Joan Martínez Alier (Barcelona, 1939) es uno de
los fundadores del ecologismo político, una corriente de académicos y
activistas que plantea que los problemas medioambientales y de manejo de
los recursos naturales no deben separarse de las relaciones de poder,
explotación y desigualdad. Autor de más de veinte libros, entre los que
destacan Introducción a la economía ecológica y De la economía ecológica al ecologismo popular, y coordinador de treinta números de la revista Ecología Política–Cuadernos de debate internacional, Martínez
Alier estuvo en agosto de 2011 en el ITESO, donde ofreció una
conferencia a maestros y estudiantes. Además impartió un taller a los
pobladores de Temacapulín que se oponen a la construcción de la presa El
Zapotillo. Para el profesor catalán, luchas como las de Temacapulín
—que se presentan por todo el mundo y que él llama “ecologismo de los
pobres”— pueden constituirse en la alternativa para enfrentar los
problemas medioambientales que padecemos en la actualidad
¿Qué plantea el acercamiento a la ecología desde la posición política?
La ecología política empezó en la geografía,
en la antropología y, sobre todo, en el sur del planeta. El libro que
fundó la ecología política es de Blaikie y Brookfield, se llama Degradación de los suelos
y plantea que cuando hay erosión se pierden los suelos, y que esto no
se debe tanto a la sobrepoblación sino con mucha frecuencia a un exceso
de producción para la exportación o para otros mercados. O sea que los
culpables de la erosión no eran tanto campesinos pobres sino mas bien el
sistema exterior de producción para exportar. [Blaikie y Brookfield]
plantean que no hay presión de la población sobre los recursos sino
presión de la producción sobre los recursos. Para ello analizaron tipos
de tenencias de la tierra en México, en Honduras, en Ecuador, donde se
veía que muchas veces los campesinos estaban cultivando en las laderas
porque los fondos de los valles había sido absorbidos por fincas de
terratenientes… Entonces, la relación que hay entre el uso de los
recursos naturales y las estructuras sociales y económicas es lo que se
puede llamar ecología política. ¿Por qué no es ecología apolítica?
Porque se tienen en cuenta las luchas por el poder, los conflictos
sociales, en los que se explica el uso de los recursos y sus relaciones
con las desigualdades sociales y con el poder político y con la economía
también.
Parece que estamos en una crisis medioambiental de enormes proporciones. ¿Qué vendrá de esta crisis?
Bueno, creo que en este conflicto entre
economía y medio ambiente una parte quedará para generaciones futuras y
no sabemos todavía cómo lo van a sufrir… El cambio climático es el tema
del que se habla…
“Es
el sistema industrial moderno lo que lleva a que no se cuenten los
daños ambientales y a que este esquema industrial necesite petróleo,
necesite gas, necesite carbón, necesite cobre, es el metabolismo,
necesita deforestar”
Pero, ¿el medio ambiente ya está perdido o se puede hacer algo?
No, no, claro que se puede hacer algo. Un
lado positivo es que la población mundial ya no va a crecer mucho más de
su nivel actual de 7 mil millones de habitantes; parece que va alcanzar
su punto máximo de 9 mil millones hacia 2050. Pero antes del pico de
población vamos a tener el pico [de extracción] del petróleo: entonces
hay motivos para alarmarse por los recursos. El otro motivo de optimismo
que encaja con la ecología política es que hay muchos conflictos
actuales, mucha gente que protesta. Y desde la ecología política se ve a
estos conflictos como una fuerza que puede ayudar a la sustentabilidad.
Por ejemplo, quieren frenar La Parota [proyecto hidroeléctrico ubicado a
30 kilómetros de Acapulco, promovido por la Comisión Federal de
Electricidad] porque va a afectar a la gente que vive ahí y puede
afectar al medio ambiente; lo mismo en Temacapulín con la presa El
Zapotillo [promovida por la Comisión Nacional del Agua y el gobierno de
Jalisco]; hemos pasado dos días en Temacapulín y la gente dice que una
represa es algo malo para la biología de un río y también para la gente.
Y si la gente protesta, estas manifestaciones pueden llevar la economía
a un área más sostenible, poco a poco.
