Luis
González Reyes, Ecologistas en Acción [1]
La
profunda crisis actual no es solo del capitalismo sino también de
las principales teorías que lo han sostenido, las liberales y las
keynesianas, pues ambas se basan en recuperar el crecimiento como si
no existiesen límites físicos en el planeta. Aunque
tradicionalmente la caída de una hegemonía mundial, en la
actualidad la de EE UU, es sustituida por otra, en esta ocasión
China no va a poder alcanzar dicha hegemonía. Y el motivo principal
es que no van a quedar recursos baratos para poder sostener ninguna
otra potencia hegemónica.
La
hegemonía estadounidense hace aguas por varias razones: i) pérdida
de legitimidad a nivel internacional; ii) erosión de elementos
claves de su potencia económica; iii) incapacidad de controlar el
suministro mundial del petróleo y, mucho menos, de contener el alza
de su precio; y iv) límites cada vez más claros a su fortaleza
militar. Hablar de la crisis de la hegemonía estadounidense es, en
realidad, hablar de la crisis del capitalismo global. Por falta de
espacio, en este artículo abordamos solo el segundo aspecto.
El
crecimiento económico, allí donde se ha producido durante la Gran
Recesión, es inestable, ya que se basa en el apoyo de los Gobiernos
(coyuntural y en las mismas líneas productivas que generaron la
crisis) y en la inmensa inyección monetaria de los bancos centrales.
Un indicador claro de esta debilidad es que sigue sin fluir el
crédito hacia la economía productiva y, sin crédito, esta no puede
funcionar. Y sin economía productiva que crezca no hay sistema
capitalista que se sostenga. La falta de crédito muestra la
debilidad, cuando no la inexistencia, de una recuperación real, pues
no hay confianza en que la economía productiva vuelva a crecer. Es
más, la desconfianza está también en las capacidades del sector
financiero, no en vano está lejos de haber saneado sus tóxicos
balances. En realidad, la inmensa inyección de liquidez barata y la
creación de “bancos malos” han evitado que el precio de los
activos sobrevalorados bajen lo que debieran y, por lo tanto, siguen
las bases de esta crisis.
Un
petróleo en cantidad decreciente, cada vez más caro
Las
medidas anticrisis están profundizándola más que ayudando a
solventarla. Por una parte, porque el aumento de la masa monetaria
puede terminar produciendo una importante inflación. Un segundo
factor que empujaría la inflación sería el alza del precio del
petróleo como consecuencia de su disponibilidad decreciente [2].
Además, hoy en día los bancos centrales tienen cada vez menos
control de la masa monetaria (que en gran parte es creada por la
banca privada al dar créditos) y, por lo tanto, son menos capaces de
regular la inflación. Si hasta ahora no se ha producido esta
inflación (es más, se está rozando la deflación en algunos
momentos y territorios) es debido a la bajada del consumo por la
crisis. Si la actividad económica se recupera, el aumento del
consumo de petróleo disparará su precio y la gran liquidez
existente espoleará también la inflación, de forma que se cercene
una posible recuperación de la economía capitalista.
La
gran liquidez también puede estar generando la creación, y
posterior explosión, de nuevas burbujas financieras. Este es un
fenómeno que podría estar gestándose ya, pues hay una gran
cantidad de dinero moviéndose en busca de inversiones que se está
colocando (acciones, deuda pública, materias primas) sin considerar
mucho la fiabilidad del negocio.
Esta
inmensa creación de dinero terminó por meter en una trampa a la
Reserva Federal (y al resto de bancos centrales). Si mantiene la
barra libre monetaria, continuará alentando una nueva burbuja
financiera y un proceso inflacionario. Pero la retirada de la
quantitative easing, puede asfixiar la débil recuperación. De
hecho, este tipo de políticas ya las intentó Japón en la década
de 1990 (aunque menos agresivas) con pobres resultados, sobre todo en
el plano productivo. Además, con los tipos de interés por los
suelos (tan por los suelos que en realidad son negativos si se
descuenta la inflación) y subastas de liquidez astronómicas, las
capacidades de los bancos centrales para impulsar la economía son
cada vez menores.
