José Fernández Casadevante - diario.es/Última Llamada
La alimentación es el elemento en torno
al cual estamos estableciendo esa complicidad cognitiva entre el campo y
la ciudad, después de décadas de incomprensión mutuas asistimos a la
multiplicación de espacios de reencuentro.
Las
ignoradas problemáticas del medio rural dialogan con la precaria
situación de las periferias urbanas a través de las iniciativas
agroecológicas de extrarradio.
La periferia queda allí donde el asfalto se
interrumpe, las calles acaban y empiezan los descampados, la invisible
puerta de acceso al campo. Las periferias en muchos casos son barrios
olvidados o despreciados por las instituciones, edificios de ladrillo
visto habitados por personas con precariedades, necesidades y estilos de
vida incomprendidos para la urbanidad bien pensante. La periferia es
aquello que geográfica y simbólicamente queda fuera del centro, el lugar
donde se clava el compás y desde el que se delimita lo que es
relevante. Allí donde residen las personas afectadas por la desigualdad y la pobreza.
Hace unos días participaba en Vitoria-Gasteiz de la jornada Periferias
que alimentan, organizada por el sindicato agrario EHNE Bizkaia, donde
nos encontrábamos gentes de distintas ciudades que venimos trabajando
desde entornos urbanos por la soberania alimentaria y el derecho a la
alimentación, con quienes hacen lo propio desde el medio rural vasco. La
alimentación es el elemento en torno al cual estamos estableciendo esa
complicidad cognitiva entre el campo y la ciudad, después de décadas de
incomprensión mutuas asistimos a la multiplicación de espacios de
reencuentro
Las ignoradas problemáticas del medio rural (no se
valora la actividad campesina, inviabilidad de rentas agrarias,
políticas agrícolas que facilitan el acaparamiento de las ayudas por el
agro-negocio, envejecimiento, abandono de los servicios públicos...)
dialogan con la precaria situación de las periferias urbanas a través de
las iniciativas agroecológicas de extrarradio.
La
asamblea de personas en paro y precarias de Xixón, ligada a la asturiana
Corriente Sindical de Izquierdas, lleva años impulsando una despensa
solidaria para 150 familias, asesorías jurídicas gratuitas y otros
proyectos de economía solidaria como una cooperativa de mudanzas. Hace
cuatro años y tras vínculos con el asociacionismo rural, que se había
movilizado contra procesos especulativos, conseguían la cesión de una
explotación agrícola periurbana abandonada. En ella se lanzaron a poner
en marcha un proyecto de producción ecológica de verduras y hortalizas,
manzanas, sidra, huevos... orientada al autoconsumo y a la
comercialización en proximidad, mediante grupos de consumo y vendiendo
en los locales sindicales de la ciudad una vez por semana. Una
iniciativa que a duras penas logra ser rentable económicamente y
encontrar gente que apueste por profesionalizarse en un sector donde
lograr la viabilidad es muy complicada, pero que lentamente ha logrado
replicarse en dos fincas más de la zona sumando cerca de 8 hectáreas en
cultivo. La fortaleza de la iniciativa es la convicción de que
únicamente la solidaridad es capaz de enfrentar el individualismo y la
victimización que sufren las personas en paro.
Desde
otro de los “barrios sin retorno” como es el de Buenos Aires en
Salamanca, contaba el párroco Emiliano, han logrado articular un
proyecto que conjuga la apuesta por la permanencia en el medio rural,
con la dignificación de la vida de los habitantes de un barrio marcado
por la conflictividad, el narcotráfico y la cárcel. Un proyecto que se
basa en la acogida de personas excluidas en los pisos y la casa
parroquial donde conviven cerca de 20 personas, y su voluntad de abordar
de forma comunitaria tanto el abandono del barrio como la improbable
incorporación a un mercado de trabajo en crisis de las personas más
vulnerables (exconvictos, personas sin papeles, sin estudios...). Un
proceso que integra la reivindicación de los derechos sociales
(alimentación, salud, educación...) con la puesta en marcha de iniciativas de economía solidaria
que entre otras cosas se encargan del catering y los servicios a la
comunidad en el medio rural cercano. Además huyendo de la
estigmatización de la pobreza se negaron a colaborar con los bancos de
alimentos y el reparto de bolsas de comida, así que les quedaba una
única alternativa: la producción. Desde hace 5 años trabajan la tierra
en terrenos baldíos que les han sido cedidos, produciendo alimentos para
ellos, para grupos de consumo así como para las empresas de catering
asociadas. La última aventura en la que se han metido es proceder a la
transformación y envasado a pequeña escala para la comercialización.