¿Quiénes son los
responsables de esta crisis medioambiental? ¿Tienen nombre y apellido?
¿Son los gobiernos que no han actuado, son las empresas, o es el
capitalismo?
Desde mi punto de vista, el nombre es
“metabolismo” y el apellido es “social”, que es el aumento de uso de
energía y de materiales. Pasaría lo mismo con otro sistema mundial que
no fuera el capitalismo, pero como no hay ningún otro, no lo sabemos. Es
el sistema industrial moderno el que lleva a que no se cuenten los
daños ambientales y a que este esquema industrial necesite petróleo,
necesite gas, necesite carbón, necesite cobre… Es el metabolismo.
Necesita deforestar. Son también conflictos de biomasa, conflictos de
minería, conflictos de agua y conflictos de combustible fósil, esto es,
extracción. A esto le llamamos capitalismo desde un punto de vista más
social y económico, porque el deseo de tener ganancias es lo que impulsa
a los empresarios. La acumulación de beneficios directos, de capital,
les lleva a buscar los recursos donde estén, sin misericordia, y se
avanza hacia las fronteras de la extracción.
¿Se llegó ya a un
límite en la expansión de este modelo industrialista o capitalista
moderno por no haber interiorizado los costes medioambientales?
Si se metieran estos costes, la contabilidad
sería totalmente distinta. En realidad no sabemos cuánto sería, cuánto
vale destruir a un grupo indígena con su idioma y todo, cuanto vale
destruir la biodiversidad que no está catalogada, porque no sabemos qué
especies están desapareciendo… Es difícil ponerle un precio. Entonces es
inviable que dure mucho tiempo, puede durar 30 o 40 años, pero ya se
van a advertir cambios climáticos y la gente se dará cuenta de que
desaparecen glaciares o de que va a aumentar un poquito el nivel del
mar. Ya hay gente que vive en islas del Pacífico y protesta. El hecho es
que podríamos cambiar la economía. Creo que podríamos ir en dos
sentidos: en el Norte con un decrecimiento que sea socialmente aceptado,
un decrecimiento material y energético, o un crecimiento cero —dejar de
pensar en el crecimiento en los países ricos porque ya somos muy
ricos—; y en el Sur, un crecimiento de otra manera.
El decrecimiento en la
economía es uno de los planteamientos de la ecología política, pero
parece que lo toman a broma en los consejos de administración de las
corporaciones, de los gobiernos…
Es que depende. Como política económica se
lo toman a broma, pero ya hay algunos objetivos de decrecimiento.
Decrecer la cantidad de bióxido de carbono que se emite hasta parar la
pérdida de biodiversidad es un objetivo de política pública; por otro
lado, los economistas mandan y dicen: “No, hemos de salir de la crisis
para pagar la deuda, y hace falta crecer”. Hay como una esquizofrenia.
¿Cómo se imagina que se puede salir de este atolladero y qué alternativas ve?
El decrecimiento es tema para los estados
ricos del Norte: Japón, Europa, Estados Unidos. No creo que América
Latina tenga que decrecer, y la India mucho menos. Tendrían que crecer
de otra manera, no copiar las tecnologías tan exactamente, como el
automóvil. Ahora en la India todo mundo tiene la idea de comprar un
automóvil. Tendrían que haber pensado en no copiar el tipo de
urbanización que se hace.
“El
otro motivo de optimismo que encaja con la ecología política es que hay
muchos conflictos actuales, mucha gente que protesta. Y desde la
ecología política se ve este conflicto como una fuerza que puede ayudar a
la sustentabilidad”
Pero la solución viene de otro lado.
