Jorge Riechmann, Alba Gutiérrez, Arantxa Mato, y Juanjo Álvarez - Otras miradas
Han participado en la elaboración de la propuesta ‘Ecología: cambiar el mundo, salvar el planeta’, presentada por Podemos EN Movimiento en Vistalegre 2.
En los próximos días se va a producir un acontecimiento que ha sido discutido y tratado mediáticamente hasta la extenuación. No nos engañemos: casi cualquier asunto de Podemos ha sido tratado y maltratado hasta el aburrimiento. Para bien y para mal, una fuerza política nueva, con formas audaces y, sobre todo, con potencial de agrupación colectiva, tenía que traer la atención de todos los poderes. Y no sólo la atención: también la admiración acrítica, o la animadversión, o el odio. Creemos que de todo esto habla la gente cuando manifiesta hartazgo respecto a Podemos, y no sin razón. Sin embargo, Podemos es, a pesar de todo – a pesar, también, del tedio –, una herramienta político -electoral con un potencial que jamás ha tenido ninguna fuerza transformadora en el estado español desde hace décadas. Y esto hace del llamado “Vistalegre 2” un momento importante en el devenir político. Muy importante si tenemos en cuenta que, tras la fase inicial, aquí se decidirá el carácter político-estratégico de la organización para bastante tiempo, un debate clave, ocultado muchas veces por toda la parafernalia de estrategias comunicativas y luchas de poder. Ya no bastan los movimientos tácticos brillantes y el despliegue burbujeante del ingenio comunicativo, hay que reabrir la ventana de oportunidad y construir en clave de “guerra de posiciones”. Ahora estamos dentro y toca construir contra las fuerzas del régimen, que ni eran tan incapaces ni han caído tan rápido como nos gustaba creer. Comienza la resistencia para preparar la ofensiva: sin posiciones fijas pero con principios, construyendo espacios materialmente vivos, mirando siempre a largo plazo.
Es momento de abordar uno de los temas permanentemente soslayados en la batalla política diaria, el escenario ecológico. Pues nos hallamos en situación de extrema emergencia, como nos recordaba el manifiesto Última Llamada en el verano de 2014. Es evidente que para cualquier organización política que nace con voluntad de entrar con fuerza en el tablero, la cuestión ecológica resulta un tema difícil de lidiar. Y sin embargo, también en esto Podemos tuvo algo de novedoso, pues su primer programa electoral – el de las elecciones europeas de 2014 – tuvo un contenido político-ecológico razonablemente elaborado. Después de eso llegaron los momentos de las expectativas de triunfo rápido, lo que alentó esfuerzos por disfrazarse de fuerza moderada y de gobierno. El balance es equívoco y complejo, pero en cualquier caso no constituye el objetivo de este artículo pergeñar tal balance. Lo cierto es que a día de hoy muchas y muchos participantes en Podemos, muchas y muchos electores y buena parte de la militancia más activa es consciente de que en este congreso toca hacer política con las cartas boca arriba. Incluidas las que tienen que ver con la peliaguda cuestión ecosocial.
Podemos ha intentado distanciarse de la “vieja izquierda” por todos los medios. En parte hacía bien: la izquierda del estado español, como toda la izquierda europea, no sólo se sentía derrotada, es que se había acostumbrado a vivir en la derrota; no sólo daba mítines a los que acudían cuatro gatos, es que preparaba los mítines para que acudieran cuatro gatos. Pero ahora que, en Podemos, es el momento de abordar los verdaderos desafíos de la transformación social y política, haríamos bien en recordar una de las tradiciones más rupturistas de la izquierda, aquella que ha puesto en el centro de los análisis conceptos como metabolismo social, régimen energético o extractivismo; y con ello nos referimos al riguroso interés teórico y político de los contenidos científicos evocados. Y en esta línea, tenemos una gran ventaja que podría entenderse como otra ventana de oportunidad, y es que los investigadores e investigadoras que han estudiado con mayor lucidez el panorama ecológico, económico y social son pensadores próximos a la izquierda política. Yayo Herrero, José Manuel Naredo, Emilio Santiago Muíño, Federico Aguilera Klink, Fernando Prats, Margarita Mediavilla, Óscar Carpintero o María Eugenia Rodríguez Palop son algunos de los nombres que vienen inmediatamente a la cabeza. Con las aportaciones de estos y otros tantos se puede construir una estrategia de transformación ecosocial de enorme potencial: de hecho, se halla ya esbozada en obras recientes del calado de La Gran Encrucijada. Y no sólo en lo estrictamente ecológico, porque todos ellos han comprendido sin lugar a dudas que el desafío ecológico tiene – como todos los temas de importancia social – una importante dimensión de género y de clase. Son las mujeres, los más humildes y las clases populares quienes tendrán que asumir –ya lo están haciendo- la mayor parte del coste de esta huida hacia delante que el capital global emprendió hace ya casi medio siglo. La crisis la pagaremos todas, porque el sistema económico neoliberal es incapaz de comprender que la apuesta sin fondos por el pack extractivismo-productivismo-consumismo no puede llevar a ninguna parte; pero la miseria más dura y el cercenamiento de las perspectivas de futuro será sobre todo para las trabajadoras, para los migrantes, para las mujeres. Para las sin nombre. Y ahí también es hora de que Podemos asuma dónde quiere estar: en la ilusión de que puede existir una “economía verde” del eco-consumo cool diseñada para las clases medias (en rápida contracción durante “esta crisis que no acabará nunca”, como diagnosticó hace un tiempo Antonio Turiel) o en las luchas de las clases populares que constituyen hoy realmente la mayoría de la población en este estado, si pensamos globalmente.
