The Oil Crash
Queridos lectores,
Antonio
García-Olivares ha escrito esta pieza sobre el pensamiento neoliberal y
sus implicaciones, con una explicación muy extensa y detallada de sus
falacias, que gracias a su tono irónico se hace amena. ¿Qué más se puede
pedir? Espero que lo disfruten con una sonrisa.
Salu2,
AMT
¿Qué hay detrás del mensaje “no hay alternativa”? La salvación neoliberal del mundo
Antonio García-Olivares
Fue
Margaret Thatcher la que inmortalizó el mensaje “no hay alternativa”
(TINA en el acrónimo inglés creado por sus compatriotas) mientras fue
primera ministra del Reino Unido a finales de los años 70 y comienzo de
los 80. Este mensaje ha sido repetido desde entonces por innumerables
propagandistas neoliberales en todo el mundo. ¿Qué hay detrás de ese
mensaje? Este ensayo tratará de responder a esa cuestión esbozando
irónicamente y de forma (sólo ligeramente) simplificada la forma de ver
el mundo de los creadores del neoliberalismo, Hayek y Friedman, y de sus
seguidores. Lo hago exponiendo trece de sus afirmaciones fundamentales
que he tratado de no caricaturizar en exceso. Aunque esto es difícil,
porque hay teorías que cuando se resumen un poco tienen un parecido
sorprendente con las caricaturas de un cómic.
1. La economía es una ciencia positiva como la física, nada que ver con las disquisiciones normativas que tratan los sociólogos y los historiadores
La
economía es una ciencia positiva y, como tal, existe una aproximación
estrictamente técnica a cualquier problema de índole económica. Por
tanto, de entre todas las soluciones posibles, sólo una es óptima en un
contexto y momento determinados. Galbraith y muchos otros intentaron
negar este planteamiento, alegando que la economía no existe separada de
la política (y que convertirla en una materia no política lo que
conseguía era alejarla del mundo real), pero sin demasiado éxito
(i). Los que sí han tenido éxito, y esto dice mucho en su favor, son
las aportaciones de adelantados como Hayek y Friedman, que han elevado a
la ciencia económica hasta el nivel de poder desarrollar leyes análogas
a las de la física, capaces de predecir el futuro y capaces de evitar
cualquier crisis seria del sistema capitalista. Si ha habido pese a todo
alguna crisis recientemente, ello no puede deberse al mercado, pues
tales leyes dicen que este no puede equivocarse, sino al
intervencionismo del estado y de los reguladores.
Algún
sofista alegará que tal demostración se parece a la del médico Hermes
descrito en el Zadig de Voltaire, que tras fracasar en curar una llaga
(que curó al final por sí sola) demostró en un libro que eso no debería
haberse producido. Sin embargo, tal comparación sería maliciosa e
infundada, puesto que la economía neoliberal actual es una Ciencia
Positiva y no una mera especulación “normativa” como la sociología, la
filosofía o la historia. Aunque eso sí, la contrastación empírica es
difícil a veces en la realidad social, por lo que es conveniente usar el
“método axiomático” de Hayek para clarificar lo complejo: no aceptamos
ingenuamente a la primera lo que parece surgir de la experiencia, sino
lo que concuerda con los axiomas. Y esta elección queda doblemente
sancionada cuando es aceptada luego por los agentes sociales relevantes,
que son los triunfadores en la competencia del mercado.
Entre
las leyes universales más notables descubiertas por esta ciencia
positiva están las que afirman que los mercados, el capitalismo, la
mundialización, la competencia, la libre empresa y la concepción
neoliberal del mundo, son fenómenos necesarios y beneficiosos, y
cualquier otra orientación está destinada al fracaso. Algún otro
malicioso alegará que esta última ley es recurrente, dado que las leyes
que hablan de la concepción neoliberal han sido creadas por los propios
neoliberales. Sin embargo, esto no es contradictorio, pues un neoliberal
puede hablar en ocasiones como científico y otras veces como agitador
político y su comportamiento ser racional tanto en un papel como en el
otro, como se verá.
2. El mercado es la estructura más perfecta que ha generado el ser humano
El
mercado es lo más justo que ha creado el ser humano, porque da a cada
uno en proporción exacta de lo que éste da. Es el instrumento más sabio
porque sus precios libres reúnen más información que toda la que podría
conocer un hombre. Es también lo más generoso, porque da bienestar a
todos. Es también la fuente de vida, puesto que permite que vivan más
personas que cualquier otro sistema económico y social. Es lo más
poderoso en la tierra, porque puede hacer mucho más que los Estados, o
lo que podría lograr cualquier grupo de hombres. El mercado posee
mecanismos propios de autorregulación, como los seres vivos. También, es
insuperable y definitivo, pues cualquier intento de abandonar la
sociedad de mercado conduciría a la barbarie. Asimismo, el mercado es la
fuente única de la libertad: libera a los hombres. Incluso, como ha
captado agudamente el teólogo cristiano Novack, las empresas
transnacionales son escarnecidas y perseguidas por el vulgo, tal como lo
fue Cristo en la tierra, una similitud que debería hacer pensar a los
escépticos alter-mundistas.
Es
imposible pues exagerar la importancia del mercado para la existencia
del hombre sobre la tierra. Ni siquiera la fotosíntesis sería más
importante que él, puesto que como es sabido, el mercado es siempre
capaz de sustituir al capital natural por capital tecnológico si la
rentabilidad y el libre comercio así lo requieren.
Esta
importancia que tiene el mercado no la tiene ninguna otra institución
humana, ni siquiera el estado de derecho, cuyas normas no deberían ser
jamás obstáculos para el crecimiento y desarrollo del mercado. Es de la
máxima importancia la protección de: la propiedad, la libertad de
contrato, el comercio internacional, la competencia, los derechos de las
empresas, y un orden social favorable al funcionamiento eficiente del
mercado. Poner en duda esto es oponerse a “el pacto de los siglos” que
identificó Burke como clave de la civilización europea, y ni siquiera la
democracia puede oponerse a ese pacto. Las sociedades o grupos que
crearon ese “pacto de los siglos” triunfaron en la competencia con otros
grupos, y esa es la prueba de su superioridad sobre otras alternativas
superadas, tal como afirma sabiamente Hayek.
Algunos
antropólogos han encontrado instituciones incluso más extendidas que el
mercado tales como el don, el intercambio y la reciprocidad. Pero tales
instituciones no han sobrevivido a la competencia con las sociedades de
mercado. Otras tradiciones como la propia democracia, carecen también
de esa legitimación que da el triunfar por sí mismas sobre los
competidores, legitimación que sí tiene el liberalismo de mercado.
Consecuentemente, cuando Hayek fue consultado en Chile sobre la
dictadura de Pinochet –que había destruido el estado de derecho
democrático precedente-, la apoyó con el sabio argumento de que “cuando
no hay reglas, alguien tiene que hacerlas”(ii).
