Nuria del Viso - FUHEM Ecosocial
Joaquim Sempere (Barcelona, 1941) es doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona y licenciado en Sociología por la Universidad de París-X. Ha trabajado como director de la revista Nous Horitzons y forma parte del consejo editorial de la revista Mientras tanto. Es profesor emérito de Sociología de la Universidad de Barcelona, especializado en temas de medio ambiente. Ha desarrollado su pensamiento en torno a las necesidades humanas, el papel de la ciencia y los conflictos socioecológicos. Entre sus libros más recientes figura Mejor con menos (Crítica, 2008) y, en coautoría con Jorge Riechmann, Sociología y medioambiente (Síntesis, 2014). En esta entrevista desgrana su visión sobre la calidad de vida.
Joaquim Sempere (Barcelona, 1941) es doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona y licenciado en Sociología por la Universidad de París-X. Ha trabajado como director de la revista Nous Horitzons y forma parte del consejo editorial de la revista Mientras tanto. Es profesor emérito de Sociología de la Universidad de Barcelona, especializado en temas de medio ambiente. Ha desarrollado su pensamiento en torno a las necesidades humanas, el papel de la ciencia y los conflictos socioecológicos. Entre sus libros más recientes figura Mejor con menos (Crítica, 2008) y, en coautoría con Jorge Riechmann, Sociología y medioambiente (Síntesis, 2014). En esta entrevista desgrana su visión sobre la calidad de vida.
Nuria del Viso (NV): Para abrir este boletín
sobre calidad de vida, nos gustaría primeramente que nos ayudaras a
acotar conceptos y relaciones entre calidad de vida y bienestar; y entre
buena vida y su equivalente del buen vivir en América Latina.
Joaquim Sempere (JS): “Bienestar” y
“calidad de vida” se usan a menudo como sinónimos, aunque con acentos
distintos. Bienestar alude más bien a los elementos “objetivos” o
utilitarios, como la satisfacción de necesidades básicas objetivables:
alimentación adecuada y suficiente, buen estado de salud, acceso a
vivienda digna, vestido, protección ante los imprevistos de la vida,
etc. Calidad de vida alude a aspectos más cualitativos y subjetivos, es
decir, a los niveles de satisfacción experimentados, que incluyen
presupuestos culturales distintos para las distintas sociedades
consideradas, así como la adecuación a los tipos y niveles de
expectativas de las personas consideradas. De todos modos, las
diferencias son pequeñas y los dos términos a menudo se usan
indistintamente para designar lo mismo.
Entiendo que el “buen vivir” de las comunidades
autóctonas de América Latina es más que lo que nosotros consideramos
“vida buena” porque incluye una relación armónica con el medio natural
que supone también armonía social, esto es, justicia, reciprocidad en
los derechos y deberes, vida humana adaptada a ritmos menos artificiales
que los de las ciudades modernas. Es obvio que se trata de un
planteamiento de vida del que tenemos mucho que aprender.
Quiero insistir en el tema de las expectativas. La
sociedad productivista-consumista genera incesantemente expectativas
materiales cada vez más altas, lubricando así la tendencia al
crecimiento, pero con efectos psicológicos y morales devastadores porque
reproducen sin cesar la insatisfacción (que a su vez realimenta el
deseo de más cosas). Tenemos que aprender a controlar la formación de
nuestras propias expectativas, a adaptarlas a lo que es psíquicamente
razonable y ecológicamente posible. La palabra clave en esto es
autocontención.
NV: Desde tu óptica, ¿cuáles son los ejes principales de la calidad de vida?
JS: En la calidad de vida creo que debe incluirse la
satisfacción suficiente y adecuada de las necesidades básicas materiales
(alimentación, vivienda, vestido, salud) junto con ciertos parámetros
que dan a la vida humana una densidad de significación satisfactoria.
Comer, vestirse y cuidar la salud son, en definitiva, bienes
instrumentales: necesarios para “estar bien” pero no suficientes para
una vida buena. Se dice, con razón, que estamos físicamente bien cuando
no sentimos el cuerpo, porque funciona como debe: es al enfermar o
sufrir dolor cuando nos apercibimos de que “tenemos” cuerpo. Con las
necesidades materiales pasa algo parecido: si están bien satisfechas no
las sentimos y podemos dedicar nuestras energías a construir nuestra
vida, nuestra persona, nuestras relaciones con los demás. “Calidad de
vida” viene a ser esta conjunción de unas necesidades básicas
adecuadamente satisfechas con una panoplia de actividades y relaciones
humanas que dan sentido e interés a nuestra existencia.
