La forma que se tiene actualmente en la sociedad del estado español de relacionarse con diferentes sustancias narcóticas, entre las que se destaca el cannabis, pero sobre todo el alcohol, es radicalmente diferente a la que venía siendo tradicional y mantenida hasta hace un par de generaciones. En tiempos anteriores al franquismo no existía prácticamente la cultura de “colocarse”; antes bien, eran mal vistas socialmente las personas que abusaban de cualquier sustancia “emborrachante”. El alcohol en general se consumía fermentado (como vino principalmente o cerveza) en forma de complemento alimenticio, siempre con ingesta moderada. Fue el franquismo quien potenció masivamente la proliferación desaforada del consumo alcohólico entre las clases populares. Los motivos vienen explicados en el libro, aunque no es tan difícil imaginarlos. A partir de la era llamada “transición” la política de convertir a la clase obrera en una sociedad “de beodos” continuó de la mano principalmente de los gobiernos del PSOE, quienes tuvieron un insospechado aliado: las organizaciones de izquierda revolucionaria. Estas últimas son contra quienes con más fuerza arremete el autor.
Evidentemente esta apresurada simplificación queda lejos de describir las argumentaciones y datos que aporta Félix Rodrigo en su tesis.
Cosa buena es que el libro no se queda en la crítica sino que avanza en la propuesta. Sus aldabonazos y llamadas a la toma de conciencia y a la responsabilidad pretenden aclarar mentes y movilizar voluntades para una práctica política que pueda ser coherente y –por ende- fructífera. Ofrece un buen puñado de recetas concretas para pasar gradualmente de la actual situación de idolatría de la droga con todas las consecuencias que provoca, a una forma de vida más atemperada que nos permita extraer lo mejor de nuestras capacidades y ponerlas al servicio de la revolución a la que aspiramos. Evidentemente la propuesta no plantea prohibiciones ni políticas punitivas, sino tomas de conciencia que conduzcan a opciones completamente voluntarias y libres.
Dice la contraportada del libro:
“… Debemos saber vivir con un mínimo de cosas, para desarrollarnos como seres con un máximo de cualidades y capacidades, espirituales y materiales, de tal modo que, desde la autonomía y la fortaleza así construidas, podamos librar una lucha de aniquilación contra el actual orden político y económico. En esa renuncia, en ese abstenerse y decir no, está la esencia de la libertad verdadera en los tiempos que corren…”
Es posible que muchas de las cosas que se dicen en el libro ofendan a algunos o resulten exageradas a otras. Quizá algunas afirmaciones suenen a un alto volumen y hubieran precisado de matización, fundamentación, ponderación, contextualización etc. Sin duda ello habría enriquecido la obra y hubiera facilitado que numerosos lectores/as pudieran empatizar más fácilmente con sus ideas principales. Otras afirmaciones nos resultan innecesariamente repetidas, alguna de forma reiterativa. Un defecto formal más señalaremos: la excesiva tendencia del autor a la enumeración y a la subordinación, construyendo así interminables frases que ahogarían a cualquiera que tratara de leerlas en alta voz y que, en cualquier caso, no facilitan precisamente la comprensión de los conceptos.
Sin embargo el estilo acaba siendo así: duro, incisivo, inmisericorde… sorprendentemente ágil, o mejor diríamos “veloz”. Y no en vano esta es una de las causas que ayudan a su amena lectura. “Borracheras NO” se devora en un abrir y cerrar de ojos y el interés no decrece de la primera a la última página.
Se aborda aquí uno de tantos temas tabú entre los movimientos sociales, tan alérgicos siempre a entrar en disquisiciones éticas, espirituales o “individuales”. Se sacan a la palestra cuestiones de primer orden siempre soslayadas, que además cuentan con implicaciones prácticas nada desdeñables. Por ello nos parece una lectura más que recomendable, imprescindible.