El liberalismo promovido estatalmente está por encima de la democracia,
y la mayor prueba de ello es que es capaz de hacer triunfar a cualquier
sociedad, ya sea ésta una democracia o una dictadura. A los sistemas
sociales hay que juzgarlos por la eficiencia de sus mercados, no por
clasificaciones secundarias como el tipo de poder estatal. Así, debería
ser obvio a todo el mundo, como lo es para Hayek, por qué el
nacionalsocialismo fue un sistema abominable: porque impulsó una
economía intervencionista.(iii)
Fotos. Los adelantados Friedrich Hayek y Milton Friedman. Es natural que se rían.
Como
afirma Hayek, el político o economista que pretende determinar los
precios antes que éstos sean fijados por la ley de oferta y la demanda,
pretende tener la omnisciencia de Dios, que es el único que puede
conocer los precios antes de que los fije el mercado.
Por
otra parte, el capitalismo neoliberal es siempre el que permite vivir a
más personas. De modo que aquellos a quienes los Estados neoliberales
definen como enemigos, lo son radicalmente. Como lo expresa Hayek: «Una
sociedad libre requiere de ciertas morales que en última instancia se
reducen a la mantención de vidas: no a la mantención de todas las vidas,
porque podría ser necesario sacrificar vidas individuales para
preservar un número mayor de otras vidas. Por lo tanto, las únicas
reglas morales son las que llevan al “cálculo de vidas”: la propiedad y
el contrato» (iv).
3. Hay que dejar actuar libremente al mercado y a “los mercados”
Hay
que dejar funcionar al "libre mercado", lo que ocurre es que en la
práctica, debido a la perturbación que el estado introduce en la libre
iniciativa económica, resulta necesario influir en los estados por medio
del "lobby" y de los think tanks para comprar políticos con el objetivo
de que creen una estructura más favorable a las empresas eficientes.
Una vez que estas empresas eficientes y poderosas han sido subsidiadas
con dinero y legislación estatal ad hoc, es el momento adecuado para
exigir al gobierno que no interfiera salvo para proteger los derechos de
las empresas existentes (v).
Esta
dinámica viciosa, provocada por la injerencia del estado, provoca
efectos indeseados como los oligopolios. Los “mercados” es un término
que se usa la mayoría de las veces como sinónimo de “los poderes
económicos” constituidos por los grandes oligopolios y los grandes
propietarios que los controlan como principales accionistas. A los
pequeños productores no se les puede considerar protagonistas de las
grandes decisiones económicas. Es decir que la mayoría de las veces las
demandas de “los mercados” son las de aquellos oligopolios
suficientemente poderosos como para poder evitar la competencia de
mercado y marcar directrices a los gobiernos e instituciones económicas
transnacionales. No cabe duda de que esto no es exactamente igual a
mercado libre, pero es un mal menor derivado de la perturbación que los
estados han introducido en la libre concurrencia.
4. El mercado asigna salarios según la aportación de cada uno
Según
la economía neoliberal, que es la más influyente entre “los mercados”,
el mercado es un instrumento mucho más sagaz que la política a la hora
de asignar precios. Y ello incluye al trabajo, que es una mercancía más,
aunque tenga detrás a un cuerpo humano y a un mundo social. Por lo
tanto, el salario que cada uno de nosotros recibimos en el mercado
obedece a una asignación óptima que no es posible mejorar. De hecho,
nuestro salario particular es igual a nuestra productividad marginal, o
valor añadido relativo con el que contribuimos a la sociedad. Así, la
mayoría de los trabajadores jóvenes en la España de 2015 ganan unos 10
000 euros anuales (unos 700 euros al mes), mientras que un consejero
delegado de un banco gana entre 5 y 20 millones de dólares al año (vi).
Esto significa que el trabajo de un consejero del Royal Bank of
Scotland es unas 1000 veces más útil para la sociedad que el de un joven
español. El que tales consejeros arruinaran a dicho banco, que tuvo que
ser luego rescatado con dinero público, no contradice la enorme
contribución que a pesar de todo hacen esos especialistas al bien
general.
Dado
que la asignación de salarios no debe hacerla la política sino el
mercado y que esta asignación es óptima, cada uno de nosotros ganamos lo
que nos merecemos. Como decía Herman Cain en 2011 en el debate de los
candidatos republicanos a la presidencia: “No eches la culpa a los
bancos. No eches la culpa a Wall Street. Si no tienes trabajo y no eres
rico, échate la culpa a ti mismo”, frase que suscitó aplausos
entusiasmados de los miles de asistentes al meeting (vii).
Si el estado puede hacer algo por la gente perdedora es estimularlos a
espabilar. Como explica muy bien Clara Valverde (2013), estas evidencias
han sido recogidas también por el gobierno español, a juzgar por el
comentario del presidente Rajoy el 11 de julio del 2012 en el Congreso,
según el cual los parados necesitan que les recorten las prestaciones de
desempleo para “estimularlos” a buscar trabajo, se entiende que para
sacarlos de su conformismo y su molicie. Ese comentario fue recibido
según Valverde con aplausos unánimes en las filas del Partido Popular, y
la ciencia económica debe felicitarse por ello.
La
creciente desigualdad que produce el sistema capitalista es una
legítima consecuencia de la asignación óptima de salarios que produce el
mercado. La riqueza de unos cuantos deriva de una aportación al bien
común muy superior a la que hacemos el resto y, por tanto, esa riqueza
creciente de unos pocos nos beneficia a todos. Los menores impuestos que
pagan los ricos y sus mayores salarios fomentan el espíritu emprendedor
y hacen que el pastel sea más grande.
¿Ha beneficiado a la mayoría esta dinámica de los últimos 30 años? Bauman (viii)
alega que desde 1980 los índices de crecimiento y productividad han
sido un tercio más bajos en Gran Bretaña de lo que lo fueron en los años
posteriores a la II guerra Mundial, la inseguridad laboral es ahora
mayor, la destrucción ecológica ha sido muy grande, las tres recesiones
posteriores a 1980 han sido más profundas y largas que las de las
décadas previas, y alega también que las políticas neoliberales han
culminado en la reciente crisis. Sin embargo, si el mercado dicta esta
trayectoria, es que no hay otra mejor pues, por definición, está
asignando de forma óptima los recursos y los salarios. ¿Quién sabe si
sin esa desigualdad las cosas no habrían sido aún peores? A fin de
cuentas, en media, la economía creció, como muestra el crecimiento del
PIB, aunque lo hiciera de forma mucho menos perceptible para la mayoría.
Innumerables nuevos inmuebles y aeropuertos están ahora disponibles
para la posteridad, y grandes áreas de bosques que antes eran
improductivos en Brasil, Malasia e Indonesia son ahora útiles
produciendo biocombustibles, ganado, grano y minerales.
