Entrevista a Carlos Taibo en el viejo topo nº 258-259
—¿A qué atribuye usted el “boom” del discurso sobre el decrecimiento?
—Las razones son fundamentalmente dos. La primera remite a una cuestión empírica insoslayable: vivimos en un planeta de recursos limitados, y eso hace que nos veamos en la obligación de descartar cualquier horizonte de crecimiento sin límites. Está claro, por lo demás, que hemos dejado atrás las posibilidades medioambientales y de recursos que la Tierra nos ofrece, y que eso configura un legado dramático para las generaciones venideras. Por si poco fuera todo lo anterior, ya sabemos que el crecimiento no genera cohesión social, provoca agresiones medioambientales a menudo irreversibles, facilita el agotamiento de recursos y permite que se asiente entre nosotros un modo de vida literalmente esclavo.
La segunda razón nos recuerda que en un momento de crisis como el actual, en el que la incertidumbre y la zozobra se extienden por todas partes, cada vez es más necesario procurar respuestas que abran otros horizontes. Y la del decrecimiento es sin duda, en el Norte opulento, una de ellas.
No sólo por lo que nos dice en sí misma, sino también por lo que implica en materia de reorganización de nuestras sociedades sobre la base de reglas distintas entre las que se encuentran la redistribución de los recursos, la primacía de la vida social, el ocio creativo, el reparto del trabajo, la reducción del tamaño de muchas infraestructuras, el relieve cada vez mayor que debemos otorgar a lo local frente a lo global o, en fin, la sobriedad y la simplicidad voluntaria.
—¿Cómo se sitúa usted en los debates actuales?
—Defiendo con rotundidad un programa de decrecimiento que, asentado en reglas como las que acabo de mencionar, es formal y materialmente anticapitalista. Aunque entiendo, por lo demás, que la palabra decrecimiento arrastra problemas, me parece que en el estadio actual tiene una virtud nada despreciable: la de configurar un genuino aldabonazo, que en su radicalidad contestataria pone delante de nuestros ojos la inmundicia y los mitos que rodean al crecimiento que nos venden por todas partes.
Al margen de lo anterior, creo que el mejor indicador de que la palabra decrecimiento es la más adecuada para retratar lo que defendemos la aporta el hecho de que no suscita, en la calle y en los movimientos de base, esa impresión negativa que algunas personas, legítimamente, le atribuyen. Antes al contrario, una de las sorpresas agradables de los últimos meses es el hecho de que el proyecto correspondiente no sólo es defendido, entre nosotros, desde el ecologismo radical y el mundo libertario: a él empiezan a sumarse sectores de lo que llamaré, con imperdonable ligereza, la izquierda tradicional, esto es, y para entendernos, el mundo de los partidos comunistas. Me parece, en fin, muy llamativo que el proyecto del decrecimiento empiece a suscitar atención en determinados circuitos que se mueven en países del Sur, y singularmente, hasta donde llega mi conocimiento, en América Latina.
—¿Cómo y en qué sentido supera la crítica decrecimentista la crítica clásica-marxista de la acumulación del capital y sus efectos?
—Prefiero darle a la pregunta un sentido general, y subrayar que es evidente que muchas de las formulaciones canónicas de Marx se ven hoy lastradas por un hecho principal: Marx apenas fue consciente de un problema que antes mencioné, como es el de los límites medioambientales y de recursos del planeta.
Por decirlo de otra manera: hoy Marx no escribiría El Capital en los mismos términos en los que lo hizo en la segunda mitad del siglo XIX. Pero, y ojo, conviene subrayar cuantas veces sea preciso que la necesidad, insorteable, de señalar carencias evidentes en la obra de un Marx a menudo embaucado por pulsiones productivistas y desarrollistas no puede conducir a una conclusión tan común como lamentable: la de que hay que tirar por la borda toda la obra de aquél. No sería razonable, en otras palabras, prescindir de la crítica marxiana del trabajo asalariado y de la mercancía, de la explotación y del propio capitalismo, que a mi entender se mantiene perfectamente viva. Nuestra tarea, hoy, consiste en avanzar en una contestación del capitalismo que otorgue el mismo relieve a su dimensión de injusticia y a su condición de sistema permanentemente agresivo con la naturaleza.
—¿El sujeto del cambio que propone el decrecimiento es el consumidor? ¿Cree que es posible, incluso a medio plazo, conseguir en esta sociedad occidental el cambio necesario de la vida cotidiana y del modo de consumo?
—Es el consumidor, pero es también el productor. En cualquier caso, éste es acaso nuestro problema principal: cómo conseguir que una parte significativa de la ciudadanía cuestione abiertamente el imaginario del crecimiento en la producción y en el consumo. No creo, sin embargo, que la tarea sea inabordable. A mi entender cada vez son más evidentes los signos de que el crecimiento económico tiene, en las sociedades opulentas, poco o nada que ver con la felicidad de las gentes. No sólo eso: la crisis en curso, aunque bien puede servir de estímulo para ambiciosas e inmorales operaciones de amedrentamiento de la ciudadanía, abre ventanas interesantes en la medida en que coloca delante de los ojos muchos de los elementos de sinrazón de los sistemas que padecemos.
Por todo ello confío en que, además de los efectos de la reflexión y la acción de movimientos que apuesten por el decrecimiento, asistamos incipientemente a la manifestación de conductas que, no necesariamente ideologizadas ni particularmente conscientes, reflejen el peso de una reacción espontánea ante esa sinrazón de la que hablaba.
—El ecologismo no es un fenómeno nuevo dentro del mundo tardo-capitalista. Pero ¿puede hablarse de un fracaso de los movimientos ecologistas más significativos, tras su “normalización” institucional y la pérdida de impulsos críticos (como se puede ver en la historia del partido de los verdes / Die Gruenen en Alemania)?
—Debe hablarse, sí, de una integración en el sistema de una parte de los viejos movimientos ecologistas, y en singular de la mayoría de los que confluyeron en los partidos verdes. La razón principal al respecto ha sido, a mi entender, el general designio de dejar de lado la contestación efectiva del capitalismo.
Así las cosas, la actividad de la mayoría de esos partidos era difícil de entender: contestaban muchas de las agresiones contra el medio sin contestar en paralelo el sistema que las promovía.
Es lícito preguntarse, con todo, si la propuesta del decrecimiento no puede seguir un camino paralelo y asumir una lamentable absorción en la lógica del capitalismo. Sospecho que en este caso esa integración es mucho más difícil. Si, por un lado, el capitalismo a duras penas puede resistir un horizonte que no implique, al menos en intención, el crecimiento permanente en la producción y en el consumo, por el otro estoy cada vez más convencido de que nos hallamos ante una crisis que inevitablemente confirmará lo que por momentos se nos hace evidente: el capitalismo no está en condiciones de dar respuesta a ninguno de nuestros problemas principales. Aunque, hablando en propiedad, hoy no parece en disposición de resolver, siquiera, sus propios problemas.
Carlos Taibo es profesor de Ciencia política y de la Administración en la Universidad Autónoma de Madrid. Este año ha publicado el libro En defensa del decrecimiento en Libros de la Catarata.
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