Entre los grandes desafíos ecosociales, dos son extremadamente urgentes: el cambio climático y el agotamiento de recursos. Ese binomio clima-energía, más la escasez de toda una serie de recursos básicos para el funcionamiento actual de las sociedades industriales, desde el pescado hasta los fosfatos, está en la raíz de las crisis que nos vienen. No es éste el lugar para entrar en el detalle de estos temas, que han sido repetidamente abordados por las y los autores que citábamos más arriba – y por tantos otros – pero sí de asumir que, más allá de creencias cuasi-religiosas en soluciones tecnocientíficas que vendrán a salvarnos y que nunca acaban de llegar, nos enfrentamos a un panorama de minoración radical de los recursos disponibles. Y esto no es asunto “para nuestros nietos”, como solía decirse. La crisis de materiales, energía y clima está ya en curso (cénit del petróleo crudo de mejor calidad desde 2005) y puede tener ya manifestaciones dramáticas en torno al año 2030, según los mejores conocimientos científicos disponibles. No hablamos ya, por tanto, sólo de tiempos históricos sino de tiempos vitales. No de las vidas de nuestras hijas e hijos: de nuestras propias vidas.
La crisis económica no es una crisis coyuntural; tampoco es meramente una crisis económica de ciclo – que esto sí, también lo es – sino una crisis irreversible porque el sistema económico ha tocado techo en términos biofísicos. El choque de las sociedades industriales contra estos límites biofísicos es una determinante esencial de nuestra época (puede servir para contextualizar esto el reciente artículo de Emilio Santiago Muíño en Revista de Occidente, Cuatro décadas perdidas). Por usar una metáfora, las crisis económicas del capitalismo hasta ahora han sido como una partida de Arcade: al acabar, aparecía un vistoso letrero que repetía insert coin. Esta vez no hay dónde buscar las monedas. Que les pregunten a los griegos qué es lo que pasa cuando te quedas sin monedas para seguir jugando: exclusión, hambre, muerte, cierre de fronteras. Que les pregunten, más aún, a quienes siempre estuvieron en el lado malo del mundo: migrantes, subsaharianos, trabajadoras asiáticas: aquellas que han soportado todo el dolor del mundo. ¿Quiere esto decir que hemos de tirar la toalla? En absoluto. No estamos liquidados como especie, sí estamos en un camino hacia ninguna parte. Toca más bien preguntarse cómo podemos vivir bien (el conjunto de la población, sí) en un planeta finito, preguntarse si este camino que ahora se convierte en un despeñadero ha producido algo bueno para quienes lo habitamos. Si añoraríamos el trabajo asalariado, las jornadas laborales infinitas, la falta de tiempo para la verdadera vida, las fronteras entretejidas de cuchillos, el patriarcado homicida, la destrucción de los vínculos sociales, la guerra permanente en los países “que no importan”. La demencia asesina que mercantiliza hasta lo más íntimo de la misma vida.
Estamos realmente en una Gran Encrucijada, ante cambios ecológico-sociales de un calado que apenas podemos imaginar. La transición (o más bien las transiciones-con-colapsos) se hará tanto si la asumimos como si no, por las buenas o por las malas. Si no lo hacemos por las buenas (vale decir, primando los valores de igualdad, cooperación, cuidado, sustentabilidad, biofilia), las crisis climáticas, energéticas y de materiales reventarán el entramado productivo del neoliberalismo y las élites tomarán el mando de una transición que estará previsiblemente protagonizada por el repliegue hacia los centros del poder. A esto no hay más nombre que darle que fascismo: o ecofascismos, si se quiere recoger de algún modo las constricciones asociadas al mundo de escasez (relativa) hacia el que vamos. Se tratará entonces de la gestión de la escasez mediante la exclusión – y en último término la eliminación – de las mayorías. En el extremo opuesto está la posibilidad de construir comunidades socialmente activas, solidarias y unidas por vínculos laborales, de clase y de gestión de lo común.
Hasta hace unas décadas, la izquierda histórica asumía que la emancipación de las clases subordinadas se realizaría por el incremento de la producción, que permitiría la revolución y un nuevo reparto de la riqueza; hoy en día esta posición se ve negada por la evidencia de que el crecimiento económico sostenido no nos lleva a la liberación sino a la desigualdad y el dominio – y hay que reconocerle a Manuel Sacristán, en nuestro país, el mérito de haber sido uno de los primeros en ver con claridad este fenómeno, entre las izquierdas europeas de la década de 1970 –. A Podemos, si quiere realmente constituirse como la organización que las mayorías necesitan, le toca asumir esta bifurcación. No lo hará, desde luego, si adopta una posición excesivamente institucionalista, ni desde una orientación que busque el pacto con un animal rabioso y herido como es hoy día el capital. Pero puede hacerlo mediante la propuesta política osada, asumiendo riesgos y planteando un nuevo modelo ecosocial que cuestione el crecimiento, ponga en el centro la sostenibilidad de la vida y apueste por la vida buena de las mayorías.
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