5. El poder económico de las corporaciones es la legítima consecuencia de la libertad
Esta
dinámica provoca también una concentración del capital y una creciente
monopolización de los mercados por grandes empresas. Hay quien dice que,
a largo plazo, esto puede acabar con la democracia, pues algunas
empresas tienen beneficios anuales comparables con los ingresos de
algunos estados y son ya capaces de comprar sus decisiones. Por ejemplo,
los beneficios de Exxon Mobile fueron en 2012 iguales a los
presupuestos de Eslovaquia, el 48º estado mundial en orden de tamaño de
ingresos
(ix). Hay que decir con Hayek que un mercado auténticamente libre nunca
hubiera generado estos monopolios y que la culpa de los mismos la tiene
el estado. Sin embargo, como han observado sagazmente neoliberales
posteriores, esta monopolización es la legítima recompensa del éxito en
la competencia de mercado, y quién mejor que el mercado para decidir si,
en presencia de un estado intervencionista, un mercado oligopólico es
mejor para el progreso que un mercado completamente libre, o para
dilucidar si la democracia es lo más adecuado para el crecimiento y el
progreso o debe dejar paso a fórmulas tecnocráticas más eficaces? La
competencia a fin de cuentas tiene algo de selección darwinista, y no
hay consenso entre los economistas más influyentes (los neoliberales)
sobre qué es más importante, si el libre mercado o las legítimas
recompensas para los triunfadores del mercado.
La
libertad individual conduce necesariamente a la libertad económica, y
la libertad económica conduce, a través de la óptima asignación que hace
el mercado, a mayores recompensas para los que más aportan. Estas
mayores recompensas se traducen en un aumento del tamaño y el poder de
las grandes corporaciones, que son los vencedores del juego de la libre
competencia.
6. El estado no tiene derecho a intervenir en la libertad natural de los hombres
La
tesis de que la desigualdad económica es injusta es una tesis falsa y
peligrosa pues se opone a la libertad. La mente preclara de von Hayek
supo ver que esta perturbación de la libertad natural es sólo un “camino
de servidumbre” que lleva al totalitarismo y que la idea de «justicia
social» esconde solamente los intereses corporativos de la clase media y
baja. La racionalidad económica exige desreglamentar, privatizar,
disminuir los programas contra el desempleo, eliminar las subvenciones a
la vivienda y el control de los alquileres, reducir los gastos de la
seguridad social y limitar el poder sindical
(x). Cuando algo va mal en la economía, el culpable es casi siempre el
estado; mientras que si todo va bien, el responsable es casi siempre el
mercado libre. Sin esta regla sencilla, el mundo parece más complejo de
lo que en realidad es y tiende a confundir a los no expertos. Por
ejemplo, cuando se produce una crisis económica, el responsable es la
Autoridad Monetaria o los bancos centrales. Como es sabido el banco
central es una especie de padre que presta dinero a su hijo (el banco
privado o el inversionista) para que vaya a la universidad a estudiar
(para que invierta en actividades productivas) (xi).
A veces el hijo coge el dinero y se lo gasta en drogas, y meses después
la policía le entrega el hijo a su padre drogado, sin blanca y acusado
de haber robado para seguir drogándose. La justicia acude a un juez
llamado Friedrich Hayek para que formule la acusación y el veredict o
de éste es inmediato: la culpa es del padre (el banco central) por
haberle prestado dinero fácil al hijo (el inversor privado). Si no lo
hubiera hecho, el hijo no se habría drogado. Algunos podrán decir que el
responsable directo es en realidad el hijo, y que el padre sólo tiene
una responsabilidad indirecta por no haber vigilado bien a su hijo. Pero
si usted ha llegado a esta conclusión está cometiendo un “error de
racionalidad” que debería corregir leyendo con mayor atención el “método
axiomático” de Friedrich Hayek.
Otras
intervenciones públicas son igual de contraproducentes. Tratar de
disminuir la miseria y satisfacer las necesidades básicas de los
perdedores del juego del mercado es tan antinatural y pernicioso como
dar ventajas a las especies inferiores para que puedan competir con las
superiores. O tan suicida como permitir que todo el que quiera pueda
subirse a nuestro bote salvavidas hasta hundirnos a todos. Spencer fue
uno de los primeros en intuir la importancia de la libre competencia
para crear una selección racional: “(Las) Familias y razas entre las
cuales esa, incrementalmente difícil, tarea de ganarse la vida no
estimula a incrementar la producción están en el camino a la extinción.
Esta verdad la hemos visto recientemente ejemplarizada en Irlanda (...)
aquellos que permanecen para continuar la raza deben ser aquellos en los
cuales el sentido de auto preservación es más grande (y ellos) deben
ser los “selectos” de su generación” (Principles of Biology). Cuando los
campesinos irlandeses perdieron la cosecha de patatas dos veces en
cuatro años entre 1845 y 1849, dos millones de ellos murieron de hambre
debido a su falta de previsión, muchos de ellos en los puertos, tratando
de coger un barco para EEUU que no consiguieron pagar. Algunos
criticaron a los propietarios liberales ingleses porque no suministraron
trigo a los irlandeses, cuando sus trigales gozaban de buena salud, o
al estado inglés por no intervenir. Pero intervenir hubiese sido una
injerencia en la libertad de los miembros más prósperos, previsores y
exitosos de la sociedad, y un premio inmerecido para los sujetos más
ineficientes, menos previsores y de menor valía. La intervención podría
parecer altruista, pero sería un altruismo mal entendido, pues
redundaría en un mal general: el estancamiento y la falta de progreso
típicos de las sociedades comunitaristas. Por los mismos motivos, Hayek
se opuso a toda ayuda alimentaria a los países de África en épocas de
hambruna y grandes sequías: “Me opongo absolutamente. No debemos asumir
tareas que no nos corresponden. Debe operar la regulación natural” (xii).
Foto. Monumento a las víctimas de la hambruna irlandesa
Hay
que evitar en todo momento introducir irracionalidades económicas en
las relaciones de mercado. Ayudar a satisfacer las supuestas
“necesidades” humanas es una de estas irracionalidades puesto que, como
ha demostrado Friedman
(xiii), los individuos no tienen necesidades sino portafolios de
preferencias, y un individuo con pocas opciones es uno que ha tomado la
decisión de acotar dicho número, o no ha tenido la iniciativa suficiente
como para diversificar su cartera de opciones vitales. Por tanto nadie
es culpable sino él mismo de morir de hambre, al no poder adquirir
suficientes propiedades como para alimentar al cuerpo del que es
propietario. Parece mentira que la gente se siga liando tanto con falsos
problemas como el de las necesidades biológicas, el desarrollo vital, o
el lacrimoso derecho a la vida, después de las aclaraciones de Hayek y
Friedman.
