiebra por parte de las
trabajadoras, y cualquier espacio que emerja de las necesidades reales
de la sociedad y de la naturaleza. Asimismo implica luchar contra la
obsolescencia programada y contra la colonización de la publicidad en
nuestras vidas, fomentar el acercamiento entre productores y
consumidores, “ruralizar” la sociedad repensando el modelo urbanístico
de las ciudades y sus cinturones industriales, luchar contra
gentrificación, sustituir espacios destinados a vehículos privados por
espacios para el esparcimiento, para huertos urbanos y para transportes
colectivos, alcanzar la soberanía energética y alimentaria, y tantas
cosas que se pueden hacer para crear una economía diferente,
decrecentista, anticapitalista y del buen vivir, abogando por la
abolición del patriarcado y de cualquier forma de discriminación por
cuestiones de sexo, etnia, creencia o pensamiento.
El
buen vivir es aquel que procura unos estándares de vida suficientes a
cambio de destinar más tiempo a satisfacer las necesidades no
materiales: la familia, las amistades, el aprendizaje, proyectos
artísticos o intelectuales, autoproducción, compromisos sociales,
participación política, relajación, exploración espiritual, búsqueda de
placeres y otras actividades que se relacionan poco o nada con el
dinero.
No
debemos olvidar lo más importante, la labor que individualmente debemos
hacer para construir un sujeto con otros valores distintos, en los que
primen el altruismo, frente al egoísmo; la cooperación, frente a la
competición; la vida social, frente al consumismo; el actuar localmente y
pensar globalmente, frente a la globalización capitalista; la calidad,
frente a la cantidad y la productividad; la solidaridad y la
responsabilidad, frente al individualismo; el amor, frente al odio...
Cambiemos el ruido y la materia, por el amor y la poesía.
Sólo la utopía puede evitar la distopía.