Iñaki Barcena Hinojal
Desde hace varios años, la recepción del término y la aparición de grupos y campañas a favor del decrecimiento ha posicionado a su favor a una buena parte de la izquierda crítica y ha dejado descolocada o reticente a otra parte.
La reflexiones que vienen a continuación son un intento de aportar argumentos al debate y apoyar la consigna decrecentista, tan bien recibida en estas tierras por el ecologismo social.
1. El multicolor movimiento decrecentista crece. En los últimos tiempos, cada vez que un determinado colectivo o asociación organiza un debate sobre decrecimiento en la universidad, en un centro cultural o en el local de cualquier movimiento social, la respuesta del público, sobre todo joven, es notable. Seguramente este denominado contra-concepto bomba u obús adolece de ciertas lagunas analíticas y de algunas facetas explicativas de lo que ocurre en el mundo, pero tiene una gran virtud en los tiempos del pensamiento único: moviliza conciencias y genera nuevas prácticas anticapitalistas. Eso es esencial para generar un potente movimiento ideológico adversario del neoliberalismo, algo tan necesario en tiempos de crisis múltiple del sistema capitalista imperante. Y lo que es a mi entender más importante, el decrecimiento sostenible y solidario permite juntar personas y organizaciones del variado espectro de los movimientos sociales del Norte y del Sur globales para establecer vínculos de reflexión y acción socio-ecológica.
Decrecimiento es el contra-concepto utilizado por una nueva y creciente onda de activistas e investigadores que tratan de cuestionar y poner en solfa la base misma del capitalismo: el crecimiento económico ilimitado. Y en la actualidad se está conformando un movimiento activo, plural, anti-dogmático y anticapitalista, joven y atractivo que está sirviendo para aunar luchas y conciencias.
El movimiento decrecentista en sus distintas expresiones actuales desde los grupos y redes de decrecimiento o las ciudades en transición y las iniciativas de los municipios y regiones post-carbón, pasando por diversas propuestas slow que elogian la lentitud en el campo del trabajo, del transporte o del consumo en general supone una nueva savia que revitaliza la idea de ese otro mundo posible y necesario. Si bien el ecologismo es el movimiento social que mejor representa la voz contraria al mito del crecimiento ilimitado de la economía, apoyándose en la evidencia de las crisis ecológica, climática o energética, no es conveniente olvidar que existen otros movimientos y sectores sociales y políticos que aportan su crítica y sus alternativas tratando también de desvanecer este mito incrustado con tanta fuerza en la cultura occidental. Desde el feminismo a los movimientos indígenas, desde el movimiento sindical (esto es, los trabajadores y trabajadoras que reivindican y luchan cotidianamente por la justicia social y los derechos colectivos conquistados en el mundo laboral y no las privilegiadas y acomodadas burocracias sindicales que abogan por la competitividad) hasta los movimientos cooperativos y de okupas o los jornaleros y campesinas del mundo rural son variados los discursos que apuntan hacia el decrecimiento sostenible y redistributivo, que es sinónimo de una apuesta por la transición hacia un sociedad que reconstruya sus relaciones sociales y las relaciones con los ecosistemas de la vida por la vía de la democratización ecológica plantando cara a las veleidades eco-autoritarias que amenazan hoy más que nunca el futuro de la humanidad.
2. Es una buena herramienta frente a los mitos del pensamiento único y a la insostenibilidad ecológica y económica. Los mitos que sustentan el insostenible crecimiento de la economía son muchos. El mito de libre mercado se basó filosóficamente en la metáfora de la mano invisible de Adam Smith según la cual el egoísmo particular se convierte por gracia del mercado, en hipotético beneficio para todos y todas. Existen otros como el mito del desarrollo ilimitado o el mito tecnológico, compartido asombrosamente por la derecha y la izquierda, que tratan de despejar las razonables dudas sobre las posibilidades de seguir creciendo económicamente en un planeta limitado (Bárcena, 2010, pp. 27-31 y 2011, pp. 155-167). La realidad es muy tozuda y ese sueño tecnológico no se ha materializado; por el contrario las demandas de materias primas y energía y los impactos de su uso siguen aumentando, por lo que el decrecimiento se convierte en una utopía necesaria y razonable.