Conviene precisar que “necesidades materiales” es un
término que a veces se usa de manera restrictiva, olvidando que en su
satisfacción propiamente humana se juega una gran variedad de aspectos.
La comida no es mero metabolismo animal, sino arte, gastronomía, cultivo
de la riqueza sensorial, búsqueda y experimentación, y comer es también
un acto social donde juegan elementos de reciprocidad, compañía,
intercambio de dones y de afectos, etc. Algo parecido puede decirse del
alojamiento: la vivienda no sólo nos protege de la intemperie, sino que
es el espacio que organizamos a nuestra manera, proyectando nuestra
personalidad en la decoración y en la búsqueda de algún confort vital,
etc. Y lo mismo de otras necesidades materiales.
Pero la calidad de vida no se detiene ahí. Incluye
todo lo que da a nuestra vida sentido, relieve, riqueza emocional,
artística e intelectual, incluyendo las experiencias relacionales de
amor, amistad y otras interacciones, como las comunitarias, políticas,
recreativas, ceremoniales, deportivas…
NV: Todas estas actividades implican tiempo.
Precisamente, una de las percepciones más repetidas actualmente es la
sensación de falta de tiempo con la aceleración de los ritmos de vida.
En este contexto, ¿qué significa la aparición del movimiento slow? Y en el ámbito laboral, ¿cómo incidir para una mejora de la calidad de vida?
JS: El movimiento slow es una rebeldía
contra la prisa que invade la vida moderna en casi todas sus facetas. La
sensación de falta de tiempo y la prisa que se deriva de ella proceden
de la lucha fáustica contra la finitud de la vida humana, la reacción
desesperada para lograr este imposible que es detener el tiempo, otra
manera de experimentar la ilusión de la eternidad imposible.
Naturalmente, se refuerza con la dinámica capitalista de la acumulación
indefinida de capital que requiere una ampliación permanente de la
demanda de mercancías; el resultado de esta dinámica es la demanda
incesante de más bienes y servicios para consumir, que se disputan entre
sí el tiempo de que disponemos, que es limitado. No puedo trabajar mis
ocho horas al día, preparar la comida, comer, aprender idiomas, jugar al
tenis, ir al cine, ver televisión, usar mi teléfono móvil para mil y un
usos, y así al infinito en las 24 horas que dura un día. El mensaje del
movimiento slow lo interpreto así: el tiempo que nos es
asignado es, en cualquier caso, limitado; como no nos permite abarcarlo
todo, tenemos que autolimitarnos; es mejor hacer menos cosas y dedicar
más tiempo a cada una de ellas, experimentándolas con la máxima
intensidad posible, en lugar de mariposear superficialmente sobre un
montón excesivo de actividades y estímulos, para descubrir, al final, la
vaciedad y la frustración de tantas experiencias veloces, acumulativas,
abundantes y superficiales. Más vale saborear con detenimiento y
atención pocas experiencias que nos dejen huella.
NV: Nos hallamos inmersos en una profunda
crisis ecológica y social. Sin embargo, las políticas económicas al uso
continúan situando la meta del bienestar en el crecimiento (para “tener
más cosas”), lo que implica no sólo mantener, sino aumentar, el ritmo de
extracción de energía y materiales, alimentando estilos de vida que no
son generalizables. ¿En qué consiste la calidad de vida en este
contexto?
JS: La calidad de vida que se nos vende en estas
circunstancias es una estafa. No digo que no se pueda vivir bien
teniendo más cosas, pero cuando se descubre la profundidad de la crisis
ecosocial, cuando se le cae a uno la venda de los ojos, ya no se puede
ser feliz sin tratar de detener esta carrera hacia el desastre. La
respuesta tiene dos vertientes, a mi juicio. Por un lado, la lucha
política (en sentido amplio) para detener la carrera hacia el abismo,
tratando de influir en la cultura, en la vida pública, en la política,
para encaminar nuestras sociedades hacia la sostenibilidad. Por otro
lado, adoptar personalmente, y con la gente que te rodea, estilos de
vida congruentes con la consciencia de la crisis, tratando de reducir el
impacto ecológico propio: andar, ir en bicicleta, viajar poco o nada en
avión, prescindir del coche particular, instalar fotovoltaicas, vigilar
lo que comes y lo que consumes en lo que atañe al despilfarro de
recursos y energía, etc. El cambio personal de estilo de vida no
resuelve el problema, que es de dimensiones colectivas inmensas, pero
determina la ejemplaridad de la conducta adoptada como conducta
deseable: en este sentido tiene que articularse con la acción política
contribuyendo a señalar el camino correcto. Y a la vez, es una manera de
avanzar en calidad de vida congruentemente con la toma de conciencia
del desastre ambiental.
