Álvaro Gaertner Aranda - Econuestra
Estudiante de Ingeniería Física en la Carl von Ossietzky Universität, en Oldemburgo, Alemania.
En su artículo “A tale of two Pacific Islands Cultures”, Erickson y Gowdy investigaron la relación entre los recursos naturales, el capital físico, el crecimiento de la población y el cambio institucional. Estas dos islas fueron pobladas por polinesios en distintos momentos de la historia, e inicialmente ambas siguieron un modelo de desarrollo en el que primero la civilización crecía hasta sobrepasar los límites ecológicos de su isla y después la civilización colapsaba debido al agotamiento de los recursos. Este fue el patrón que finalmente siguió la Isla de Pascua, donde la tala de los bosques y el degradación de los suelos acabaron produciendo, por un lado, una reducción en los rendimientos de los cultivos, y por otro, la imposibilidad de seguir manteniendo y sustituyendo el capital físico que habían acumulado y que les permitió sortear en un primer momento el colapso, que consistía, entre otras herramientas, en las balsas para pescar.
Cuando los alimentos empezaron a escasear, los habitantes de la Isla de Pascua empezaron a luchar por los recursos, la sociedad colapsó y la población cayó de manera drástica, pasando de un pico de alrededor de 10000 habitantes a solo 3000 cuando llegaron los primeros europeos.
Sin embargo, Tikopia finalmente no siguió ese patrón de desarrollo. Al igual que los habitantes de la Isla de Pascua, cuando los polinesios llegaron en el 1000 A.C. empezaron a practicar un tipo de agricultura que consiste en talar los árboles y quemar los restos para crear campos, cazaron hasta la extinción a los pájaros autóctonos y en general degradaron el medio ambiente de su isla. Sin embargo, alrededor del año 100 D.C. empezaron a sustituir este sistema de agricultura por uno más sostenible, basado en cultivos árboreos combinados con cultivos resistentes a la sombra en la capa inferior. Además implantaron un estricto sistema de control de población, que consiguió la estabilización de la población alrededor de unas 1000 personas mediante métodos tan violentos como los infanticidios o los suicidios. Por último, alrededor del 1600 D.C. mataron a todos los cerdos que tenían como mascotas, al darse cuenta de que eran una manera muy ineficiente de producir alimentos. Todos estos cambios culturales e institucionales permitieron la estabilización de la población y evitaron que Tikopia corriese el mismo destino que la Isla de Pascua.
De estos dos ejemplos se pueden sacar conclusiones para el presente, salvando las distancias. En primer lugar, tal como detectaron Erickson y Gowdy, la tecnología y el capital acumulado pueden permitir a una sociedad seguir creciendo más allá de los límites ecológicos de ecosistema donde viven durante un tiempo limitado, tal y como sucedió en la Isla de Pascua. En segundo lugar, estos dos ejemplos nos permiten apreciar el importante rol que el cambio cultural e institucional puede tener en la supervivencia de una civilización y en su adaptación exitosa a un entorno cambiante. Salvando las distancias, en la actualidad el mundo se encuentra en una encrucijada similar a la que se encontraron estas dos civilizaciones. Estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades ecológicas, lo que está resultando en un cambio climático que no cesa de agravarse, en deforestación, agotamiento de los suelos, agotamiento de los caladeros de pesca, problemas de contaminación, desaparición de especies y, en general, degradación de los ecosistemas que sostienen la vida humana.
Ya hemos visto en el caso de la Isla de Pascua que, en el corto plazo, el colapso que puede derivar de esta situación se puede evitar a través de la tecnología, lo que en la actualidad se traduce, por ejemplo, en el uso masivo de fertilizantes y combustibles fósiles en la producción de alimentos, pero esta patada hacia delante no evita el colapso sino que sólo lo retrasa. Este conocimiento nos debería impulsar como sociedad a llevar a cabo una transformación radical de nuestra economía y nuestro modo de vida que nos permitiese afrontar estos problemas con éxito y asegurar que las próximas generaciones puedan tener derecho a una vida buena, pero hay un conjunto de rigideces culturales e institucionales que nos lo impiden. La primera de ellas, es la especie de admiración religiosa que los partidos políticos, los medios de comunicación y la sociedad en general tienen por el crecimiento. Si hay conflictividad social en nuestras sociedades, todo el mundo apunta al crecimiento como la solución mágica que amansará a las fieras. Si hay pobreza, el crecimiento permitirá acabar con ella.
