Marcel Duchamp (1887-1968), fue un artista y ajedrecista francés, grabador de profesión. Tenía las cejas rubias, los ojos grises, la nariz mediana, el mentón redondo, el rostro oval y medía 1,68 metros de altura. No solicitaba nada, vivió siempre con presupuesto limitado, carecía de propiedades (fincas, automóviles, etc.), y ni siguiera poseyó una biblioteca personal. Nunca formó una familia en sentido escricto. Cuando se casó en 1954 con Alexina Sattler, ex mujer de Pierre Matisse, era demasiado tarde (eso dijo al menos) para “producir” descendencia biológica.
Viajó mucho, siempre con poco equipaje, y a veces sólo con lo puesto. Toda su existencia estuvo presidida por el ahorro, aunque entendido éste en un sentido opuesto al de la acumulación previsora de la ética burguesa. Consumir y producir lo mínimo posible era para él una manera elegante de preservar su libertad. Duchamp no se dejaba atrapar ni por una mujer en concreto ni por ningún movimiento artístico o literario (aunque transitó por buena parte de las vanguardias del arte de principios de siglo: dadá, el cubismo o el surrealismo, y fue uno de los artistas que más influyó en el arte moderno). No se sabe bien de qué vivió a lo largo de su vida, y ni siquiera él mismo fue capaz de dar al respecto explicaciones satisfactorias. Es obvio que él no tenía un gran interés por los asuntos económicos.
Un personaje así podría ser un modelo existencial, y no solo filosófico o intelectual, de otra corriente de pensamiento que últimamente está de moda: el decrecimiento, que tiene revistas y todo (en Francia e Italia), y que tiene bastantes intelectuales detrás (Serge Latouche, Nicolas Georgescu-Roeger, Karl Dolangi, Baudrillard y una pléyade de intelectuales más, muchos hispanoamericanos).
Constatan que la sociedad contemporánea, arrastrada por el imperio de lo económico y del crecimiento, está hiperacelerada, insaciablemente ávida de noticias y novedades, sometida a una avalancha de información, anuncios, estímulos y distracciones, que aturde la capaciad de atención, inocula el afán de consumir y tener más cada vez con creciente adicción, frustración e infelicidad.
Esas tendencias buscan el sentido de la vida en otros valores y modos de vida ajenos a la acumulación. No se trata de ascetismo, sino de encontrar la alegría de vivir que obviamente el actual sistema no la proporciona. Se quiere subir el nivel de vida concebido de otro modo, con iniciativas como “el buen uso de la lentitud” (Pierre Sansot), el “slow food” (Carlo Petrini), “la simplicidad radical” (Jim Merkel), etc.... Se trata de fomentar el placer de vivir y convivir, desarrollarnos en el sentido de dejar de arrollarnos unos a otros, de tener más tiempo libre, crecer en creatividad, y ser ciudadanos responsables con un mundo bello y frágil, en el que todavía se pueda disfrutar de la naturaleza sin estar rodeado de basura.
Antecedentes históricos no faltan, desde que el oráculo de Delfos dijera “de nada demasiado”, la historia nos ha ido recordando filosofías de moderación, como el confucianismo que enseña “tanto el exceso como la carencia son nocivos”, o el clásico taoista Lao Tsi que dice: “Quien sabe contestarse es rico”; también la Biblia nos dice “no me des pobreza ni riqueza” (Proverbios), o la metáfora del camello y el ojo de la aguja cuando el evangelio de Mateo nos habla de los ricos. En fin, hasta Benjamín Franklin escribió que “el dinero nunca hizo feliz a nadie, ni lo hará... Cuanto más tienes más quieres. En vez de llenar un vaso vacío, lo crea...”.
Supongo que siempre ha habido utopías e ilusos, pero el pensamiento ecologista y su crítica están haciendo mella, y los desastres naturales que nos rodean y se aceleran, están poniendo nerviosos a los políticos y a los poderosos, el planeta se calienta, la energía escasea y los recursos naturales desaparecen, mientras cada vez hay más pobres y son menos pacíficos. A algunos no les salen las cuentas, empiezan a pensar, casi seguro que demasiado tarde, que las teorías del crecimiento son insostenibles. Algunos países desarrollados intentar razonar paliar y su despilfarro, pero los países emergentes, con economías sin escrúpulos, los invaden y colonizan, con más destrucción y más pobreza y desigualdad, gracias al “invento” de la globalización. No parece haber salida.
A estas alturas, desde luego, nos reímos de todo eso. La gente ha aceptado la idea de su propia muerte individual, así que ¿por qué debería perturbar su paz mental la muerte de su civilización? A mí también, como a los demás, debería darme igual todo eso. Coherentemente dejo a los ecologistas la tarea de impulsar proyectos colectivos de decrecimento y de crítica del capitalismo.
Lo único que pretendo es vivir mejor. Me pondré manos a la obra a mi modo: haciendo una lista más. Esta vez la lista será de las cosas que debería hacer para decrecer, ¿la cumpliré?.
- Comprar cada día una cosa menos.
- Pasear y charlar con los amigos.
- No coger el coche a menos que sea imprescindible.
- Practicar la siesta.
- Vivir en el campo y, si no puedo, estar más al campo.
- Aburrirme.
- Defender los tranquilos placeres materiales y sensuales, que proporcionen un goce lento y prolongado.
- Escribir y leer.
- Comprar menos alimentos envasados, menos en plásticos, tetabricks, etc...
- Reciclar toda mi basura.
- No escuchar, leer, ver noticias o novedades, ni en la radio, ni en la tele ni en los periódicos, sino hablar con la gente.
- Crear tiempo libre para la creatividad: música, pintura, artesanía, cocina, jardinería, conversación...
- Trabajar lo menos posible, reduciendo mis necesidades.
Fuente: suplemento Culturas. La Vanguardia
Dibujos de Andy Singer
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ResponderEliminarMe gusta esta filosofía de vida, hay que intentar seguir al menos dos...
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