NV: En un artículo anterior para Boletín ECOS, relacionado con tu libro Mejor con menos (Crítica,
2008), apuntabas que “hace falta una reconsideración de muchos
parámetros de la vida social”. ¿En qué consistiría este cambio de
paradigma?
JS: Consistiría en no superar la biocapacidad de la
biosfera para que podamos vivir dignamente en ella todos los seres
humanos y el máximo número posible de especímenes de otras especies
animales. En otras palabras: no superar la huella ecológica media por
habitante que la biosfera puede soportar sin degradarse. ¿Cómo se
arbitra esto? Ahí radica la dificultad, dado que hemos construido un
mundo no sólo insostenible ecológicamente, sino encadenado por unas
dinámicas incontrolables. Las interdependencias son tan densas y tan
fuertes que no se puede intervenir en un lugar sin que tengan lugar
efectos en otros lugares. Y como la oligarquía mundial del dinero
controla los mecanismos esenciales, procura que ninguna comunidad,
ningún país, escape a la lógica dominante, y puede conseguirlo. El ahogo
de Grecia por la UE es un ejemplo. Para que la ciudadanía recupere
capacidad de autogobierno, tendrá que producirse, a mi entender, un
desmontaje de estas interdependencias, una transición a comunidades más
autárquicas (permitidme esta palabra maldita) o más autosuficientes. No
pienso en autarquía plena, sino en reorganizar el metabolismo entre
sociedades humanas y medio natural cercano para lograr un
aprovechamiento eficaz y no destructivo de los recursos que proporciona
la naturaleza. Así sería más fácil ajustar las necesidades humanas al
entorno ecológico cercano, materializando una cierta armonía entre ser
humano y naturaleza.
Lo ideal sería conservar los adelantos de la
tecnociencia que pueden enriquecer la vida humana, y para ello la
autarquía propuesta debería combinarse con una “mundialización
espiritual” que permitiera compartir los saberes y las otras expresiones
espirituales sin limitación. Las técnicas de comunicación de que
disponemos hoy hacen posible esta mundialización. Pero esto requeriría
también una estructura industrial muy sofisticada: ¿cómo hacerla
compatible con un metabolismo simplificado? Esta compatibilidad es uno
de los retos importantes para “salvar” el progreso tecnocientífico sin
sacrificar la biosfera.
NV: ¿Alguna pista sobre las medidas necesarias para implantar ese cambio de paradigma?
JS: El capitalismo desregulado que impera en el mundo
es, en las actuales circunstancias, lo peor que nos podía suceder, pues
las tareas necesarias para salvar la civilización humana requieren
dosis importantes de intervención deliberada en la vida pública,
regulación y planificación (con todos los correctivos que se desprenden
de los fracasos del siglo XX en materia de planificación). Pero no se ve
cómo introducir cuñas en un sistema tan compactamente interdependiente
para introducir regulaciones conscientes. A mí, este sistema
capitalista, asociado a una megamáquina, como decía Mumford, se me
aparece como invencible. Sin embargo, se me aparece tan invencible como
inviable: creo que camina hacia su autodestrucción. Si esto es así, tras
la autodestrucción del capitalismo tecnológico desregulado surgiría la
oportunidad de reconstruir una sociedad nueva desde las ruinas de la
vieja. Pero esto sólo sería posible si hubiese una masa crítica de
personas con la suficiente consciencia ecosocial (y la suficiente
mochila de experiencias alternativas previas, aunque fueran modestas y
locales) para tomar el relevo y marcar la dirección a seguir. Si en el
momento oportuno no existe esa masa crítica, la ruina de la megamáquina
puede desembocar en el caos más espantoso, en una “nueva Edad Media”
dominada por grupos armados y mafias que impongan la ley del más fuerte
en un planeta devastado. Por eso creo en las pequeñas acciones, en las
intervenciones modestas para construir desde hoy embriones de futuro en
los intersticios de la sociedad existente. Estas experiencias pueden
parecer insignificantes hoy, pero pueden ser decisivas mañana. El futuro
no está escrito en ninguna parte: dependerá de lo que hagamos desde hoy
mismo. Y no debemos despreciar ningún ámbito de acción: ni esta
construcción de experiencias locales que sean embriones de futuro, ni la
acción política, ni la acción cultural, ni el desarrollo del saber, ni
la transformación personal.
Tenemos que aprender a controlar la formación de nuestras propias expectativas, a adaptarlas a lo que es psíquicamente razonable y ecológicamente posible. La palabra clave en esto es autocontención.
ResponderEliminarRead more at thi cong noi that biet thu