Además
de la falta de salida real de la crisis, el primer problema que
afronta EE UU para el sostenimiento de su hegemonía son los déficits
gemelos que arrastra: el de cuenta corriente (exportaciones menos
importaciones) y el público (ingresos menos gastos de las
administraciones). Sin embargo, la deuda de EE UU no es solo ni
fundamentalmente pública, sino que el mayor monto es privado y en
concreto corresponde a las instituciones financieras. Para enjugar
estas balanzas negativas, que le hacen ser el principal deudor del
mundo, EE UU cuenta con ser el primer atractor de capitales a nivel
internacional. Esto lo hace a través de Wall Street (inversiones en
deuda, acciones, derivados). Pero, desde el inicio de la Gran
Recesión, no consigue atraer el nivel de capital necesario para
mantener el ritmo pre-2008 de inversión en su sector privado.
Además, si EE UU optase por reducir el déficit público mediante un
recorte en los gastos militares, minaría su principal ventaja a
nivel mundial.
Es
importante señalar que el funcionamiento de la economía mundial
depende de algo difícilmente sostenible: los déficits de EE UU. Si
se reduce el déficit estadounidense mediante un recorte en el
consumo, las fábricas del mundo, entre ellas las chinas, no
encontrarían mercado para su ingente producción. Esto explica en
parte que China sea el mayor acreedor del país norteamericano.
El
dólar se debilita
La
pérdida paulatina de presencia internacional del dólar es otro
importante problema para EE UU por las ventajas que esto le reporta:
i) El hecho de que sea la principal divisa le permite pagar la deuda
en su propia moneda. En parte creándola. ii) Mientras que el grueso
del comercio del mundo se realice en dólares, será la divisa que
los bancos acumularán como reserva para poder llevarlo a cabo y los
bancos centrales no solamente compran dólares para las transacciones
internacionales, sino que también adquieren los bonos del Estado que
los emite. iii) Mientras el resto de países se ven obligados a
controlar el déficit comercial para no enfrentarse a un colapso
monetario, EE UU puede escapar de esto gracias a que el resto del
mundo sostendrá la cotización del dólar para tener capacidad de
compra en los mercados y no perder sus reservas. iv) El dólar genera
los mayores derechos de señoreaje [3]
al ser la moneda de referencia y mundial.
El
dólar se debilita por diversas razones. Por un lado, el
sostenimiento del déficit actual mina su credibilidad. Además, la
gigantesca emisión que está realizando la Reserva Federal limita su
posición como moneda de reserva mundial. Aunque esto se ve
enmascarado por el efecto refugio que todavía supone en tiempos
turbulentos y porque el resto de bancos centrales, sobre todo los de
la UE, Reino Unido y Japón, están tomando medidas similares. Su
fortaleza se debe más a la debilidad de sus competidores (euro, yen)
y a que el renminbi (moneda de la RP de China, o yuan) no es
totalmente convertible en los mercados internacionales.
La decisión
de en qué momento cae el dólar en gran parte está en manos de
China, que posee las mayores reservas, y esta decisión poco a poco
va avanzando. Así, China está presionando para el uso a nivel
internacional de una canasta de monedas y no dólares exclusivamente.
Y esto está siendo más que una presión, pues importantes países
están dejando de usar dólares para su comercio bilateral (en muchos
casos de la principal mercancía que se comercia en el mundo, el
petróleo). El punto de inflexión puede ser si Arabia Saudí (e
Irak) dejan de vender su petróleo en dólares.