7. La democracia tiene siempre tentaciones totalitarias
Las
masas son insoportablemente intervencionistas y hay que disciplinarlas y
cambiarlas antes de que impongan numéricamente su irracionalidad sobre
la racionalidad de las minorías. Como vio preclaramente Hayek, «hay una
gran parte de verdad en la fórmula según la cual el fascismo y el
nacional-socialismo serían una especie de socialismo de la clase media»
(xiv).
La clase media es una amenaza potencial, como lo es la clase
trabajadora con sus inclinaciones socialistas. Y también son de temer
los pobres, cuyas reacciones son imprevisibles, por lo que una ley de
pobres con un ingreso mínimo para ellos podría ser necesaria en algunos
casos «aunque sólo sea en interés de los que pretenden permanecer
protegidos de las reacciones de desesperación de los necesitados.» Las
clases medias y bajas disponen sin embargo, en algunos países, de un
arma temible que es la democracia, con la que amenazan imponer su
populismo contrario a la libertad bien entendida. Los expertos que
conocen la importancia del mercado (como Hayek y Friedman), en alianza
con los empresarios triunfadores interesados en el desarrollo de los
mercados (como la Fundación Rockefeller, que promovió los trabajos de
Hayek por el bien de la libertad) deben instruir a los estados y a las
élites políticas para que resistan los intentos demagógicos de las masas
de imponer preferencias irracionales, que podrían destruir el mayor
logro de la humanidad. La economía es demasiado compleja para dejarla a
merced de los valores mayoritarios, y debe ser dejada en manos de los
expertos. Los “Chicago Boys” que asesoraron a Pinochet son un ejemplo de
tales expertos, pero también lo son los profesionales de Goldman Sachs
que asesoran o forman parte hoy de los principales gobiernos
occidentales.
El
mercado y “los mercados” (los oligopolios) son agentes más eficaces que
el estado o la política a la hora de decidir qué actividades sociales
son necesarias y cuales innecesarias. El estado sólo introduce
distorsiones en la eficiencia de la elección; y los ciudadanos son gente
demasiado estúpida para entender que sólo lo que dictan los mercados es
lo que una sociedad está dispuesta a realizar y capacitada para
realizar. De ahí que lo óptimo es que dejen a los expertos hacer su
trabajo de gestión de la política económica y de la política social. Los
expertos son las élites económicas (dirigentes de grandes empresas)
junto con sus profesionales a sueldo, y las élites de políticos
profesionales junto con los asesores económicos a su servicio. Estos
especialistas se pasan la vida moviéndose entre la actividad política
profesional, la administración pública, los negocios privados, los
contactos con los creadores de riqueza y las redes personales de
intercambio de iniciativas. Ello requiere a veces pluriempleo,
indemnizaciones, y pensiones especiales, pues su trabajo es más complejo
y trascendente que el de otras profesiones. No es gratuito que repitan
con frecuencia la palabra “complicado”: “la situación económica es
complicada”, “es complicado alcanzar el límite del déficit”, “la
decisión es complicada pero necesaria” (Valverde 2014). Ello obedece a
una realidad objetiva. El ciudadano corriente debería dejar tales
decisiones complejas a los que realmente saben. Y lo fundamental es que
tales decisiones económicas importantes se lleven a cabo, más que los
métodos utilizados para hacerlo, que son un tanto secundarios.
8. Los triunfadores deben ser honrados por las multitudes de fracasados
La
desregulación de los movimientos globales de capital ha sido necesaria
para que los propietarios más exitosos y prósperos puedan moverse
libremente y crear nueva riqueza, mientras que los no propietarios
carecen de esa movilidad, lo cual les coloca en una capacidad de
negociación casi nula frente a los primeros. Sin embargo, esta falta de
movilidad del no propietario deriva de un fracaso previo: el de no haber
sido capaz de volverse propietario. Es natural que en tal situación se
empobrezcan relativamente frente a los propietarios, pero el mercado no
puede ni debe entrar en ello. Hacerlo sería entrar en un sentimentalismo
contrario al bien común. La desregulación de los capitales ha
posibilitado también que los ricos puedan dejar de pagar impuestos, al
contrario que los trabajadores, pero ello les facilita la acumulación de
excedentes que son necesarios para la creación de riqueza.
Es
humillante saber que uno es un fracasado, puesto que no es un
propietario acaudalado, pero este sentimiento es merecido y bueno para
el bien común. Uno debería sentir vergüenza de ser un vulgar fontanero,
obrero del campo, mecánico, o incluso un simple ingeniero o científico,
en lugar de un empresario acaudalado. Es cierto que aquellos sostienen
el funcionamiento de la sociedad, pero lo hacen de un modo mecánico y
porque no tienen elección, como las hormigas de un hormiguero, mientras
que los empresarios triunfadores lo hacen activa y creativamente,
arriesgándose y ejerciendo su libertad; y su mayor talento, diligencia y
persistencia redunda en mayores beneficios para todos y en una justa
recompensa para ellos. Los puestos de trabajo, la eficiencia y el
progreso social se los debemos a ellos, y por ello, debemos agradecerles
que se enriquezcan.
Entre
sus legítimas recompensas está la de poderse aislar de los perdedores.
Las familias acomodadas han empezado a invertir una parte creciente de
sus ingresos en los gastos que les supone vivir apartados
geográficamente y también socialmente de la gente corriente y de los
pobres (Bauman 2013, p. 20). Crecientemente, los ricos viven en
comunidades amuralladas, envían a sus hijos a escuelas caras, pagan a
una asistencia médica privada de primera, y su residencia es
circunstancial dado que su patria es su patrimonio; mientras que el
resto vive en un mundo inseguro, muy marcado por el lugar de residencia y
tiene, en el mejor de los casos, acceso a una educación mediocre y a
una asistencia sanitaria dosificada. Sería ingenuo negar este contraste,
pero es el precio que debemos pagar en aras del progreso. Si la
endogamia dentro de las clases altas condujera en el largo plazo a una
especie diferente, habría que alegrarse, pues ello sería consecuencia de
la selección natural de los mejores.
9. La cooperación, la generosidad y lo comunitario son zarandajas
La
cooperación, la reciprocidad, la confianza mutua, el reconocimiento y
la generosidad son mecanismos necesarios para que las mujeres cuiden
gratis de sus hijos y familiares dependientes, pero es antieconómico que
salgan de la propia familia, pues sólo conducen a sociedades
ineficientes, como Cuba o las antiguas sociedades recolectoras. La
competencia y el enriquecimiento fomentados por la codicia son
mecanismos más eficaces para hacer crecer el pastel de la producción y
el consumo, aunque éste sea desigual.