Como dice nuestra compañera Yayo Herrero: “Desvelar la falacia del crecimiento continuo en un planeta con límites ha sido desde hace décadas el núcleo central del ecologismo” (Herrero, 2011 p. 13). Frente al polémico concepto de desarrollo sostenible popularizado por el Informe Brundtland (Nuestro Futuro Común, 1987) que prometía la compatibilidad entre el crecimiento económico y la sostenibilidad ecológica, la apuesta por el decrecimiento sostenible significa un decrecimiento económico que sea socialmente sostenible, esto es, que cambie el metabolismo social actual que como muestra el indicador de nuestra huella ecológica es además de insostenible, desequilibrado e injusto. Como plantea Martínez Alier: “La economía puede ser descrita de manera diferente, con lenguaje físico, como un sistema de transformación de energía (sobre todo de recursos agotables) y de materiales (incluida el agua) en productos y servicios útiles y finalmente en residuos” (Martínez Alier, 2010, pp. 51-58).
El decrecimiento nos lleva a estudiar y cuestionar los flujos de materiales que muestran una tendencia histórica de comercio internacional repleta de desequilibrios ecológicos: América Latina exporta seis veces más toneladas de las que importa y en la Unión Europea importamos cuatro veces más toneladas de las que exportamos (Naredo, 2006, pp. 58-59).
Como dice J.M. Naredo, existe una clara dicotomía entre la valoración monetaria y el coste físico de los procesos y denomina “Regla del Notario” a la forma secular de actuación de los países industrializados. Injusta, pero consuetudinaria regla que permite que el valor monetario y los costes físicos de la producción se repartan de forma muy desigual entre los países y las personas de los países extractores y las de los países y empresas manufactureras, engendrando a su vez un reparto desigual de salarios y de penuria laboral, donde a mayor penuria en el trabajo corresponde menor asignación salarial. Esta forma de funcionamiento mercantil entre países del centro y de la periferia ha traído consigo, no solamente un crecimiento económico muy desigual sino además un deterioro socio-ambiental insostenible, que conoce límites humanos y ecosistémicos.
El decrecimiento trata de cuestionar estos desiguales e injustos flujos materiales y financieros buscando la subordinación de la economía a las instituciones políticas y a las necesidades sociales básicas.
3. El pico del petróleo anuncia el inevitable decrecimiento. La actual situación de crisis energética, representada plásticamente por el cénit o pico del petróleo nos dice que hemos consumido la mitad de cantidad total disponible y que cada vez tenemos menos capacidad de extracción.
El petróleo con su combustión ha sido el mayor contribuyente al cambio climático global y los damnificados principales son las poblaciones del Sur global lo que significa que hemos trascendido los límites del planeta. Límites no solamente en cuanto a los recursos energéticos y materiales de la corteza terrestre y de los mares sino también en los sumideros, lo que ha generado la alteración climática a escala mundial como resultado de atender las necesidad del metabolismo urbano-agro-industrial del capitalismo global apuntado por Ramón Fernández Durán. La actual crisis energética en su dimensión global no va a poder ser superada y mucho menos salir de ella con un flujo energético mayor según este ecologista madrileño. Si hasta ahora parecía que habíamos sabido engañar a la Ley de la Entropía, ya no hay Plan B energético factible, ni disponible. No estamos ante una crisis político-militar como en los años 70 sino ante una de carácter físico. El declive energético es ineludible (Fernández Durán 2011, p. 33).
Para el valenciano Ernest García, la inminencia del pico en la extracción anuncia convulsiones importantes que a su juicio serán especialmente visibles en dos ámbitos: el transporte y la producción de alimentos. Y plantea dos escenarios posibles entre muchos. En positivo la “implosión controlada, un camino de regreso ordenado hacia la relocalización de las actividades económicas, hacia una relativa compactación de las ciudades, hacia el viaje más como excepción que como norma”. Lo que denominamos decrecimiento sostenible y solidario. En negativo a “una desorganización catastrófica de todo el sistema económico”. A su entender, que venga el colapso no significa necesariamente la caída catastrófica a una desorganización caótica de la sociedad tipo Mad Max.