Fragmentos
Obsequiamos a los lectores y lectoras del artículo con algunos párrafos escogidos que copiamos a mano:
“España es el primer país de Europa, y en bastantes cuestiones también del mundo, en todo lo malo, en todo, desde el uso de drogas a la alcoholización de la juventud, desde el porcentaje de paro al consumo obsesivo, desde el número de presos al número de policías, desde el desplome de la natalidad hasta la manía de los viajes y las vacaciones sin fin, desde la completa putrefacción de la vida intelectual al desarrollo de una inmoralidad de masas que deja pasmados a los viajeros más lúcidos, desde los millones de hectáreas desertificadas a la conversión de todo el litoral en un descomunal muestrario de ladrillo y hormigón, desde el culto más ciego por el dinero a la pérdida, pronto completa, de la sociabilidad. Siendo los primeros en todo lo malo, y los últimos en todo lo bueno, hemos de reconocer que el franquismo, el izquierdismo y la progresía unidos han realizado a conciencia su trabajo, por lo que ahora somos la cloaca de Europa, el país basura por excelencia.”
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“…se ha puesto de moda, ya desde los años 60 del pasado siglo, una concepción de la libertad que, además de ser desacertada, realiza la predicción de Orwell sobre que en las sociedades totalitarias el vocablo libertad es la nueva forma de nombrar la inexistencia, y también la renuncia alucinada a ser libre en una buena parte de sus integrantes. En efecto, es la supuesta libertad como posibilidad de emborracharse y consumir narcóticos sin trabas, como capacidad ilimitada para hacer lo que el orden de dominación ordena que se haga, niega la verdadera libertad de manera obvia, en un doble sentido, como facultad para escoger otro comportamiento diferente al que nos es inducido y, de hecho, impuesto desde el poder, y como aptitud para prescindir de las cosas en todo lo posible, en particular de aquellas que nos arrebatan nuestra autonomía, nos destruyen en tanto que seres humanos e incluso nos matan. Lograr esa libertad exige un esfuerzo de auto-construcción como ser humano integral, y por tanto el esfuerzo es la expresión decisiva de la libertad. Ésta, pues, no es nunca dada u otorgada, sino sólo realizada y conquistada.”
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“Las normas morales son, sobre todo, personales, aunque existe una moral social, pero lo sustantivo de la ética es que proporciona criterios de conducta al individuo, al que muestra como se debe vivir. La moral ha de ser auto-construida, esto es, elaborada y escogida por el sujeto, en colaboración con sus iguales. Hoy padecemos el amoralismo de masas, impuesto desde el poder, que para expandirse aún más necesita barrer todo criterio ético. Cuando el Estado crece lo que triunfa es la norma jurídica, que es coercitiva, puesto que se fundamenta en la pena legal, en la acción policial en definitiva, de manera que ello lleva al declive de la moralidad, que no es coercitiva, pues su meollo es el obrar por convicción interior. Precisamente uno de los más aciagos cambios que tuvieron lugar tras el triunfo de EEUU, forma superior de Estado y de capitalismo, en la segunda guerra mundial, fue la sustitución de la moralidad por la absolutización del llamado “imperio de la ley”. Desde entonces el sujeto medio ya no obra conforme a convicciones, sino exclusivamente por temor al castigo o por esperanza del premio.
Eso ha originado un empobrecimiento y desintegración radical de la vida espiritual de la persona, un estado de confusión interior, al no saber qué hacer ni cómo comportarse, más allá de lo jurídico, situación de anomia y caos que propicia el uso de sustancias narcóticas. Al mismo tiempo, la falta de ética debilita a la persona, que deja de ser una realidad que se asienta en el interior de sí, para transformarse en un ente construido desde fuera, desde y por el poder constituido.”
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“Otra conclusión a extraer es la negatividad de la abundancia material. En el pasado, los credos proletaristas encontraban especulativamente la cusa de todos los males en la pobreza y la escasez. Hoy que vivimos en una sociedad de abundancia casi ilimitada, aunque quizá ya por poco tiempo, estamos comprobando que la riqueza material, tal como nos expusieron los moralistas clásicos (que tuvieron ante sí el caso de la sociedad romana), es un motivo de numerosos males, entre ellos el de la gula, la obesidad, la beodez de masas y las toxicomanías, además del servilismo, el egotismo, el decaimiento de la voluntad, el colapso de las facultades reflexivas y la degeneración corporal. La riqueza material ha contribuido poderosamente a casi privarnos de nuestra condición humana, haciendo de nosotros unos subhumanos sin inteligencia, libre albedrío, amor por la libertad, aprecio por la verdad, sensibilidad y aprecio desinteresado por nuestros iguales. Una futura sociedad libre, autogobernada y autogestionada, ha de basarse en una pobreza decorosa, no en la riqueza, y ello por motivos más humanos, esto es, políticos, civilizatorios y morales, que medioambientales.”