Decía el académico Noam Chomsky en una entrevista (xv):
“La búsqueda del beneficio es una enfermedad de nuestras sociedades,
respaldada por estructuras específicas. En una sociedad decente, ética,
la preocupación por los beneficios sería marginal. Tomemos mi
departamento universitario [en el Instituto de Tecnología de
Massachusetts]: algunos científicos trabajan duro para ganar mucho
dinero, pero se les considera un poco como marginales, gente perturbada,
casos casi patológicos. El espíritu de la comunidad académica es más
bien el de tratar de hacer descubrimientos, tanto por interés
intelectual como por el bien de todos”. Para el neoliberalismo esta
actitud es ridícula y está fuera del mundo, pues como decía Milton
Friedman: “hacer beneficios es la esencia misma de la democracia”. El
que dentro de grupos sociales otrora prestigiosos como el de los
científicos y académicos haya individuos que pretendan guiarse por el
altruismo y el bien común puede ser interpretado como un patético
consuelo de perdedores que, pese a poseer cierta inteligencia abstracta,
no han podido llegar a millonarios.
Para
Chomsky (2007), como para otros izquierdistas, las grandes empresas son
“instituciones tiránicas, casi instituciones totalitarias. No tienen
que rendir cuentas al público, ni a la sociedad; actúan como
depredadores en las que las otras compañías son las presas”. Y para
defenderse, las personas tendrían supuestamente que recurrir al Estado.
Aunque esto no sería un escudo muy eficaz, ya que generalmente los
estados están íntimamente relacionados con las grandes empresas. Los
izquierdistas ven una diferencia significativa entre estados y empresas:
mientras que, por ejemplo, General Electric no tiene ninguna cuenta que
rendir a la sociedad, el Estado tiene ocasionalmente que explicarse con
la población. Por ello, ven en el estado un mal menor inevitable hasta
que la democracia se amplíe hasta el punto de que la gente controle los
medios de producción y de cambio, y participe en la operación y
administración del marco en el que viven. A partir de ese momento,
dicen, el estado podrá ser reemplazado por asociaciones voluntarias
situadas en el lugar de trabajo y en los barrios.
Es
casi superfluo decir que para la ciencia económica relevante, la
neoliberal, todo este planteamiento es un sinsentido. Para empezar, las
grandes empresas son la cristalización final de lo que la sociedad ha
valorado y buscado con mayor ahínco: la producción a gran escala, el
sometimiento de la naturaleza salvaje a la voluntad humana mediante la
técnica, y la realización del consumo de masas. Esos objetivos han sido
realizados con la máxima eficiencia a través de la iniciativa privada, y
la monopolización de los mercados por estos triunfadores que son las
grandes empresas y sus propietarios son la justa recompensa de esa
iniciativa exitosa. El estado es necesario para proteger esa iniciativa
privada, percibe con agrado la concentración de las empresas en unos
pocos oligopolios, e incluso fomenta los beneficios de estos oligopolios
porque ello facilita la recolección de rentas abundantes, seguras y
predecibles. Pero su papel debe ser únicamente garantizar el marco legal
favorable al capitalismo y al orden social. El estado mínimo es el
estado ideal, pues permite una máxima autonomía a las empresas. No
importa que las empresas sean oligopólicas y puedan absorber a otras más
pequeñas, influir sobre los precios, o presionar a la baja los
salarios, ya dijimos que ello es una recompensa legítima que la sociedad
ha querido darles; y si los salarios bajan es porque lo que los
trabajadores dan a la sociedad no está a la altura de lo que cobran. Las
grandes inversiones económicas del estado suponen una perturbación
nociva de los equilibrios de mercado y son contraproducentes, aunque
hayan conducido en la práctica a tecnologías nuevas como el ferrocarril,
el tráfico rodado, Internet, o las redes de satélite. El descubrimiento
de tales innovaciones tecnológicas debería haberse dejado a las
empresas. Así que el deseo de algunos izquierdistas de que desaparezca
el estado es correcto pero la gestión de los asuntos sociales deberá
quedar entonces en manos de los mejores, esto es de los triunfadores y
sus empresas, no como ellos pretenden, en manos de una peligrosa
muchedumbre de perdedores resentidos de su propia inferioridad.
En
cuanto al anarquismo comunista y anarco-sindicalista es una tontería
sin fundamento pues en toda supuesta acción solidaria subyace siempre
una desconfianza básica hacia las otras personas, que deberíamos
entrenarnos en detectar, aunque no la percibamos de forma inmediata. El
único anarquismo racional es por tanto el anarco-capitalismo, el único
acorde con la naturaleza humana, que es esencialmente egoísta y
competitiva.
Y
no hablemos ya de la delirante opinión de Proudhon, según la cual “la
propiedad es un robo”. Todo lo contrario, la democracia es el sistema
más extendido actualmente porque existe una mayoría poco productiva que
tiene la capacidad y el deseo de robar e imponer sus regulaciones a la
minoría más productiva. Cierto que el hijo de Rockefeller hereda una
propiedad de 1 billón de dólares, mientras que el hijo de un paria no
hereda nada; pero ello deriva del ejercicio de la libertad por parte de
sus padre, uno de los cuales fue mucho más productivo que el otro (xvi).
El
neoliberalismo aboga por dar la mínima libertad al estado y la máxima
libertad a los agentes que intervienen en la actividad económica. Podría
alegarse que el hijo de Rockefeller tiene mucha libertad mientras que
el hijo de un paria no tiene casi ninguna, y que ello requiere la
imposición estatal de una “igualdad de oportunidades”. Sin embargo, la
igualdad de oportunidades violaría los derechos de los individuos. Como
sagazmente advierte Nozick: “Hay dos caminos para intentar proporcionar
esta igualdad: empeorar directamente la situación de los más favorecidos
por la oportunidad o mejorar la situación de los menos favorecidos. La
última necesita del uso de recursos y así presupone también empeorar la
situación de algunos: aquellos a quienes se quitan pertenencias para
mejorar la situación de otros. Pero las pertenencias sobre las cuales
estas personas tienen derechos no se pueden tomar, aun cuando sea para
proporcionar igualdad de oportunidades para otros. A falta de varitas
mágicas, el medio que queda hacia la igualdad de oportunidades es
convencer a las personas para que cada una decida destinar algunas de
sus pertenencias para lograrlo” (xvii).
Vemos pues que la racionalidad nos impide poder resolver este problema,
y sólo nos queda como posibilidad la iniciativa de aquellos individuos
que decidan invertir parte de sus propiedades en caridad, cualesquiera
que fueren sus motivos.