Si hay problemas de deuda, el crecimiento permitirá hacer frente a los intereses e incluso reducir el montante total. Si la gente es infeliz, el crecimiento permitirá que consuman más y eso les hará felices. Si la gente enferma debido a la polución, el crecimiento permitirá tener más recursos para sanidad y para investigación y acabar con esas enfermedades. En definitiva, el crecimiento es el nuevo Dios de nuestras sociedades, aquel al que recurrimos para que nos solucione cualquier tipo de problema que pueda surgir, ya sea en la economía, en el medio ambiente o en la sociedad. Pero como hemos visto, y como dicta el sentido común, no se puede crecer indefinidamente. Hay un momento en el que, o bien los recursos que mantienen la economía empiezan a agotarse, o bien ya no pueden ser extraídos a una velocidad suficiente, o bien su consumo produce daños incalculables, como en el caso del calentamiento global. En ese momento las sociedades afrontan un dilema que en su día los habitantes de Tikopia ya afrontaron en su particular disputa con el tema de los cerdos, y que consiste en dilucidar si debemos mantener el crecimiento como solución a los problemas de nuestros países, haciendo todo lo posible para que nuestros respectivos países tengan acceso a los recursos naturales que lo sostienen, combatiendo con otros por ellos, o, por el contrario, debemos adoptar un modelo que se circunscriba a los límites ecológicos de nuestro planeta.
El primer escenario ya sabemos cómo se desarrolla, primero se multiplican la pobreza y las guerras por los recursos naturales, después las poblaciones de esos países huyen de sus hogares hacia lugares seguros y prósperos donde poder sobrevivir y este aumento de personas migrantes da alas al fascismo, que identifica a esas personas como el enemigo, como el colectivo que hace que la clase trabajadora de los países desarrollados viva peor que antes al robarle sus puestos de trabajo y los recursos a los que antes tenían acceso. Este escenario acaba básicamente con la aplicación a nivel mundial de un ecofascismo en el que habría una minoría privilegiada con acceso a todos los recursos y comodidades que su dinero le pueda procurar, apoyada por unos Estados represores que evitarían que los pobres del mundo, ya estuvieran dentro o fuera de las fronteras de los correspondientes Estados, pudieran reclamar su derecho, no ya a una vida digna, sino a la supervivencia.
Pero por suerte hay una alternativa a este escenario distópico, y gracias a nuestro actual desarrollo tecnológico, esta no pasa como en el caso de Tikopia por adoptar una política asesina de control de población, sino que es una alternativa por la que merece la pena luchar. En este segundo escenario, las distintas sociedades del mundo aceptan que los recursos son limitados e intentan explorar las maneras en que se pueden repartir para que todo el mundo pueda tener una vida buena. En este escenario el consumo deja de ser la manera de encontrar la felicidad, y es sustituido por actividades y cosas con mucha mayor efectividad a la hora de lograr este noble objetivo. Gracias al reparto del trabajo y a la reducción de la jornada laboral, la menor carga de trabajo para la sociedad se reparte de tal manera que el mayor número posible de personas tengan acceso a los bienes necesarios para su vida a través del trabajo, y a la vez los trabajadores pasan a tener tiempo libre para pasar con sus familias y amigos. La renta básica permite que todos aquellos que por una razón u otra no pueden trabajar también puedan tener una vida buena. El paso de una dieta rica en azúcares, carne y grasas animales de mala calidad a una dieta rica en verduras y frutas regionales producidas de manera ecológica, combinada con el consumo esporádico de carne ecológica, produce una reducción de las enfermedades debidas a la alimentación. A su vez, el abandono del coche en favor del transporte público y la bicicleta reducen la contaminación de las ciudades, reduciendo las enfermedades debidas a la polución y también las debidas al sobrepeso debido al sedentarismo de la vida moderna. La cultura y el deporte sustituyen al consumo y a la televisión como principal fuente de entretenimiento, y la gente pasa su tiempo libre jugando con amigos o acudiendo a los centros culturales a ver obras de teatro, leer, debatir o escuchar conciertos en directo. Todas estas medidas y cambios, combinadas con otras muchas y derivadas del hecho de poner como objetivo de la sociedad el que todo individuo tenga derecho a una vida buena en vez del crecimiento, resultarían en un incremento sensible del bienestar y la felicidad de la humanidad.
