Alberto Rosado del Nogal - EcoPolítica
Los límites del crecimiento se
titulaba aquel informe del 72, encabezado por una mujer, Donella
Meadows, y cuyos esfuerzos se centraban en señalar un problema no tan
evidente por aquel entonces: el planeta es finito y nuestro consumo
apunta a lo infinito. Casi cien años antes ya se había escuchado un
“¡Abajo los humos, viva el orden!” en el corazón de protestas campesinas
a finales del s. XIX que ponía de relieve la frágil relación entre los
medios naturales y la mano —nada invisible— humana. Desde entonces las
palabras límite, contención, decrecimiento, consumo, etc. han llenado
todas la reivindicaciones por parte de los movimientos ecologistas
aunque, paralela y paradójicamente, ninguna de ellas ha conseguido
gobernar a partidos políticos con acción de gobierno. Los propios
límites —de facto— del planeta sirvieron para limitar la acción de las
intenciones políticas que los reconocían y sirvieron en bandeja la
victoria —también de facto— de esas otras intenciones que, en pos o a la
espera de un bienestar suficiente, pospondría el color verde de
cualquier agenda política relevante.
La pregunta no es si, efectivamente, los
límites del planeta son finitos, ni tan siquiera cómo podemos transitar
técnicamente hacia un modelo sostenible. Esas preguntas ya tienen
suficientes respuestas. La pregunta debe apuntar a cómo esta evidencia
científica, manejada desde sectores políticos más o menos verdes, no ha
sido capaz de crear consensos sociopolíticos suficientes como para 1) no
haber comenzado un camino hacia la sostenibilidad y 2) sí haber
permitido a fuerzas políticas negacionistas mantener o aumentar el
deterioro ambiental. Tanto énfasis en delimitar lo existente que la
propuesta —si es que la hubiere— se ha visto arrollada por la crítica.
La solución a un problema no puede ser señalar el problema. Que el
problema existe, si se aceptan sus premisas, es obvio. La complejidad
llega al protagonizar la transición de la crítica a la propuesta, que no
comenzará hasta que cada uno de los escalones de la solución hayan sido
definidos y convenzan —en un sistema democrático— a la mayoría.
Convencer, no obstante, no implica la aceptación social de una propuesta
que aun no ha sido implantada sino, más bien, construir las condiciones
necesarias o usar las ya dadas para prever y crear ese consenso latente
que apoye a corto y medio plazo la apuesta política que fuere.
La propuesta verde debe tener en cuenta
no solo su coherencia interna y posible aplicación externa sino, más
bien, su maleabilidad para encajar dentro de unas reglas de juego que,
seguramente, no han sido creadas desde sus cimientos ideológicos pero
que, en cualquier caso, deben ser reconocidas para ser revertidas. Su
reconocimiento, además, no significa per se o su total
aceptación o total negación, sino la capacidad para actuar
inteligentemente a favor de los intereses de esa propuesta verde. Si la
inteligencia se puede definir como esa capacidad de adaptación,
resignifíquese el ecologismo de manera más inteligente. ¿Acaso
enfrentarse al crecimiento debe ser una confesión de principios? No se
pretende criticar el contenido del decrecimiento, sino su continente. La
provocación del término pasó de ser un hipotético aliado a un palo en
las ruedas del camino hacia la sostenibilidad, dejando no solo en
bandeja a los sectores conservadores la apropiación y el disfrute de la
palabra “crecimiento”, sino arrinconando a la política verde en un
espacio poco seductor para las mayorías sociales. Cambiar el lenguaje no
significa, necesariamente, cambiar de principios. Todo lo contrario:
usar el lenguaje que articula —o puede articular— mejor las voluntades
sociales es el mejor medio para conseguir que los principios verdes
entren en la escena a todos los niveles. Si los estudios de opinión del
CIS nos revelan la gran preocupación social por problemas ambientales
[1], ¿por qué no se vinculan y se demandan estos a la acción política?
¿Acaso la política verde —activa— está en condiciones de ofrecer
garantías a la ciudadanía? Y si fuera así, ¿la ciudadanía lo percibe
como tal? ¿Qué categorías se atribuyen a los actores políticos
ecologistas? ¿Qué capacidad de convencimiento tienen? Si decrecer no es
la palabra clave de la política verde, no es porque el decrecimiento —en
el sentido más liberal posible— no es necesario, sino porque asumir su
vocabulario significará constantemente usar prefijos más quejicosos que
propositivos y certeros, a saber: anticapitalista, decrecimiento,
antinuclear, antiglobalización, contradesarrollo, antinatalismo, etc.
Esto denota, en primer lugar, la aceptación de la corriente hegemónica
como normalizadora de su —y de toda— realidad y el relego del
pensamiento verde como respuesta de lo viejo en vez de como arquitecto
de lo nuevo. Y en segundo lugar, impide la posibilidad de crear
consensos mayoritarios en el presente ante la urgencia y la importancia
de los retos ambientales de este siglo. Reaccionar, aunque inevitable y
necesario, siempre será subalterno. Construir será ganador.
Los límites del planeta están
establecidos, pero no los del pensamiento verde. Encorchetar los
segundos no provocarán sino seguir superando los primeros. Es otro
modelo el que debe decrecer. Por más crecimiento, más sostenibilidad,
más inteligencia.
—
Notas
Alberto Rosado del Nogal es
doctorando en Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de
Madrid. Colaborador del blog ¡Insostenible! de InfoLibre y de
Econonuestra de Público. Ha participado en los informes de
Sostenibilidad del año 2016 y 2017 del Observatorio de la
Sostenibilidad.
[1] ROSADO, A. (2017): ¿Se preocupa la ciudadanía española por el medio ambiente? Artículo en InfoLibre.es (05/07/2017). Disponible en: https://www.infolibre.es/noticias/opinion/blogs/insostenible/2017/07/04/preocupa_ciudadania_espanola_por_medio_ambiente_67145_2007.html
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