Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate - la marea
Cualquier persona preocupada por cambiar las cosas, por construir alternativas al statu quo, tendrá en mente esta frase atribuida a Eduardo Galeano: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”.
Con ella, el escritor uruguayo destaca la capacidad que tendrían miles
de alternativas diversas y locales –un verdadero “mar de fueguitos”– de
generar un gran incendio que logre transformar las dinámicas y
estructuras económicas, políticas y culturales que hoy nos condenan a
una crisis de raíz civilizatoria.
La frase tiene dos lecturas muy
positivas. Por un lado, pone en valor la agencia humana, la capacidad de
todos y de todas por actuar políticamente, por influir en el curso de
las cosas no solo desde la macropolítica sino también desde la vida
cotidiana. Así, la emancipación y el cambio social no serían asuntos de
unos pocos, ni algo que se decide únicamente en ámbitos multilaterales
alejados de la ciudadanía, sino eso que nos atañe a todos y todas. Ser
parte de grupos de consumo responsable, acudir de manera preferente a
los mercados sociales, defender los derechos laborales,
corresponsabilizarse en la distribución de las tareas de cuidados,
militar en movimientos sociales y organizaciones políticas, salir a la
calle a manifestarse y movilizarse… son cuestiones que no debemos
obviar.
Pero, además, Galeano posiciona la
esperanza como variable irrenunciable, enfatizando el potencial
transformador de las múltiples iniciativas que se enfrentan a esa idea con la que nos taladran desde los tiempos de Margaret Thatcher: no hay alternativa.
De esta manera, la cita considera cada iniciativa en sí como un cambio
pero, sobre todo, como germen de transformaciones profundas en favor de
la humanidad y del planeta, que dan pie a lo otro posible. Frente a las
privatizaciones se pueden oponer remunicipalizaciones, como en 2008 hizo
París con el agua, en una disputa con los gigantes corporativos Suez y
Veolia. Frente a la impunidad con la que operan las transnacionales, se
contraataca con la propuesta de una normativa internacional vinculante
para obligar a las multinacionales a cumplir los derechos humanos,
impulsada en la ONU por países como Ecuador y Sudáfrica. Frente a la
inevitabilidad de las élites económicas, se pueden sostener empresas sin
patrón, con criterios democráticos y bajo la primacía del trabajo, como
muestra el movimiento de empresas recuperadas –que avanza en América
Latina y se extiende por Europa– o la pujanza de la economía solidaria y
la soberanía alimentaria. Bien pudieran ser estas las bases para
provocar ese incendio.
Entre el incendio y las cenizas
No obstante, la frase también puede tener
una lectura más cuestionable. Porque pudiera dar a entender que
simplemente atendiendo a nuestras luchas más cotidianas y locales,
concentrando los esfuerzos en el ámbito más cercano de vida, estaríamos
en condiciones de desmantelar esa cosa escandalosa
que nos aboca a un atolladero histórico. Nos conformaríamos así con la
disputa en las periferias, y no también en los centros; con el rescate
de espacios menos agresivos, pero sin querer ganarlo todo para todas y
todos; con mejoras parciales, evitando una mirada diversa pero integral.
La frase, de esta forma, nos trasladaría un buenismo antiestratégico y antipolítico que cifra en la fe las esperanzas de convertir lo pequeño en grande, sin explicar ese salto, quién o cómo se produciría, pese a la envergadura del adversario.
Luchamos contra un sistema que cuenta con
un proyecto integral, que cada vez tiene menos fronteras. Un proyecto
que, en síntesis, se podría explicar por apuestas que ya están en
marcha. Como el desmantelamiento de los mínimos democráticos en el altar
del gobierno de facto de las empresas transnacionales, mediante
una nueva oleada de tratados de comercio e inversión y bajo un patrón de
apropiación corporativo del territorio. O el ensayo de un muy
cuestionable nuevo ciclo de crecimiento económico en base a la
inteligencia artificial y al “capitalismo verde” –sin garantía de
alcanzar la productividad generalizada esperada, o de construir más
empleo del que se destruya– que nos aboca, de la mano de la prioridad de
las finanzas y la deuda, a una constante incertidumbre y especulación que además ahondará el abismo social y el colapso ecológico.
Al igual que el impulso, frente a otras posibles agendas inclusivas y
pacíficas, del fascismo social, el miedo y la guerra, tal y como destila
Trump como avanzadilla de lo que nos viene.
