El progresivo deslizamiento hacia la estratificación social ganaba impulso cada vez que era posible almacenar los excedentes de alimentos producidos. Cuanto más abundante y concentrada se la cosecha y menos perecedero el cultivo, tanto más crecen las posibilidades de grandes hombres de adquirir poder sobre el pueblo.
Mientras que otros solamente almacenaban cierta cantidad de alimentos para sí mismos, los graneros de los redistribuidores eran los más nutridos. En tiempos de escasez la gente acudía a ellos en busca de comida y ellos, a cambio, pedían a los individuos con aptitudes especiales que fabricaran ropa, vasijas, canoas o viviendas de calidad destinadas al uso personal. Al final el redistribuidor no necesitaba trabajar en los campos para alcanzar y superar el rango de gran hombre.
La gestión de los excedentes de la cosecha, que en gran parte seguía recibiendo para su consumo en festines comunales y otras empresas comerciales y bélicas, bastaban para legitimar su rango. De forma creciente, este rango era considerado por la gente como un cargo, un deber sagrado transmitido de una generación a otra, con arreglo a normas de sucesión hereditarias. El gran hombre se había convertido en ‘jefe’.
El poder para dar órdenes y ser obedecido, se incubó en las guerras libradas por los grandes hombres y jefes, eran éstos hombres violentos. La oportunidad de apartarse de las restricciones tradicionales al poder aumentaba a medida que las jefaturas expandían sus territorios y se hacían mas populosas, y crecían en igual proporción las reservas de comestibles y otros objetos de valor disponibles para la redistribución. Al asignar participaciones diferentes a los hombres más cooperativos, leales y eficaces en el campo de batalla, los jefes podían empezar a construir el núcleo de una clase noble, respaldados por una fuerza de policía y un ejército permanente. Los hombres de común que se zafaban de hacer donaciones a sus jefes eran amenazados con daños físicos.
Los primeros estados evolucionaron a partir de jefaturas, que tenían que poseer una población numerosa y un territorio que no permitiera la huida de quienes no estaban dispuestos a soportar impuestos, reclutamientos y ordenes. Además se debía poseer un almacén central de redistribución con alimentos (arroz, trigo, maíz u otros cereales) que se pudieran conservar de una cosecha a otra. Tenían que poder evitar el éxodo y las sublevaciones.
Para saber más. Nuestra especie. Marvin Harris. 1989
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