Gustavo Duch - Palabre_ando
En
un mundo donde la información se expande a la velocidad de la luz, la
ciudadanía preocupada y responsable aprende y sabe muchas cosas. Sabemos
que las grandes masas forestales y selváticas se reducen peligrosamente
afectando a especies animales y vegetales que desaparecerán antes
incluso de que sean descubiertas. La tala de estos bosques o su
contaminación por escapes de petróleo es, a su vez, causa de
aniquilación insonora de poblaciones humanas e indígenas que hicieron de
la naturaleza su medio de vida. En el sur del sur de América, se rasgó
la capa de ozono, un agujero que no se ve pero que deja invidentes a
ovejas y personas, con retinas atrofiadas por demasiada luz. Los mejores
cursos de agua bajan llenos de plomo, arsénico y otras porquerías.
Muchos se están agotando y los riachuelos más modestos sólo fluyen de
cuando en cuando. Y desde luego todos y todas somos conscientes en
‘carne propia’ de los desordenes climáticos actuales. ― Un frio estival y un cálido invierno ― dicen los meteorólogos de la televisión mostrando un almendro florecido adornado con bolas y estrellas por Navidad.
Sabemos
de los problemas de maltratar a nuestro planeta y estamos defendiendo y
exigiendo soluciones para frenar tanta degradación: proyectos para la
protección de especies, técnicas de reciclaje, construcciones
bioclimáticas, etc. Pero nos olvidamos de una propuesta: revisar
nuestros patrones de agricultura y alimentación pues, como vamos a ver,
es responsable de la mitad de Gases Efecto Invernadero (GEI) que eclipsan el futuro al generar el mayor de los problemas ambientales, el cambio climático.
Para
ello vamos a tomar un alimento producido bajo un modelo de agricultura,
ganadería o pesca intensiva y globalizada, y a contabilizar
desagregadamente dónde y cuántas emisiones de CO2 ha generado, desde que
se pensó en producirlo hasta que se consumió o desperdició. Veamos.
Hay
que tener en cuenta los preliminares, cuando un empresario agrícola se
sienta junto con sus asesores. ― Mmm vamos a ver, este año la colza y la
soja se venderán muy bien puesto que hay una gran demanda de
biocombustibles ― dice. El técnico agrónomo sentado a su derecha hace un
cálculo rápido y explica ― necesitaremos nuevas tierras para tanta
producción. Y las excavadoras y las sierras mecánicas arrasan con todo sin detenerse en ningún valor ético ni ecológico.
Contabilizar las emisiones que se producen por estos cambios en el uso
del suelo suma entre el 15 y el 18% del total de emisiones de GEI.
Cuando
se dispone de tierras, sisadas a la Naturaleza o al pequeño
campesinado, queda escoger cómo ponerlas a producir. La opción
convencional o mayoritaria apuesta por monocultivos o ganadería
estabulada que funcionan en base a maquinaria pesada que se mueve con
petróleo y fertilizantes, plaguicidas y demás insumos de base
petroquímica. Estos procesos agrícolas industrializados acaban
representando entre un 11 y 15% del total de emisiones.
Muchos alimentos se han producido lejos de nuestras mesas, como las gambas
producidas en Ecuador, transportadas a Marruecos para su procesamiento,
que luego se empaquetan en Ámsterdam para venderse en Barcelona.
Aunque algunos medios de transporte son menos contaminantes, todos
dependen del petróleo y finalmente contabilizan entre el 5 y 6% de las
emisiones totales.
Muchos
de estos alimentos, en el trayecto, en el comercio y en casa, requieren
conservarse en frío. En estas fases, las estimaciones indican que se
producen entre el 2-4% del total de GEI. Un modelo que exige tanta
refrigeración es como una estufa para el Planeta.
Si
miramos nuestras despensas tres cuartas partes de los alimentos que
guardamos han sido procesados: calentados o congelados previamente para
su conservación, en bandejas listas para el microondas o en cápsulas de
aluminio para la cafetera. Esta serie de procesos, cuanto menos
cuestionables, genera aproximadamente entre un 8 y 10% de las emisiones.
Para
acabar, el sistema alimentario industrial, aunque presume de eficiente,
es todo lo contrario, y hemos de denunciar las enormes cantidades de
alimentos producidos que finalmente no llegan a nuestros estómagos, que
se despilfarran porque tienen taras, que se estropean en su maratón o
que se tiran en el supermercado porque no se ‘acomodan’ a sus
requerimientos de venta. Gran parte de estos desperdicios se pudren en
basureros produciendo entre un 3 y 4% de GEI.
Entonces,
si tomamos las seis fases en las que hemos fragmentado el sistema
alimentario global y sumamos su responsabilidad en la crisis climática,
podemos observar que producir y comer de esta forma nos lleva a
generar entre un mínimo del 44% y un máximo del 57% de las emisiones de
gases con efecto de invernadero producidas por el ser humano.
Asfixia en el supermercado
enero 23, 2016
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Cambiar el sistema agroalimentario es cambiar el destino del Planeta.
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