Frente a este proyecto, ¿múltiples
iniciativas, interesantes y emancipadoras, pero también frágiles,
vulnerables, inconexas? El mar de fueguitos pudiera entonces no
convertirse en incendio, sino más bien en un mar de cenizas. Es el
dilema que nos ofrece la frase de Galeano: movernos entre el incendio y
las cenizas. Ninguno de los dos términos son seguros, ambos son
posibles. Podemos poner en valor lo que se está haciendo, claro, y no
caer en la desesperanza, por supuesto. Pero tampoco se trata de poner
todos los huevos en el cesto de la fe en lo pequeño, contentarnos con
victorias parciales, puntuales o locales. Más bien se trataría, bajo
dicha base, de apostar por la disputa total, a partir de la articulación
de agendas y estrategias que, desde la diversidad, marquen otros
horizontes para las grandes mayorías sociales.
Estrategias inclusivas en transición
Frente a la agenda suicida y biocida que nos ofrece el statu quo,
plantear agendas y estrategias en defensa de la vida que articulen un
horizonte alternativo, en base a lo que ya se está ensayando y poniendo
en práctica. Este es el reto fundamental, y dos son los conceptos que
nos pueden ayudar en esta tarea: transición e inclusión.
Transición para tratar de aunar, en una
lógica temporal y de creciente intensidad transformadora, el abordaje de
las necesidades prácticas, urgentes e inmediatas de las mayorías
sociales. A la vez prefiguramos nuevas sendas por las que avanzar, que
apuesten por la transición energética, por los circuitos económicos cortos, por lo local como ámbito estratégico,
por la defensa de lo público dentro del marco más amplio de lo común,
por una verdadera democracia, etc. Aunque estos elementos no sean
premisas de actuación sino referencias hacia las que avanzar. Tan malo
sería limitarse a resolver lo concreto dentro del estrecho marco de lo
posible, como construir lo nuevo desde el alejamiento de la realidad
vital de los sectores populares. Marcar horizontes de radicalidad,
mientras se acompañan los procesos del sujeto popular, amplio y diverso,
es una de las claves emancipadoras.
E inclusión, como vía para sumar
esfuerzos ante un sistema de dominación múltiple que nos afecta
gravemente –aunque de maneras diferentes– y que se define por su
complejidad, por lo que también compleja debe ser la respuesta. De esta
manera, a partir del reconocimiento de la diversidad y de las
asimetrías, resulta estratégico aunar agendas y sujetos, como comenzaron
a trabajar hace una década en la Conferencia de Nyeleni (Mali) la Vía
Campesina, la Marcha Mundial de las Mujeres y Amigos de la Tierra.
Y también articular esfuerzos en todos
los niveles competenciales, afianzando las luchas por el territorio
desde una mirada integral y global, como por ejemplo están haciendo los
sindicatos canadienses, las activistas ecologistas brasileñas y las
comunidades mozambicanas, todas ellas afectadas por la gran corporación
minera Vale. Así como corresponsabilizarse de la lucha política, allá donde sea posible,
entre comunidades, movimientos sociales e instituciones públicas, como
ha puesto de manifiesto la experiencia napolitana en defensa de los
servicios públicos desde una alianza público-autogestionaria. El combate
es explícito y duro, por lo que agentes, sectores o territorios
aislados no están en condiciones de afrontarlo desarticulados. La
inclusión, donde sea posible, y asumiendo su complejidad, se convierte
en otra necesidad perentoria.
Disputar con audacia los sentidos comunes
Ante la agudización de esta compleja
disputa entre capital y vida, y bajo el reto de construir alternativas
inclusivas de transición, ¿qué hacer, qué priorizar? Por supuesto, es
una cuestión específica de cada contexto y situación, no algo que se
pueda generalizar. En todo caso, en coherencia con lo dicho, se trataría
de priorizar apuestas dentro de un triángulo marcado por aquello que
sea eficaz para desmantelar el proyecto hegemónico, incorpore la
pedagogía política suficiente para movilizar a las grandes mayorías
sociales y, por último, asuma una mirada inclusiva, preferentemente con
los sujetos, dinámicas y espacios más olvidados.
En este sentido, frenar la renovada oleada de tratados de comercio e inversión; defender el territorio y los bienes comunes;
enfatizar el carácter insostenible, odioso e ilegítimo de parte
importante de la deuda; y confrontar el relato de fascismo social para
señalar a los verdaderos antagonistas de la vida, son algunas posibles
referencias, que en todo caso corresponden a cada estrategia y agenda
específica.
Mejor coger lo bueno de la frase de
Galeano y añadirle un cierto sentido estratégico, con una lógica
inclusiva y de transición. El sentido común frente a esta afrenta contra
la vida está de nuestra parte, podemos aprovechar con audacia esta
oportunidad.
* Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate es investigador del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) – Paz con Dignidad.
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