Esta
desigualdad de partida puede provocar que los presidentes de los fondos
de capital riesgo procedan principalmente de familias de millonarios y,
quizás en menor medida, de habitantes de favelas y barrios parias. Sin
embargo, incluso si así fuera, tal desigualdad enriquece las
posibilidades de negociación que tiene el mercado y redunda finalmente
en un beneficio para todos, mayor que el que tendríamos si el estado
hubiera intervenido para alterar la libertad de los individuos y la
fructífera diversidad del mercado. Los parias y “favelados” deberían
agradecer la prosperidad general que surge de la desigualdad, pues crea
oportunidades hasta para ellos. Por ejemplo, les permite recoger comida
con la que alimentarse de los abundantes contenedores de basura de los
barrios ricos.
El
excelente rendimiento de la Universidad de Harvard ilustra muy bien los
beneficios que se derivan de una concepción un poco más amplia de la
“igualdad de oportunidades”. Debido al elevado precio de la
matriculación, el ingreso promedio de los padres de los estudiantes de
Harvard es aproximadamente de 450.000 dólares, que corresponde a la
renta media del 2 por ciento superior de la jerarquía de la renta de
Estados Unidos
(xviii). Esto no es totalmente compatible con una idea
igualitarista-colectivista de la selección, pero la sociedad liberal
ofrece créditos a los estudiantes pobres para que todos puedan acceder
si lo quieren con la suficiente intensidad. Estos altos precios de
matrícula decididos por los propietarios de la universidad producen un
bien que no tendríamos bajo un sistema igualitarista ajeno a la libertad
de empresa: alimentan una independencia, una prosperidad y una energía
que hacen de esas universidades privadas americanas la envidia del
mundo. La producción científica de esas universidades es de alta calidad
y, además, procede casi en exclusiva de individuos que han aprendido de
sus familias (los anteriores triunfadores) la importancia de la
propiedad, de la libertad y de la no homogeneidad. Ello garantiza una
producción del máximo nivel científico y a la vez un tipo de ciencia que
no pone en duda los principios del liberalismo, garantizando así el
progreso y el bien general. Los trabajos en ciencia económica surgidos
de Harvard así lo atestiguan. Harvard es un ejemplo exitoso del modo
como todas las instituciones sociales deberían funcionar si se siguieran
las indicaciones de la ciencia neoliberal.
10. El propio carácter debe ser moldeado de acuerdo con los valores empresariales
Otra
de las grandes funciones que el neoliberalismo reserva para el estado
es la de fomentar, mediante técnicas de gobernación, de educación y de
información, sujetos racionales. Esto es, hombres aptos para dejarse
gobernar por su propio interés (Laval, 2012) no sólo en el terreno
económico sino en cualquier actividad social. Todo hombre nace con al
menos una propiedad, que es él mismo, y por tanto todos debemos
considerarnos propietarios y empresarios de nosotros mismos.
Si
sólo fuéramos sujetos con preferencias, seríamos algo así como
hipopótamos que nos relacionaríamos como meros mamíferos. Pero
afortunadamente, dentro de cada individuo hay, además de un sujeto de
preferencias, un sujeto calculador, que establece los costes y
beneficios de los caprichos, los deseos y las necesidades de relación
del sujeto de las preferencias. Ese sujeto calculador es la esencia de
la forma humana de ser. Las relaciones no salen gratis, esto lo sabe muy
bien el sujeto calculador, y cuando alguien conoce a otra persona, si
es un ser humano sano y racional, percibe de inmediato qué beneficio le
puede sacar al otro, aunque a veces lo haga de forma no consciente.
El
cálculo económico racional permea a los individuos verdaderamente
humanos y, en consecuencia, permea también a sus agregados que son las
instituciones sociales. Las sociedades que no han desarrollado el
individualismo, el cálculo económico y el interés se han ido
extinguiendo tras entrar en contacto con las sociedades que se guían por
tales valores, que son las verdaderamente humanas.
Una
vez las sociedades (los agregados de individuos) han incorporado tales
rasgos valiosos, pueden y deben alcanzar formas óptimas de
funcionamiento tal como la alcanzan los mercados. El impulso benefactor
hacia los demás no puede impedirse, pues surge espontáneamente del
hombre real, pero deberíamos acostumbrarnos a darle cauce sólo si tiene
además algún sentido económico, ofreciendo por ejemplo nuevas
oportunidades de negocio. En este sentido, personas como Dale Carnegie
(xix) (el famoso millonario americano) fueron adelantados a su tiempo
cuando propusieron técnicas concretas para ganar amigos e influir sobre
las personas, que a la vez aumentan las posibilidades personales de
éxito empresarial y de generación de ingresos.
La
libertad general incluye la libertad y el derecho de las empresas de
contratar sólo a aquellos trabajadores cuyos valores sean compatibles
con los de la propia empresa. Esta selección la hacían tradicionalmente
las empresas mediante entrevistas organizadas por su departamento de
selección de personal, pero actualmente se hace un seguimiento mucho más
preciso del candidato rastreando sus opiniones en redes sociales como
Facebook y Twitter. Lo racional, por tanto, es que los individuos vayan
moldeando su propio carácter para hacerlos coincidir con los valores de
las empresas. Estos valores son los mismos que tratan de fomentar los
programas de coaching
tanto en ejecutivos como en trabajadores en general: un buen
trabajador, esté en paro o en activo, no debe sentir nunca depresión o
ansiedad, pues ello es sinónimo de fracaso; por el contrario, debe
anteponer pensamientos positivos en cualquier situación. Si uno tiende a
ver situaciones cotidianas como el paro o la situación económica como
deprimentes, debe interrumpir inmediatamente esos pensamientos inútiles
diciéndose “stop” o pellizcándose, y luego argumentar contra los
pensamientos inútiles: “¿me sirve de algo lo que pienso?”, “¿es
realista?”. Finalmente, el pensamiento de que es una desgracia el que le
hayan echado a uno de la empresa por un ERE debe ser sustituido por
otros como: “cuando se cierra una puerta se abre una ventana”, “mi
futuro está en mis manos” y “toda crisis es una oportunidad” (xx).
La mentalidad valorada por las empresas es la del trabajador que está
abierto a cualquier cambio que el mercado pueda ofrecerle, que agradece
incluso las crisis personales, y que ante cualquier pensamiento
negativo, como un resentimiento hacia su jefe o un odio hacia esos
bancos que le han destrozado los sueños, responde: “¿Qué no puedo querer
a mi jefe ni a los bancos? ¡qué narices! ¡Claro que sí!”. Para estar
adaptado al mercado de trabajo y poder triunfar en la libre competencia
con otros trabajadores hay que moldear el carácter en tales direcciones.
Un individuo que no cultive estos valores empresariales carece de
futuro.
11. La inutilidad de lo público frente a la eficiencia empresarial
En
línea con los valores empresariales, pretendidos bienes sociales
heredados del pasado pero que no ofrecen ningún beneficio cuantificable
para el individuo deberían verse con sospecha y evitarse en lo posible.