El momento en el que las distintas sociedades tienen que decidir cuál de los dos caminos quieren seguir ya ha llegado, y en las distintas elecciones que van a tener lugar en el mundo se pueden apreciar estas dos alternativas. En Gran Bretaña el 23J los británicos decidirán si quieren seguir la ruta planteada por los partidos xenófobos y antieuropeos como el UKIP o si quieren quedarse en la UE y trabajar por una UE más democrática. En España el 26J decidiremos si queremos ir en la dirección oligárquica o en la dirección democrática, en Estados Unidos en noviembre tendrán que decidir si apoyan la alternativa fascista de Trump o la alternativa democrática de un candidato a vicepresidente o vicepresidenta como Bernie Sanders o Elisabeth Warren. Esta situación se repetirá en países como Francia o Alemania en 2017 y, en todas estas elecciones, y otras muchas, nos estamos jugando no sólo quién nos gobernará los próximos 4 o 5 años, sino probablemente el futuro de nuestras sociedades. Y aunque en esas elecciones no sea evidente la presencia de la segunda alternativa y por lo tanto pueda parecer utópica e inalcanzable, hay que luchar por ella, porque las visiones que cambiaron nuestras sociedades en el pasado siempre empezaron siéndolo.
Estudiante de Ingeniería Física en la Carl von Ossietzky Universität, en Oldemburgo, Alemania.
En su artículo “A tale of two Pacific Islands Cultures”, Erickson y Gowdy investigaron la relación entre los recursos naturales, el capital físico, el crecimiento de la población y el cambio institucional. Estas dos islas fueron pobladas por polinesios en distintos momentos de la historia, e inicialmente ambas siguieron un modelo de desarrollo en el que primero la civilización crecía hasta sobrepasar los límites ecológicos de su isla y después la civilización colapsaba debido al agotamiento de los recursos. Este fue el patrón que finalmente siguió la Isla de Pascua, donde la tala de los bosques y el degradación de los suelos acabaron produciendo, por un lado, una reducción en los rendimientos de los cultivos, y por otro, la imposibilidad de seguir manteniendo y sustituyendo el capital físico que habían acumulado y que les permitió sortear en un primer momento el colapso, que consistía, entre otras herramientas, en las balsas para pescar.
Cuando los alimentos empezaron a escasear, los habitantes de la Isla de Pascua empezaron a luchar por los recursos, la sociedad colapsó y la población cayó de manera drástica, pasando de un pico de alrededor de 10000 habitantes a solo 3000 cuando llegaron los primeros europeos.
Sin embargo, Tikopia finalmente no siguió ese patrón de desarrollo. Al igual que los habitantes de la Isla de Pascua, cuando los polinesios llegaron en el 1000 A.C. empezaron a practicar un tipo de agricultura que consiste en talar los árboles y quemar los restos para crear campos, cazaron hasta la extinción a los pájaros autóctonos y en general degradaron el medio ambiente de su isla. Sin embargo, alrededor del año 100 D.C. empezaron a sustituir este sistema de agricultura por uno más sostenible, basado en cultivos árboreos combinados con cultivos resistentes a la sombra en la capa inferior. Además implantaron un estricto sistema de control de población, que consiguió la estabilización de la población alrededor de unas 1000 personas mediante métodos tan violentos como los infanticidios o los suicidios. Por último, alrededor del 1600 D.C. mataron a todos los cerdos que tenían como mascotas, al darse cuenta de que eran una manera muy ineficiente de producir alimentos. Todos estos cambios culturales e institucionales permitieron la estabilización de la población y evitaron que Tikopia corriese el mismo destino que la Isla de Pascua.
