Entrevista a Daniel Tanuro - El ecologista nº 72
La expresión capitalismo verde puede entenderse en dos sentidos distintos. Un productor de molinos de viento puede jactarse de hacer capitalismo verde. En este sentido, una forma de capitalismo verde es evidentemente posible y muy rentable. Pero la verdadera cuestión es saber si la acción global de los numerosos capitales que compiten entre sí, constituyendo el Capital, puede respetar los ciclos ecológicos, sus ritmos y la rapidez de regeneración de los recursos naturales. Y la respuesta es no.
Mi argumento principal es que la competencia empuja a cada propietario de capital a sustituir a trabajadores por maquinas más productivas, con el fin de conseguir el máximo beneficio. El productivismo es inherente al capitalismo. La acumulación capitalista es potencialmente ilimitada, pero hay una contradicción entre el capital y la naturaleza, cuyos recursos son finitos. Se podría objetar que el afán de productividad lleva al capital a ahorrar cada vez más recursos, pero por una parte esta tendencia hacia una mayor eficiencia no puede prolongarse indefinidamente de manera lineal y, por otra parte, se ha demostrado empíricamente que está más que compensada por la masa creciente de mercancías producidas.
Por lo tanto, el capitalismo verde es un oxímoron, tanto como el capitalismo social. Esta constatación abre un debate entre dos concepciones estratégicas opuestas. Para algunos, se puede corregir el funcionamiento espontáneo ecocidario del capitalismo mediante una acción política en el ámbito del sistema, a través del recurso a los mecanismos mercantiles (impuestos, incentivos fiscales, derecho de emisión intercambiables). Para otros, con los que me identifico, es imprescindible poner en cuestión las leyes fundamentales del capitalismo para proteger el medio ambiente. En particular, se trata de atreverse a cuestionar la propiedad privada de los medios de producción, el cimiento del sistema.
En mi opinión, el debate entre esas dos líneas está zanjado en la práctica por el ejemplo de la lucha contra el cambio climático. Si se quiere no alterar demasiado el clima, se necesita que el 80% de las reservas conocidas de carbón, petróleo y gas natural se queden en el subsuelo. Ahora bien, estas reservas pertenecen a Estados y empresas capitalistas y forman parte de sus activos. Es una ilusión total creer que gigantes como Shell, Exxon Mobil o BP van a renunciar a la valorización de este capital. Quieren, al contrario, seguir quemando combustibles todo el tiempo que les sea posible. No lograremos nada sin romper su resistencia a través de su expropiación.
Usted preconiza un ecosocialismo. ¿En qué se diferencia un ecosocialista de un ecologista o un socialista convencional?
Un ecosocialista se diferencia de un ecologista en que analiza la crisis ecológica no como crisis de la relación entre la humanidad y la naturaleza sino como una crisis de la relación entre un modo de producción históricamente determinado y su entorno, en última instancia como una manifestación de la crisis del propio modo de producción. En otras palabras, para un ecosocialista la crisis ecológica es de hecho una manifestación de la crisis del capitalismo (sin olvidar la crisis específica de las sociedades llamadas socialistas que han remedado el productivismo capitalista). Se deduce que, en su lucha por el medio ambiente, un ecosocialista siempre propondrá reivindicaciones vinculadas con la cuestión social, con la lucha de los explotados y oprimidos por una redistribución de las riquezas, del empleo, etc.
Por otra parte, el ecosocialista se diferencia del socialista convencional, como usted lo llama, en que, para él, el único anticapitalismo válido a partir de ahora es aquel que tenga en cuenta los límites naturales así como las restricciones del funcionamiento de los ecosistemas. Esto tiene muchas implicaciones: ruptura con el productivismo y el consumismo, por supuesto, en la perspectiva de una sociedad en las que las necesidades básicas están satisfechas y el tiempo y las relaciones sociales constituyen la verdadera riqueza. Pero también, cuestionamiento de las tecnologías así como las producciones perjudiciales, junto a la exigencia de reconversión de los trabajadores. La descentralización máxima de la producción y de la distribución, en el ámbito de una economía democráticamente planificada es otra reclamación de los ecosocialistas.