Sin
embargo, hay problemas que podrían ser más estructurales que los
déficits gemelos y la caída del dólar, y afectan al conjunto del
sistema capitalista. La recuperación de las tasas de beneficios
gracias a las políticas neoliberales (rebaja salarial, apertura de
nuevos mercados a nivel territorial y de ámbitos de la vida, y
financiarización de la economía) se hizo mayoritariamente sobre la
base de una nueva fase de apropiación por desposesión, no por la
creación de nueva riqueza. De este modo, elementos básicos de la
crisis de los setenta (exceso de producción y de capital) siguen
presentes. De hecho, el problema se ha agravado ya que, desde
entonces, se ha producido un excedente de capital cada vez mayor que
tiene problemas para colocarse. Y esto a pesar de la inmensa cantidad
invertida en China. En el fondo, los beneficios no se recuperan
porque la productividad ha ido aumentando cada vez menos. Y esta
productividad no se va a volver a recuperar, fundamentalmente, porque
su base era un petróleo abundante, barato y de gran calidad, que ya
no existe.
A
esto hay que añadir que una de las principales estrategias para la
recuperación de beneficios ha sido la rebaja de las condiciones
laborales mediante las deslocalizaciones y la mecanización. Sin
embargo, ambos aspectos pueden estar encontrando sus límites. Por
una parte, las deslocalizaciones en China hacia el interior o hacia
otros países como Camboya ya no están suponiendo una gran ventaja
para el capital y en algunos casos la opción está siendo incluso
relocalizar las empresas en el Centro de nuevo. Por otra, la crisis
energética va a hacer que la mecanización no sea una alternativa
económicamente viable.
Aparecen
los límites físicos del planeta
Además,
la economía en las regiones centrales fue apoyándose cada vez más
en el consumismo [4].
Así, la destrucción del poder adquisitivo de la clase trabajadora,
sobre todo de las clases medias de EE UU y la UE, supuso profundizar
en la crisis capitalista, ya que disminuyó la capacidad de compra.
El intento de compensar esto mediante la ampliación de los mercados
(por ejemplo con el capitalismo inclusivo [5]),
el crédito al consumo y la creación de crecientes burbujas
especulativas, a la postre también fue llegando a su fin, sobre todo
por los límites de recursos del planeta y por el tamaño
(ingobernable) de la deuda. Además, las clases trabajadoras solo han
conseguido aumentar su nivel adquisitivo en el capitalismo tras
amplios periodos de fuertes luchas sociales, coyuntura que ahora no
se produce.
En
la misma línea, se está llevando a cabo un ataque a la base de la
estructura productiva del propio capitalismo global, al universo de
pequeñas y medianas empresas que sirven de zócalo sobre el que
operan los grandes actores empresariales y financieros
transnacionales.
Otro
problema de fondo es que, como dice José Manuel Naredo, “se estaba
cayendo en el error de confundir la vara de medir la riqueza (es
decir, el dinero como pasivo financiero) con la riqueza material y,
de esta manera, la expansión de la deuda con el crecimiento de la
riqueza”. Es decir, que lo que creció en los años de la
exuberancia financiera fue la deuda, no la riqueza. Así se ha
alimentado una gran burbuja de deuda mayor que la que estalló en la
crisis de 1929. El capitalismo necesita de la creación de deudas
para funcionar, pero no hay margen para un incremento creíble de las
deudas familiares ni empresariales mientras estas no se saneen. Por
lo tanto, en la medida que no se hagan fuertes quitas, pues la deuda
es impagable, no habrá recuperación real posible. Pero el
saneamiento de esa deuda implica una crisis de amplio calado, mayor
de la que estalló en 2007.
Finalmente,
la crisis no es solo del capitalismo, sino también de las
principales teorías que lo han sostenido, las liberales y las
keynesianas, pues ambas se basan en medidas para recuperar el
crecimiento como si no existiesen límites físicos en el planeta. Ni
las inversiones públicas masivas, ni la libertad de movimiento de
capitales responden a los verdaderos problemas del capitalismo
fosilista del siglo XXI.
