El hambre, la falta de seguridad alimentaria, es algo crónico, continuo, un hecho cotidiano en la vida de millones de personas; la principal razón de este hecho es la pobreza: personas que no pueden cultivar o comprar suficientes alimentos. En un pueblo, puede haber personas que pasen hambre aunque el mercado rebose de alimentos.
La soberanía alimentaria va más allá de la seguridad alimentaria, y consiste en el poder y el derecho democrático que tienen las comunidades para determinar la producción, la distribución y el consumo de comestibles, en función de sus preferencias y tradiciones culturales.
La inseguridad alimentaria se ve agravada por la pobreza de los suelos, puesto que las tierras más fértiles son utilizadas para productos de exportación, y la erosión degrada las tierras cultivables debido a la tala indiscriminada de árboles, la escasa rotación de cultivos, la escasez de abono y el avance de la desertización. Los negocios expansionistas, incluidas las multinacionales, que explotan grandes fincas de monocultivo empujan a los campesinos fuera de sus tierras y hacia las ciudades.
El desprecio hacia la mujer campesina que proporciona los comestibles del mundo de los países pobres,y son responsables también del procesamiento y comercialización de la cosecha, el limitado acceso de las campesinas a los recursos productivos y su restringido papel en la toma de decisiones económicas y políticas favorece la pobreza.
La agricultura es una forma de vida que obedece a una profunda necesidad humana, que genera trabajos y estimula la economía, contribuyendo a la conservación del medio ambiente. La comida es el bien que nos mantiene vivos. La falta de comida acarrea dolor, sufrimiento, enfermedad y muerte.
(...)
El mundo vive una época de políticas agrarias y alimentarias
dominadas por el libre mercado. La tierra de los países pobres se
utiliza para cultivar alimentos para la población de los países ricos
que pueden comprar esa comida, no para la población local que no dispone
del mismo poder adquisitivo.
En los últimos años ha
aumentado drásticamente la exportación de frutas, verduras y flores de
América Latina a los Estados Unidos. El negocio es beneficioso para
quienes lo controlan, y estos son los grandes terratenientes, ricos
inversores y empresas multinacionales. Las mayores empresas han
acumulado tierra de cultivos para la exportación, mientras los
campesinos más pobres han sido expulsados del mercado y relegados a
tierras marginales o a los suburbios de las grandes ciudades. El libre
mercado ha ido en detrimento de la población local logrando una desigual
distribución de los beneficios.
Con la llegada de la
crisis energética, el precio de los combustibles subirá de precio y será
más rentable la utilización de los combustibles solares (soja, maíz,
palma, remolacha, colza, girasol...). Su uso generalizado provocará una
competencia con la producción de alimentos y otros productos necesarios,
(madera, etc.). En la lógica de mercado se llevaría el producto quien
más pagara por él.
La gente que posee coches tiene más
dinero que la gente que se está muriendo de hambre. En una competición
entre su demanda de combustible y la demanda de alimentos de los pobres,
los conductores ganarían siempre. Algo parecido ya está sucediendo.
Aunque existen 800 millones de personas permanentemente subalimentadas,
el aumento global de la producción vegetal se utiliza para alimentación
animal: la cabaña ganadera mundial se ha quintuplicado desde 1950. La
razón es que los que toman carne y productos lácteos tienen más poder
adquisitivo que los que compran solamente cosechas de subsistencia.
Para saber más: El comercio del hambre. John Madeley. 2003.
Los juegos del hambre
agosto 06, 2014
2 comments
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ResponderEliminarEste maldito juego que dura ya miles de temporadas, viene a demostrar que el cacareado crecimiento de algunos no es el de todos.
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