Aunque la agricultura se ha asociado tradicionalmente a una actividad masculina, junto a aquellos hombres fuertes que llevaban la yunta de los bueyes o ahora conducen tractores, siempre ha habido una mujer que ordena los números o planta flores a la puerta de casa.
Mientras el hombre iba al campo a labrar, la mujer cultivaba el huerto que había junto a la casa o cuidaba de los animales. El elemento femenino siempre está presente, anónimo y discreto, tras los grandes tratados de agricultura.
En los países más pobres el huerto que cultiva la mujer alimenta a toda la familia. Y si sobra algo aún puede venderse en el mercado o regalarse a médico a cambio de sus servicios.
La mujer cocina y selecciona. La mujer prueba y elige los frutos más dulces, la frute que se conserva mejor, las acelgas más tiernas, las cebollas menos picantes y los tomates más carnosos. Es ella quien se ocupa de las semillas, las elige y las guarda para el año siguiente. Ella también se encarga del plantel, en un rincón del huerto a resguardo de los vientos o en una maceta dentro de la cabaña, junto a la ventana.
Practica la biodiversidad llenando los huertos de flores que quieren ser decorativas pero juegan un papel muy importante en el control de plagas. Y entre las tomateras coloca la albahaca para que no piquen los mosquitos, y menta para las malas digestiones, tomillo para los resfriados o lavanda para que la ropa huela bien.
La mujer guarda los restos de la cocina (hojas de lechuga, pieles de patata, un poco de sémola que se ha vuelto rancia...) y los da a las gallinas. Así tiene huevos frescos para comer. A cambio, las gallinas también le dan un abono muy rico que habrá que utilizar con cuidado para no quemar las plantas.
Ella corta las camisas de los domingos, que ya no se pueden zurcir más, y con sus jirones ata bien las tomateras, los guisantes y las judías. Y con la gran cosecha de tomates prepara conservas para poder disfrutarlas durante el invierno.
La huerta es femenina. Por eso hay tantos hombres que encuentran la paz en ella.
Extraído del libro ‘El huerto escolar ecológico’ escrito por Montse Escutia
La huerta no tiene sexo, pero quizá pueda asociarse a estereotipos sobre lo femenino.
ResponderEliminarLa tierra se ha usado con frecuencia como un referente simbólico de aquello que atañe a la mujer, a la generación de vida.
nosotros no tenemos un huerto, pero mi esposa utiliza colgantes para macetas para poner distintos frutos o verduras a sembrar
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