Por el contrario, permite homologar las propuestas ecologistas: reducir, frenar, redistribuir, democratizar, descentralizar… con los rasgos de un proceso de colapso energético en una sociedad compleja: reducción de la escala, menos desigualdad, pequeñez y relocalización (García, 2007, pp. 30-31).
Esto muestra que es más plausible la vía de decrecimiento sostenible y redistributivo que la esperanza vana en una solución tecnológica (fusión nuclear, energía solar…) que nos permita atender la demanda creciente de energía tras el pico de los combustibles fósiles. También las energías renovables tienen límites e impactos, necesitan materiales y energía para ser implementadas. Las nuevas tecnologías para la obtención de energía y las energías renovables no deben ser vistas como una panacea. Desde hace varias décadas ecologistas y antinucleares han sabido poner solfa este sueño o mito tecnológico que no olvidemos ha traído buena parte de los problemas que hoy padecemos, llámense incomunicación, desorden genético, contaminación o guerras (Herrero, Cembranos, Pascual, 2011, p. 97).
Por el contrario aceptar los límites ecosistémicos entronca con otro tipo de análisis que tiene en cuenta las constricciones estructurales para las acciones y proyectos humanos que se derivan de la finitud y vulnerabilidad de la biosfera.
Límites que derivan de nuestra dependencia de los procesos termodinámicos y fisiológicos, de nuestra dependencia de la finitud de los recursos naturales y de los sumideros disponibles, esto es, de las fuentes y los vertederos de nuestra actividad humana en la biosfera y de la irreversibilidad de la pérdida de biodiversidad (Riechmann, 2001, p.41).
4. El decrecimiento del PIB no es un objetivo central, ni buscado. Aunque será un resultado a corto plazo. Los variados grupos y organizaciones en defensa del decrecimiento sostenible que están actuando en nuestras ciudades tienen claro que la apuesta por el decrecimiento sostenible no significa proponer una simplista reducción del Producto Interior Bruto (PIB). Saben que si bien el crecimiento económico se suele medir en base a este indicador, en él se juntan algunas variables que en principio no deberían decrecer, como los gastos sociales en salud o enseñanza pública y otros que deberían decrecer ostensiblemente como las gigantes infraestructuras de transporte o los gastos militares.
El PIB suma todo lo que se mueve y tiene un valor de cambio o precio en el mercado y no tiene en cuenta otros servicios y labores tan necesarias para nuestro bienestar como son los cuidados familiares y las tareas de reproducción y de defensa y mantenimiento de la vida. Por eso es necesario dejar claro que aunque posiblemente en las próximas décadas por la venida del decrecimiento, disminuirá el PIB, esa será una consecuencia lógica del colapso del modelo industrial, pero no es el objetivo central buscado por el movimiento decrecentista. Como dice Alex Arizkun (Dale la vuelta, 2010) la crisis que conduce a miles de personas al desempleo y genera inseguridad y miedo no es nuestro decrecimiento. Ni la que hace decrecer el ingreso de miles de familias que no pueden pagar sus hipotecas, ni la que hace que el Banco de Santander, Repsol e Iberdrola ganen miles de millones de euros cuando la crisis se agrava o tampoco las propuestas de bajar los impuestos empresariales y reducir los gastos sociales. Ese es el decrecimiento que trae consigo el neoliberalismo por su inherente regla del aumento de la acumulación capitalista. Hay terrenos en que las cosas están claras. Tiene que decrecer el consumo de energía, de materiales y el uso de sumideros y espacio ambiental. Debe decrecer la jornada laboral y aumentar el número de horas que los hombres dedicamos a los cuidados y a las tareas familiares y comunitarias.