Por ejemplo, ciertas disciplinas educativas humanistas como el latín o
la filosofía suponen un coste económico que hay que pagar con los
impuestos de todos los individuos sin ningún beneficio económico
tangible para nadie; los intercambios solidarios suponen una especie de
economía sumergida que compite deslealmente con la actividad económica
empresarial; los departamentos de cultura de los estados derrochan
dinero que el ciudadano podría utilizar en su propio beneficio; la
generosidad para con un indigente es una ayuda contraproducente pues
desanima a éste a acudir al mercado de trabajo para resolver sus
problemas, produciendo indirectamente un perjuicio general. Y hay
infinidad de ejemplos más.
Fig. Una inversión de rentabilidad más que dudosa según el neoliberalismo
Los
métodos empresariales deberían implantarse en todas las instituciones
sociales para evitar tales excesos. En esta línea, vemos con agrado que
la ciencia pública y el CSIC están dejando de utilizar estímulos
socialistas como la inversión pública en I+D y empiezan a usar estímulos
empresariales como la competición en pos de “la excelencia”. Este
hermoso concepto crea una saludable tensión interna entre los
profesionales, análoga a la que tenían los exitosos calvinistas
fundadores del capitalismo: “¿estaré entre los excelentes (o elegidos) o
seré un chiquilicuatre (un puto condenado)?” Y esa duda permanente
permite ahorrar millones en inversión pública, racionalizando la
producción.
La
utilidad permite por otra parte reinsertar productivamente actividades
que son ilegales, como el tráfico de drogas y la trata de blancas. Si
los beneficios de estas actividades se reinvierten en otras iniciativas
productivas, tienen al menos el atenuante de ser útiles económicamente y
como tales, es natural y racional recogerlas en el índice de generación
de riqueza, o PIB, del país.
La
sociedad es un conjunto de instituciones heredadas que guardan la
sabiduría del pasado pero que no están completamente racionalizadas.
Algunas instituciones heredadas son el producto beneficioso de millones
de contribuciones individuales, un ejemplo es la herencia familiar del
patrimonio, que es mejor no tocarla. Sin embargo, hay otras
instituciones culturales también heredadas como la solidaridad social y
la búsqueda del igualitarismo que deben considerarse “atavismos”, pues
se basan “en los instintos”, que como todo el mundo sabe son propios de
nuestra naturaleza inferior. Todos salvo uno, el egoísmo, que es propio
de la naturaleza humana más elevada. Puede parecer un poco complicado,
pero cuando uno se acostumbra a razonar guiado por Hayek y Friedman todo
esto se vuelve evidente por sí mismo.
12. No hay alternativa a la globalización neoliberal
El
mundo, al igual que sus sociedades, debe ser gobernado como una enorme
empresa. Para ello, se puede controlar hasta cierto punto el libre paso
de las personas por las fronteras porque las personas pueden ser
peligrosas; pero hay que dejar libertad completa a las mercancías y a
los capitales, que no tienen ningún peligro como todo el mundo sabe. Los
aparatos estatales no deberían interferir en estos flujos, y es
improbable que lo hagan pues el endeudamiento generalizado a que han
sido llevados casi todos ellos les hace enormemente dependientes de los
préstamos y las inversiones de los grandes capitalistas y bancos y de
los organismos internacionales que regulan esos flujos (Fondo Monetario
Internacional, Banco Mundial, Banco Central Europeo, Organización
Mundial del Comercio). El papel de los estados debe ser únicamente el de
atraer a los inversores internacionales ofreciéndoles mejores
condiciones para su actividad y mayores posibilidades de beneficio. De
este modo, todo el mundo que lo merezca acabará beneficiándose.
No
hay alternativa a esta integración económica, que es apoyada por los
líderes económicos mundiales del Foro Económico Mundial (o foro de
Davos), y por los grandes inversores, los bancos y los fondos de
pensiones.
Es
cierto que el 57% de la población mundial vive con menos de 6 dólares
al día, y de que más de mil millones viven con menos de un dólar. Pero
sin la expansión libre del capital y el comercio probablemente esa gente
no habría tenido la posibilidad de estar siquiera viva, aunque sea
reciclando basura, hurgando en las montañas de chatarra electrónica que
exporta occidente, y trabajando en minas de minerales para la
exportación. Gracias a que el capital busca el máximo retorno, permite
que el máximo posible de personas, necesarias para su gran actividad
empresarial, puedan vivir.
Es
cierto también que hay un foro alternativo llamado Foro social mundial,
o foro de Porto Alegre, que busca una integración diferente entre
pueblos, pero se basa en expectativas idealistas de grupos sin poder
social, y no en mecanismos eficaces de mercado. Tales iniciativas no
merecen la denominación de globalización, pues están destinadas a
desaparecer junto con las demás irracionalidades del pasado. Más aún,
tales movimientos alternativos, como cualquier obstáculo que se oponga a
la movilidad global de los capitales y de las grandes empresas, deben
ser barridos en aras de la racionalidad económica. Los altermundistas no
lo entienden porque sufren “un error de racionalidad”, como diría
Friedrich Hayek (xxi). Falta de racionalidad que les lleva a proponer medidas tan ridículamente anti-sistema como las siguientes (http://tarcoteca.blogspot.co.uk/2015/01/soberania-economica-dejar-de-usar.html?m=1 ):
-
“No usar bancos, usar servicios alternativos, dinero en efectivo,
cuentas a 0, servicios de pago electrónico, divisas sociales
- No usar divisas estatales, usar moneda social, criptodivisas, dinero natural como el oro
- No usar financiación bancaria, usar micromecenazgo/ crowfounding/ suscripciones/ donativos
- No usar servicios corporativos, usar servicios públicos, socializados o alternativos
- No consumir bienes corporativos, consumir servicios y productos sociales
- No organizarse en sus asociaciones capitalistas, organizarse en asociaciones independientes
- No trabajar en sus empresas, participar en cooperativas
-
No participar en sus partidos políticos, usar las organizaciones
locales y de base como sindicatos, juntas vecinales y concejos
horizontales”.
¿Quién
podría creer que los individuos, que son esencialmente egoístas y
maximizadores de sus intereses, podrían optar colectivamente alguna vez
por esta clase de iniciativas contrarias a la racionalidad individual?
¿hay acaso acontecimientos históricos que nos digan que esto pueda
llegar a pasar?
El
altermundismo podría ocasionar grandes perjuicios al progreso del
mundo libre y su economía, que es la culminación de la Historia, si no
fuera porque todos los pueblos de la tierra se están convenciendo,
gracias a Hayek, Friedman y a la política exterior de EEUU, de que la
racionalidad económica y el neoliberalismo es lo que les conviene a
todos y el único futuro posible. Una ciencia positiva es por definición
un conjunto de conocimientos que puede ser aceptado por cualquier ser
humano razonable independientemente de su nacionalidad o de su clase
social. ¿Acaso la economía neoliberal no podría ser aceptada con el
mismo entusiasmo por el hijo de Rockefeller como por el habitante de una
favela? Sin duda las naciones continuarán financiando a EEUU para que
siga liderando la implementación de un sistema completamente racional a
escala global. Y las masas seguirán apoyando a sus élites, los políticos
profesionales y los poderes económicos, por ser quienes mejor han
entendido la importancia de la libertad y quienes mejor la aplican
prácticamente en la vida real.
