En los centros urbanos del Norte industrializado se observa un curioso comportamiento a nivel colectivo: la huida a la ‘naturaleza’. Personas que ensalzan su propia civilización y el sometimiento y control de la naturaleza prefieren pasar su tiempo de asueto lejos de esas hermosas ciudades modernas. La civilización urbana engendra sentimientos profundamente arraigados de malestar, incluso de desesperación y pobreza en medio de tanta abundancia. Cuantos más artículos de consumo se van amontonando en las estanterías de los supermercados más profundo es el deseo soterrado de algún elemento básico ausente.
Al igual que las colonias externas, la tierra, donde se cultivan los alimentos para la población urbana, no sólo es explotada y destruida sin misericordia por la agricultura industrializada, sino que también se devalúa como algo atrasado e improductivo. Sin embargo, paradójicamente, esa tierra también es objeto de la añoranza urbana. Hoy en día los turistas sólo quieren experimentar la naturaleza y el paisaje de un modo puramente consumista, a título de espectadores, no como actores sino como quien va al cine. Se consume el espacio rural como una mercancía, y una vez consumida sólo se deja tras de sí un montón de desperdicios.
La sociedad industrial, a pesar de la abundancia, el tiempo libre y la industria del espectáculo, está impregnada de una profunda sensación de aburrimiento y apatía. La vida moderna deja muy poco espacio a la creatividad y al trabajo personal. Nos divierten, nos alimentan, nos estimulan. En esta sociedad comprar es la única aventura que aún se nos permite, aventura efímera inherente al ritmo urbano moderno
La abundancia de bienes y dinero en los países industrializados trae como consecuencia no sólo el empobrecimiento de otros (la naturaleza, el tercer mundo...) sino la aparición de un ansia insatisfecha. Hace falta aire limpio, tranquilidad, agua fresca, comida sana...
¡Queremos vida!
Para saber más: Ecofeminismo. María Mies y Vandana Shiva. 1993
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