Sí. Desde el Norte se dice: “Ya estamos en
un ingreso per cápita anual de casi 40 mil dólares y a este nivel se
puede vivir bien”. El tema es cómo repartir el ingreso mejor y cómo
repartir el trabajo mejor, porque si no, no hay crecimiento. Hay gente
que se queda sin trabajo, entonces hay que solucionar esto de alguna
manera. Por ejemplo, disminuir horarios de trabajo, dar una renta o
ingreso ciudadano a todo el mundo, apoyar nuevos sectores. Hay dos
libros recientes, uno de Tim Jackson (Prosperidad sin crecimiento) y otro de Peter Victor (Managing Without Growth),
que se llaman casi igual, y son libros que se van a convertir en libros
de texto de macroeconomía ecológica. En el Norte nunca se había
atrevido ningún economista respetable a decir que el objetivo no es
continuar creciendo. En el Sur, los movimientos que podemos llamar del
ecologismo popular y la justicia ambiental dicen: “No queremos continuar
vendiendo materias primas baratas, no queremos cumplir con la regla de
San Garabato, de compre caro y venda barato”, porque así se empobrecen a
la larga.
¿La alternativa sería ya no más crecimiento en el Norte?
Creo que sí, mientras demos espacio a las
economías del Sur, pobres, para que crezcan. Es la cuestión del cambio
climático, por ejemplo, porque la atmósfera ya está llena, ya los chinos
se dan cuenta de que ya está llena y también los océanos. Aliados a
estos conflictos o movimientos de justicia ambiental del Sur que
propongan nuevas alternativas, están los gobiernos de Bolivia y de
Ecuador que, por ejemplo, en sus constituciones dicen que el objetivo de
las políticas ya no es el desarrollo sino el buen vivir, y
además lo dicen en quechua. Para mí esto es algo antiguo, Aristóteles ya
lo dijo, pero me parece mejor que se encuentren expresiones antiguas de
que el objetivo de la vida es ser feliz y vivir bien, no es tener o ver
cuántos carros más tengas.
Pero tendría que ser un
movimiento muy fuerte para oponerse a la política del crecimiento; no
se ve a la clase empresarial norteamericana o europea renunciando a sus
intereses.
Hay una discusión sobre el crecimiento cero
en el Norte. Esto ya lo discutieron en los años setenta, por ejemplo,
André Gorz ya lo dijo, esto significaría el fin del capitalismo. Sí, del
capitalismo tal como lo conocemos, pero no de otro capitalismo que
persistirá, por ejemplo, en sectores como la informática, que no es muy
pesada ambientalmente. Pero otros sectores como la agricultura orgánica,
la energía fotovoltaica, la arquitectura, muchos tipos de medicina
podrían crecer; muchas cosas, como el sector de la educación o la
economía ecológica tienen que crecer, la biología genética tiene que
crecer y quizás alguna ingeniería tendría que decrecer, y esto sería
compatible con el capitalismo, pero no con el capitalismo financiero que
se basa en aumentar las deudas. Esto tiene que acabarse.
¿No es lo que planteaban el keynesianismo y la socialdemocracia hace 50 años?
Sí, la economía verde va a ser el lema que
viene. Yo creo que se podría pensar en otra cosa, que el capitalismo
está invadiendo la naturaleza, por ejemplo, con el pago por servicios
ambientales, pago por captura de carbono, y podría ser un sector del
capitalismo que crezca. Yo creo que es muy mala idea, porque al fin y al
cabo hay dinero en la conservación y vemos que no se conserva bien, que
hay mucha mentira en el mercado del carbono; les conviene mentir porque
el tema es el dinero.
En este sentido, ¿cree que la noción de desarrollo sustentable ha sido más dañina al legitimar procesos de acumulación?
Fue una reacción contra el crecimiento del
ecologismo más radical de parte de la señora Brundtland [ex primera
ministra de Noruega que encabezó en 1987 un estudio internacional que
lleva su nombre], una representante del keynesianismo socialdemócrata.
Como los keynesianos pensaban que tenían la varita mágica para conseguir
eso [un crecimiento económico sin conflictos sociales] —me refiero a la
socialdemocracia europea de los años cincuenta, sesenta [del siglo
XX]—, igualmente pensaron que podría haber un desarrollo económico que
fuera ecológicamente sostenible. No es verdad, lo hemos visto a lo largo
de veinte años desde la Cumbre de Río de Janeiro en 1992, cuando se
creó una corriente internacional con la bandera del desarrollo
sostenible. Se hizo el acuerdo sobre biodiversidad, el acuerdo de cambio
climático, y veinte años después vemos que se continúa perdiendo
biodiversidad y que continúa habiendo más bióxido de carbono en la
atmósfera. Desde mi punto de vista es un fracaso, lamentablemente.