De estos dos ejemplos se pueden sacar conclusiones para el presente, salvando las distancias. En primer lugar, tal como detectaron Erickson y Gowdy, la tecnología y el capital acumulado pueden permitir a una sociedad seguir creciendo más allá de los límites ecológicos de ecosistema donde viven durante un tiempo limitado, tal y como sucedió en la Isla de Pascua. En segundo lugar, estos dos ejemplos nos permiten apreciar el importante rol que el cambio cultural e institucional puede tener en la supervivencia de una civilización y en su adaptación exitosa a un entorno cambiante. Salvando las distancias, en la actualidad el mundo se encuentra en una encrucijada similar a la que se encontraron estas dos civilizaciones. Estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades ecológicas, lo que está resultando en un cambio climático que no cesa de agravarse, en deforestación, agotamiento de los suelos, agotamiento de los caladeros de pesca, problemas de contaminación, desaparición de especies y, en general, degradación de los ecosistemas que sostienen la vida humana.
Ya hemos visto en el caso de la Isla de Pascua que, en el corto plazo, el colapso que puede derivar de esta situación se puede evitar a través de la tecnología, lo que en la actualidad se traduce, por ejemplo, en el uso masivo de fertilizantes y combustibles fósiles en la producción de alimentos, pero esta patada hacia delante no evita el colapso sino que sólo lo retrasa. Este conocimiento nos debería impulsar como sociedad a llevar a cabo una transformación radical de nuestra economía y nuestro modo de vida que nos permitiese afrontar estos problemas con éxito y asegurar que las próximas generaciones puedan tener derecho a una vida buena, pero hay un conjunto de rigideces culturales e institucionales que nos lo impiden. La primera de ellas, es la especie de admiración religiosa que los partidos políticos, los medios de comunicación y la sociedad en general tienen por el crecimiento. Si hay conflictividad social en nuestras sociedades, todo el mundo apunta al crecimiento como la solución mágica que amansará a las fieras. Si hay pobreza, el crecimiento permitirá acabar con ella.
Si hay problemas de deuda, el crecimiento permitirá hacer frente a los intereses e incluso reducir el montante total. Si la gente es infeliz, el crecimiento permitirá que consuman más y eso les hará felices. Si la gente enferma debido a la polución, el crecimiento permitirá tener más recursos para sanidad y para investigación y acabar con esas enfermedades. En definitiva, el crecimiento es el nuevo Dios de nuestras sociedades, aquel al que recurrimos para que nos solucione cualquier tipo de problema que pueda surgir, ya sea en la economía, en el medio ambiente o en la sociedad. Pero como hemos visto, y como dicta el sentido común, no se puede crecer indefinidamente. Hay un momento en el que, o bien los recursos que mantienen la economía empiezan a agotarse, o bien ya no pueden ser extraídos a una velocidad suficiente, o bien su consumo produce daños incalculables, como en el caso del calentamiento global. En ese momento las sociedades afrontan un dilema que en su día los habitantes de Tikopia ya afrontaron en su particular disputa con el tema de los cerdos, y que consiste en dilucidar si debemos mantener el crecimiento como solución a los problemas de nuestros países, haciendo todo lo posible para que nuestros respectivos países tengan acceso a los recursos naturales que lo sostienen, combatiendo con otros por ellos, o, por el contrario, debemos adoptar un modelo que se circunscriba a los límites ecológicos de nuestro planeta.