13. El supuesto problema del cambio climático y del medio ambiente
Los mismos Think Tanks que promovieron la
difusión de las ideas de Hayek y Friedman están ahora imponiendo un
poco de racionalidad en la cuestión climática. No podemos ahogar una
economía que funciona y da beneficios en aras de suposiciones inciertas.
El día que el cambio climático haga bajar los beneficios de ciertas
explotaciones agrícolas los agentes económicos invertirán en otra cosa.
Es el mismo criterio que se debe aplicar a las pesquerías o a la
explotación de los bosques. En su momento, el mercado sabrá decirnos por
qué otros activos habrá que sustituir los cereales poco adaptados, las
pesquerías poco resistentes y los antiguos bosques. El intervencionismo
fundado en especulaciones biológicas o geofísicas será siempre más
ineficiente que las señales enviadas por los precios en favor de la
sustitución de algunos recursos difícilmente explotables por otros. Por
tanto, los recursos nunca han sido un problema y nunca lo serán.
La
economía es una ciencia que se aplica a cualquier relación entre
individuos, por tanto el mercado funcionaría igual de bien en una
situación donde el capital natural haya sido sustituido por capital
artificial (maquinaria y equipos), una nave espacial por ejemplo.
Sorprende que la NASA no se haya enterado aún de la conversión de la
economía en una ciencia positiva, gracias al neoliberalismo, y los
astronautas de la Estación Espacial Internacional sigan siendo físicos,
ingenieros y biólogos. Para que esa empresa satélite funcione
óptimamente debería estar constituida por inversores, economistas,
consejeros de Goldman Sachs y asalariados con plena flexibilidad
laboral. El libre mercado debería ser suficiente para el suministro de
oxígeno, agua y comida dentro de la estación, sin planificaciones
colectivistas, para lo cual es fundamental estimular el egoísmo
individual de cada astronauta.
La
desaparición de los ecosistemas en la Tierra nunca será un problema
pues el mercado es la herramienta óptima para la satisfacción de las
demandas humanas. Es cierto que van desapareciendo los ecosistemas, pero
el mercado y la demanda los van sustituyendo por hábitats artificiales.
Puede que los materiales y los combustibles vayan menguando en el
futuro pero el mercado los sustituirá por la desmaterialización, primero
de los bienes consumidos y después de los propios humanos. Y como el
deseo de todo humano es ser inmortal, el mercado atenderá
progresivamente esta demanda a medida que su precio suba lo suficiente. A
largo plazo, es racional esperar que los humanos, si no todos al menos
los propietarios, se extenderán por todo el universo explotando sus
posibilidades comerciales. Probablemente, en forma de seres inmortales
no materiales, que competirán entre ellos por crear nuevos universos
donde poder expandir sus posibilidades de beneficio.
Cuando,
agobiado por la prosaica realidad, uno se sumerge durante días en la
lectura de la obra de Hayek y percibe la pureza de su lógica, si lo hace
con la suficiente concentración alcanza uno un estado como de
exaltación mental, diría incluso que de embriaguez, que le permite
entender muchas cosas. En mi juventud yo era un ingenuo izquierdista y
en mi madurez fui un pardillo físico que creía en la importancia de las
ciencias experimentales, con sus validaciones y sus leyes de
conservación. Ahora la luz de Hayek y Friedman me ha abierto los ojos. Y
espero que a todos ustedes también.
Notas
i)
Carles Foguet en Agenda Pública, 12/04/2013,
http://www.eldiario.es/agendapublica/blog/peor-legado-Margaret-thatcher_6_121147897.html)
ii) José Vergara Estevez (2005), La Concepción de Hayek del estado de derecho y la crítica de Hinkelammert, Polis 10, p. 2-12.
iii) Hayek, Friedrich, Camino de servidumbre, Ed. Alianza, Madrid, 1976.
iv) Citado en: José Vergara Estevez (2005), p. 8.
v) http://www.rankia.com/blog/comstar/565388-neoliberalismo-intervencionismo-mercados-favor-oligopolios
vi) Daniel Schaffer, en: Financial Times 09/06/2014, Los salarios de la banca en EEUU superan a Europa, http://www.expansion.com/2014/06/09/empresas/banca/1402340035.html .
vii) Clara Valverde, No nos lo creemos, Icaria 2013.
viii) Bauman Z., 2014, La riqueza d’uns quants beneficia a tothom? Arcàdia, Barcelona.
ix) Véase http://www.elblogsalmon.com/empresas/las-25-empresas-del-mundo-con-mas-beneficios-infografia y http://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Pa%C3%ADses_por_Presupuesto_p%C3%BAblico y
x) Hayek F. (1960), Los fundamentos de la Libertad, Unión Editorial, Madrid.
xi) Véase el blog “El diario de Chemazdamundi” del 7 de septiembre de 2010 (https://chemazdamundi.wordpress.com/2010/09/07/falacias-economicas-iii-la-importancia-del-lenguaje-matematico-en-la-formulacion-cientifica-economica-la-paradoja-de-auiles-y-la-tortuga-y-la-escuela-de-austria-contrastada-pseudociencia-en-econ/ )
xii) Citado en: José Vergara Estevez (2005), p. 5.
xiii) Friedman M., Teoría de los precios. Alianza editorial, Madrid, 1976.
xiv) Hayek, citado por Denis Boneau en http://www.voltairenet.org/article123311.html
xv) Noam Chomsky, Le lavage de cerveaux en liberté, Le Monde Diplomatique, agosto 2007, http://chomsky.fr/entretiens/20070805.html
xvi)
García-Olivares, A.2014. Liberalismo y Herencia de la Propiedad: La
Reproducción de la Desigualdad y Su Solución Democrática,
Intersticios-Revista Sociológica de Pensamiento Crítico, Vol. 8 (1), p.
19-26. http://www.intersticios.es/article/view/12150/8598
xvii) Nozick, R. (1988), Anarquía, Estado y Utopía, FCE, Mexico, pag. 231.
xviii) Piketty, El Capital en el Siglo XXI.
xix) Carnegie D. Como ganar amigos e influir sobre las personas (62ª edición). Elipse, 2008.
xx) Clara Valverde, No nos lo creemos. Icaria, Barcelona, 2013. Pag. 36-37.
xxi) C. Laval, Pensar el Neoliberalismo, en Pensar desde la Izquierda, Errata Naturae 2012
Muy interesante, muchas gracias.
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