El decrecimiento es inevitable, lo que debemos intentar es que sea social y ambientalmente sostenible. G. Kallis defiende la necesidad de un cambio radical con reformas económicas que marquen los límites a las infraestructuras de transporte, al turismo, a la producción de bienes anti-ecológicos y por el contrario la promoción de instalaciones de energías renovables, de mejores servicios sociales y espacios públicos y producción agrícola orgánica y local. Se propone un decrecimiento “selectivo” que llegue a la macroeconomía, que ligue los temas ambientales y de sostenibilidad a los grandes temas de la economía como son la inflación, la deuda, las finanzas, los bancos y las monedas (Kallis, 2011, pp. 873-881).
Como plantea Rosa Lago en su artículo “¿Cuánta energía necesitamos?”, es posible vivir bien con la mitad de la energía que consumimos en el denominado Primer Mundo (El Ecologista nº 67). Y el ahorro energético es el primer objetivo a cumplir ya que el megawatio más barato, sostenible y limpio es el “negawatio” esto es, aquel que no se consume, que se ahorra. En línea con las propuestas de Roberto Bermejo, recomienda reordenar el territorio para reducir las necesidades de transporte, proteger las tierras de cultivo y el procesado local de alimentos, planes de emergencia energética para casos de carestía, rediseñar una red de seguridad para proteger a la población vulnerable y marginada, sistemas de trueque, bancos de tiempo, moneda local… todo un programa de transición para la sociedad post-carbón (Bermejo, 2008).
5. El decrecimiento sirve para tejer alianzas con el Sur global. Una de las cuestiones que con mayor asiduidad aparece en los debates sobre el decrecimiento es el asunto de cómo llevar esta propuesta al Sur global, esto es, a aquellos lugares dónde los índices bienestar son precarios para la mayoría de la población. Y decimos mayoría porque en lugares como India, China, México, Sudáfrica o Brasil además de millones de personas empobrecidas existen clases acomodadas con niveles de renta per cápita similares o superiores a las de los países industrializados del Norte. Existe pues, un Norte en el Sur y un cuarto mundo en el primero. Por eso, como plantea David Llistar, debemos poner en cuestión la categoría país y en vez de hacer un análisis por países debemos hacerlo por clases y grupos de interés, ya que decrecimiento también es exigible a los ricos y clases medias del Sur. Porque aún estando localizados en países empobrecidos, estas franjas de población son parte del denominado Norte global.
Esto nos lleva a pensar que son muchos los potenciales aliados del decrecimiento sostenible en el Sur global. Como en otros muchos campos y terrenos de la actividad socio-política la concurrencia de intereses es posible. Para ello Llistar señala la conveniencia de construir “conceptos puente” como la deuda ecológica (Bárcena, Lago y Villalba, 2009), la soberanía alimentaria, los alimentos kilométricos o la anticooperación para mostrar los enlaces entre problemas aparentemente separados que pueden ayudar a construir una visión y un abordaje más sistémico y vincular movimientos sociales y organizaciones sociales del Norte y del Sur global (Llistar, 2009, p. 297).
Un buen ejemplo lo tenemos en el rebrote del sumak kawsay o buen vivir de los quechuas y su acompasamiento con la propuesta decrecentista del Norte. En Ecuador y en Bolivia, países que se debaten entre el desarrollo económico basado en el “extractivismo” y la defensa de sus ecosistemas, desde la pasada década se han dotado de nuevos textos constitucionales, donde el sumak kawsay o buen vivir de los quechuas (suma q’amaña en aymara) ha pasado a formar parte de los principios constitucionales que informan los fundamentos de una nueva sociedad que aspira a enterrar la nefasta herencia de la opresión y dominación colonial centenaria.
Como dice Magdalena León, el sumak kawsay o buen vivir de las comunidades indígenas ahora incorporado a las cartas magnas “sintetiza visiones y prácticas ancestrales, debates y propuestas actuales, el acumulado pensamiento crítico y las luchas sociales de décadas recientes, junta dinámicas nacionales e internacionales de respuesta al modelo de desarrollo y al modelo de civilización que han conducido a una situación ya reconocida como insostenible… Por otra parte el paradigma del buen vivir resulta convergente y se nutre de análisis y propuestas avanzadas ya desde hace décadas por la economía feminista y la ecologista, que han cuestionado las nociones de economía y riqueza en sus formas clásica y neoclásica y que postulan la sostenibilidad ambiental y humana como centrales e indisociables” (León, 2010).