En medio de la frenética actividad por conseguir planes de formación
para el empleo y poner en marcha la despensa comunitaria, la Asamblea de
Parados de Caserío de Montijo en la deprimida zona norte de Granada, se
lanzaba en 2012 a ocupar un terreno abandonado junto al rio Beiro y
convertirlo en huertos de autoconsumo. La universidad ha colaborado con
la construcción de infraestructuras como un vivero y un invernadero, y
ha facilitado el análisis de agua y tierras para certificar el cultivo
ecológico mediante un sistema participativo de garantía. La producción
se comercializa mediante grupos de consumo y en el ecomercado local.
Reciben formación de agricultores profesionales de la vega y visitas de
curiosos de todas partes, interesados en conocer lo que arrancó como una
medida desesperada ante la emergencia alimentaria y evoluciona
lentamente hacia un pequeño parque agrario autogestionado con sus
huertas, sus plantaciones de frutales y olivos, el diseño de itinerarios
peatonales o la custodia ante los vertidos ilegales de basuras.
En Pamplona (Iruña) ante la silenciada y oculta evidencia de que había
gente que pasaba hambre, y la inexistencia de un comedor social
municipal, surge en 2007 el comedor solidario Paris 365.
Un proyecto apoyado por las redes de economía social y alternativa,
mediante el cual se procede a habilitar un antiguo bar para convertirlo
en un comedor que huyera de los estereotipos asistenciales. Los 365 días
al año un reducido grupo de trabajadores y una media de 200 voluntarios
al mes cocinan para otras 110 personas en dificultad social, al
principio se trataba principalmente de varones migrantes procedentes del
sector de la construcción, pero en la actualidad la mitad de las
personas que asisten son familias autóctonas. Partiendo de una postura
crítica con los bancos de alimentos, que solo canalizan los excedentes
de la gran industria y no garantizan un acceso a una alimentación
adecuada, priorizan la donación de excedentes por parte de pequeños
productores, pequeñas empresas y particulares. Las ayudas más estables
llegaron de los agricultores de Sanguesa que donan de formar regular
cantidades que suman las cinco toneladas al año, o del vecindario del
municipio de Gabardela donde cultivan una parcela de forma comunitaria
para donar los productos al comedor, hasta lograr involucrar a la
universidad pública de Navarra donde la facultad de agrónomos mediante
un proyecto voluntario de aprendizaje-servicio cultivan para el comedor.
A lo que se suma la puesta en marcha de una despensa solidaria con
aspecto de supermercado, que abre tres días a la semana y donde las
familias se autorregulan para coger los alimentos que necesitan.
El crecimiento exponencial de la agricultura urbana, la proliferación
de grupos de consumo agroecológicos, las demandas crecientes de
comedores escolares saludables y sostenibles o iniciativas para
alimentar las periferias, como las descritas anteriormente, permiten
sostener la vida en contextos de dificultad, a la par que replantean el
absurdo funcionamiento del modelo agroindustrial. De forma local e
imperfecta, con todas las limitaciones que se quiera, estas experiencias
reivindican el valor de un trabajo socialmente necesario y
ambientalmente sostenible mediante la necesaria producción de alimentos,
generan empleo reconstruyen circuitos comerciales en proximidad, se
sostienen en comunidades locales que establecen vínculos que van más
allá de lo mercantil, se preocupan por las personas vulnerables,
demandan profundos cambios en las políticas públicas, y defienden el
territorio y la actividad campesina.
Relocalizar y democratizar el sistema agroalimentario es una tarea urgente, pues como dibujan los escenario s d el Informe Global Risk 2015 presentado por l as élites económicas y políticas del planeta en el pasado Foro de Davos, las principales amenazas para el conjunto de la economía global dentro de diez años ser á n el acceso al agua, errores en la adaptación al cambio climático y eventos climatol ó gicos extremos, así como profundas crisis alimentarias.
Ante diagnósticos como este y frente al secuestro de las políticas alimentarias por las grandes corporaciones y el sistema financiero, solo queda un camino: recuperar nuestra soberanía alimentaria. Igual que la piedra clave determina la construcción de un arco, dando estabilidad a la unión de las piezas situadas entre dos pilares, la soberanía alimentaria está en el centro de las acciones que nos permite n ent retejer una nueva alianza entre campo y ciudad que dev uelva el protagonismo a productores y consumidores organizados.
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