Imposibilidad
de China de alcanzar la hegemonía
China
se ha convertido en un serio aspirante a la hegemonía mundial, sin
embargo se enfrenta a serios límites, algunos infranqueables, para
conseguirlo. En primer lugar, es el epicentro mundial de los
conflictos laborales. Una parte importante de ellos están resultado
exitosos, con alzas salariales generalizadas y nuevas normativas. La
respuesta principal del empresariado está siendo la deslocalización
de sus fábricas hacia otros países del sudeste de Asia o hacia las
provincias del centro y oeste de la propia China. Sin embargo, esta
estrategia implica más capacidad de resistencia. Allí no hay
trabajo migrante, sino autóctono y esto hace que el poder de
sometimiento del hukou (pérdida de derechos para las personas no
empadronadas) no exista.
Además, al no ser migrantes, la población
probablemente intente mejorar sus condiciones de vida y no solo los
salarios, abriendo nuevos frentes de conflicto. Y todo esto en un
entorno con el que las/os trabajadoras/es tendrán más lazos
sociales, lo que puede fortalecer las luchas. La segunda de las
respuestas está siendo la mecanización. Una estrategia que, en un
mundo de energía cada vez más cara, va a resultar progresivamente
menos factible. Esta es una fuerte debilidad para China, ya que la
mano de obra barata está en el centro de su éxito competitivo.
Además
del movimiento obrero, los movimientos ecologistas y campesinos
probablemente son los que están creciendo más rápido en China [6].
Aunque es cierto que se enfrentan a una opinión mayoritaria marcada
por el mito del progreso, estas movilizaciones también están
significando un impedimento para la reproducción del capital.
Una
tercera línea de resistencias parte del hecho de que las
desigualdades en China han aumentado mucho durante los años de
desarrollo económico. El país ha pasado de ser, al finalizar el
periodo maoísta, una sociedad con un alto igualitarismo en la
distribución de la renta, a ser un Estado con mayor desigualdad que
EE UU. El último de los elementos de desestabilización social es la
petición de democratización de la sociedad.
Para
mantener la paz social, los imaginarios sociales que está
desplegando el Partido Comunista Chino serán insuficientes si China
no sostiene un fuerte crecimiento económico que le permita absorber
la fuerza de trabajo desplazada de su antiguo aparato productivo y
administrativo. Esto implica no bajar de un aumento del PIB anual del
6-8%, un límite en el que ya está la economía asiática desde el
inicio de la Gran Recesión y que será imposible de mantener
conforme avance la Crisis Global y el conflicto social.
En
el plano estrictamente económico, un primer problema para la
potencia asiática es su enorme excedente comercial que impulsa al
alza la cotización del renminbi, lo que fuerza al Gobierno a tomar
medidas para depreciarlo y sostener la competitividad de la
industria: i) Ha comprado a gran escala activos en dólares
(sosteniendo la cotización del billete verde).
Como consecuencia de
ello, China atesora una gran cantidad de deuda y dólares
estadounidenses que se han convertido también en un problema, pues
no puede romper la hegemonía del dólar sin depreciar con ello una
parte importante de su riqueza. ii) Ha creado enormes cantidades de
renminbi que usa en inversiones públicas. Esto ha generado un
abaratamiento del crédito que se está usando para comprar tierras,
casas, acciones y otros tipos de activos financieros, lo que ha
generado importantes burbujas de precios, las cuales han contribuido
a disparar préstamos y gastos. En concreto, actualmente está
empezando a reventar la burbuja inmobiliaria. Como consecuencia de
este crédito fácil, también hay señales que apuntan hacia un
exceso de capacidad en la industria y las infraestructuras.
Por
otra parte, hay indicios del surgimiento de un sistema bancario en la
sombra, que es mucho más difícil de controlar (y de recapitalizar
llegado el caso) que el convencional. Aunque el Estado mantiene el
control del crédito, se ha gestado un enorme mercado de préstanos
clandestinos. Además, los estímulos anticrisis y el crecimiento del
mercado financiero en la sombra están impulsando la inflación.