Un punto sobre el cual me parece importante insistir es el cuestionamiento de la visión socialista tradicional que veía todo aumento de la productividad del trabajo agrícola como un paso hacia el socialismo. De hecho, una agricultura y una silvicultura ecológicamente sostenibles necesitan más mano de obra, no menos. Una cultura del cuidar ha de impregnar las actividades económicas que tienen un impacto directo en los ecosistemas. Somos responsables de la naturaleza. En cierta forma, se trata de extender la lógica de la izquierda al ámbito del cuidado a las personas, de la enseñanza, etc. Ningún socialista defiende la sustitución de las enfermeras por robots; todos somos conscientes de que hace falta tener más enfermeras mejor pagadas para que las personas enfermas estén mejor cuidadas. Igual ocurre, mutatis mutandis, con el medio ambiente: para cuidarlo mejor hace falta más fuerza de trabajo, inteligencia y sensibilidad humanas. Al contrario que el socialista convencional, el ecosocialista trata de introducir estas cuestiones en las luchas de los explotados y oprimidos, en vez de aplazarlas a un mañana feliz.
Para salir del capitalismo productivista, apela “al hombre social, a los productores asociados”. ¿Quiénes son, y cómo pueden actuar concretamente?
Se esta refiriendo a la cita de Marx al inicio de mi libro: “La única libertad posible consiste en que el hombre social, los productores asociados, regulen en forma racional sus intercambios con la naturaleza”. Hace falta entender que en la mente de Marx, esta regulación racional de los intercambios está condicionada por la desaparición del capitalismo. En efecto, por una parte, la lucha de todos contra todos mina permanentemente las tentativas de los productores a asociarse; por otra, una fracción significativa de los productores –los asalariados– están desposeídos de sus medios de producción. Estos medios, incluyendo los recursos naturales, son propiedad de los patrones. Privados de todo poder de decisión, los asalariados no están en condiciones para gestionar racionalmente ningún aspecto de la producción, ¡no hablemos de gestionar de forma racional los intercambios de materiales con la naturaleza!
Para hacerse hombres sociales, los productores tienen que empezar a asociarse en la lucha contra sus explotadores. Esta lucha lleva en germen la propiedad colectiva de los medios de producción y el usufructo colectivo de los recursos naturales, que son la condición necesaria pero no suficiente para una relación más armoniosa con la naturaleza.
Actualmente, los posicionamientos de tipo ecosocialista mas avanzados provienen de los pueblos indígenas y de los pequeños campesinos movilizados contra el agronegocio. No es casualidad: estas dos categorías de productores no están totalmente desposeídos de sus medios de producción. Es la razón por la que son capaces de proponer estrategias concretas de regulación racional de sus intercambios con el entorno. En cambio, el movimiento obrero se ha quedado rezagado, como resultado evidente del hecho de que cada trabajador asalariado individual es empujado a desear el buen funcionamiento de la empresa que le explota. Conclusión: cuanto más retroceda la solidaridad obrera frente a la ofensiva neoliberal, más difícil será que se desarrolle una conciencia ecológica entre los trabajadores.
Esto es un gran problema porque la clase obrera, debido a su posición central en la producción, está llamada a estar en primer plano en la lucha por la alternativa anticapitalista necesaria para la salvaguarda del medio ambiente. Los pueblos indígenas, las organizaciones campesinas y la juventud han de intentar implicar cada vez más a los sindicatos en las campañas para el clima, o de defensa de la naturaleza. Dentro del propio movimiento obrero conviene hacer surgir reivindicaciones que, a la vez respondan a preocupaciones en materia de empleo, ingresos y condiciones de trabajo, y que al mismo tiempo contribuyan a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Respecto a esto, un reto importante es la reducción colectiva radical de la jornada de trabajo, sin pérdida de salario, junto a una disminución drástica del ritmo de trabajo. Otro aspecto es la extensión de un sector público bajo del control de los trabajadores y de los usuarios. Los ecosocialistas tienen un papel que desempeñar para favorecer la aparición de este tipo de demandas.
¿Piensa que su proyecto ecosocialista sea realizable en un futuro cercano?
La posibilidad de realizar este proyecto depende totalmente de las correlaciones de fuerzas entre el capitalismo por una parte y los explotados y oprimidos por la otra. Esta correlación de fuerzas está actualmente a favor del capital, es preciso reconocerlo. Pero no hay otro camino que el de la resistencia para cambiar las relaciones de poder e imponer reformas parciales en la buena dirección. El movimiento de los indignados nos muestra la dirección a seguir.
Entrevista: Daniel Tanuro, autor de El imposible capitalismo verde, Los libros de Viento Sur / La Oveja Roja. Traducción del artículo: Natalie Sauer. Revista El Ecologista nº 72.
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