El primer escenario ya sabemos cómo se desarrolla, primero se multiplican la pobreza y las guerras por los recursos naturales, después las poblaciones de esos países huyen de sus hogares hacia lugares seguros y prósperos donde poder sobrevivir y este aumento de personas migrantes da alas al fascismo, que identifica a esas personas como el enemigo, como el colectivo que hace que la clase trabajadora de los países desarrollados viva peor que antes al robarle sus puestos de trabajo y los recursos a los que antes tenían acceso. Este escenario acaba básicamente con la aplicación a nivel mundial de un ecofascismo en el que habría una minoría privilegiada con acceso a todos los recursos y comodidades que su dinero le pueda procurar, apoyada por unos Estados represores que evitarían que los pobres del mundo, ya estuvieran dentro o fuera de las fronteras de los correspondientes Estados, pudieran reclamar su derecho, no ya a una vida digna, sino a la supervivencia.
Pero por suerte hay una alternativa a este escenario distópico, y gracias a nuestro actual desarrollo tecnológico, esta no pasa como en el caso de Tikopia por adoptar una política asesina de control de población, sino que es una alternativa por la que merece la pena luchar. En este segundo escenario, las distintas sociedades del mundo aceptan que los recursos son limitados e intentan explorar las maneras en que se pueden repartir para que todo el mundo pueda tener una vida buena. En este escenario el consumo deja de ser la manera de encontrar la felicidad, y es sustituido por actividades y cosas con mucha mayor efectividad a la hora de lograr este noble objetivo. Gracias al reparto del trabajo y a la reducción de la jornada laboral, la menor carga de trabajo para la sociedad se reparte de tal manera que el mayor número posible de personas tengan acceso a los bienes necesarios para su vida a través del trabajo, y a la vez los trabajadores pasan a tener tiempo libre para pasar con sus familias y amigos. La renta básica permite que todos aquellos que por una razón u otra no pueden trabajar también puedan tener una vida buena. El paso de una dieta rica en azúcares, carne y grasas animales de mala calidad a una dieta rica en verduras y frutas regionales producidas de manera ecológica, combinada con el consumo esporádico de carne ecológica, produce una reducción de las enfermedades debidas a la alimentación. A su vez, el abandono del coche en favor del transporte público y la bicicleta reducen la contaminación de las ciudades, reduciendo las enfermedades debidas a la polución y también las debidas al sobrepeso debido al sedentarismo de la vida moderna. La cultura y el deporte sustituyen al consumo y a la televisión como principal fuente de entretenimiento, y la gente pasa su tiempo libre jugando con amigos o acudiendo a los centros culturales a ver obras de teatro, leer, debatir o escuchar conciertos en directo. Todas estas medidas y cambios, combinadas con otras muchas y derivadas del hecho de poner como objetivo de la sociedad el que todo individuo tenga derecho a una vida buena en vez del crecimiento, resultarían en un incremento sensible del bienestar y la felicidad de la humanidad.
El momento en el que las distintas sociedades tienen que decidir cuál de los dos caminos quieren seguir ya ha llegado, y en las distintas elecciones que van a tener lugar en el mundo se pueden apreciar estas dos alternativas. En Gran Bretaña el 23J los británicos decidirán si quieren seguir la ruta planteada por los partidos xenófobos y antieuropeos como el UKIP o si quieren quedarse en la UE y trabajar por una UE más democrática. En España el 26J decidiremos si queremos ir en la dirección oligárquica o en la dirección democrática, en Estados Unidos en noviembre tendrán que decidir si apoyan la alternativa fascista de Trump o la alternativa democrática de un candidato a vicepresidente o vicepresidenta como Bernie Sanders o Elisabeth Warren. Esta situación se repetirá en países como Francia o Alemania en 2017 y, en todas estas elecciones, y otras muchas, nos estamos jugando no sólo quién nos gobernará los próximos 4 o 5 años, sino probablemente el futuro de nuestras sociedades. Y aunque en esas elecciones no sea evidente la presencia de la segunda alternativa y por lo tanto pueda parecer utópica e inalcanzable, hay que luchar por ella, porque las visiones que cambiaron nuestras sociedades en el pasado siempre empezaron siéndolo.