Cuando se ocupa de forma pública y
anunciada un espacio vacío con la intención de permanecer en él, lo que
se hace es denunciar y cuestionar una sociedad, una economía y un
Estado que consideran los lugares y los bienes como mercancías.
Yayo Herrero - ctxt
El juicio a cuatro activistas ocupas
del Patio Maravillas copa en los últimos días el foco mediático. Como
era de esperar, dado el orden de cosas, comparten portadas con las
legiones de seres presuntamente corruptos, corruptores, prevaricadores y
delincuentes que son detenidos o investigados por docenas y acusados de
apropiaciones de recursos públicos, bajo todo tipo de imaginativas
fórmulas. Ocupar es una palabra que en el diccionario de la Real
Academia de la Lengua tiene muchas acepciones. Habitualmente, cuando
hablamos ocupación de locales e inmuebles, la más utilizada suele ser la
de “tomar posesión o apoderarse de un territorio, de un lugar o de un
edificio, invadiéndolo o instalándose en él”.
Las personas que ocuparon en el Patio Maravillas,
indudablemente entraron en un edificio, se instalaron en él y, desde ese
momento, lo que era un inmueble vacío, se convirtió en un lugar
habitado, cuyo valor venía dado por el uso que se hacía de él. Lo que
hoy es tratado en muchos medios como un acto inmoral y delictivo, es,
sin embargo, una acción amparada por las orientaciones morales más
básicas que han permitido que la humanidad haya podido sobrevivir.
Ocupar el espacio vacío ha sido una estrategia de supervivencia y
prácticamente todas las culturas del mundo han desarrollado mecanismos y
normas para impedir el acaparamiento de espacios y bienes que no
tuvieran utilidad social. Desde las constituciones que regulan la vida
en común en los estados (como es el caso de la propia Constitución
española), hasta los textos básicos de muchas religiones (incluida la
católica), la legitimidad de un propiedad que no tenga utilidad social
ha sido profundamente cuestionada.
En este marco antropológico, y teniendo en cuenta, el uso
patrimonialista y especulativo que tiene la propiedad inmobiliaria, el
elevado número de viviendas y espacios vacíos en la ciudad de Madrid, y
la cantidad de gente precaria sin vivienda y de proyectos
socioculturales que no tenían dónde llevarse a cabo, no parece extraño
que la ocupación, como denuncia y respuesta política, haya ido creciendo
progresivamente.
Cuando se ocupa de forma pública y anunciada un espacio
vacío con la intención de permanecer en él, lo que se hace es denunciar y
cuestionar una sociedad, una economía y un Estado que consideran los
lugares y los bienes como mercancías, valiosas en la medida en que
generen plusvalías, independientemente de si esas operaciones mejoran, o
no, las condiciones de vida de las mayorías sociales. Indudablemente,
El Patio Maravillas es uno de esos espacios de denuncia. A partir de la
ocupación del inmueble se trataba de visibilizar el sinsentido de los
inmuebles que se caían a pedazos, mientras hay una enorme carencia de
lugares en los que poder construir cultura comunitaria y
autoorganizada.
Pero El Patio es mucho más que un práctica de denuncia o
disidencia. Y es que la palabra ocupar tiene muchas más acepciones en el
diccionario. También significa llenar y habitar un espacio o lugar; dar
qué hacer o en qué trabajar y emplearse en un trabajo, ejercicio y
tarea; llamar la atención de alguien y darle en qué pensar; preocuparse
por una persona o colectivo, prestándole atención; asumir la
responsabilidad de un asunto, encargarse de él...
El Patio Maravillas es, sobre todo, todas estas otras
cosas que se orillan cuando se habla de la ocupación con la intención de
estigmatizarla. Ha sido y es, junto a otras iniciativas una escuela de
política y democracia en la que muchas personas hemos aprendido a
construir colectivamente, a ocuparnos de las demás, a hacernos cargo y a
intervenir en lo que nos concierne, a entender que lo que se mantiene
en común genera derechos, pero también compromisos, obligaciones y
límites. Es un espacio de aprendizaje y de fiesta.
Lo más fácil quizás fuese entrar, lo difícil, como
siempre, es mantenerse y construir. El Patio es un espacio habitado y
lleno, lleno de deliberación, de cursos, de talleres, de reflexiones y
ayuda mutua. Es un espacio vecinal y abierto al barrio en el que vivía;
es el sitio que acoge a muchas personas sin lugar, sin derecho a
habitar. Es una fuente de trabajo socialmente necesario, de ése que no
cuenta en el PIB, pero que resuelve necesidades cotidianas de la gente,
que dignifica. Es un lugar de encuentro entre personas que quieren
hacerse cargo y cuidar la vida en común, como hacen las personas
conscientes de la vulnerabilidad de la vida individual. Es un espacio de
emancipación, de feminismo, de ecologismo, de igualdad y de respeto a
la singularidad, de mediación y resolución de conflictos...
En lugares como el Patio se formaron muchas personas
activistas que seguimos trabajando en los movimientos sociales y en
múltiples experiencias e iniciativas que pretenden ser alternativas
viables y fuertes. Algunas de ellas, decidieron asaltar, además, otros
espacios frecuentemente mal habitados como son las instituciones
públicas. Y lo consiguieron con el trabajo y el apoyo de mucha gente,
que vivimos la introducción de la papeleta con sus nombres en la urna
como un acto, no el único ni el más relevante, pero sí un acto
importante de rebeldía que pretendía llevar a la institución lo
aprendido.
Probablemente, haya sido la ocupación más difícil que
muchas de esas personas han vivido, no debe ser fácil aguantar lo
niveles de agresión, calumnia, difamación y violencia que están
soportando. La ocupación, en la amplitud de sus acepciones, contrasta
radicalmente con la usurpación que hacen de lo público quienes lo usan
en su beneficio propio o en el de sus amigos. Frente a la idea de ocupar
el espacio privado y vacío para habitarlo, hacerlo público y
comunitario, hay quien usurpa la institución pública y transfiere cuanto
más deprisa mejor lo que es común a manos e intereses privados,
transformando aquello que tiene valor social a la condición de simple
mercancía.
Gracias a las compañeras y compañeros de El Patio, de los
Labos, La Morada, La Casa Invisible, Casablanca, La Caba, Seco, EKO, y
tantos otros. Ante la violenta crisis social y ecológica que afrontamos,
necesitamos muchos más ocupas que desplacen a los usurpadores.
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