Decrecimiento y buen vivir son así, complementarios, simbióticos y mutuamente enriquecedores ya que generan formas de pensamiento y acción portadoras de una renovada teoría y práctica socio-políticas que se enfrentan frontalmente con las dinámicas del crecimiento ilimitado del capitalismo. Ardua y compleja tarea que necesita tanto de iniciativas políticas locales, por ejemplo de la las ciudades en transición a una economía post-carbón (post-petróleo) como de otras nacionales e internacionales. Ejemplar resulta la iniciativa del Yasuní (ITT) que contraviniendo las dinámicas extractivistas trata de dejar el petróleo en el subsuelo de la selva amazónica.
6. El decrecimiento está ideando alternativas de transición hacia una sociedad post-capitalista. Una de las virtualidades del decrecimiento sostenible y redistributivo como herramienta de cambio social es su capacidad para mostrarse como un crisol de convergencia de un cúmulo de propuestas y alternativas. Además de los comportamientos individuales que marcan la coherencia entre teoría y práctica y que ejemplarizan el camino a seguir colectivamente, el decrecimiento sabe sumar campañas y experiencias alternativas ciudadanas que generan información, educación y participación para promover programas decrecentistas a nivel local, nacional e internacional (Ridoux, 2009, p. 182).
Existen interesantes experiencias locales en todo el planeta que se enfrentan al reto de superar el marco local para generalizarse y extenderse. Pero también existen, aunque de momento pocos, ejemplos en países del Norte y del Sur que muestran que es posible dotarse de políticas energéticas, de transporte o de soberanía alimentaria que apunten a prepararse para el decrecimiento que conoceremos en breve.
La política energética de Dinamarca es paradigmática en este sentido. Tras renunciar a la energía nuclear en 1985, diez años después prohibió la construcción de nuevas plantas de carbón, reafirmando su apuesta por las energías renovables, la cogeneración y la fiscalidad ecológica lo que le hace el país mejor preparado para el decrecimiento de la OCDE (Bermejo, 2008, p. 220).
Al otro lado del Atlántico, Cuba ofrece la muestra de cómo prepararse para el decrecimiento sostenible. Tras la debacle de la Unión Soviética, la población cubana conoció un periodo especial en que hubo que arreglarse sin la ayuda económica de Moscú y sin el petróleo de Siberia. Y hubo prolongados cortes de suministro eléctrico, escasearon los bienes de consumo y se restringió el transporte. Y así, haciendo de la necesidad virtud, crecieron los huertos comunitarios, las bicicletas y el cooperativismo. Como muestra el documental El poder de la comunidad, en Cuba se dieron las condiciones sociales que posibilitaron una salida digna y participativa al colapso energético de los 90.
En nuestro entorno más próximo, de las múltiples iniciativas decrecentistas en marcha, en el ámbito político la experiencia autogestionaria y el movimiento de okupación urbana (Cattaneo y Gavaldá, 2008, pp.73-76) marcan una estela de coherencia y cuestionamiento práctico de los modos de vida en nuestras ciudades. Son todavía minoritarios, pero seguro que serán modelos a seguir y a multiplicar en los años venideros. Idear alternativas es loable, sin embargo tejer alianzas y construir mayorías no es tarea fácil y se necesitan estrategias constructivas además de discursos y críticas feroces al capitalismo global en crisis.
La alianza tripartita del eco-feminismo-socialista es una buena base para prepararse a afrontar los cambios que se avecinan. Cambios y alteraciones profundas en el mundo del empleo pero también en el reparto de los cuidados y las tareas de reproducción de la vida, en las formas de consumir y de movernos.
Eso significa prepararse para asistir a estos cambios de forma serena y deliberada, defendiendo un mundo donde las relaciones de los humanos entre sí y de los humanos con la naturaleza sean justas y equilibradas.
Larrabetzu, Junio del 2011
Iñaki Barcena Hinojal es profesor de Ciencia Política en la UPV-EHU. Es miembro
de Ekologistak Martxan.
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