Colectivo feminista Las Garbancitas - Pilar Galindo
La inseguridad alimentaria afecta a media humanidad: más de mil millones de personas con subnutrición crónica y casi dos mil millones enfermas de obesidad, diabetes, estreñimiento, cardiopatías, etc. (1) Millones de muertos anuales por desnutrición y carencia de agua potable, pero también por una alimentación enfermante (exceso de grasas, proteínas de origen animal, productos químicos, sal y azúcar refinada). (2)
La capacidad de una población para disponer de alimentos nutritivos en cantidad y calidad suficiente (seguridad alimentaria), es un derecho humano de primer orden y la condición para el desarrollo integral de las personas. La economía de mercado no persigue la seguridad alimentaria sino obtener beneficios en el mercado mundial. El hambre y la comida basura tienen su origen en la industrialización y mercantilización de los alimentos.
El trabajo de cuidados realizado por las mujeres es la primera víctima de la inseguridad alimentaria. Somos las primeras en sufrir los daños de la desnutrición, las enfermedades alimentarias y el deterioro del medio ambiente sobre niñ@s y enfermos. La desigual condición de hombres y mujeres se agudiza en los países empobrecidos, las clases trabajadoras y los colectivos marginados.
La capacidad de los pueblos para producir, distribuir y consumir sus propios alimentos (soberanía alimentaria) es la condición para la seguridad alimentaria. La mercantilización e industrialización de la agricultura y la alimentación para el mercado global es el principal enemigo de la soberanía alimentaria. No hay soberanía alimentaria sin la autodeterminación de los pueblos y las mujeres para conseguir este derecho.
El capitalismo no ha inventado la separación de la esfera pública (mercado) y la privada (hogar), pero se beneficia de ella y la lleva hasta sus últimas consecuencias. Esta separación implica una dualidad de tareas y funciones hombre/mujer y la subordinación de las mujeres a los hombres, independientemente de su posición social.
La desigualdad de las mujeres respecto a los hombres, anterior al capitalismo, le es funcional. Los cuidados en el espacio doméstico contribuyen a la producción de mercancías con un coste económico oculto. La economía externaliza ese coste que es asumido por las mujeres. Ninguna mujer puede reclamar a la sociedad el trabajo realizado en el ámbito doméstico. Tampoco puede abandonar esas tareas sin que caiga sobre ella la culpa, aunque la mayoría de los hombres lo hacen y no pasa nada.
La economía de mercado considera improductivo el trabajo de cuidados. Pero no puede confundirse la conquista de la igualdad entre hombres y mujeres con la mera emergencia de los costes materiales de dicho trabajo. (3) Si para liberar de estas tareas reproductivas a las mujeres se hace una estricta valoración económica (salarizar el trabajo doméstico), quedan fuera los aspectos inmateriales y no mercantilizables de esta actividad. Los cuidados implican experiencia, afectos, tiempos, no movilizados por un salario. La lucha de las mujeres para conquistar su independencia económica supone entrar en el mercado con la carga de los cuidados. Muchas mujeres entran en el mercado de trabajo global para cuidar a los hijos y mayores de otras mujeres, separándose de sus hijos. Mujeres asalariadas encadenan a sus madres para que cuiden a sus hij@s. La retribución del trabajo de cuidados no es nada sin el reparto del mismo entre hombres y mujeres.
El mercado global es capitalista y masculino. El progreso económico se sustenta en la explotación de l@s trabajador@s y el trabajo invisible de las mujeres. La alianza entre el capitalismo y el patriarcado afianza el dominio sobre trabajador@s, mujeres, pueblos y naturaleza. Por eso la lucha de las mujeres por la igualdad no puede obviar la lucha contra las crisis económicas, los desastres ecológicos, la desnutrición y las enfermedades alimentarias o inmunológicas originadas por la economía global.
El “progreso” industrial disminuye el trabajo de cuidados mediante electrodomésticos que reducen el tiempo de cocinado y limpieza a costa de un gran consumo de materiales y energía. Supone un enorme negocio que daña nuestra salud por ondas electromagnéticas, químicos y emisiones de CO2, no generalizable a toda la población mundial. Los alimentos procesados y precocinados nos alimentan mal, nos enferman y son más caros. El ahorro de tiempo, lo pagamos en cuidados a los enfermos.
Esta modernización se basa en el dominio del ser humano sobre la naturaleza y de los hombres sobre las mujeres.
Ignorar la alianza entre capitalismo y machismo, supone una grave pérdida para la causa de las mujeres, reducida a un feminismo institucional y capitalista. Al igual que para el movimiento obrero supone perseguir un socialismo consumista, contaminante y machista.
La amenaza para la vida en el planeta nos interpela a las mujeres. La lucha por la supervivencia requiere enfrentarse a las multinacionales y sus políticos a sueldo. Pero también, impulsar acontecimientos económicos, asociativos y culturales en defensa de la vida, la naturaleza y la soberanía alimentaria.
Las mujeres de los países ricos, aunque subordinadas a los hombres, estamos del lado de los beneficiados por el capitalismo patriarcal. Con dobles jornadas, nuestras comodidades implican la explotación de la naturaleza y de otras mujeres. El capitalismo patriarcal y la civilización “moderna” desgarran la sociedad y manipulan la noción de bien común. No perseguimos una vida pacífica y segura para tod@s. Las personas beneficiadas lo son a expensas de las perjudicadas. El progreso depende de la subordinación de la naturaleza a la economía, de la mujer al hombre, del consumo básico al consumismo irracional, del trabajo al empleo y de la participación a la delegación.
El ecologismo, con la denuncia de las catástrofes provocadas por la aplicación de esta concepción de libertad humana, ha cuestionado las aplicaciones científicas y tecnológicas asociadas a estas teorías. El ecofeminismo, para ser ecológico y feminista, debe enfrentarse con la perversa emancipación derivada del progreso económico y tecnológico, sin olvidar que cualquier paso en la buena dirección implica, aquí y ahora, el reparto de trabajos y cuidados con los hombres. Esto significa remover las condiciones de vida de los beneficiarios de la globalización interpelando a las clases medias de los países ricos, incluidos los sectores agrarios “modernos”, el sindicalismo y algunas corrientes feministas cuando celebran, sin matices, la presencia de la tecnología en nuestra vida cotidiana y de las mujeres presidiendo multinacionales, ejércitos y estados agresores.
Debemos poner en primer plano las necesidades fundamentales: alimento, cuidados, afecto, salud, educación, vivienda, trabajo digno, cooperación, cultura y participación. Aprender de las mujeres campesinas una concepción de la supervivencia más austera en el consumo y más rica en las necesidades básicas económicas, sociales y afectivas. Atravesar la lucha feminista con la lucha por la seguridad y la soberanía alimentaria, la defensa de un consumo responsable agroecológico y el fin de la subordinación de las mujeres respecto a los hombres. Denunciar los abusos de las multinacionales y educarnos en una cultura alimentaria que nos defienda de la publicidad engañosa tomando la seguridad alimentaria en nuestras propias manos.
Extracto de la ponencia presentada en las Jornadas Estatales Feministas de Granada 2009.
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