Maka Makarrita - El topo
Nos
repiten: sé fuerte, sé independiente, sé autosuficiente, bástate tú
misma… Nos lo repiten desde panfletos de autoayuda, desde las terapias,
desde los consejos más bienintencionados. Nos lo repite el anuncio que
nos quiere superwoman y tu madre cuando te ve arrastrando una pena
domesticada por las esquinas. Nos lo repite el sistema a múltiples
niveles. En lo privado y en lo público. En la salud y en la enfermedad.
En
primera instancia, como reacción al amor romántico. Si el capitalismo
propició el amor romántico porque necesitaba la familia nuclear como
base de una sociedad trabajadora, el tardocapitalismo necesita
consumidores profundamente individualistas que cogen en cada momento lo
que les apetece en intermitentes relaciones líquidas.
De repente, pasamos de las parejas-burbujas respirando corazones en el planeta piruleta, a valorar como modelo positivo a los free-riders que lanzan su autonomía, como escudo y frontera, en las relaciones personales.
Los
comportamientos «dependientes» se relacionan con la debilidad y la
falta de equilibrio emocional. Sin embargo, ¿no confundimos a veces los
términos? Se hace evidente la necesidad de huir de relaciones tóxicas,
pero la solución no pasa por convertirnos en seres pretendidamente
autosuficientes. Es necesario encontrar la fórmula que nos permita
saltar el vacío que encontramos entre las relaciones dependientes de las
que queremos huir y las relaciones profundamente individualistas que
nos quieren imponer. Sin embargo, a veces, la única manera de ganar ante
el enemigo, es la huida hacia una posición inesperada y, en este caso,
la única manera de salir del bucle es desplazarnos: dejar de pasar de un
mito a su opuesto y cambiar el lugar en el que nos situamos. Mutar la
perspectiva: el problema no es depender de los demás. Lo hacemos a
diario. Necesitamos a nuestras amigas, a nuestra familia, a nuestro
círculo político, a ese amigo con el que hablamos de cine y a esa otra
con la que nos corremos juergas locas. Personas con las que queremos
domingos de sofá y gente a la que tener codo con codo en una mani. Necesitamos nuestros vínculos, relacionarnos, pero no desde la dependencia, sino desde las interdependencias.
Porque
de lo personal a lo político no hay solo un camino de ida y vuelta, hay
nodos entretejidos como tapices que nos hacen avanzar con un pie en
cada lado del escurridizo terreno. Y la única certeza es que la casilla
de salida siempre pasa por el tránsito constante de lo individual a lo
colectivo.
Hay
dos ideas que nos ayudan a darle una patada al tablero y empezar otro
juego diferente. Podemos pensar que el amor (y amor no solo es el de
pareja) pertenece a la economía de la abundancia. No disminuye lo que
queremos o nos quieren por más que se reparta o se comparta, porque de
lo que se trata no es de rellenar carencias sino de dar todo lo que
excede. Y, por otro lado, ser vulnerables, la capacidad que tenemos de
que la realidad y las personas nos afecten, no es una debilidad como
pretenden hacernos creer. Ser vulnerables[1]
nos hace más fuertes: pueden herirnos, podemos perdernos, pero en la
necesidad que tenemos unos de otras, está también nuestra potencia.
Leía en algún manual al azar que para mantener relaciones sanas
«debemos ser seres independientes para que nuestras relaciones no se
vean enturbiadas por sentimientos de necesidad o de infelicidad o de
dependencia» y frases como esas, tan comunes, tan inocuas, me dan miedo.
Porque yo quiero que mis relaciones se enturbien, que no sean
asépticas, que me atraviesen porque me importa lo que le pasa a las que
caminan conmigo. Dice Marina Garcés[2]
que tenemos que abandonar la fantasía de la individualidad porque no
podemos ser solas. Pero lo que es más importante todavía, no queremos
ser solas.
Vivimos,
queramos o no, en un mundo en común (y sigo con Garcés, que sí que es
amor del bueno), aunque pataleemos exhibiendo nuestros actos de
autosuficiencia, vivimos comprometidas: por lo que hacen, comen,
respiran, deshacen o roban los demás. Vivimos en manos de otros. Y
aunque la lectura negativa nos lleve al manido «no hay nada que hacer»,
en lo que realmente deberíamos centrarnos es que en la resistencia somos
mucho más potentes, porque somos, a la vez, eslabones unidos de una
cadena y nodos interconectados de múltiples redes. Somos más fuertes y
más libres en manada. En soledad nos quieren, en común nos tendrán.
Siempre en eterno conflicto con las comunidades que queremos y el
sistema enfermo en el que estamos inscritas.
Por
eso, por mucho que nos insistan en que la competencia es el modelo
«natural» sabemos de sobra que cooperar nos sale mejor. Y tenemos
experiencias que nos refuerzan y nos enseñan, prácticas colaborativas
que hacen que haya múltiples manos para sostener cada una de nuestras
vidas: los grupos de afinidad, la PAH, los centros sociales, los
espacios de crianza, huertos comunitarios, las asambleas de barrio, las
redes de apoyo mutuo…
Pero
si queremos vidas en las que podamos sonreír, necesitamos relaciones
que puedan ser habitadas. Y para eso debemos entregarnos a nuestra
vulnerabilidad, a la necesidad que tenemos de que nos sostengan y ser
cuidadas, de cuidar y sostener. Y, por supuesto, a la necesidad de poner
los cuidados en el centro de la batalla. En el centro y expandidos.
Sobrevivimos a base de cuidados invisibilizados y «privados» que deben
ser transformados en cuidados en común. La vanguardia suele ser nuestra
posición preferida, la más vistosa, donde queremos estar todos —y este
«todos» va a quedarse intencionalmente en masculino porque la atención a
los cuidados está atravesada como ninguna por el género— pero donde
suele haber también más codazos. Normal, parece más divertido ir en el black block que acompañar al baby block. Pero la retaguardia, que es donde tenemos desplazados los cuidados, es la que sostiene nuestro avance.
Así
que, dándole un disgusto a mi psicóloga, lo siento, pero yo no quiero
ser fuerte. No quiero bastarme por mí misma, no creo en la
autosuficiencia, en no necesitar a nadie. Yo quiero ser con vosotras,
quiero que me atraviesen vuestras vidas, desparramarme a trozos en
muchas manos que me ayuden a caminar y me levanten cuando lo necesite,
quiero cargar con cuidadito pedazos de todos para mantenernos a flote.
Yo de mayor lo que quiero es ser vulnerable.
Maka Makarrita
Maka forma parte del equipo de El Topo
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Buenísima.
ResponderEliminarGracias por compartir este precioso escrito.
Muy cierto tu articulo Maka. La interdependencia y la ecodependencia son dos claves vitales que es urgente recuperar
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