Los
límites energéticos frenarán la hegemonía China
Sin
embargo, estos no son los principales problemas que enfrenta la
economía china. El origen de su éxito ha sido su capacidad
exportadora, pero ya hemos visto como esta tiene serios problemas
para sostenerse. Pasar de un modelo exportador a otro basado en el
consumo interno requeriría la creación de una potente clase media.
Pero, a pesar de los avances consumistas de los últimos años, la
demanda interna está muy lejos de sostener la productividad china.
La creación de esta clase media necesitaría garantizar las
pensiones y la seguridad social a la población, para que esta
redujese sus niveles de ahorro y se lanzase al consumo compulsivo.
También un alza salarial importante. Pero justo estos son dos de los
factores fundamentales de su éxito, sin los cuales su destino puede
ser la crisis.
Durante el siglo XX, EE UU y Europa Occidental
pudieron hacer esta transición y crear importantes clases medias
gracias a la disponibilidad de ingentes cantidades de energía
barata. Esto no va a ser posible para China.
Pero
lo determinante serán los límites ambientales. Estos cercenan la
disponibilidad de recursos en China y aumentan los costos económicos.
Entre estos límites destacan los energéticos, pues el crecimiento
económico está íntimamente ligado al consumo de energía, y en
concreto el de petróleo [7].
Para intentar paliar esta dependencia, el gigante asiático está
explorando distintas alternativas: i) Explotar al máximo sus
importantes reservas de carbón. Pero el 90% del carbón chino está
en minas de más de 1 km de profundidad y su pico del carbón se
producirá en 2020-2030. ii) Desarrollar las renovables (eólica,
solar, hidráulica), convirtiéndose en el primer inversor mundial, y
la nuclear [8].
Pero las primeras son solo el 7% del consumo energético. iii)
Reforzar su presencia en los países petroleros. En general, la
estrategia es apoyar las demandas de las élites locales sin recurrir
a la retórica pro democracia y pro derechos humanos. Y, para que
todo esto sea posible, se ha embarcado en un importante esfuerzo de
construcción de infraestructuras a nivel nacional e internacional
que consigan llevar las materias primas energéticas y la
electricidad hasta los centros de consumo.
Mas,
como argumentamos extensamente en el libro, es imposible sostener los
ritmos actuales de consumo de materia y energía en el corto plazo
(ni siquiera haciendo una transición masiva a las renovables) y, por
lo tanto, China no va a poder acometer su asalto final a la hegemonía
mundial. Básicamente, porque no van a quedar recursos baratos para
poder sostener ninguna otra potencia hegemónica.
Notas
[1] Este artículo es un resumen de un extracto del libro recién publicado “En la espiral de la energía” de Ramón Fernández Durán y Luis González Reyes, Libros en Acción y Baladre, 2014[2] La bajada actual es coyuntural y tiene detrás la debilidad del crecimiento, además del aumento de la extracción, sobre todo en EE UU, que no durará mucho.
[3] La diferencia entre lo que cuesta emitir la moneda y su valor facial.
[4] Actualmente, el 70% de la economía estadounidense descansa en el consumo, frente al 20% del siglo XIX.
[5] Consiste en introducir a las capas sociales con menor poder adquisitivo en el mercado monetizado. Detrás subyace la esperanza irreal de compensar los descensos de poder adquisitivo de las clases medias.
[6] El número de “incidentes de masas” (cualquier manifestación en la que haya enfrentamientos con más de 500 personas según el Gobierno) pasó de 8.700 en 1993, a 87.000 en 2005 y 180.000 en 2011. La mayoría de ellos son en entornos rurales frente a expropiaciones e impactos ambientales.
[7] En China, entre 1985 y 2009 el consumo de energía se ha multiplicado por 4, en estrecha relación con el incremento del PIB. Desde 2010, China es el principal consumidor de energía del mundo.
[8] Es el país del mundo con más centrales nucleares en construcción, 25 en 2014
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