Decrecer no sólo implica desescalar o desvincularse de la economía. No equivale a desmaterializar la producción, porque ello no evitaría que la economía en crecimiento continuara consumiendo y transformando naturaleza hasta rebasar los límites de sustentabilidad.
La abstinencia y la frugalidad de algunos consumidores responsables no desactivan la manía de crecimiento instaurada en la raíz y el alma de la racionalidad económica, que conlleva un impulso a la acumulación del capital, a las economías de escala, a la aglomeración urbana, a la globalización del mercado y a la concentración de la riqueza.
Saltar del tren en marcha no conduce directamente a desandar el camino. Para decrecer no basta bajarse de la rueda de la fortuna de la economía.
Las excrecencias del crecimiento, la pus que brota de la piel gangrenada de la Tierra, al ser drenada la savia de la vida por la esclerosis del conocimiento y la reclusión del pensamiento, no se retroalimenta en el cuerpo enfermo del Planeta.
No se trata de reabsorber sus desechos, sino de extirpar el tumor maligno. La cirrosis que corroe a la economía no habrá de curarse inyectado más alcohol a la máquina de combustión de los autos, las industrias y los hogares.
Más allá del rechazo a la mercantilización de la naturaleza, es preciso desconstruir la economía realmente existente y construir otra economía, fundada en una racionalidad ambiental.
Del decrecimiento a la desconstrucción de la economía. Enrique Leff
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