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“Los poderhabientes no desean que, verbigracia, la reflexión acerca de la muerte enturbie la, al parecer, ilimitada felicidad de masticar, deglutir, zampar, defecar, trasegar, empinar, trincar, soplar, abrevar, miccionar, regoldar, potar, echar, expeler y vomitar, por lo tanto se ha constituido un orden social en que la muerte es ocultada, de la misma manera que lo son todos los demás aspectos “negativos” de la condición humana, para concentrar al neo-siervo de la modernidad en una única cuestión; producir y consumir, esto es, obedecer en todo y auto-destruirse en tanto que persona. Pero lo que es irremediable en el destino humano sigue estado ahí, por más que se impida su consideración, aunque sin una cosmovisión que permita al individuo pensarse, inteligir su verdadera naturaleza, construirse a sí mismo y vivir conforme a ella. De esa operación lo que resulta es una carga colosal de angustia existencial y pánico vivencial que suele buscar alivio en la ingestión compulsiva (esto es, específicamente moderna) de productos narcóticos. Para evitar esto necesitamos afrontar, no sólo de manera cavilativa sino también emocional, e incluso ritual, los lados más arduos de nuestra condición, tarea que ha de convertirse en un quehacer diario, personal y colectivo, para que seamos humanos conscientes, no subhumanos inconscientes, que huyen de sí mismos y que en esa patética desbandada caen, cada día más, en el mortífero océano del alcohol.”
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“En este contexto hay que poner fin al estilo de vida izquierdista. Sus fundamentos son la pereza, el apoltronamiento, la irresponsabilidad, el aferramiento maniático al tabaco, el porro y la cerveza, la adhesión a la nueva religión hedonista y felicista propia de la sociedad de consumo, la amoralidad autosatisfecha, la renuncia a pensar, el narcisismo, el individualismo y egocentrismo, la execración del esfuerzo, el rechazo de toda idea de deber y servicio, las extravagancias, el desdén por el esfuerzo físico y el trabajo manual, la fe en que todos los problemas tienen solución bajo el actual orden político sin cambio revolucionario, y el desprecio por las necesidades espirituales del ser humano. Tal es lo convertido en práctica diaria por quienes siguen las consignas de la socialdemocracia y de la progresía en el poder, los cuales pretenden ser “anti-burgueses” y meramente son los nuevos reaccionarios, el tipo de sujeto que ahora el poder constituido preconiza para un sector determinado de la socidad. En efecto, el tabaco y el alcohol incrementan sustancialmente los ingresos tributarios del Estado, que los usa para pagar más policía, y la sustancia activa del porro proviene de una vasta red que es dirigida por los servicios especiales de los Estados, de manera que lo “antisistema” de aquel modo de vida es un procedimiento para mantener y reforzar el aparato estatal, además del capitalismo.
Ser antisistema de verdad es trabajar por la revolución, no fumar y beber como bestias, no hacer lo que la izquierda institucional, que es la fuerza política fundamental del par capital-Estado hoy, nos dique que hagamos.
La tarea pendiente de la izquierda “antisistma”, en este asunto y en todos, es diferenciarse de la socialdemocracia, dejar de ser su ala “radical”.
Borracheras NO. Pasado, presente y futuro del rechazo a la alcoholización, de Félix Rodrigo Mora, pone sobre la mesa el tremendo asunto del alcoholismo de masas en las sociedades de la modernidad tardía, como vicio atroz e intolerable promovido por el aparato estatal y amparado, o visto con reprochable indiferencia, por quienes se dicen opuestos al vigente sistema de dominación.
Borracheras NO: pasado, presente y futuro del rechazo a la alcoholización Félix Rodrigo Mora Aldarull Edicions/ Distri Maligna/ Maldecap Ediciones/ Rompe la norma Sevilla, 2010
Reseña del libro en Tortuga: http://www.nodo50.org/tortuga/Borra...
Tomado de Grupo Antimilitarista Tortuga
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