Isadora Bonilla - Espiral de alientos
Hay cosas que no reportamos más. -Pienso por las mañanas.
Mezclo mis días entre palabras, dichas y escritas, grabadas, el metro y la bicicleta entre tiempos. En este blog me he quejado mucho de la rapidez de las ciudades. Pero he podido reconciliarme poco a poco con la velocidad de la ciudad de México. Supongo que tiene que ver conmigo y cómo me siento ahora. Ahora me parece que la ciudad es una cosa viva, que tiene conciencia propia, quizá algo esquizoide, pero viva. Hace ruidos de construcción, hace música a través de los músicos. Hace el claxon de los automóviles y dice miles de millones de cosas, en silencio, a través del bullicio.
***
He documentado en las últimas dos semanas al menos diez eventos micro
en mi trayecto en metro. Manos que acarician. Manos cansadas que
sostienen herramientas de trabajo. Miro la piel de los hombres, sus
manchas, sus tersuras. Los detalles de cuidado de las mujeres, sobre sus
propios cuerpos. Los niños y las cosas que miran. Los ciegos que van
guiando a otros ciegos. Miro la delicadeza de cada ser. Somos tantos.
Uso mis ratos en el transporte para muchas cosas. La vida lenta necesita espacios para suceder y no siempre tenemos tiempo. O espacios. Así que me he dado a la tarea de hacerme y re-significar tiempos. Y espacios. Uno de ellos es el transporte público. Ahí puedo, claro: Leer.
Pero un día pensé que la lectura no solamente ocurre con los símbolos y los significantes comunes. En realidad todo el tiempo estamos leyendo el mundo
y lo que hacemos con lo que obtenemos de la lectura siempre es obra
nuestra. Me gusta pensar que es una obra de arte aquello que resulta de
cuando completamos la realidad al observarla.
En el transporte público aprovecho para
leer el mundo. Meditar. Cerrar los ojos cuando está muy lleno y sentir a
la gente. Sentirme parte de la “masa” de cuerpos. Sentirme pequeña e insignificante. Una cabeza más con cuerpo que puede observar este
espacio, estos seres. Cuando hay que movernos todos en los pasillos, con
o sin prisa, aprovecho para mezclar la música con el ritmo con el que
avanzamos. Y me pregunto: ¿A dónde vamos? Un día subiendo unas escaleras
descubrí a la vida con forma de muchedumbre, una mujer cargaba un
cachorro en sus brazos, y él volteó a verme fijamente, y me di cuenta de
que la vida con su multiformidad me miraba también. Tantos ojos. Parece
que hay tantas cosas qué hacer, por las mañanas cuando la vida se
despierta y repite el sueño de sus rutinas. ¿quién la sostiene? La vida
se sucede sola, ella sola. Es ella. Ahora mismo no hago nada por
mantenerme viva: mi cuerpo respira él solo. Mi sangre corre empujada por
un músculo que no decido expandir y contraer. ¿O sí decido hacerlo?
Navegamos en un barco de vida que flota, que no sabemos en qué flota.
Pero nos lleva.
También miro más el cielo, en estos días.
Leo todo el tiempo, lo que sea, quizá demasiado- mi cabeza alberga
muchas voces: me esfuerzo por vaciarla. cuando uso el transporte público
me vuelvo una célula de un líquido que corre en las venas del asfalto. Y
cuando soy esa célula soy silencio, vacíos, calma. Emerjo de los
túneles subterráneos y juego a que al sentir la luz de sol experimento
por primera vez la superficie. ¿Y si esta fuera la primera vez que viera
la luz del sol? La miro por entre las hojas de los árboles, ocurriendo.
La luz ocurre. ¿Quién dará testimonio de ella, cuando ya no estemos?
Eso soy. Un micro segundo en la galaxia que puede ver la mezcla de estas
dimensiones. Y por un segundo puede mirarse.
En una vida lenta respiro. Observo.
Vuelvo a respirar.
Cuando se
derrumbe este sistema, y haya que decrecer podremos respirar todavía
más.
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