“El hecho es que podríamos cambiar la economía en dos sentidos: en el Norte con un decrecimiento que sea socialmente aceptado, un decrecimiento material y energético, o un crecimiento cero (…) y en el Sur un crecimiento de otra manera”
¿Cuáles son las fortalezas que se están viendo en el ecologismo popular?
Está creciendo porque las agresiones son
mayores por el lado de la extracción y por el lado de los residuos. Por
ejemplo, hay un grupo que se llama Movimiento Internacional por la
Justicia Climática Internacional que apareció en Cancún (en la Cumbre
contra el Cambio Climático en 2010) y que va a ir a Durban en diciembre
[de 2011] a las reuniones internacionales de cambio climático. Hay gente
en Bolivia, por ejemplo, que está viendo que los glaciales se van
fundiendo y que se van a quedar sin esa reserva de agua. Recién está
empezando, pero ya hay un movimiento por la justicia climática… Luego,
hay redes que defienden los ríos, redes internacionales que han nacido
desde abajo, que dicen que las plantaciones de árboles no son bosques,
las plantaciones son monocultivo de eucalipto o monocultivos de acacia
para pasta de papel, que se chupan el agua y desplazan a la población. Y
hay movimientos parecidos en México en defensa del maíz, contra las
pérdidas de biodiversidad agrícola, movimientos contra la biopiratería;
hay redes internacionales contra la minería. Y no es porque haya un
politburó o un comité central en algún lugar del mundo organizándolo. Es
al revés: de abajo para arriba ha nacido un movimiento antipresas,
puede haber un movimiento mundial de pesca artesanal, porque muchas
costas se ven invadidas por la pesca industrial, de españoles o de
japoneses.
Estos movimientos ecologistas populares, ¿están teniendo fuerza para cambiar políticas de gobierno?
Hay señales de esto en Ecuador y en Bolivia.
En Ecuador con el parque nacional Yasuní, en la frontera con Perú,
donde hay mucha biodiversidad y poblaciones indígenas no contactadas que
se han ido refugiando ahí. Ahí hay petróleo. Y desde antes de que
subiera a la presidencia Rafael Correa, ha habido una propuesta de dejar
el petróleo en tierra. Es una novedad la iniciativa. Si al final se
hace o no, pues vamos a ver, pero son 850 millones de barriles de
petróleo pesado. Y esto es lógico, porque si sacamos todo el petróleo y
todo el carbón de la tierra a la velocidad actual, se acumula bióxido de
carbono en la atmósfera. Por lo tanto, hay que reducir la velocidad de
extracción, dejar en tierra petróleo, carbón, gas, ahí en donde hace mas
daño la extracción. Entonces esto tan lógico parece una cosa insólita.
La idea de dejar el petróleo en tierra viene de grupos de acción
ecológica en Ecuador en 1997 y vamos a ver cómo acaba.
¿Es usted optimista sobre que se puedan resolver los desafíos presentes?
Claro, primero hay que ser optimista, y
entre más viejo eres más optimista; tienes que serlo para dejar una
buena memoria. Optimista de los movimientos de justicia ambiental que
están creciendo y no tan optimista en cómo procesar la crisis, de quién
va a salir beneficiado políticamente de la crisis en Estados Unidos, en
Europa y Japón —porque en China y en la India no hay ninguna crisis,
están creciendo. ¿Qué va a salir políticamente de esto? No lo sabemos,
pero yo creo que algo saldrá de la crisis. A mí me asusta un poco
Estados Unidos, esta bola de irracionalismo que hay. Por ejemplo, la
gente que niega el cambio climático, la gente que dice que Charles
Darwin es irrelevante, que enseña la Biblia sin darse cuenta de que una
cosa es la escuela y otra la religión. Ese irracionalismo me asusta,
porque en Europa con la crisis de los años treinta del siglo xx hubo una
ola de irracionalismo político y Hitler inventó que la culpa era de los
judíos y los mató. Es en las crisis cuando la gente se puede volver
políticamente irracional.
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